Desearía la noche
como el movimiento constante
de los muslos
atravesando el mar.
Sus pies pequeños, arrugando las sabanas
a la espera de mis dientes,
el sonido de mi piel estrellándose
con suavidades extremas,
y su voz amortajándome el nombre
con el que me busca,
y que fuese requerida como la espuma
en los bailes de salón.
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Amaría la noche como
al viento matutino
y las manos triturando viejos olores,
esos
en los pueblos que no nos solicitan.
Que la capilla se vaciara,
y por fin cupiésemos nosotras sin velo alguno,
y la oscuridad en los ojos se disolviese
en las pupilas como juegos pirotécnicos.
Pero sólo alcanzo a parafrasear
idiomas anglosajones
mientras mi lengua desenlaza tormentos,
pregunto por alguien,
la vida se oscurece
cuando me estira los brazos
me besa con los dedos en la boca
y se eclipsa la luz.
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