miércoles, 16 de julio de 2008

Fragmentos simples

Ya para el martes era normal amanecer muerta en algún callejón. Es decir, que era natural para aquel momento llorar demasiado, ir caminando de nuevo huyendo de los aviones, temblar por los países o por las inundaciones de este estepario lugar. Entonces, sí, entonces, para el martes era obvio que me embriagaría mucho – o al menos planeara embriagarme mucho – como si no quedara algo más. Y ahí, mirar con mucha melancolía el teléfono, seguir en la banquita de madera que ha construido tu padre, seguir sentada esperando al cartero que parece nunca va llegar. Sucede el martes y nunca viene. En este día se escucharía mucho Zoé y de repente algún Blues del inigualable Django Reinhardt, allá de cuando la bohemia de un París entre los 30’s y 50’s, te definía el gusto de caminar en medio de la calle y sonreír, muy estúpida, mirando hacía los cables o alrededor. También, el martes, gritaría mucho cantando Paula, para siempre Paula…como si le cambiara el nombre. Mi buen humor ocultaría mi yo maniático, con esa voz que desde adentro te dice “tienes que estar triste” o con acento argentino “tenés que estar triste”. Ah, pero luego es seguro que ella se te aparece como a las dos de la tarde, en ese lugar – el de siempre -, y joder, estabas escribiendo, y todo con un “Hola”, vale madre.
Neverland 9:00 p.m.
Sí, después de la cena en la Facultad de comunicación. Spaghetti, puré, medallón de who-knows-what-children. Felicitaciones Waltz, eres la mejor en cine bla bla bla, bla bla bla. “Qué bien se te veía el jodido traje café”. ¡Mis calzones! Neverland parece ser lo único acertado en el día. El Nunca jamais que se encuentra cerca de la Plaza Jalisco, y andas por el lugar con el pantalón verde sin abrochar, te quitas las botas picudas en medio de todos y te pones los tennis café. Ah sí, sí…tráeme una michelada de Indio y dile a ese idiota que deje de ver a la rubia. La rubia es adorable, te canta que eres la puta más puta pero que eres la mejor. Y que si algo te pasa va llorar mucho, pero que no olvides heredarle tus cámaras, celular, a Killergumaro y toda la ropa de marca que pueda vender. Vender, por que usarla le dolería. Neverland está muy lejos de la noche. Aún de la noche, pero cerca – muy cerca – del alcohol. De repente te callas y recuerdas aquél hombre, qué coño, cómo puede estar tan “enamorado” de ti. Y ah, sí, tú de ella. Pero no le dices – osease, no le digo – aunque me acuerde de él cuando el tipo del grupo en vivo canta uno de esos temas semejantes a hacerse una operación quirúrgica sin anestesia previa o a un hedor insoportable parecido al de las pescaderías pero que igual, si vas de compras un domingo te tienes que echar a las fosas nasales. Neverland a las diez, a las once, y a las once y cuarenta. Es un caos todo esto, te aburres, se aburren. Pero el puto sitio estaba cerca de un aeropuerto y eso pudo ser peligroso e hiriente. Aéreo. Así que todos se van.
Luna azul 11:50 p.m.
Joder, si estaba lleno eso. Pasa que el cantante, el amigo cantante, decía: "güey, en Luna van a tocar Jazz y si llegamos antes de las doce es dos por uno”. Vamos, pues, vamos. Y todos dijimos “pues vamos”. La cuestión era no saber ya para eso de las tres como te llamas. Ni si estas enamorada de un hombre o de una mujer, o de una mujer muy hombre, o de un hombre prácticamente mujer. O que Ángel o Fernando dijeran “es que Jazmín se ve tan lesbiana pero que tetas tiene”. Ya, ya para esa hora no importaba demasiado. Nada más te paras cuando el guitarrista novio de la rubia decide hacer un palomazo y Ángel regresa al oficio de cantante. Aplaudes, Fernando te abraza y te quiere mucho. Lo quieres mucho también. Pero aún no, aún no eran las tres de la mañana. Rebasaba apenas las doce y ya tenías la mesa llena de esas oscuras cervezas Indio. Y vaya si es graciosa la gente, vaya si se gasta dinero cualquier martes o esos días de fiesta en el departamento de la rubia. “Nos falta poquito, poquito…”, dice desde el pequeño escenario ese hombre. Sí, sí nos falta poquito y seremos unos malditos licenciados. Aunque eso de momento allá no era relevante. Lo curioso era que ya como a la una, en medio de las luces y la música lenta…los abrazos, los te quiero mucho güey (si no puta, a la falta de un güey), venía despacito desde abajo, quizá de las sillas, de las mesas, a través de la barra o enredada en las notas de Cano, una tristeza tan rotunda como la soledad cuando no hay nada ni nadie. Es decir, que ya para la una aunque estuvieses en la mesa de los más populares del bar, que todo mundo te salude de beso “mucho gusto, me llamo Jazmín”, o si ya estaba en el plan de “rara”, Ángel diga: “ah mira, esta es Jazmín”. Nada es suficiente. A pesar de que todos ellos te toquen la cara, la cintura, se rían mucho y tú misma te rías mucho, tu cuerpo es un devenir atravesado de música, alcohol, ella, los aviones…y ah…ya era miércoles, apenas la una….y ya era miércoles…

3 comentarios:

Stephen Gordon dijo...

Nada es suficiente. ¿Acaso hay frase más contundente? La tristeza, el vacio, esas cosas que siempre se notan.

Y sin embargo... Quiero pensar, queremos pensar? q hay un sin embargo.

Anónimo dijo...

Yo siempre he querido ser algo como suficiente...

Gus. dijo...

Toda una historia hermosa, es duro esperar sabiendo que quizás no toquen a la puerta.