martes, 9 de febrero de 2010

Unas cuantas reglas cuando se está lejos ...




A nadie vas hablarle de mí. [No existo]No me conoces. Tienes la idea de mis pensamientos. Y esos dolorosamente, no son muchos. Son muy lucidos. Y no.

No contaras mis extrañas emociones. Porque soy odio y amor, por todas partes. Me observas como lo hacen las gentes del supermercado. A medias. De prisa. Entre objetos comestibles, no perecederos y detergentes.

No vas a decirle a tu madre, ni a tu vecino: pensé en ella al despertarme. Sobre todo no (por favor) cuando llores mucho no me eches a mí la culpa. Yo te advertí desde el principio. Yo no te dije que me prestaras tus juguetes, ni que me sonrieses tanto, hasta que memoricé tu boca y también la hice mi boca y después, sencillamente ya no pudieras hablarme.

No hables sobre mí. No hagas participe a tus amigos, ni a tus otros amantes. Sobre ti, y Ofelia. Yo no soy. Yo no puedo. Y no me digas que puedo. No voy a dejarte caer, pero no. No me compartas, con nadie...

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A veces -suponía- tu letra entre mis manos. Yo perseguía cuadernos. Yo escribía como tú. Tú letra era mi letra, y nuestra literatura se partía en cuatro como los puntos cardinales. Podríamos ser. Estar. Desdibujarnos. Era la posesión universal del pensamiento. Tú estabas lejos, a kilómetros, pero mi letra fluctuaba sobre tu cabeza, tomabas toda tu existencia. Comenzabas a escribir. Y era yo. Cuando mis manos temblaban, eras tú. Y suponía tu letra entre mis manos.

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