domingo, 28 de febrero de 2010

For Isabel






Isabel; pienso en ti y traigo a mi lengua la palabra: verano. La calidez y voluptuosidad del verano. Y en algunos temas de Joe Hisaishi, cuando el último día en tu hogar, te decía: bailamos, si, por favor, bailamos. Eres la mujer más bonita que he visto. Eres la abuelita más bella de todo el mundo. Y trato, claro, no recordarte en el último viernes que te vi; a momentos crueles, en la soledad tan mía, que yo misma he elegido. Pero te veo, nos veo, es nuestra imagen, y tú, hermosa como un otoño cobrizo con tu vestidito café, y tus zapatitos abiertos. Pues lloraría todo el día, Isabel. Así que hago lo que debo. Voy por las calles, río, me baño en el mar del Caribe. Te llamo por teléfono cuando el dinero está de mi parte, cuando debo. Tú no puedes llamarme con tu dulce voz sólo para preguntarme cómo estoy o si el trabajo ya está en puerta. Somos animalitos de los primeros meses, hacemos de comer todo el día y por las noches vemos películas cómicas. No. Eso es un crimen a la añoranza de todos tus cuadros, y todas las sopas de coditos. No, mi amada, no me llames cuando te escribo: abuelita pienso en ti. Lloro. Le escribo a Martina sobre estos mismos hechos. Lloro, Isabel amada. Sé bien que te aburres, y sé que tu soledad no es tibia, ni te mece en el frío de tu casa. Sé bien que me llamas porque tu esposo, el abuelo, no está y sufres sola, sola en una tarde de domingo, donde yo siempre lucho por sobrevivir, pues en esas tardes de domingo tan hostiles, tendría que suicidarme. Yo podría bien soportar el frío y la humedad de tu casa, vivir eternamente ahí, pero cómo hago con la austeridad de los años. Se me va la máquina de escribir, los paseos vespertinos sobre las colinas. Y no puedo, no puedo sólo estar y esperar, escribir cartas al exterior, como único oficio al final de la vida.
Luego pienso en la muerte. En la inevitable muerte que cargamos, tú, yo, todos. Y no sé a dónde voltear para no verte, un millón de veces, a ti, y pensar en el verano. Isabel eres tan bella y necesaria como la música con la que escribo ahora; donde Hisaishi compuso sobre el viento, y mucho más. Mucho más. Y al decirte eso tan lejos de ti,  muero un poquito, entre las lágrimas.


miércoles, 24 de febrero de 2010

LA SEMANA CUANDO EL CORREO DE MÉXICO SE ATRASO #1


Sucedía siempre una melancolía incomparable, cuando dentro del dulce calor que son las maletas, aspiraba el aroma a casa que todavia podía percibirse de mi ropa vieja. Esa que aun no había querido usar. Era la blusa verde de escote pronunciado. O la camisita azul, regalo de la abuela. Y esa tristeza definitiva de los días de lluvia –los cuales me alejan de la playa turquesa- mi reencuentro con los vidrios empañados, que hasta hoy, beso tranquila hacía el frio; hundían mis ojos hasta las entrañas como a los dieciocho años. Era ir en un colectivo color blanco y pensar, pensar muchísimo en olor a detergente y suavizante de casa, de mi casa. La casa. Es imposible no llenar los ojos con líquido transparente y salado. La verdad, sugiero más que tristeza ácida ante las emociones descritas por mi larga nostalgia. Un día decides irte, y nadie te dice que después de muchos días tus prendas sencillas huelen a casa y te pones a llorar como un loco sin hogar, quien de hecho, eres. Como una niña lejana, a kilómetros del columpio predilecto, a millas de tu madre, llena de hastío por todas partes, y a la vez, sabiendo por supuesto el andar errado de los pasos. Alguien te lo dice a las nueve de la mañana. Le sonríes, tienes que sonreírle, te ha dado una verdad de frente después de mucho tiempo. Pero cómo hacer cuando ella te llama por teléfono: ¿ya comiste? ¿te tratan bien? El perrito también te extraña. Lo terrible que es el correo cuando no llega a tiempo. Voy a escuchar canciones de invierno de dos mil cinco, como no reconociendo su eternidad en mis huesos. Voy a ser muy dulce con el mundo como pidiendo reciprocidad. Que estos hechos, esa ropa, las llamadas, son cariñitos sutiles que todavía me quedan para guardar. Imaginar que la vida no te ha quitado los juguetes, ni los besos del más grande amor de mi vida, ni toda la inocencia. Me parecía fascinante el hecho de cómo de pronto, eso, la infancia, te abandona. Como describe Vanessa Redgrave pasa cuando mueres. El alma abandona el cuerpo como un alumno abandona el aula. Así, así de prisa, así los dulces años rojos. Me disgusta, en cambio, no tener miedo de las calles. Me preocupa tener que sentarme bien, sino, no me llaman. Detesto que el dinero del teléfono se esfume antes de decir: te quiero. Recuerdo los poemas que hablaban de la verde oscuridad, y la vez que me hinqué por aquello de los momentos perfectos. Y me duele tanto, y tanto más, el aroma a la ropa cuando todavía era diciembre. Y mis cartas no llegaban a mamá, nunca a mamá.

martes, 16 de febrero de 2010

(Hache) [2]



Me despierto un día, hoy, de un sueño acerca de ti. Es, a decir verdad, bastante extraño. No me dormí pensándote. Es más, casi nunca te pienso. Soñé una o dos veces contigo, pero eso seguido a una noche donde te decía: no te vayas, por favor no te vayas. Y tú te ibas, tenías que irte; y me quedaba, así, huérfana de ti como esperando que una quimera estuviese prendida para siempre. Pero esos, son deseos de las seis de la mañana –cuando me decías ya tener lista toda tu ropa- y siempre intento –inútilmente- mantenerlos o me disculpo por ellos, y cómo a ti no te importa demasiado –aunque lleguemos a habar de ‘necesidad y resistencia’- los dejas pasar. Puedes observar mi debilidad de escalera, la libertad propia de los vicios, y eso está bien. Digo, cómo si tú no supieras sobre vicios...

Ahora voy a hablarte sobre el sueño. En él, tú y yo estudiábamos en el mismo colegio –por ende, universitarios- alguno muy parecido a mi jardín de niños, aquí, en el pequeño pueblo de la abuela. Mantenía su mismo color, un beige chillante entre el verde magro de la hiedra en sus paredes. Éramos ahí, pupilos de resistencia. Éramos ahí, amigos, creo. O eso intentabas tú. Yo seguía siendo muy yo. No hablaba con nadie, pero tú sonreías y me invitabas a tus fiestas (A lo Freudiano pienso que probablemente eso se debe a tus recientes noticias sobre tu banda de rock-blues). Éramos ahí, lo contrario. Alguien hablaba de una despedida. Tú viajabas, creo. Apuntabas en un papelito la dirección del lugar: Ruiz Cortines #313. Una chica se acercaba y me decía: sí, Ruiz Cortines #313, yo sé donde es. En el sueño pensaba - pensé- de esa chica tu novia. Tu novia en el sueño. Era ahí bonita, claro. Y yo con todo mi aislamiento decía: tal vez. Ella era muy amable conmigo, y de pronto había mucho ruido en nuestro salón. El aula era amenizada por una rubia con trenzas, eso sinceramente debe ser fruto del soft porn o noticas policiacas que he visto.

Luego a partir de ahí, me confundo. Escuchaba México a lo lejos. Así, la palabra de tierra que es pronunciar: ‘México’. Supongo después vinieron sueños acerca de mi madre. Últimamente lo hago, eso, soñarle a ella. Anoche la hice llorar de nuevo, por aquello de las distancias, sin embargo, mi madre, ya debería saber que soy de las personas por quienes se llora mucho, porque están lejos o porque se mueren trágicamente.

(Hache), hice levantarme hoy, más o menos temprano. Preparé mi té acostumbrado. Aspiré el humo. Escuché a Bon Iver –Indie lejos del Rock-blues-y bebí té, resistí el frío de silla de madera azul. Te escribí: soñé contigo, y que es, la verdad demasiado extraño. Pues te pienso tanto como tú a mí. Y eso ya es decir bastante…

____________________________



lunes, 15 de febrero de 2010

Discúlpas públicas.

Hay momentos –sobre todo nocturnos- donde destruyes todo lo que eres. Donde reconoces tu calidad de sombra. Te conviertes en una deconstrucción humana. Los sitios musicales sobre el cuerpo se tornan en (mejor dicho) ruido. Ese ruido, luego son gritos e impertinencias. Una canción lenta de cierto aragonés. La boca carmín de una mujer blanquísima. Y todas esas cosas portátiles, sencillas, para meter en una bolsa de jean (azul marino). Como pelusita de lavandería donde se conocen a veces las personas. Habitamos ahí dulcemente en las fatalidades. Y claro, me encantan esos tranquilos reproches después de todo. Era la hora. Pero me conoces muy bien, incluso presumes sobre eso. Piénsalo/pensémoslo; como una tregua a lo Benedetti. Yo por el contrario no soy mucho si no sueño. Por eso, aun, en todo aquél derrumbe del que te hablo, consideramos (considero) costuras más fuertes entre tu brazo y el mío. Debió ser así desde el principio. O cambiar la perspectiva como dos seres muy hambrientos después de las cartas últimas. Tiene que suceder esa catástrofe avara para meternos (me) en la boca una lengua franco-mexicana que arde. Tú sabes, esa de Jeunet petrificado.

Hay banda sonora para el alud en altas horas de la noche, por supuesto. Puede ser la misma de siempre. Pero ya nos aburrimos. Preferí darte muchas veces un te amo francés –o eso intentaba- junto a un te odio alemán, y obligarte a decir tantas palabras que tal vez no querías decir, y a lo mejor por eso a esta hora me rio pudorosamente, y te agradezco en silencio. Y si ese fuese el caso hazmelo saber, en ambas partes. De esto también puedo regalarte una Fe de erratas.

domingo, 14 de febrero de 2010

Aquello del cuello desnudo, que desata....



No voy a cuestionarte lo absurdo. Mira, esto de las voces a lo lejos y lamentar los tonos [beep beep] de llamada perdida, porque me mata tu voz, ya es suficiente para –ahora- recurrir a la coherencia. O mejor dicho, a lo –normal- o no lo sé. En cambio, escribo por ahí que tú viniste. Es una forma de venir, de verdad, en forma de aire tóxico a las once, empapelada o a sonidos de carnaval con tu amiga madrileña. Pienso a momentos, en micro-segundos, que puedes quedarte conmigo a lo Coixet. Son sinceramente unas ganas que me nacen desde el vientre o más debajo de él, o más arriba, pero con una sonrisa muy blanca y roja. Pienso:

Voy a invitarte.

Te invito.

Es más, te espero.

A la manera waltziana de esperar, porque ahí habita la belleza de todos los instantes bipolares, de todas las vidas que bien podría relatarte simplemente en la palabra: dolor. Dolor en lo absurdo. Y por eso te escribí en una zona del dolor: ven, ven. Y viniste. Y después de ahí no pienso mucho. A lo mejor te quedas como el silencio a beso pausado. O de los ojos cenicientos, de las bocinas. Del alcohol que ahora voy a contarte. Aquí hay alcohol –mucho- y en cambio, de tomar un cuerpo blanco y redondo cualquiera, o un teléfono para decir crueldades; transformo una libreta electrónica en lo que podría ser mi manera –nueva, por supuesto desde tu sueño- para traducirte los pensamientos circundantes cuando el reloj marca las seis con quince, y que, irónicamente-absurdamente, no pensaría en compartir – la mañana- con otra persona mas que contigo y ese cabello rubio, que aun me sigo cuestionando.
Y yo no te perdonaría que lo adjetivaras absurdo. Es decir, no te lo preguntaría “quieres”, “puedo”. Porque soy aquella que quiere poseer todo el mundo y no puedo dar explicaciones sobre eso. Yo voy a echar abajo esa puerta. Y tú, vas a aceptarme, y probablemente podrías sólo querer sucumbir a la idea de posesión, o no. Pero seguir escribiendo cartas como si fuésemos Sartre y Beauvoir, o no sé quien, otro tipo con otra fémina, quienes se escriben cartas hasta la eternidad.
No voy a negarte esa desnudes en el cuello. La quiero. Le necesito a las siete treinta y uno. Y que inmediatamente me viene la boca, cálida y rosa, si el alcohol. Sólo por eso. Y por eso. Y que pienso que en el absurdo el kilometraje es el problema. Los mares, la música: permítanme tantito que quiero escuchar esta. ¿Puedo decirte, cariño? Sucede una música, no de concierto, ni chelo muy Rachmaninov  a las cuatro. Mejor dicho de guitarras mexicanas. A la voz que podría cantarte, y decirte los mas tristes amores de Acapulco. Y besarte en ese cuello desnudo, a la hora de la llamada, a la que nunca quieres colgar….

viernes, 12 de febrero de 2010

miércoles, 10 de febrero de 2010

EL AMIGO IDO

Me escribe Napoleón:
“El Colegio es muy grande,
nos levantamos muy temprano,
hablamos únicamente en inglés,
te mando un retrato del edificio…”

Ya no robaremos juntos dulces
de las alacenas, ni escaparemos
hacia el río para ahogarnos a medias
y pescar sandías sangrientas.

Ya voy a presentar sexto año;
después, según las probabilidades,
aprenderé todo lo que se deba,
seré médico,
tendré ambiciones, barba, pantalón largo…

Pero si tengo un hijo
haré que nadie nunca le enseñe nada.
Quiero que sea tan perezoso y feliz
como a mí no me dejaron mis padres
ni a mis padres mis abuelos
ni a mis abuelos Dios.


SALVADOR NOVO

martes, 9 de febrero de 2010

Unas cuantas reglas cuando se está lejos ...




A nadie vas hablarle de mí. [No existo]No me conoces. Tienes la idea de mis pensamientos. Y esos dolorosamente, no son muchos. Son muy lucidos. Y no.

No contaras mis extrañas emociones. Porque soy odio y amor, por todas partes. Me observas como lo hacen las gentes del supermercado. A medias. De prisa. Entre objetos comestibles, no perecederos y detergentes.

No vas a decirle a tu madre, ni a tu vecino: pensé en ella al despertarme. Sobre todo no (por favor) cuando llores mucho no me eches a mí la culpa. Yo te advertí desde el principio. Yo no te dije que me prestaras tus juguetes, ni que me sonrieses tanto, hasta que memoricé tu boca y también la hice mi boca y después, sencillamente ya no pudieras hablarme.

No hables sobre mí. No hagas participe a tus amigos, ni a tus otros amantes. Sobre ti, y Ofelia. Yo no soy. Yo no puedo. Y no me digas que puedo. No voy a dejarte caer, pero no. No me compartas, con nadie...

_____________________________________________________________________

A veces -suponía- tu letra entre mis manos. Yo perseguía cuadernos. Yo escribía como tú. Tú letra era mi letra, y nuestra literatura se partía en cuatro como los puntos cardinales. Podríamos ser. Estar. Desdibujarnos. Era la posesión universal del pensamiento. Tú estabas lejos, a kilómetros, pero mi letra fluctuaba sobre tu cabeza, tomabas toda tu existencia. Comenzabas a escribir. Y era yo. Cuando mis manos temblaban, eras tú. Y suponía tu letra entre mis manos.

jueves, 4 de febrero de 2010

Certezas

Tuve la tonta sensación de quedarme contigo. Era más bien, un deseo. Una certeza . Pero sabemos ahora que era sólo una ceguera temprana, en la mañana. A las seis.

.........................................[Era ese momento frágil al admirar tu boca de mandarina y presentirla agridulce.]

Estabas quieta a las once de la noche. Creo, presentía tu quietud. Y entre el hedor y la fragancia -tan bilateral entre tú y yo- te extinguías , como una sombra debajo de la mesa. Hubiésemos amarrado entonces los pies a la madera, entre nosotros, los seres, la vida en dos cuerpos afligidos, atorados, distintos. Y desnudos.

Era esa facultad tuya. El suelo es frío y te gustaba. Era la vulnerabilidad al azufre y a las peras muy verdes. O a las fresas muy ácidas. O que me llame Jazmín en lugar de Ana y pueda tener muchos más nombres. Y que pueda llegar, decirte, escribirte, desearte a todas las horas y en todo lugar.

Murmurarte en el olvido: No existíamos. No estamos a las diez de la mañana.