miércoles, 6 de julio de 2011

Mareos y latitudes



Ella escribe en la pared: lo que se resuma a ti. O algo parecido. Yo le hablo de mareos y latitudes y un incienso que he olvidado en la tienda de junto. Los vestidos de encaje, mis brazos, la sintonía de las mareas. Comprende que tiene que detenerse allí; la hora es perfecta para tres besos. Y que también, son muy diminutos. Me dice: entiendo que debo dejarte. Yo comprender que debe dejarme, y muchas veces la palabra No con dos pasos hacia atrás y luego hacia delante. También sé que tu vida, la real, es otra. También reírse en su cara cuando me predica esto, que no entiende, no lo sabe. También tocarla, también obligarla a que entre despacio a la habitación, susurrarle mientras le muerdes la oreja: sé de igual forma, esto no quieres hacerlo... y se marea. Te toma del brazo, se sostiene de tu cintura, cierra los ojos, abre la boca. Put me down, put me down. Hay vocablos que siempre repite –al igual que yo—y no comprenderlo. La inutilidad se le desarma. Continúa su delicada manera de hablar entre dientes, a veces provocando con la lengua. La lengua filosa deletreando la embriaguez de los sentimientos. Y también me mareo, también le digo al piso que nos merecemos una tregua. Además de la sutil aspereza de las paredes, su frialdad, el color fuerte que te empuja hacia ellas. Coloca de nuevo una pintura blanca con la que dibuja una línea vertical, no me lo dice, pero entiendo que quiere decir: nos hemos perdido.  Verle para volver. Volver para verle. 

Y besarle los pies, siempre de manera sumisa. 

 

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