lunes, 28 de febrero de 2011

Lunes de febrero



Déjame contarte de hoy: al despertar ha sido cine dramático, lágrimas y pañuelos. Suecia, y el autismo de mi mujer. No puedo, todavía, después de veinte años, comprender los susurros de mañana. Los llantos de mañana, los pañuelos, la tristeza de mañana en el televisor. No a las noticias, los pronósticos del weather, esa misma boca tuya, roja, apretando los gestos para que yo me los coma después. Hacemos actuar. Te lo digo así, porque despertamos desnudas a veces, y no sé cómo moverme para no despertarte o cómo encender el radio, colocarme frente a la puerta, voltear a mirarte con toda mi melancolía sobre los hombros. Para que no lo notes cuando nos marchemos de aquí. Todos los olores matutinos se confunden. Lo mismo la piel a las sabanas. Trato de hablarte claramente. Así cuando hables de mí, no tengas que extenderte mucho, sólo: tiene esta costumbre de describirme todas las cosas. Y de hacerse muy grande y muy pequeña. Llora por las mañanas, sabe’. Y que no te explicas por qué, nunca muy bien por qué. Constantemente ese momento te lo pierdes. Porque cuando me miras, ya es de tarde o de noche, y viernes. Hasta entonces no me sabes. Guardamos silencios debajo de los párpados. De tal modo que podemos vivir perfectamente separadas y sufrirnos –acaso- levemente en un domingo frente al río, y el sol se ve muy cerca, la barriga llena (el corazón contento) pero no del todo, del todo, jamás. Allí se escriben notas: te amo, te beso, te quiero a ti. Allí te pienso como amaneciendo en ti sin hablarte. Hundo los píes en el agua. Respiro como dejando ir la voz en un goteo. Hasta que anochece.

Al contrario, ahora me sucede el lunes como a los dieciséis. Me voy con un vacío en el estómago, y los ojos llenos. Libros y cartas en el bolso. Pero no a clases. Iré a almorzar con una chica, otra chica, la misma de siempre. Déjame contarte de hoy: he partido de mí. Ya no me habito. Pero ya, ya veremos mañana.

lunes, 21 de febrero de 2011

Hey, Madeleine



Me quedan dos semanas para guardar, sí, tu voz tristísima y nuestra destreza de alcoba, en mi cajón de lencería. Ya, tus pelusitas de calcetín, y las no llamadas vespertinas, amenazaban con marcharse desde la primavera. Pero hacíamos caso omiso, Madeleine, tal tú y tus manos sobre mi librero. Yo diciéndole a tu espalda: no, no los he leído todos.  -Deberías, uno de estos días ¿sabes? Son para eso - Sí, lo sé. Bueno, que no todos los días está la luz, tan clara, tu espalda… de esta manera - Qué no lo sabes, Waltz, en domingo sucede siempre la misma luz, déjame explicarte. Y seguiste conjugando verbos para salvar el domingo. Madeleine, ¿qué decías también de mi blusa? Ahora que te marchas debo guardártela en una bolsita de papel. Porque según tú, desde mi escote, desde allí,  nacían unos pájaros rojos, y las ramas de mi cuerpo se balanceaban junto con ellos, para hacer la banqueta crepitar con nuestro estruendoso andar de ninfas. Pero yo te decía que no era más que levedad insólita. Alucinabas. Me engrandecías. Como todas las mujeres en mi vida. Yo intentando decirte del gato y el trueno. Qué ese día llovió, que nunca me han gustado mucho los gatos desde mi adolescencia, pero lo cubrí, Madeleine, lo cubrí. Teníamos frío. Y tú no abrías la puerta. Fue entonces que te hice aquella carta tan larga, y te prohibí venir a mi casa. Pero te quedabas en la esquina a observarnos a Romeo y a mí. Eras todas las cosas vivientes con ojos. Fuiste terrible, Madeleine, también eras todos los monstruos debajo de la cama. El coco, una semana sin viernes en la noche. Cuando se va al baño y se ha quedado sin papel. Yo no me río, de verdad, te lo digo con amargura. Salvaje, Madeleine.

Voy a dedicarme enteramente a ti estas semanas. Sabes porque ¿cierto? Las partidas son procesos de innumerables pérdidas. Me debo preparar a tu mutismo. Aunque nuestra ausencia parece clarísima desde hace años. Pero, cómo olvidar tus pecas y esa sutil manera de construir la añoranza de la tarde.  Haré paseos, Madeleine. Alguien me llevará películas a la habitación. Llenaré otra vez los estantes. El abuelo me hará otros más, de madera. Voy a seguir siendo yo. Nombrarte es vivir como masticando cenizas.

Hey, Madeleine, aunque la vida te distraiga ven a verme, cuando puedas. Me acordaré de ti. Olfatearé tus restos. Lameré tu recuerdo como un perro nostálgico. Cuando quieras, cualquier día, coloca ese gesto incomprensible de tu fatalismo delante de mí. Te quedarás en el cajón a salvo, te lo prometo. Ah! cómo amé y amo a tu pueblo, Madeleine!

viernes, 18 de febrero de 2011

My DEAR* [dos maneras de ver bajo mi falda]


FOTO ©2004-2011 ~AlexWilson

Creo que en treinta segundos voy a besarte. Me has dicho que el cabello largo me queda bien, y tu cotidiano ‘ha pasado el tiempo’. Yo te sonrío. Bebo mucha agua. Te cuento sobre mi dolor de cabeza y náuseas. No haces mucho, sólo te preocupas, das recomendaciones y me hablas sobre ella. Tienes otro acento. A mí me vienen recuerdos infantiles como la vez que me mordiste el hombro mientras te leía un poema, mis celos apenas (inútiles) ante tus parejas anteriores, y el cachorro que rescataste de la calle y luego tuviste que devolver. No me preguntes en ese momento por qué. Por qué mirarte. Detenidamente. Estas cosas sucedieron todas ‘hace tiempo’. De cualquier modo cierro los ojos cuando tú volteas. Hago como besarme con las manos. Luego me vistes entera con parpadeos. No sé como lo logras. A veces parece que susurras para que no escuche. Es negar. Ocultar. Minimizar. Es tal aquella vez; mi imagen egotista ‘no necesito a demasiada gente en mi vida, lo sabes’. Quería decir solamente tú me eres necesaria, y los demás salían sobrando. Pero no te lo ponía así. Por eso las risas a veces. Estoy pensando. Sin que signifique mucho. Tenemos calor. Tenemos frío. Y ya, te sonrojas. ‘Mira un momento a la mesera, te pregunta si necesitas algo’. Y yo mirando sus zapatos: no, nada, gracias. Muerdes tu boca. Según ibas a dejar de hacerlo en mi presencia. El lugar se inunda y todos te conocen. Me intuyes la molestia y el desprecio. Ya, ya se fueron, querida. Y no te he besado todavía. Es chistoso como nos cambia el tono de voz. Muy susurrado. O comiendo las palabras. Saborear nuestra conversación de todo y nada.  Simulamos  que nos queremos.  No te he besado, no todavía.

‘¿Qué harás cuando te marches a casa?’
       No lo sé. Probablemente me acueste con alguien


...

Reconoces que esto de odiarlos a todos, no nos sirve de mucho. Estamos fumando como a los diecisiete y me rasco sobre la clavícula. No comprendo mucho. Permanecer en departamentos, sin dormir, hasta las ocho de la mañana. Amanecer en el suelo. Vodka barato. Eso ya no es usual. Te repites: mañana domingo. Mañana domingo como si hubiese algo. De pronto te esfumarás. Heredarás una fotografía que muestre lo grande que soy, y lo insignificante. Pero tendrás memorias de mis orgasmos. Y de mi música. No hacer mucho los sábados. Buscar momentos para saltar de la cama y morderte los pies. O nada de eso. Las letras están ahí, eso, seguro. Como un mapita inconcluso que me di la tarea de hacer para el naufragio. Y mi sudor. Y mi insaciable cadera. Sobre todo la mirada perdida al anochecer. Y que no me peino jamás. Pero estamos oliéndonos los brazos y acariciando las cortinas. No sé que hacer contigo.
 [A los demás puedo odiarlos, al menos]

jueves, 17 de febrero de 2011

Relato de un martes no pronunciado





I

Of course, the sound.

Las luces naranjas te recorren la piel, como transitando, entre sombras, esos sitios donde no llegaron los dedos a contar protuberancias. Ni las heridas existen [cicatrices imbéciles, sin nombre] en medio del pecho. Hoy, pronuncio debajo de bombillas defectuosas, algunos dolores, especificaciones, ropa negra -dándonos calor- todos los signos tan distintos. Ellos me halan, con la debilidad aquella después del alcohol por la mañana., llevada a cuatro patas. No música, no personas, nada. También es caminar a través de largos y blancos pasillos. La parada del colectivo. La mirada de las mujeres pretendiendo que no te miran los labios, y no se preguntan por lo tacones que hacen falta.

II

Fue no mirar, también. Se perdían entre volutas y canciones derramándose sobre los oídos. No podíamos escuchar, no podíamos hablar. El amor, no existía. Era una silueta intocable en tonos verdosos y resaca.

No.
No, nos llamábamos.
No te precisaba.

Tampoco estaba la necesidad de buscar a otra mujer o dos. Ya no aparecía la verdad descubierta: no se ir más. Ya-no-sé-ir-a-ti. Pero tampoco. Enumeraba diminutos hilos desvainando la piel. Apretaba los puños para no gritar en medio de las gentes. Contenía el agua para no inundar los cuartos. IBT Test Classroom. Cambridge Test Clasroom. Y todo lo demás. Escribir cartas nocturnas, matutinas y vespertinas. Intentarlo al menos. No tener nombres con cual firmarlas. Me encontraba hasta abajo y el mareo fugaz me estiraba las extremidades hasta que pensar desaparecía.

Ni siquiera escribirlo.

III

Entonces ya no supe qué hacer. Volver a casa a píe. Encender aparatos. Dejarlos con su zumbido. Dejarse caer y dolerse el cansancio. Y pude luego decirle, rápidamente, que no entendía vivirme un día jueves, y los demás días tampoco.

Lamenté entonces ya no tener más tierra bajo los pies, de tal modo, poder crecer las raíces para quedarme inmóvil, entre los objetos, me between the yellow lights, ¿y me recordarían así? Cruzando los días de puntitas, y mareadamente, nauseabundamente.

Ha pasado el tiempo ya. Hoy el sol, y las olas. Los dedos vuelven a andar. Hay sensaciones muertas, y los pensamientos que creíamos no volverían a arrancarnos un pedazo de martes, todo el martes, tres días.

Todavía la memoria, y mi figura exhausta, de cuando llegaba la tarde.







©2011 ~ElifKarakoc

miércoles, 9 de febrero de 2011

Entre líneas




Yo, como todos, sólo hablo de ti –y demás- cuando he  bebido mucho alcohol. Pero trato de recordarte según situaciones muy específicas. Lo intento, entre otras cuestiones, para no borrar nuestros -todavía- nítidos padecimientos. Sirven, constantemente, para que el día no sea solamente un ‘día’ donde no se pudo beber, comer o volar. Un montón de sentimientos indescifrables haciéndonos nudos los músculos y recordando que dentro tenemos arterías, hierro etc. De esa forma, podemos simplemente agradecer cuando la felicidad sucede. Por ejemplo, esta mañana, amanecí odiando completamente la sincronía de vivir un miércoles: trabajar, tener que hacerle remodelaciones a la casa y salir muy a prisa, con cuatro personas más hacia los bancos. Después otra vez a la escuela. Almorzar con un hombre extranjero hablando en idiomas que no son tuyos. Comprendes lo tedioso que llega a ser. Después explicarles eso de las monedas a mujeres impacientes. A veces parar un minuto para olfatear el día. Hago aquello de poner las yemas de los dedos sobre mis labios y estremecerme, y cerrar los ojos. Es desolación. Creo que luego me enfermo del estómago. Deambulo por los blancos pasillos buscando donde descargar la náusea, el encendedor en la mochila, el teléfono.  Todas las razones porque pintamos el día de rojo, si no sabemos explicar la impotencia a puño cerrado. Supones las horas pasando, como llegar a casa, trabajar otro turno. Quizá saborear los dedos de alguien. Eso, en  el mejor de los casos. Entonces la música muy al final del día. El cigarrillo. Y todo aquello motivando no borrarte del espejo. Entonces sucedes tú.  A cierta medida del dolor: tan propio de la noche. Yo, como siempre, quiero decir que hago lo que puedo. Esto de vivir -como se puede-  es lo que hay, pero no me gusta. Con suerte alguien premiará mi esfuerzo con unos tragos de anís  mañana jueves. Y allí en la cocina le hablo de ti entre líneas, seguro.

lunes, 7 de febrero de 2011

[Ofelia Waltz: Algunos textos (in)Completos]



A modo de debut
o re-inauguraciones
[Foto: M.M]

El insecto se aleja de mí, huyendo bajo de la cama. Tal parece estuvo jugando conmigo dentro del sueño. Era aquello escondiéndome llaves, bolsos, etc. He soñado con mi padre de todos modos. The morning it’s very fine. Hay un amanecer envolviéndome los brazos. Alguien pequeño durmiendo junto a mí. Aun. Pero siento tu abrazo, y mi indiferencia. Lo entenderías nulamente todavía. También es hacer el amor. Mis dedos recorriendo el pliegue de la sábana. Cerrando los ojos y abriendo los oídos a la poesía. O dejarme ir dentro. Hacer música con caricias, apenas tocando. Y hay una tristeza que me desconoces. Ya no tiene nombre femenino. Pero es admirar los objetos y sus bordes. Como verme pasear por la casa con los brazos abiertos y la cabeza inclinada. También es felicidad, lo sabes. Totalmente distinta e impenetrable.  Ese baile inocuo que me hizo diferente a las demás. El sufrimiento egoísta. O la belleza tonta de alguien diminuto e ignorante de la vida y sus edades. Hoy haría doblar todos los manteles, las fundas de las sabanas, los bordados de Isabel, todo eso con un amor definitivo al silencio. Es una tranquilidad perpetua dentro de mí de la que a veces no te hablo. Es soledad imaginaria. Cierto mareo sin apellido que se intensifica por las tardes. Aunque me cubre tu abrigo, miro hacia atrás sobre mi hombro. And the difference it’s amazing, love. 

...

Necesito llegar y besarte las manos. Soplarte en ellas un sueño que ya olvidé. Pero hacerlo calladamente una mañana de martes más o menos a las ocho. Observa, es explicarte que podemos estar así simplemente: yo, sentada en una orilla y tú, caminando sobre espirales de piel blanca. Es posible traspasar paredes en ese instante si nos olvidamos de todo.  Verás, hemos vivido así. Los dos en habitaciones separadas escuchando los muros. O sobre una calle danzando y murmurando los juegos abandonados hace años. Bajo un cielo suciamente gris de noviembre así, silenciosamente, bajando la cabeza y dejándose diluir un poco en el asfalto. Pero a muchos metros de distancia y queriendo no encontrarse jamás. Y sintiendo a momentos ahogarse. O como un orgasmo que se acerca desde abajo. Pero no pensar en ti a esa hora. No pensar en ti. Pasar la página temblando.

...

De pronto en la cara una mueca. Como si me vieras. Aquí. A solas. Sobre la cama, desnudas, la cama y yo. A veces tecleo con tal delicadeza como si fuesen las vértebras de una mujer vulnerable. Desde allí, ya no entiendo ni los ojos llorosos cuando te escucho nombrarme tal y como si significara la vida, que se refleja en ti, siendo una piel y un beso nuevo. Todo es mejor dicho: una sonrisa. Mi cuerpo como ayer que no es más el mismo. Posiciones mías; películas, caridad, besos inoportunos en cada uno de los dedos. Eso te decía: qué estás demasiado guapa, y me muero. Y las muecas. Decías que te las habías aprendido todas. Y no lo decías. Creo que entonces tomabas un cigarro e incendiabas una banqueta. Colocabas tres gritos a la altura de mi garganta para describirme la euforia que significaba: habernos encontrado a las nueve de la noche en cualquier lugar. Ahora permanezco así. Soy una figura pequeña en la oscuridad nocturna y con dos metros así, tuyos, le dibujo un gesto al aire, contando respiraciones perdidas en un momento de excitación. 

...

Sé que en unos días veré una película triste y me acordaré de ti. Lo sé por el ritmo de los parpadeos de ese hombre. Lo sé porque estamos de pie sobre esta acera, él y yo, y hacemos las miradas más adecuadas demostrando cuan serenos nos sentimos. O cuánto pretendemos serlo. También lo sé porque mi madre me da besos dosificados a las doce del día. Y me dice: esa mirada la conozco. Luego se ríe de mí mientras se aleja. Lo presiento, porque igual, por las mañanas me río mucho y juego con los pequeños, y ya por la tarde, cuando todo se va, se muere, se oculta; busco una esquina y el silencio. En un rincón: soledad y azotes fríos contra la carne. Me estoy allí sentada contando pelusitas en el aire. Cuantos pasos ha dado el chico de la mochila. Preguntándome el porque esa mujer maltrata a su hijo y me nacen ganas de golpearla a ella, y no lo hago. Pero sin decir mucho. Diciendo nada. Como esperando los insignificantes signos. De todos modos no haré demasiado cuando recordarte suceda. Ella me mirará con una nostalgia que nulamente reconoce. Sabrá del cine y los alfajores que comeremos, masajeara mis párpados que, prematuramente, se cansan. Claro que voy a intentar elegir. Por supuesto que voy a evadirte. Luego llegarías por la tarde diciéndome del mundo que te tiene harta, y ya no sabes qué hacer con tu nostalgia entera; antes tenía algo de congruencia sufrirnos porque los imposibles son la pimienta de las utopías. Ahora te sufres porque no te queda nada más. Sé que uno de estos días voy acordarme inocentemente de ti. Lo estoy haciendo. Te estoy hablando.


Bah! Ya estoy bajando por una cerveza…



miércoles, 2 de febrero de 2011

Juegos de niños I


Detesto los ‘closed’ signs entre tú y yo. Las horas donde lo único que nos queda un ‘no te vayas’, no puedo quedarme,  ‘ya no tengo dinero’.  Y los etcéteras donde no cabemos más.  Todo eso me duele flotando sobre el aire de la risa. Compréndeme. Es decirte: te preciso a una hora donde no puedes estar. Y lamentarlo, pero estar feliz cuando llegues cualquier día en forma de papel. Desearte besos, chocolate y cigarrillos. Que no tenga nada que ver yo con eso. Pero de igual manera querer tus manos para soplarles vida azul. O crecer dentro de la espalda como arbustos, tal tus poemas oníricos dentro de mi oído. Necesito cantarte a media noche. El íntimo sonido mío haciéndote pájaros sobre el cuello. No sé cómo nace mi afán de perpetuarte el amor, despacio. Arrullarte. Comer de ti. Hablarte hasta que no sepas más de los otros. Sólo mi nombre en tu barbilla. El juego perpetuo de buscarnos debajo de las cosas. Nuestros relatos de lluvia humedeciéndolo todo. Imitando a los adultos en sus prácticas de odio mientras beben café. Te digo que no lo sé. Esta, nuestra vida torpe, nos tiene confundidos. Te digo que no lo sé cuando me preguntas el por qué de mis abrazos. Mi hambre de los huesos tuyos. Bajo el frío de maquina nocturna. Parece que volvemos con otros ojos y otras bocas, que se buscan. Como si no fuesen nuestras, y en pretérito.