domingo, 13 de octubre de 2013

Esto es como existir, y no. Una doble vida-muerte. Me gustabas toda. Toda. Hasta el techo con juegos cromáticos que cubría tu existencia; tus amigas y tú, todas de negro. Me quedé el domingo viendo fotografías de cuando estabas en la que era tu ciudad aquí, en México. Sonriente. Roja. Radiante. Esplendorosa. A veces olvido que siempre fuiste una persona muy feliz, y yo era quien te hundía. No, tampoco.  No era yo quien pasaba felices las horas. Mi tristeza de esos años te salpicaba hasta los tobillos. Y eras lo suficientemente buena para gozar de mí, levantarme, recordarme que entonces tenía sentido ser quien era. Poetas y compositores hacían reverencia. Aunque hubo momentos donde mi sangre te daba hasta el cuello. Y no podías, no podíamos sernos más. Ahora lo recuerdo bien, fue hace tantos años. Luego conociste el amor después de mí, y con ese te quedaste. Claramente buscabas otras maneras para ahogarte. Ay amor.  Hace tantos años de eso. Ahora me marcharé al océano una vez más. Te escribo otra carta que no envío porque es la única respuesta ante el silencio. Cada vez más lejos. Mi padre nos hará allí una casa, y como no hay a nadie a quien quiera menos, ni más que ti, jamás; no pensaré un sólo segundo en que me abandono otra vez a mí misma. A que jugamos al destierro. No. No pensaremos más. Esta vez actuaremos, y encenderemos fuego. Ya siento como se extingue todo. Es un aire de sur, es una brisa de mar que arrasa con todo. Es más evidente dentro de la música del sueño. Más palpable, más necesario, más rotundo. Es tan absurdo sentir nostalgia de uno mismo. Que el verano se terminó, y estamos tan lejos. 

1 comentario:

Emilio Rodríguez dijo...

Otro placer más. Me transmitís algo que me suena familiar, y esa manera de decirlo tan "impulsiva", desestructurada, rompe cualquier esquema. Un beso!