Ya sé que te dejo así, ya lo sé. Estabas esperando la caída y no fui más que delirantes subidas desde un abismo. Y lo contrario. Me callaba -a momentos- suspirabas -a momentos-. Todo se disfraza de azul. Un azul nuevo que no comprendemos. Agua entre los muslos, y mi voz, que si no me dices te juro que sé que la amas. Mira, la gente piensa a veces en nosotros y se masturba (la mente al menos) esto te lo digo bajito en el oído, y sonrío. Inevitablemente. Hay esa música. Las voces graves de nuestros artísticos ombligos entre la sombra, y la luz pese nuestra oscuridad, de las botellas de cristal fundido a no sé que cantidad estratosférica de grados Celsius.
[Este dato técnico te fascina y lo escribes en un cuadernillo cualquiera. Pero intento regalarte mis rodillas]
Y tú no me creías. Pero haces tu guerra deforme. Huyes cuando faltan veinte minutos para las nueve. No me crees que por las noches me peino y me visto para no sé que fronteras divisorias, como debajo del mar, como danzando bajo del mar con interesantes obsesiones por la arena. Llegar al fondo así. Estamos sopesando profundidades extremas. Sin embargo preguntas, supones, que la medida de la estancia infiere en si tengo la fuerza suficiente en los ojos para verte aun de madrugada. ¡Ah cariño! esto es tan lento. El delirio de las dentelladas al aire, que me quedo quieta. Y yo, que casi apuesto tu llegada y tu venida. Abro las ventanas y las puertas. Me vuelvo más yo, como hace años. No te lo sé explicar. Levanto especulaciones falaces. Y bailo con una copa antes de aterrizar en la cama, tú me conoces el cabello suelto a medio lavar, jugándote en la cara hasta que te rindes al terrible y estrepitoso salvajismo de mis manos. Que te dejan así, como si nada.

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