Isabel; pienso en ti y traigo a mi lengua la palabra: verano. La calidez y voluptuosidad del verano. Y en algunos temas de Joe Hisaishi, cuando el último día en tu hogar, te decía: bailamos, si, por favor, bailamos. Eres la mujer más bonita que he visto. Eres la abuelita más bella de todo el mundo. Y trato, claro, no recordarte en el último viernes que te vi; a momentos crueles, en la soledad tan mía, que yo misma he elegido. Pero te veo, nos veo, es nuestra imagen, y tú, hermosa como un otoño cobrizo con tu vestidito café, y tus zapatitos abiertos. Pues lloraría todo el día, Isabel. Así que hago lo que debo. Voy por las calles, río, me baño en el mar del Caribe. Te llamo por teléfono cuando el dinero está de mi parte, cuando debo. Tú no puedes llamarme con tu dulce voz sólo para preguntarme cómo estoy o si el trabajo ya está en puerta. Somos animalitos de los primeros meses, hacemos de comer todo el día y por las noches vemos películas cómicas. No. Eso es un crimen a la añoranza de todos tus cuadros, y todas las sopas de coditos. No, mi amada, no me llames cuando te escribo: abuelita pienso en ti. Lloro. Le escribo a Martina sobre estos mismos hechos. Lloro, Isabel amada. Sé bien que te aburres, y sé que tu soledad no es tibia, ni te mece en el frío de tu casa. Sé bien que me llamas porque tu esposo, el abuelo, no está y sufres sola, sola en una tarde de domingo, donde yo siempre lucho por sobrevivir, pues en esas tardes de domingo tan hostiles, tendría que suicidarme. Yo podría bien soportar el frío y la humedad de tu casa, vivir eternamente ahí, pero cómo hago con la austeridad de los años. Se me va la máquina de escribir, los paseos vespertinos sobre las colinas. Y no puedo, no puedo sólo estar y esperar, escribir cartas al exterior, como único oficio al final de la vida.
Luego pienso en la muerte. En la inevitable muerte que cargamos, tú, yo, todos. Y no sé a dónde voltear para no verte, un millón de veces, a ti, y pensar en el verano. Isabel eres tan bella y necesaria como la música con la que escribo ahora; donde Hisaishi compuso sobre el viento, y mucho más. Mucho más. Y al decirte eso tan lejos de ti, muero un poquito, entre las lágrimas.