lunes, 7 de febrero de 2011

[Ofelia Waltz: Algunos textos (in)Completos]



A modo de debut
o re-inauguraciones
[Foto: M.M]

El insecto se aleja de mí, huyendo bajo de la cama. Tal parece estuvo jugando conmigo dentro del sueño. Era aquello escondiéndome llaves, bolsos, etc. He soñado con mi padre de todos modos. The morning it’s very fine. Hay un amanecer envolviéndome los brazos. Alguien pequeño durmiendo junto a mí. Aun. Pero siento tu abrazo, y mi indiferencia. Lo entenderías nulamente todavía. También es hacer el amor. Mis dedos recorriendo el pliegue de la sábana. Cerrando los ojos y abriendo los oídos a la poesía. O dejarme ir dentro. Hacer música con caricias, apenas tocando. Y hay una tristeza que me desconoces. Ya no tiene nombre femenino. Pero es admirar los objetos y sus bordes. Como verme pasear por la casa con los brazos abiertos y la cabeza inclinada. También es felicidad, lo sabes. Totalmente distinta e impenetrable.  Ese baile inocuo que me hizo diferente a las demás. El sufrimiento egoísta. O la belleza tonta de alguien diminuto e ignorante de la vida y sus edades. Hoy haría doblar todos los manteles, las fundas de las sabanas, los bordados de Isabel, todo eso con un amor definitivo al silencio. Es una tranquilidad perpetua dentro de mí de la que a veces no te hablo. Es soledad imaginaria. Cierto mareo sin apellido que se intensifica por las tardes. Aunque me cubre tu abrigo, miro hacia atrás sobre mi hombro. And the difference it’s amazing, love. 

...

Necesito llegar y besarte las manos. Soplarte en ellas un sueño que ya olvidé. Pero hacerlo calladamente una mañana de martes más o menos a las ocho. Observa, es explicarte que podemos estar así simplemente: yo, sentada en una orilla y tú, caminando sobre espirales de piel blanca. Es posible traspasar paredes en ese instante si nos olvidamos de todo.  Verás, hemos vivido así. Los dos en habitaciones separadas escuchando los muros. O sobre una calle danzando y murmurando los juegos abandonados hace años. Bajo un cielo suciamente gris de noviembre así, silenciosamente, bajando la cabeza y dejándose diluir un poco en el asfalto. Pero a muchos metros de distancia y queriendo no encontrarse jamás. Y sintiendo a momentos ahogarse. O como un orgasmo que se acerca desde abajo. Pero no pensar en ti a esa hora. No pensar en ti. Pasar la página temblando.

...

De pronto en la cara una mueca. Como si me vieras. Aquí. A solas. Sobre la cama, desnudas, la cama y yo. A veces tecleo con tal delicadeza como si fuesen las vértebras de una mujer vulnerable. Desde allí, ya no entiendo ni los ojos llorosos cuando te escucho nombrarme tal y como si significara la vida, que se refleja en ti, siendo una piel y un beso nuevo. Todo es mejor dicho: una sonrisa. Mi cuerpo como ayer que no es más el mismo. Posiciones mías; películas, caridad, besos inoportunos en cada uno de los dedos. Eso te decía: qué estás demasiado guapa, y me muero. Y las muecas. Decías que te las habías aprendido todas. Y no lo decías. Creo que entonces tomabas un cigarro e incendiabas una banqueta. Colocabas tres gritos a la altura de mi garganta para describirme la euforia que significaba: habernos encontrado a las nueve de la noche en cualquier lugar. Ahora permanezco así. Soy una figura pequeña en la oscuridad nocturna y con dos metros así, tuyos, le dibujo un gesto al aire, contando respiraciones perdidas en un momento de excitación. 

...

Sé que en unos días veré una película triste y me acordaré de ti. Lo sé por el ritmo de los parpadeos de ese hombre. Lo sé porque estamos de pie sobre esta acera, él y yo, y hacemos las miradas más adecuadas demostrando cuan serenos nos sentimos. O cuánto pretendemos serlo. También lo sé porque mi madre me da besos dosificados a las doce del día. Y me dice: esa mirada la conozco. Luego se ríe de mí mientras se aleja. Lo presiento, porque igual, por las mañanas me río mucho y juego con los pequeños, y ya por la tarde, cuando todo se va, se muere, se oculta; busco una esquina y el silencio. En un rincón: soledad y azotes fríos contra la carne. Me estoy allí sentada contando pelusitas en el aire. Cuantos pasos ha dado el chico de la mochila. Preguntándome el porque esa mujer maltrata a su hijo y me nacen ganas de golpearla a ella, y no lo hago. Pero sin decir mucho. Diciendo nada. Como esperando los insignificantes signos. De todos modos no haré demasiado cuando recordarte suceda. Ella me mirará con una nostalgia que nulamente reconoce. Sabrá del cine y los alfajores que comeremos, masajeara mis párpados que, prematuramente, se cansan. Claro que voy a intentar elegir. Por supuesto que voy a evadirte. Luego llegarías por la tarde diciéndome del mundo que te tiene harta, y ya no sabes qué hacer con tu nostalgia entera; antes tenía algo de congruencia sufrirnos porque los imposibles son la pimienta de las utopías. Ahora te sufres porque no te queda nada más. Sé que uno de estos días voy acordarme inocentemente de ti. Lo estoy haciendo. Te estoy hablando.


Bah! Ya estoy bajando por una cerveza…



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