lunes, 27 de junio de 2011

Dibuje una risa ici


Me explicaban tu risa con un baile tranquilo, ciertas páginas de libros muy salvajes, unos tobillos débiles jugueteando con las cortinas. Todo eso un sábado temprano, hacía frío. Sentir me dolía. Pero demás. Nadie acariciaba mi nariz ni me daba esperanzas. Me explicaban tu risa; luego una mujer llegaba. Me llenaba de preguntas; decía así: si me pudieran definir tu personalidad, ¿qué me dirían? “te dirían que soy muy cruel”, y ¿es cierto?, “claro”. Pero me sentaba e imaginaba una pared amarilla -ahora la tengo- y ella como todos se marchó. Ahora tengo mi pared amarilla y he colgado un Van Gogh, que bien podría ser lo mismo que mi habitación en el cuadro, y visceversa. Esa mujer dijo palabrotas y las guardó en una caja. Supongo que a veces, me recuerda como a las más finas cosas. Y ya con los planos urgentes, esos que indicaban los indicios de tu boca, me quedaba muy quieta. Había una mezcla de manos en mi cara. Unas intentaban sacarme sonrisas que nunca quise dar, amargaban la noche, jugaban con mi cabello –a enredarlo- eran pequeños monstruos. Era ese montón de sentimientos atragantando el ruido. Mi garganta reconocía el sabor, pero no hablaba. Me explicaban tu risa, y soñaba llegar un día a tus conciertos. Ya sabía la manera de aplaudirte, con la mandíbula cerrada, diciéndome la gente ‘señorita’ y yo detestándolos. Cuando a veces observarte ocurría entre un tumulto de raíces enjaulando vivir. Tu risa era una fiesta impronunciable, decíamos. La verdad no era muy bonita, tenías voz de niño, el peor. No era mi voz cantando bosanova o Chanson francesa  cerrando los ojos. O rompiendo aleluyas en un templo. O queriendo comer todos tus sonidos. Me explicaban tu risa y lo único que explicaban era ‘límpiate los ojos’. Me enseñaban a encerrar tu risa entre dos manos, mi llanto entre dos manos, y el sonido de los ecos que nos dejaba dulcemente diciembre, y teníamos que repartirlos todo el año.

domingo, 26 de junio de 2011



Te colocaría una música diferente, pero la verdad es que no me siento muy bien.

A veces me preguntas si todo sería así, si estuviese contigo. Te diría que la tarde se terminó cuando cerraste la puerta, y todo se hizo nublado demás a pesar de mi cansancio. A pesar de ya no ver muy bien con estos ojos marrones, tan grandes; a pesar de la gente insulsa y el piano, que ahora me suena tan a ti cuando no estás alrededor. A pesar de estar aquí. Te diría, que tengo nostalgia de televisor y otros aparatos eléctricos. Su frío me turba. Los dibujos animados de la infancia, caen, como los grandes. Se terminan. También los amores imposibles vestidos de rojo. Un llanto tan intenso como la risa, que a veces se calla. Tengo incertezas atrasadas contando temblores. Mis manos nerviosas pensando que no te gustan para habitarte. Sin hablar. Mira, mi amor, que no sé cómo definirte la penumbra si eso nos sucede. La señora que me cuidaba cuando niña, decía que soy un artista, y por eso me gustaba la música tan lúgubre. Mi madre a veces lo dice igual; dice: qué clase de conciertos fúnebres estás llevando a cabo, Jazmín. Me dice Jazmín, como con S, y le sonrío. Dice que no se aprende mi otro nombre. Hay momentos donde me ve reír mucho y se burla de nosotras. Con toda mi altanería me retiro de su sombra gris, y busco refugio lejos de su crueldad instruida, y tantas veces por mí. Ya tú lo sabes. Estaba supuesta a dejarte hace tiempo. A contarles a muchos cuan afortunadas fuimos, y que nos marchamos sin temor a los mañanas. Pero ahora, tengo miedo. Tengo terror a la felicidad y a la infelicidad. Y a la desnudez. A los grandes aeropuertos y mujeres llamadas María, cuando te dicen adiós. Quisiera colocarte en una orilla esa música de mañanas dulces. A morning song, tan Sergey Yevtushenko, pero son las seis de la tarde y alguien como tú me diría que con un vals es perfecto, y no sé que día es ya, no sé hablarte más de paraísos o carnavales. Voy a poner un waltz, y tú, mi amor… dirías que eso, eso… 

miércoles, 22 de junio de 2011

Azul n° 1 y otras conversaciones con Waltz



“Parece que va llover” era una de mis frases favoritas.

-          Sí, me decías ‘puedo olerlo, ¿no lo hueles?’, me parecía muy tierno que lo dijeras así, tan espontáneo
-          Es que me querías entonces, mucha lo gente lo dice, todos creen de veras entender el génesis de la lluvia
-          ¿Qué? Pues no, me gustaba como lo decías tú, porque lo decías tú, por eso
-          Qué antes me querías mujer, por eso te gustaba
-          Pero yo te quiero todavía, y más que eso
-          Hoy estoy azul, ¿verdad que azul?
-          Sí, azul. Puedo notarlo, la carita se te escurre como el agua
-          Sí, bueno, hay cosas que nunca pueden contenerse con las manos
-          Deberías escribir ahora, justo ahora, justo, tan justo que yo voy a escribir por ti, voy a prestarte mis manos
-          Seguro voy a escribir más tarde, creí que era un pacto
-          Un pacto, ¿con la lluvia?
-          No, no, contigo, claro
-          Conmigo no hiciste ningún pacto, aunque a veces lo parezca
-          Ummm
-          Me gusta cuando haces ‘uhumm’ y suspiras, e inclinas la cabeza, como si de pronto te quedaras sin aire, creo ese era mi gesto favorito, y el de los ojos en no sé donde
-          Tu cuerpo
-          No, no ese no, ese siempre lo odié
-          ¿Oh si? Lo presentía pero no estaba segura
-          En no sé dónde, que no es mi cuerpo; no me gustaba que te gustara mi cuerpo
-          Bueno …
-          Sí, no me digas más. En no sé dónde me refiero a los puntos en el aire a los que siempre te aferras
-          Como el equilibrio
-          La mirada y el equilibrio, sí, algo como eso
-          Parecido a eso
-          Sí, ese  y el de “te odio tanto como te amo”, ese también me gustaba
-          Ese ya no me lo sé
-          Y me alegra, jamás vuelvas a mirarme así, por favor, Waltz…nunca más así
-          Voy a escribir ahora
-          Bien, me quedo a verte
-          No, cuando te vayas
-          Y las manos ¿cómo te doy mis manos?
-          Déjalas allí, sobre el escritorio
-          Chistosa
-          Déjalas allí, te digo
-          Aquí, aquí mis manos, en tu espalda, ¿recuerdas?
-          No, no lo hago
-          Mírame, mírame de veras
-          Te estoy mirando
-          Bien, sigues siendo ciega, tantas películas te dejaron ciega
-          Cierra la puerta cuando te vayas
-          Cuando cierre la puerta no voy a volver
-          Pero deja, deja tus manos sobre el escritorio
-          Llueve
-          Pues les pones una manta, pero las dejas igual.

lunes, 20 de junio de 2011

Más exacta que Elizabeth Shue




Hacíamos las cosas incorrectas. Yo bebía hasta que me encontrabas, yo sufría de verme hasta que me encontrabas, yo viví para encontrarte.

Pero entonces no te conocía. Entonces no me conocías. Entonces éramos gentes en el pesado tráfico, nos mordíamos las muñecas cuando nadie nos veía reírnos, sernos, un rechinar de ansias batiéndose en la boca. Nos adentrábamos en el bullicio cuando nadie veía. Los amores eran cuestiones de colores brillantes que cegaban los sentidos, la mirada era negra, negra, todo era negro hasta esa misma luz. Era la imposibilidad en la oscuridad de mi cabello. Una espesa vacuidad  que tantas veces le cantaba serenatas a un balcón que nunca abrió la puerta. Pero el esplendor estaba allí, tú no estabais allí. Estaba alguien, alguien estaba. Jugaba con mis omoplatos y me daba más alcohol. Yo bebía para beberle. Yo cantaba para saberle, canté para llorarle. Y era todo muy lo mismo.

Tenía fragilidad en los hombros y la cara descompuesta. Vamos, vamos, todos me decían vamos. Así se aprovechaban para manosearme. Me dejé tocar, para tocarle. Me dejé estar allí para sentirle. Sentí antes para hacerme un hueco. Abrí la puerta, ella abrió la puerta para que entraras. Luego me hacía muy dulce y decían que algo malo me ocurría. Decíamos; esto está mal, debimos ser buenas personas –o muy malas personas- para merecernos esto. Pero como ya no importaba, como ya todo estaba allí para encontrarte. Me rendí.

Hacíamos todo para jugar a lo difícil. Son los juegos de amantes, apenas. Lo hacíamos, en serio. No era ir al supermercado, la lavandería, mi azotea –que no era mía- pero que primero nos vio. Primero nos vio, seguro lo recuerdas. Los megáfonos afuera anunciaban campañas políticas y yo pensando: esta mujer se pierde la tarde conmigo. Yo pensando que casi –casi- era mía la posibilidad de poseer a alguien sumamente improbable. Que aquí amaras mis palabras. Qué allá, entonces, mis contradicciones desmedidas, los malos hábitos. Que me quiera follar a algunas, lo digas: sé que es mentira, y sé que es verdad.  Algo así, fue algo así. Dijiste. Pero después fue hacer algo maravilloso contigo –y dos veces-.

Hacíamos todo al revés, hasta dormir con las manos cerradas. Ahora juego los dedos como abriéndome a tu roce. Y bebo específicamente para derretir palabras que siempre sabrían a la primera impresión; yo tenía el cuerpo desmedido con sangre diminuta que dejaron ciertos dientes. Alcanzaba a ser trovador de una banqueta, me dolía en lo desconocido de ti, la flaqueza de pertenecerle a quien no me encontraba nunca.

Pero viví para encontrarte. Viví para encontrarte. Y bebo un poco en esta línea. 

domingo, 19 de junio de 2011

Montón de íntimas cosas


A veces esas conversaciones de café y luces rojas titilando en una cocinilla. La luz  alrededor tenue, tenue, por supuesto. Miradas provenientes de hombres de guitarra, mi sonrisa ensayada muchas veces. Que luego se me desarma de gusto. A veces eso; mi querida sin nombre, a veces silenciosamente como un piquete en la rodilla. Pero es más común esa familiaridad de líneas en las manos, las hojas que ruedan sobre mi calle favorita –la de mi amiga, la más antigua- ya de noche, esas tontas e íntimas cosas. Y un jazz vocal con pianito a lo Charlie Brown, y mi voz que se supone adorabas; y el fragmento de un libro:

Qué hermosa noche ¿no te parece? Qué maravilla de tiempo, y yo pensé Está pirado, se pone así con la edad, el agua resbalaba sobre el caudal de la espalda...”

Así, esas íntimas cosas. Como a veces olvidar dormir, rezar, comer. Olvidarlo a las doce de la noche, porque el taxi va muy, pero que muy lento, y el señor intenta hacerte plática que ha estado muy tranquila la noche, aun con amenaza de masacre. Y alguien insistiéndote en francés doucement, le ciel… alguna cosa así. Ya luego no me interesa, el cuerpo se te pone blando de pensar en racionalizaciones.  Se tiene que regresar a mirar el reloj y los bailes lentísimos de las pestañas. La garganta nos duele de frío. Hay palabras indescifrables. A veces precisamente murmullos. Ya no los escuchas.

También, el sabor de una frambuesa y pan levemente quemado. La dulzura de una boca que sabe a pastel, por niña. A veces el llegar a casa, desmaquillarte, el agua sobre la cara, mis pastillas de paquete rosa y los pies dolientes.  Y la ambigüedad sonora de los tacones, ¿aun los utilizas? Me descubro cantando en ocasiones. La piel ya no me sabe a nada que reconozca. Hay conciertos de mujeres que me cogería sin pensarlo, las dejo allí. Descanso la cabeza en la nevera. Y vuelve el temblar de las luces como si se murieran en los ojos. Como grititos de amantes que me recuerdan la calentura debajo del ombligo, pero también lo gélido de noviembre, y la parada de autobús, que suponía, lo supuse después de escribir mal alguna palabra mientras todavía era de noche. Esas íntimas menudencias que recalco, cuando me hablan de un vuelo a no sé dónde. La ignorancia de la vida contigo. Decir, afuera, amanece y suenas. Y “mañana despertaré con cuarenta grados de fiebre y una neumonía, preví, y este hablándome de la hermosura de la tarde y de la maravilla del tiempo, el letrero de la cervecería se reflejaba en la acera,…”

La cervecería ante todas las cosas me muerde la soluble sensación del frío. Y me reservo la cruel necesidad de desmemoriártelo todo.

viernes, 17 de junio de 2011

De conversaciones con Waltz y otros métodos de tortura



-          Quería quedarme, te lo juro
-          Era totalmente innecesario, y lo sabes
-   Tal vez por eso. El mero hecho de saber cuánto no me necesitas, y tener la ceguera suficiente para querer estar, insignificantemente, contigo
-          Es que eres muy tonto
-          No, sabes, creo que tú lo eres más
-          How come?
-          ¿Qué?
-          Qué, cómo
-          Sí bueno, creo que la tonta eres tú
-          Que ya me lo has dicho, pero cómo puedo ser tonta yo, eso es imposible
-          Ah ...detesto cuando te pones así, pero lo detesto tanto como me gusta, eso es lo peor que puede pasarte, ¿te ha sucedido?
-          Pues claro; he amado a mujeres, eso viene con el paquete, por ejemplo
-          Nunca he entendido del todo como de pronto te gustaron las mujeres, y a la vez lo entiendo. Pero mira, eso te hace más irresistible…
-          No seas ordinario, eso es algo mejor dicho...natural, que me gusten, y lo otro también. A mi lo que me sorprende es esto, tus sucias manías…
-          Qué es ‘esto’? ah..pero si antes te gustaban
-          Antes era tonta, ¿viste? pero yo hablo de que estés aquí y que sepas que voy a rechazarte y sigas aquí, and so on
-          Eso, bueno eso va cambiar algún día, no siempre quiero quedarme como el lunes, el lunes quería quedarme
-          Pero yo no te pedí que te quedaras
-          Lo hacías
-          Claro que no
-          Claro que sí
-          Que no
-          Bueno no, pero el lunes quería quedarme, habías sido muy cruel y yo me moría por hacerte el amor debajo de la mesa
-          Jajaja … ya debo irme
-          Tienes un manual a veces, te decía mi deseo y luego ibas a irte
-          Se llama ‘retirada oportuna’, supongo
-          ¿Te estás quedando sin pechos o es mi imaginación?
-          Eres un maldito, pues no, una talla menos no es quedarse sin pechos …
-          Es que me gustaban así …
-          Jajaja…Me voy. Te veo mañana ¿no?

martes, 14 de junio de 2011

Requerida y noche




Desearía la noche
como el movimiento constante
                             de los muslos
                     atravesando el mar.


Sus pies pequeños, arrugando las sabanas
                a la espera de mis dientes,
el sonido de mi piel estrellándose
con suavidades extremas,

y su voz amortajándome el nombre
con el que me busca,

y que fuese requerida como la espuma
                        en los bailes de salón.

                        
                             :::


Amaría la noche como
   al viento matutino
y las manos triturando viejos olores,
                         esos
en los pueblos que no nos solicitan.

Que la capilla se vaciara,
y por fin cupiésemos nosotras sin velo alguno,

y la oscuridad en los ojos se disolviese
en las pupilas como juegos pirotécnicos.

Pero sólo alcanzo a parafrasear
               idiomas anglosajones
mientras mi lengua desenlaza tormentos,

pregunto por alguien,

la vida se oscurece
                    cuando me estira los brazos
me besa con los dedos en la boca

y se eclipsa la luz.

domingo, 12 de junio de 2011

Vespertine in M




Ella se va cuando anochece, y me queda
el ruido de la gente que no me puedo soportar.

Queda también, una música verde y su silueta blanca,

como desvaneciéndose entre cosas
y tumultos eclesiásticos,

como derritiéndose por fin
entre frágiles mareas en el ocaso.

Y mi voz le canta un ‘tonight’ en un ritmo de Idaho,
y pensamos, y decimos que simplemente
no se puede ser más exacto

o más perfecto

oscurecer

sobre el columpio de su pestañeo.

Although,


existen, ciertos placeres vespertinos innombrables.
Están los de cama, los de sofá, y los de piso

están los del aire, los del agua, los de raíces

y están los de escuchar un ukelele mientras
le dices adiós, hasta mañana,
                                 y te muerdes los labios.

domingo, 5 de junio de 2011

Esa sensación


Broken butterflies in rain
(o de Mariposas rotas bajo la lluvia)

Esa sensación lacrimosa de que ha llovido la noche anterior, y respiras humedad si te descuidas. Involuntariamente, por supuesto. En el barrio hay un silencio de misa e iglesias, y los autos están quietos como estatuas por fin, aparcados en el porche. Casi rogamos por la certeza de volver a casa, empujar a quien deseas tanto a la cama, quedarse así, con esa sensación de llover y el ruido, el ruido íntimo sobre todo, el de tejas o aires acondicionados que se apagaron a las seis treinta de la mañana. Piensas en ellas, ella tan hacia un mar de sur, y la otra ella en algún sitio en el norte a la derecha, como a la derecha del mundo, sin ser totalmente así. Es por eso que notas grietas en las manos, y dices amargamente: esta casa no es más mi casa. No sin ti. No sin ella. Por eso, también, revives tu calidad de fantasma lúgubre aunque a las once salga un sol límpido a secarnos hasta las entrepiernas; y el murmullo de la nada sigue evadiendo los intentos por acercarnos más, por revivir un poco más, por tocar la vida que un día se nos dio y súbitamente, no sabes dónde carajo a quedado.

Pero,
                          no ha sido nuestra culpa.

                                                                                 Te lo digo.                             

                                                                                                                         Mi amor.

Pretendo regresar rápido a casa. Inventarme un bar como antes, un club de jazz como los que dicen existen en muchos sitios de Nueva York, aunque de Nueva York sólo conozco relatos. O quizá, quizá como San Francisco, donde me habían dicho que se mudó aquella que ya dejó de llamarme. No importa, tampoco la recuerdo. Es esa sensación incompleta de encontrarte. Es probable que hoy beba hasta dormirme, con esa sensación de pérdida impenetrable, esa de los acordeones, de las que a veces sí me acuerdo. Sólo como método didáctico de comparación con las problemáticas actuales. Siempre terminan siendo diametralmente diferentes. Y me alegro tanto cuando me convenzo de ello.

Al recordar esa sensación de tus manos y tu boca mientras suena Jean Yves-Thibaudet.

Amanece otra vez, hacemos el amor dos veces en cuatro horas.

Y somos, envidiablemente felices de nuevo.