domingo, 14 de febrero de 2010

Aquello del cuello desnudo, que desata....



No voy a cuestionarte lo absurdo. Mira, esto de las voces a lo lejos y lamentar los tonos [beep beep] de llamada perdida, porque me mata tu voz, ya es suficiente para –ahora- recurrir a la coherencia. O mejor dicho, a lo –normal- o no lo sé. En cambio, escribo por ahí que tú viniste. Es una forma de venir, de verdad, en forma de aire tóxico a las once, empapelada o a sonidos de carnaval con tu amiga madrileña. Pienso a momentos, en micro-segundos, que puedes quedarte conmigo a lo Coixet. Son sinceramente unas ganas que me nacen desde el vientre o más debajo de él, o más arriba, pero con una sonrisa muy blanca y roja. Pienso:

Voy a invitarte.

Te invito.

Es más, te espero.

A la manera waltziana de esperar, porque ahí habita la belleza de todos los instantes bipolares, de todas las vidas que bien podría relatarte simplemente en la palabra: dolor. Dolor en lo absurdo. Y por eso te escribí en una zona del dolor: ven, ven. Y viniste. Y después de ahí no pienso mucho. A lo mejor te quedas como el silencio a beso pausado. O de los ojos cenicientos, de las bocinas. Del alcohol que ahora voy a contarte. Aquí hay alcohol –mucho- y en cambio, de tomar un cuerpo blanco y redondo cualquiera, o un teléfono para decir crueldades; transformo una libreta electrónica en lo que podría ser mi manera –nueva, por supuesto desde tu sueño- para traducirte los pensamientos circundantes cuando el reloj marca las seis con quince, y que, irónicamente-absurdamente, no pensaría en compartir – la mañana- con otra persona mas que contigo y ese cabello rubio, que aun me sigo cuestionando.
Y yo no te perdonaría que lo adjetivaras absurdo. Es decir, no te lo preguntaría “quieres”, “puedo”. Porque soy aquella que quiere poseer todo el mundo y no puedo dar explicaciones sobre eso. Yo voy a echar abajo esa puerta. Y tú, vas a aceptarme, y probablemente podrías sólo querer sucumbir a la idea de posesión, o no. Pero seguir escribiendo cartas como si fuésemos Sartre y Beauvoir, o no sé quien, otro tipo con otra fémina, quienes se escriben cartas hasta la eternidad.
No voy a negarte esa desnudes en el cuello. La quiero. Le necesito a las siete treinta y uno. Y que inmediatamente me viene la boca, cálida y rosa, si el alcohol. Sólo por eso. Y por eso. Y que pienso que en el absurdo el kilometraje es el problema. Los mares, la música: permítanme tantito que quiero escuchar esta. ¿Puedo decirte, cariño? Sucede una música, no de concierto, ni chelo muy Rachmaninov  a las cuatro. Mejor dicho de guitarras mexicanas. A la voz que podría cantarte, y decirte los mas tristes amores de Acapulco. Y besarte en ese cuello desnudo, a la hora de la llamada, a la que nunca quieres colgar….

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