A Martina, porque sí.
A veces pienso en estar aquí. En la palabra equilibrio, el oficio del trapecista germinando círculos de aire que dan vida a un-olvido-eminente. Pienso en las rutinas del hedonista. En un aleteo firme y leve de azúcar, como gozar la risa de un niño. Me viene la insensatez de los amantes. El instante de agua, tan tus manos. También tus manos. A veces pienso en dejarme caer. Aquí. En desarmar un poema, en volver a mí como si hace mucho ya me hubiese ido. Querer hacerlo todo. A veces en el hambre. En el mareo. Y otra vez el equilibrio. Y las fibras del sol cuando se hacen palpables. Y tenemos un calor diluyéndose entre los dedos, como el amor en domingo. Hacer el amor, repetirlo. A veces no hay nada. Es como si surgieran las mismas palabras de un borde, resbalando. Cayendo. Aquí. Decir “estoy aquí”. En el danzar de una ola de humo. Flotamos allí. También aquí. Y decimos que echamos de menos las vivencias que todavía no probamos. En ella cuantificamos poros y huellas dactilares. Se le encuentra textura a mi tristeza y la desdibujas bajo un árbol de trueno. Me quedo allí, suspendida en las elipses de tu imaginación. Como en un invierno que no acaba. Y se mastica en el pasar de las horas. Frecuentemente es esto; existir en algún sitio, callar, hundirme en las pupilas tuyas, sin retorno, y no llamar. No llamarte para después justificar el silencio con palabras especificas como “lloré en la elevación”, lloré de llanto imaginario. Pienso en estar aquí, y me quedo quieta, casi sin moverme, casi sin parpadear ni en el temblor de esperarte. Me estuve así. Ensayando el devaneo que te acompaña. Bailar. Extender los brazos. No soltarte. Y era como el aroma de las flores amarillas, como la luz en el sur rompiendo las ventanas. Tu belleza casi violenta y mi sueño. En él, estoy sola, sentada, con vestidito blanco con azul. Mi cabello está largo como en las fotografías y vienes; y no sé qué hacer. No sé que hacer con la palabra equilibrio balanceándose en mi boca a punta de sonrisas porque estás aquí. Aquí.
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