jueves, 27 de noviembre de 2008

Relatos de cocina y soledades

Esperar a que hierva el té. Me decía, Yo me decía. Lavaba los platos, los vasos. Me pregunto si cualquier nuevo hogar que me pertenezca tendrá una cocina pequeña en tonos rojos o verdes. No sé si allí lavare los platos mientras espero el té. No sé si allí, como a las seis de la tarde, se nos encarame el mutismo con todo su peso de perpetuidad. Con toda nuestra culpa. Después, recargarse en la repisa y sobre el azulejo blanco. Y su limpieza te conversa de cosas que jamás van a venir. Me hablaba de ti, me hablaba de nadie. Un Nadie muy grande a la orilla de cada escalón que da hacia las habitaciones. Tú sabes, esas cosas duelen. Duele, por ejemplo, ver una bacinica pegada a una pared azul. Una fotografía pequeña donde dices se ve el mar medio de lejos, o el sitio donde se guardan los zapatos. El gancho para colgar pantalones desgastados. Para mí, eso duele. Nunca he sido tan complicada. Ni tan especial, ni tan artística. Sólo soy yo y como esperando el té, hablándome, hablándote de estanterías como se habla del clima, como la gente de diario dice: hace un buen sol. Pero no. No sé, si algo de esta posición se llame cansancio. O soledad. Por que he puesto dos sobrecitos dentro del agua. Dos tazas a lado. Espero a que hierva el té, para servirme. Servirte, por si acaso quieres. De lejos, y en silencio.

martes, 25 de noviembre de 2008

La malade imagginaire

A Stephen Crown

Siempre fui una niña muy enferma. Ahora estoy en el mismo hospital. Ella no ha venido a verme, ni…vendrá. Tú estás como todos los días, desde hace unos cuantos años. Me proporcionas mis medicinas. Los sábados por la mañana cambias el color del tulipán. Le pones agua. Me lees un libro que me haga reír. Y hace semanas que ya no hablo, estoy, nada más estoy. A veces te veo y te admiro hasta que mis ojos se parecen más a ti. Al reflejo de ti. Y te sonrío. Te mando un beso como sólo los sé mandar yo. A veces viene mi madre, y llora un poco, me da un beso sobre la mano, sabes que me gusta besar a mí también esa parte del cuerpo. Cuando estaba un poco sana, le tomaba fotos a mis muñecas, que como nadie muerde, me gusta morderlas yo. También me das masajes. Cepillas mi cabello. Me tocas los labios con los dedos cuando crees que duermo y no me doy cuenta. Parece que después de todo no está tan mal, esto. Y tú cuidándome por las noches. Y estar ahí cuando toda mi familia viene, se lamentan, me hacen un pequeño show. Luego se van y te quedas. Te llama el médico diciendo que hay una nueva opción. Lo piensas un rato. Pero sientes que eso no está bien. Me han llenado de jeringas el cuerpo, ya antes. Alguna vez rechazaste el viaje hacia una clínica ubicada allá al norte. Te has cansado de todo lo que me dicen, de los químicos, de los tratamientos que me queman los pulmones. Así que haces como vimos en televisión. Tomas mi camilla, y corres, corres y corres. Evades, burlas a las enfermeras y los señores doctores. Salimos hasta la calle. Yo te veo al revés, desde abajo. Tienes una cara aventurera y segura. Y vamos a través de las aceras, y de pronto alzas los brazos, señalas el nuevo bazar. La mujer delgada que antes era gorda. Los niños de colores. Te miro, dices: Don’t worry beautiful. Me miras, te sonrío. Y supongo que seguimos, y sigues corriendo. No hemos encontrado ningún lugar llamado algo así como “Heartbreak wonderland”.

martes, 18 de noviembre de 2008

"Beauty and a widow"


Llámame. Voy a estar en un bar…o, sólo abajo, en la cocina. Absolutamente borracha, por supuesto. Pero llámame, tienes todos mis números. Es necesario decírtelo. Durante todo el día escuche el tema que dice: tienes la belleza de una viuda. O algo así. Qué cosa más poética, cierto. Piénsalo bien, eso nos explica algunas cosas. Te he odiado hoy, y mucho. Te he amado igual, muy a mi estilo que dicen es muy del masoquismo. E idiota, claro. Intencionalmente. Vi mucho una de las películas que más nos gusta. He llorado también, hermosamente. Ya sabes que mi cara es redonda, y tengo manos pequeñas. Entonces cuando me limpio los ojos, y los pómulos, parezco más un niño pequeño, un poco gordo o desnutrido, de esos que corren desnudos a través de la ciudad.
El clima gélido ya está llegando. Casi siento un orgasmo instantáneo, de esos parecidos al dolor, o esa cosa que te revienta en el estomago. Como un Big Bang interior. Aunque ya sé que eres más partidaria del Creacionismo. Le he dicho a alguien que morimos muy lento. Y que no. No. Nada es seguro. Por eso, sálvame. Llámame. Probablemente esté tirada en el piso con el suéter rojo, el único que tengo, el que me pongo muy contenta cuando llevó a los niños de la mucama donde los columpios. El de la foto, donde sólo capté mi manga. La conoces bien. El otro día se me perdió y lloré por horas. La prefecta lo tuvo guardado por días, y días. Y yo lloré por días, que tuve que cortarme varias veces. Hacer como a los dieciséis, ponerme curitas color carne. Ni siquiera de mi color. Luego creer que se sana como el sistema inmunológico desarrolla la fiebre. Al natural.
La canción también dice: voy a cegarte con mi orgullo. Pero yo no haré nada. Voy a estar huyendo de mí. En un bar, o cerca de la cantina que ha improvisado mi madre. Cínicamente cerca del televisor. Confieso que ayer fumé con la chica de ojos claros. Me cubrió con una sabana y una cobija azul, o, era de rayas. En la oscuridad no se ve bien. Aun así, parece que le ha crecido la cadera y el trasero. Pero tú. Tú, llámame. Eres todas las chicas que me han roto el corazón.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Dinámicas inofensivas del silencio I

- Estoy feliz de verte. No me dice nada. Es natural, es natural en ella. Con la mano derecha se arregla el flequillo. Luego voltea a la calle como si mi rostro ya le hubiese dejado de ser familiar. Pero es sólo despecho. Tristeza. Negación. Es tan dulcemente igual. Por supuesto, no nos hemos tocado. Ni un beso, ni un abrazo. Guardamos la distancia exacta para un acecho prologando. O para no llorar a solas en un sitio casual, público. Es como un pacto no hecho. Muy a pesar de tener pocos minutos ahí sobre la misma tierra, explicándonos la vacuidad del tiempo, cuando le contiene la mudez.
- Leí tu último libro, me pareció….bueno… - ¿te pareció….? - Perturbador. Uno pensaría que el destino de una mujer no debería ser así. Es decir, en un mundo ideal, ella y el hombre de tu novela no hubiesen sido tan idiotas teniéndolo todo a su favor. - Y eso te pareció perturbador. - Pues claro. Me habla de tu propia frustración.
Hace una mueca de molestia, sarcástica. Como una sonrisa partida por el ego. Esa nunca la entendí muy bien. Generalmente era de recordarle que siempre habría nuevas formas para rebelarme ante su mal gobierno. Y eso le perturbaba. De mí, de quien sea. Introduce su mano al bolso de diseñador. Saca su cajetilla de cigarros. Enciende uno.
- Pensé que lo habías dejado, o mejor dicho…pensé que para esta edad tuya habrías comprendido que debes dejarlo. - No seas ilusa, por eso se llaman vicios. No se dejan. - Yo ya no lo hago.
Ríe ampliamente. Intuyo que se le ha desatado la hostilidad. - Sí, querida. Pero estás aquí. - Pasaron cinco años. Nada tiene que ver con los vicios. - Bien entonces. ¿Quieres uno? Digo…para la ocasión. - No gracias, ahora, el alcohol me es suficiente para sedarme ante la vida, Igual ,no me evadas, hablábamos de tu libro… - No quiero hablar de eso - ¿Te avergüenza? - Por que habría de avergonzarme. Lo publicaron, es decir que para alguna editora mi jodido trabajo es bueno. Así que…mejor hablemos de ti
Hablar con ella de mí. Creí, que ya no teníamos veinte. Siempre pensé que si alguien observara, nos observara, en cualquier momento, en cualquier situación. Nos creería tan inútiles. Y es que todos tenemos cierta porción de inutilidad. Por ejemplo, soy capaz de…No, yo soy completamente inútil. Lo más probable es que en unos minutos ya no tengamos algo qué decir. Será mucho silencio. Hablar de mí, joder…es tan aburrido…Hay que cortar el silencio, con unas tijeras de simplicidad.
- Soy un tema tonto, lo sabes bien - (Calla unos minutos, voltea de nuevo hacia la calle) Vaya, sigues siendo tú…tan tú… - ¿Esperabas otra cosa? - Esperaba, que pudiésemos tener una conversación ordinaria, tú sabes, como tantas otras gentes… - Las otras gentes a lo mejor y son mas complicadas, cómo sabes que tienen conversaciones ordinarias… - Sabes de que hablo cuando te digo eso. No renegabas toda la vida porque definitivamente no congeniabas con “la gente promedio”, y que luego entonces, estábamos nosotras, y las otras, y los otros y así…No decías tú, lo difícil que es sólo decir, y sólo pensar, en cómo estás, cómo te llamas, qué hora es…
Tendría que agachar la cabeza. Mover el cuello. Está molesta, está agobiada. Tengo poco qué responder. Extrañamente me ha envuelto con toda la ciudad. Encima, abajo, sobre este lugar, alrededor de la mesa. Entre las sillas. En la risa común de quien mas toma café. Me duele la boca. Y me parece, que por un instante se ha arrepentido de venir aquí. De estar, sin comprender la razón exacta del tiempo y del espacio. Obviamente son nulos los porqués.
- ¿Estás feliz de verme? - (Sonríe. Enciende otro cigarro) ¿Escribes al menos? - Naturalmente - (Vuelve a sonreír)
Y bueno, yo tendría que sonreír también. Y no decirle “tengo tristeza”. Y no esperar simplemente cualquier respuesta a mi pregunta, diferente al valor de los silencios.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Arabesque


Existen momentos donde tampoco sé qué decirte. Y cuando eso llega, abuela, me siento. Me quedo muy quieta sobre la hamaca. Ya sabes qué difícil tarea es esa. Y tal como esta tarde, escucho a media voz, el Arabesque. Te miro de re ojo entre el arco de la cocina. Estás interrumpiendo mi pensamiento. Enciendes la licuadora. Yo miro hacia la reja color terracota que hizo el abuelo tantos años atrás. Hay olas verdes. Y minutos antes, bailaba frente a ti al sonido de las flautas. Y decías, te fascinabas: esa tu música, es bella. “No la habías puesto”. Eso me regala una sonrisa. Por que no te gusta Beirut, parece que tampoco la música folklórica que recolecte desde Ucrania. No te gusta ni siquiera algo elemental como Piazzola, y mucho menos Tiersen. Y me causa mucha gracia como dices de María Callas una histérica. Sólo cierro mis ojos y bajo la cabeza. Música de mi edad dices. “Escucha música de tu edad”. Das un ultimátum. Mas tarde, ya a las prisas, me tienes ayudándote con un cuchillo. Lechuga finamente hay que picar. Cerca de la ventana doble. He puesto también, un par de veces el mismo tema musical. El aparato es viejo y se escucha terrible. Tengo pesar por mi abuelito por que le he contagiado la gripe. Abuela, comprendes…qué hay veces que no sé qué decir. Sólo un Arabesque. Pero algo bueno ha salido de todo esto. Me he dado cuenta, abuela, que después de tanto tiempo, tantos años, y tantas costras arrancadas. Todo el mundo podría odiarme, menos tú. Necesito levantarme, afilar la hoja del cuchillo, bailarte. No dirías mucho. Necesito explicarte que esos músicos son de Noruega. Y la danza de los galos, pero no me pondrías mucha atención. No notarías que en momentos como aquellos, mientras preparamos la comida, no tengo nada más que un Arabesque. Las olas verdes, y mi mirada hacia la puerta. Como hace papá, cuando tiene que partir.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Volver

Fotos por M. Waltz
13 de octubre Querida Brecha: Hay días donde ya no sé que hacer conmigo. Donde a lo mejor “volver”. Pero eso me sucede cuando duermo por largas horas, y sobre mí, una fina capa de sudor. Y la habitación pequeña. El nulo aire. Pienso en el Volver. Hacer aquello de vivir. Y ya no sé que hacer conmigo. Luego me despierto, busco sombras en la habitación. Rostros de niños en las paredes. Nadie en casa, puertas cerradas. Ya como a las dos de la tarde, alguna situación vuelve a la normalidad. Y digo: nada. Quisiera irme. Quisiera ya hacer algo conmigo. Después, la abuela pide que vaya a la tienda. Y cómo querer irse entonces. Si subiendo la colina, el viento. Camino a la tienda, a los lejos, las montañas. Cuando regreso a casa, y los tres en la mesa, querida Brecha, no quiero Volver. Hay momentos en que, hacer algo, lo que sea, no sé. No importa.
Días después, cuando la abuela salio muy temprano
Mi amor. Tan tibia y tan dulce. Ha parado de llover. Y la abuela todavía no llega. Ojala te prestara mis ojos. Pues, tengo la vista fija en la colina. Un poco hacia la barda. O lo que aquí se improviso como una barda. Es una serie de ramas y algunas flores de color rosa y rojo. Las que me comía a los cuatro y a los tres. Están también esas cazuelas de peltre por todo el jardín, alrededor de la banca de cemento. South San Gabriel en el aparato musical. Casi la lluvia ha cesado su alud. Estoy a la puerta, estoy esperando. Hay una soledad perfecta en este sitio de la verde nada. Como un pequeño Trachimbrod. Si tú supieras, si hubieses visto. Esta manera en la que tú parecías tibia y dulce. Pensándote yo, mientras el desayuno. Visto sólo las bragas y un largo blusón. Ya vieras, los hombres que trabajan en la casa de frente, me miran. Siempre disimulando que no reconocen mi locura a cincuenta metros de distancia. Sigo con mi costumbre de hablar sola. Y yo, los volteo a ver sólo una vez, como que no me doy cuenta. Y sigo hablándote, siempre. Por que ves, mis labios también se mueven. Pudieras escuchar mi voz, pudieras nada mas verme desde lejos, como ellos. O desde la hierba tan alta. Pensándote, extrañándote. Y todo eso, con furia. Con ganas de decirte: Amarte. Dulce. Tibia. Como lo que ya no sale de mí. Como lo que ya no hemos sido. La lluvia ha cesado por completo. Mi abuela llego en un taxi rojo con blanco. Y el día se ilumino desde su falda.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Poemas huerfanos I


- De las noches ebrias -
Además del alcohol estás tú.
Me pregunto la posición provocadora en la que duermes,
entre la música del bar y el vómito común,
pero te prometo...no mío.
Ya tenemos experiencia en estas flagelaciones.
Lo sabes bien.
Tú talvez más que yo y pienso
la palabra: imaginar.
Te imagino entre mis muslos morenos
y tibios o en el baile
hacia abajo
hacia arriba
de lado a lado,
en la música.
Porque además del alcohol
estás tú y mi fiebre próxima
como "un cabaret ambulante",
y el público tú,
a que bailas conmigo,
nos decimos con mímica: te amo.

Imaginar/tu cuerpo dormido encima del mío,
  ….aprovechándose del mío
  ....................caray... qué tiene el vodka...
 que nos hace libres.

 ___

 Suscribo;
 lugares con tu nombre:
 los callejones,
los vasos de plástico,
los sitios en la red con canciones gratis,
las entrepiernas muy limpias,
las calles húmedas de amor,
el lugar vacío donde la lluvia se siente feliz de llorar
y por fin,
se masturba.
Los días con viento tardado,
las copas frecuentadas,
melodías anacrónicas que se derraman desde mi piel,
los instrumentos con un sitio acomodado
para los besos de bellas mujeres,
y el lugar preciso de nuestra ausencia
cuando te dan ganas de correr,
trasladar el espíritu,
donde te habita el sonido,
 de tacones alejándose.

 ___

 Las historias se escriben una y otra vez así mismas.
Enloquecidas, llenas de fiebre.
Por si solas, siendo flemáticas,
bastante egocéntricas.
Partidarias del narcisismo.
Las guitarras, las flautas
y los violines, cantan, se hablan,
se muerden, se prenden fuego.
Componen una estática voz para llamarte.
Tú tienes todas las respuestas,
me tienes todas las maneras.
Irremediablemente.
Eres el cantante a las doce de la noche.
Cuando ya no se sabe si es noche,
o"buenos días".
 El pájaro azul que se pasea por las mañanas.
 El cigarro que hace tanto mal y necesario.
Y yo soy guionista, como oficio emblemático,
y moribundo.
Como que tu blando pecho gime
y relata: Una historia muy nuestra...
y a cuarenta grados que sucedió jamás.

 ____

 Memorice como se ha de escuchar de ti: asesina.
Qué te mato a todas horas,
en todos los huesos de todas las pieles,
de cada una de las reacciones
o como reaccionarás en diciembre,
- cómo fraseas las canciones -
y pensé, si acaso recuerdas el parque.

Tienes en tu lugar de refugio,
cierta canción muy de allá.
Y tú lo sabes, y no me digas,
que yo lo sé, soy ignorante de tu voz.

Soy ignorante de tus sitios.
Pero te soy el rojo, el verde, y el amarillo.
Te soy bailando, y hasta el final del amor. 
Memorice, las palabras que me dices siempre.
El correo que no te mandé nunca.
Memoricé de ti, todas las condenas,
que me hacen muy ebria
volver al momento con tu nombre
 clavado, orilla a orilla.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Inside Out



Hubiese dado lo mismo.
Irse o quedarse.

En todos los sitios del pueblo
llovía,
como si el cielo estuviese a punto de morir.

Esos días son mucho de los taxis, los “cuanto le debo”.

Mis maletas. Las fiestas por la noche.

Que te de un poco de frío y estén ausentes los abrazos.

Nada más se hace cuestión de sacar la mecedora y el chal negro.

Abrazar la ausencia.

Rotar un poco la cabeza y fascinarse.
Estas situaciones me llenan de mi.
Cómo es posible poder tener la mente quieta,
la felicidad desvalida, la tarde hablándome,
decir: quedarme. Decir: me voy.
Frente al patio, desfilan mujeres con velos
y se cubren con un paraguas.
Niños tocan tambores.
Protegen a su santo con una manta gris.
Es la lluvia tan eminente.
Pertinente, iracunda.
Idolatrada por mí.

Yo pienso, ponerme pronto mis zapatos
y gritarles: ¡Llévenme! ¡Llévenme!


 27 de octubre

Toda la mañana ha sido perfecta. Tengo suerte de que aquí, en este sitio varado, pueda decir: perfecta. Muy de momentos perfectos. Una mujer ha estado hace horas allá en nuestra verde calle, intentando componer su auto. El abuelo le ayuda. A veces lo escucho hacer rabietas, muy propias de él. Todo aquí, en está casa herrumbrada es tan enternecedor. Como ahora, no puedo solo escribir debajo del mango. Es abrumadora la certeza de que, físicamente, anímicamente, y todo, es tan perfecto. El sonido de los arboles y este intenso céfiro del sur. Las olas verdes. A la tienda por cabezas de ajo. Ayer volví, por la tarde. Después de una jornada intensiva de futbol para niños y la piel achicharrada. Días de comida rápida en famosos establecimientos. Muchos “juega conmigo”. Y mi llanto por las noches. Extrañaba tanto este lugar, de ser sincera. A lo mejor por la tarde voy a visitar a la tía Oti, por ahora, inunda olor a adobo toda la cocina. Pedazos de amor abuelesco en forma de pollo. Y es todo, de nuevo, avasallante, que si existiera en mi un gramo de pesadumbre, aun así, no lo escribiría.


Poemas huerfanos I
Primera parte
- De días de muerte -
(octubre-noviembre 2008)

Te he visto, revistiéndote de cosas tan nuevas.
En los bares ficticios, a la hora de la decisión.
Te he visto desnudándote para nuevas gentes,
enterándote por otras lenguas
cómo me gusta ahora,
apretar mis labios
con ese gesto familiar melancólico,
muy de “chiquilla en la edad ingrata” o ya sabes,
los “tengo que irme”.

Bajar los párpados,
como esperando el azote de tu voz.

Y tus caídas, tus originales miedos al darme,
cual sea el motivo, de creer, de creerme,
 sin duda, indispensable.

Te he visto la mueca,
de que intuyes cómo te estoy dejando ir.
Yo me dejo, igual, todos los días.
Me levanto tan tarde. Tan yo, muy yo.
Y sin duda alguna.
Como esta casa es muy mi casa,
con severo viento a las diez A.m.
El humo de los fogones,
la abuela todavía lavando, eligiendo,
sopesando, si poco aceite, o si yo,
voy a desayunar un capricho de niña enajenada,
de no ser sólo un ciudadano corriente
que se levanta cada día, a primera hora,
diciéndose a si mismo: debe ser.

 Te he visto sin verte, mujer.
Y eso sería pues, lo mejor de todo.
De la nula situación. De ser creyente.
Sin creer en nada. Por que, a lo sumo,
tenemos las dudas impacientes,
de qué será mujer,
qué será mañana. ....

____________

 Aun si no vinieras,
y se me pasara la hora de tu risa,
de tu llegada, de los ratos sombríos,
aun te pasara de largo yo misma,
 me llamarías, me amarías
 te esperaría junto con mi cuerpo de fiebre
y tú, desde adentro me dirías: vine.

Mientras, entierras tu daga
como un abismo cerrado y definitivo,
tal una novia embarazada de amor hacía el altar,
y aun vomitara mares, esa caverna llena de rosas,
que se llama ombligo, que también es herida de mi madre,
a la hora de mi muerte. Amén.

 Aun si no vinieras, cuando no vienes,
cuando sé de verdad que “no vienes”,
te espero con mi lengua, con mi sal.

Con el azúcar desde el vientre muy tuyo,
pero que dice mi madre, es muy mío
por que tiene sobre su lado superior derecho,
 un lunar café abotonado.
Yo te espero.
Hasta que mi espina dorsal se doblega,
donde se chorrea la tarde,
la soga de Dios levantando las carpas,
y entonces se hace la noche.
Luego se hace de día,
y estoy, sentada, en el mismísimo lugar
del hambre de ti, y en somnolencia,
te grito repetitivamente: amor, amor…

Eres el amor. Único.
Lacerante, como debe ser el amor,
 para mi. Indómito.

 Y cómo tal, te suelto las cuerdas:
Para siempre. ....

_____________________


 amor mío;
he decidido que de cualquier forma
y a pesar de nuestras manifestaciones
y puntales desenfrenos, o mejor dicho los míos;
he decidido no decirte tanto "amor, amor, amor".

Y es que tienes un nombre
y siempre me empeño a no decirlo.
Ojala uno de estos días
me ayudes con el por qué.

También porque de tus voces,
de tus poemas casi perfectos
-que leí otra vez esta tarde -,
el por qué de tus piernas monolíticas
y largas, de por qué te vi sonriendo bajo la lluvia
y acá en el sur.

Pero por sobre todo dime:
 Te equivocas.
Cuando me pongo recta
y muy seria, a tratar de sacar
insulsas conclusiones.

__________________________


 .... intente mucho reflexionar.
siempre la misma cosa,
siempre mi misma mente.
Pero, lo más cercano a la hora,
de la hora exacta,
es siempre igual,
y de verdad
completamente incompresible.
Comprendí que no es lo mismo decir:
nos ataca.
A: nos ata acá, la muerte.
Y un sin fin de vanidades siempre sin sabor.
Qué no es lo mismo el amor,
cuando le digo sobre su nuca quimérica:
me desespero.

A cuando le digo a mi madre,
qué desespero. O "te dejo",
"es mi suerte" "ocho horas",
"qué puedo hacer" "y sin embargo".
Sigo. O cambiar comúnmente el predicado
de las oraciones que no nos convienen.
El tiempo, y la persona.
También, es posible.
Si tomas un hilo del color de tu dedo,
y lo aprietas mucho hasta que duele,
hasta que son uno.
Y ya no es lo misma caja de la sangre
que es tan libre aquí afuera.
Intento en vano reflexionar,
mi vida es la misma,
ave rapaz,
nube de agua
ventana con luz que se contiene

_____________-


. .... abres el libro,
destapas la luz
que sonríe
eternamente
con su boca de sol.
abres el libro,
lames las hojas,
me lees.
me invocas.
te comes mi brazo.
 muerdes mis costillas
sabor anticristo.

Toda tú te conviertes en un monstruo de incienso.

 y toda tú, sin mas,
 te esfumas, te afilas los dientes,
me vuelves un hueco
de palabras vacías,
 abres el libro,
colocas tus ojos
ahora dentro de tu corazón
luego te liberas,
muy a tu forma de parir la oscuridad.
  ..............Tu mundo
.........................es un lobo.