domingo, 30 de mayo de 2010

Autumn in my pocket



n° 1

Alguien come una sopa instantánea y piensa en ti. Esa soy yo. Seguramente otra persona más, un hombre italiano, una mujer muy guapa; lo hicieron antes con imágenes más elevadas. Te lo dijeron de mejor manera, mejor que yo. Pues dices, que, en toda tu vida te han dicho cosas muy bonitas, y a mí, varías veces –por el contrario- me han reprochado el egoísmo. Pero tú no. Tus intenciones conmigo no hablan del pasado, ni de cosas que no he hecho. Por eso estás. Lo demás no importa. Por eso te he llamado tres minutos cuarenta y ocho segundos. Y eso significaba la vida a las cinco con trece. El otoño aun se siente tan lejos, Martine. Como tú, anoche. Como yo intentando explicar que quisiera sólo estar sobre el piso de mi casa, que mamá pase por encima. Que aquí no puedo. Deben levantarme ya muy tarde y llevarme a dormir. Que a pesar de la mente, no puedo. Creo que solamente hago esperar la casa. Mi listado de acciones diarias desde la mente. Pensarte. No estar segura de cuánto y cómo. Me dicen que desde que tú estás soy más Jazmín. Y eso la verdad, me tranquiliza. Me dicen, que tengo una emoción constante, muy amarilla. Entonces me supongo aun aturdida, como durmiendo. Como soñando que todavía vienes en camino. Luego caigo en que no sé cómo, ni cuánto. Soy inconsciente de la felicidad que me repartes. Es como llevar el otoño en el bolsillo. Y cada que necesito un poco más de agua, más minutos para escribir, cuando quiero comer, cuando necesito descansar de la esclavitud de humano; saco del bolsillo…y te encuentro a ti, en cada hoja…


P.D. Gracias por los pequeños detalles -el otoño en video- siempre, siempre me gustan.

viernes, 28 de mayo de 2010

Etcétera y amplificados



Sinceramente no tengo mucho que decirte: Un día alguien tomó mi mano. Tenía frío y hambre. Me miraba fijamente a los ojos, y no mirándome. Y no tomándome de la mano. Bailaba lento. Se adentraba fijamente entre mis pechos en forma de calor. Y luego hacía quedarse así. Abrigarme. O no hacía nada. Se quedaba, sólo, firmemente, recorriendo con un dedo, todo lo que significo, yo. Y no tocándome. Todo lo demás, es una extravagante vida. La misma de siempre, viajando etéreamente por el mundo. Odiando el mundo. Caminando por calles llenas de vida. Esta es una ciudad con vida cálida, y ahora, la detesto. Sigo siendo aquello que goza de callar mientras observa. No hay mucho. Sucede una cocinilla a media tarde. Me preparo de cenar. Pienso ahora: los cafés. En muchas ciudades. Soy alguien frente a ti. No lo sé. Pero me pides explicaciones. Yo ya no voy a darte nada. Mucho menos explicaciones. Fumo. Como un acto rebelde hacia mi cuerpo, a manera de brindis. Diciendo adiós a vicios. Ahora serán otros vicios. Seremos otras leyendas. Seremos una escena final. La guitarra de Santana en Europa. Es dolorosa, seductora, definitiva. Y no, no es del todo feliz, pero tampoco triste. No lo es. Lo escuchas. Repite mucho aquellas tres notas, que dicen, me voy, me vengo. No es un tal señor Steve Vai, pero al final la guitarra te destruye en pleno orgasmo. Así que, lo mismo. Son pasitos míos, descalzos. Son grandes pasos, tuyos, ruidosos. Resuenan en algún lugar desconocido. Se adentran en una habitación en tonos naranjas. Dicen que esos lugares suelen tener tonos naranjas que sugieren hambre. Como sabrás, yo alcanzo a comprender muy bien eso. Estando allí, te sientas. Es un suave lugar. De alguna forma se intenta hablar con piernas y manos. Sinceramente yo no digo mucho: te veo. Como un día te vi. Y si sopesamos la posibilidad de medir una cosa con la otra, no es muy diferente. No hay cuantos. Ni quiénes. Tú sabes que soy yo, above everything. Y que nada puedes hacer contra ello. Por eso te sientas en ese suave lugar, como vociferando razones falaces que sabemos bien, nada son. O son sinceramente, solamente eso.

jueves, 27 de mayo de 2010

Oda a mi mano izquierda - JHC

A Ulalume González de León

Donde termina mi mano izquierda empieza el vacío, la región del misterio, la zona inexplorada donde muchos de los que han muerto bailan como si estuvieran vivos.
Donde termina mi mano izquierda empiezas tú, igual que donde termina mi mano derecha, sólo que estás sin poder hacer nada, en medio de lo incomprensible, de lo que me chupa poco a poco los huesos.
Donde termina mi mano izquierda empieza un campo en el que oscilan fantasmas. Y quien no ha visto nunca el fantasma de la margarita no sabe que he llegado al umbral de los enigmas: “Me quiere, no me quiere…” “Tal vez sí, tal vez no…” Las preguntas sin respuestas, o las que no es posible responder, están donde no estás tú, donde termina mi mano izquierda. Yo soy adicto a la nostalgia, y la nostalgia está hecha de naves que se han hundido y reposan en el fondo del mar, en esa región que empieza donde termina mi mano izquierda. La mano con la que no puedo asirte.
Pero toma tú esa mano entre tus dedos de lirio y bésala con devoción, dedo tras dedo, porque encierra el misterio de la música y los instrumentos bien temperados, y allí está soñando en acompañar un día tus canciones.
Deja que mi mano, histérica y mágica, se cargue de más magia todavía acariciando tu seno izquierdo de arriba abajo, lentamente, hasta allí donde empieza un territorio inexplorado. Porque con mi mano izquierda va mi errabunda carne, dispuesta a ser desgarrada por fieras que la tragarán aunque suspirando al divisar los nudos de las montañas lejanas.
Donde termina mi mano izquierda yace el cuerpo de Friedrich Hörderlin aplastado por la losa insoportable de su propio genio.
Donde termina mi mano izquierda empiezas tú, vida mía. Y benditas sean mi mano y la tuya por la energía sobrenatural que al estrecharse me infunden.
Nunca he sido yo un pastor de rebaños, pero mi mano izquierda sostuvo un día un espejo en el que tú admirabas tu belleza.
Esa mano, cargada de entusiasmo, imprimió un día un ángulo propicio a los espejos de mi armario en los que tú admirabas, tendida bajo el mío, nuestros cuerpos.
Esa mano sostiene la mitad de un aplauso que no podría manifestarse sino golpeando la mano derecha. Al presentirlo vago entre espigas de entusiasmo que sólo cosecharé el dìa que tú quieras poner en mi mano derecha la hoz que alguna vez te he pedido.

Entre tanto, bendita seas tú por la carga de energía sobrenatural que me impartes.


25 de noviembre de 1999

JORGE HERNÁNDEZ CAMPOS

miércoles, 26 de mayo de 2010

Mientras cenabas -cursi, un poco-


22 de Mayo 
 [esto fue escrito el último día que te escuché]


MIENTRAS CENABAS. Ayer, mientras cenabas –tú dices que cenabas- de este lado, te buscaba con una añoranza que me había prometido no sentir jamás. Entonces, era yo, con una casa en la espalda, y yo en la casa, sola, rodeando. Comiendo. Esperando. Aunque por la mañana tu beso a la distancia, y la llamada de mi padre. Aunque eso, amor, te buscaba. Era la fiebre de siempre. La que intentaba explicarte los días de incapacidad. Y día a día. Antes era enfermedad. La obtusa sensación de la nada. Hoy es transpiración. Calor absoluto. Mi cabello desordenado seguido del “te dejo”. Tu te dejo. La fina capa de sudor sobre mi frente, hambrienta de tu soplo. Era ver mucho mis pies. Preguntarte “dónde”. Imaginarte allí, al filo de la rodilla. No obstante, intentaba apelar a la paciencia unos segundos más. Tranquilidad. Ser la paciencia. Renovar la piel. Encender el televisor. Hacer la sucesión de eventos tuyos. Lo que sigue después de ti. Mas no durante. Intentar sostener el tiempo entre los dedos. Tuve que ducharme. Rascarme la oreja. Preguntarle a los azulejos por ti como si hablaran, y luego no pedir más lluvia por la tarde. No eran muchas horas. Intentaba calmar esas ansias locas. El animal de hambre que soy yo. El que conoces entre lineas. Después hice salir. Resolví revivirte en lugares donde estuvimos. No me dejaste entrar. Me llabamas. Y con tu desesperación amarilla, hacias como el poema de Pablo Neruda –que ahora detestas-, tú, abres para mí, todas las puertas de la vida...

martes, 25 de mayo de 2010

Martes



 I
M.- El día martes se despertaba de tal forma, que todos los caminos iban a ti. La respiración lenta y claro, cotidiana, de quienes esperan por un autobús. Las nubes tontas advirtiéndose grises, asustándome. Esa fija insinuación de los hombres hacia las faldas. El color amarillo dentro de las cosas. Lo demás, los demás hechos de la vida eran inútiles. Todo iba hacia a ti. La música. El teléfono. Sonreírle a la señora que barre la entrada del hotel. Tú. Y todas nuestras conversaciones se repetían una y otra vez en mi cabeza, sobre mi lengua y mi risa parafraseaba extranjerismos torpes, que, a su vez, me llenaban de ternura. Eras bondad un día martes. Y la luz. El azul turquesa del océano de frente. Todo tú. Para ti. Mi calidad de escritora apenas, aturdida, te buscaba. Te seguía. Como un niño en el portón del colegio esperando por sus padres. Y ninguno de los dos se aparece. Después resignación y calma sobre un banquito marrón.

Así todo el día. Eras las palabras, y toda la arena. Una ensoñación tal, que, los restos de vivir, por vivir, tú sabes. El trabajo, tomar el autobús a las ocho veinte, la hora de la no-comida; se presentan exteriores ante mi rareza al sobrellevarlos. Sabiendo que cualquier acto furtivo, en realidad, se basa en ti. Al final del día a ti. Y todo lo demás, ahora, me es absolutamente inútil…


II
FAREWELL

Creo que me despedí. Creo que nos despedimos. La noche anterior o la noche después, te soñé. Otra vez eras tú en un domingo soleado y sonriente. Lo nuestro era una película. Era una película aquello de tu imagen. Danzabas entre árboles. Me dedicabas tu risa. Parecía, incluso, alguien te hablaba cerca del cuello y te mordías los labios. Corrías. Te divertías. Yo me recuerdo en la butaca siempre. Parecías en un filme hecho en 1965. “Quizá desde entonces…”. Y de alguna manera, hasta ahora. Sostenías entre tus manos una flor grande. Voluptuosa. Muy de primavera. Resolvía que esa era yo. Asumía tu felicidad sosteniéndola (me) y luego dejándola con extremo cuidado entre el pasto muy verde –de ese lugar- en el sueño. Todavía no lo conozco. Después volvías a irte. Brincabas tratando de alcanzar las manzanas. O sólo el reto fructuoso de tocar las hojas más altas. Muy tú. Luego tus tenis grises. Esos que nunca te quité. Se veían pequeños en la floresta de siempre. Donde nos despedimos. O lo has hecho sólo tú. O solamente yo, seguro. No sé exactamente si me dejabas irme. Tu película. 35 mm. El sol que ya no te pertenece. No sé si me sentí triste al final. No. Te veía. Era verte. Despertar esperando que realmente fuese de mañana; soleado y brillante. Lo que siempre pedimos. Era simplemente un día, claro. No había voces. Nada parecido a las voces. Llegar al trabajo. Contarle a alguien sobre querer quedarte. Sobre definitivamente irte. Sobre tu brazo. Y que no me creyera ni-una-sola-palabra.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Aprés toi

Hoy hice de nuevo los eventos sucesivos después de ti: callar. Sonreir dándo la bienvenida a los extraños. Siempre me quedo muy sola después de ti. No sé cómo explicartelo. Es más que el teléfono. Más que la lluvia. Música triste con saxofones. Más que ver toda tu correspondencia en un buzón electrónico y decir: nunca sería suficiente. Me quedo leyendo tus últimas notas. Miro una vez más tus fotografías. Las beso. De a poco te memorizo. Hoy lo he ordenado todo. Lo puse según tu nombre, según las fechas. Luego pensé “todo está bien, ya voy a irme”. Me ha llamado Isabel: ya aprendiste la lección, querida. Siempre tan sabía con su voz de hierro líquido. Luego pienso de nuevo en lo de los libros. En el de J.K que quiero comprar, para mandartelo “desde México, donde fue escrito”. Surge mi emoción por los estantes. Es en realidad, estúpido pensarlo. Leerte a miles de kilometros, pensar en tu soplo en mis ojos, contener en mis manos aquello de los estantes. Hacerte vaciarlos todos. Como si fueses tú, yo. Yo tú, leyendo. Ambas en la habitación, que no te dije, pintaré de rojo. ¿Te gustaría el rojo? De qué color pintas mañana? Qué melodías colocas, con cuales me piensas. A mi me sucede al hacer la infinidad de escritos diarios en mi cabeza que dicen más o menos “ahora observo la creciente furia del mar ”. Vienes a mí con la furia del mar. Construyo una metáfora incompleta: te paras frente al atlántico. Viras hacia mi latitud. Colocas las manos en tu pecho. Piensas en mí. Dices: tuya. Después respiras, lanzas un sonido como el de los besos que te hablé. Luego, sentada en mi silla verde, siento tu pequeño y sumiso “hola” en mi oído. Con tu respiro de temblor formas una onda expansiva hasta mi costa. Observo el mar otra vez. Eres tú. Es una brisa leve, a veces fría, y me muerde los labios. Asumo entonces que me piensas y sigo con el día donde no hago más allá de lo antes dicho. Lo demás es lo que sabes. Te espero al salir. Te busco al salir. Qué me beses los ojos. Aunque al marcharte de golpe me quede con un desorden de letras que tengo que venir a escribir…

                                                                                                                     Foto por: Martina Margarit

sábado, 15 de mayo de 2010

Somewhere not here



Esta es una serie de momentos tuyos: Tu toque de marfil canario. Los ojos claros. Una sonrisa que creí jamás. Esto soy yo saliendo de casa con solamente una cerveza en la sangre. Dosificada. Esperando a que salgas del auto, para decir: llegué, ya llegué. En medio de eso escribo con minutos cortos, improvisados. Quiero decirte después que lo leas, que al igual te espero el martes. No lo olvides. A veces, siempre, me parece, estamos dentro de un bar, y las voces son demás sensuales y nos invitan –claro- a cine griego/cena/bailar. Parece, incluso, estuviésemos ya, ahí, un lugar que no es aquí. Canto: I dream, I see your face I see, I dream of you, If you were here we'd watch, If you were here we'd see. Que ha sido escrita para ti, y recién la descubro. Y desde ahora es nuestra canción. Tenemos que tener una canción, tú sabes. Por si acaso todos los colores amarillos no nos abandonan. O solamente por bailar. Tener café por las mañana, vino por las noches. Una sonrisa casi silente hacia los hechos: describir como se muere una batería. Amo. Amo tu risa. Es, en realidad, sencillo en toda esa complejidad. ¿Es esto? ¿Es eso? ¿Viramos? ¿Esperamos? ¿Seguimos? Ya ves que cuando hablo, después de todo, nada es demasiado fino o literario. Mezclo cosas que solo nos conciernen a nosotras. Que lo demás sólo es alguien observando todas las dinámicas inofensivas del silencio entre dos personas que quieren comerse la una a la otra, quienes comparten melodías, alcoholes, días sábados. Llamadas telefónicas. Esto no podría ir en un librillo y viajar a la capital de mi país. Es solamente eso. Hablarte. Recitar mis diminutos pensamientos después de bajar una azotea. Ya todos se habían retirado a sus casas. Todas las mujeres se estaban duchando y yo esperando ir al super market por algo más frío para beber. Pero ya sabes, no tengo dinero. Así que de todas formas podría ser mejor así. No sé cómo las horas fueron lentas, ahora, si lo vemos. No deberíamos pedir demasiado a un viejo móvil. Tú seguías danzante, igual que un piano a media luz. Te esperaba. Yo te esperaba aun si las horas no existen. La serie de momentos tuyos: You were safe and warm. I was in your hands. We were moved in time, to another space. Somewhere, not here. Somewhere, not here. Et toujours...So, little time. So, little time

viernes, 14 de mayo de 2010

Ahora me gustan las rubias.

Martine; tú eres las horas. Igual una canción de Grant Lee Buffalo que dice: Heavenly. También Sometime later de Alpha o sencillamente, la hora de desayunar a solas sobre una barra con azulejos sucios. Silencio y perfección. Pero te busco definiciones imprecisas. Honestamente, te digo, eres “las horas”. Estos últimos tres días parece que estuvieses entre la arena de mis pantalones. Y que te asomas en todas las piernas de mujeres que provienen de UK a las cuales no les pongo mucha atención. Son demasiado mayores. Vienes, como la sucesión de segundos tibios. Yo sabía que la palabra tibieza te molestaba por su calidad de punto medio, o muy apenas, y no la totalidad que solamente nos habla de hambre. Pero no lo decía. Tú tampoco lo decías. Pero anoche fui sincera y por fin te hablé intensamente del hambre. La cama tonta donde duermo es muy calurosa, y no es mía y voy a dejarla el domingo. Sin embargo era suficiente para abrazarme a que en tu reloj eran las seis y media de la mañana y que no dejabas de hablarme. Que yo no quería ni infinitamente dejases de hacerlo. Que el beso partido por el mar me provocaba un calor absoluto desde los pies a la cintura. Pero eso tampoco iba a decírtelo. Más bien humedecía mis labios. Deseaba que fuese octubre. Ambas con Isabel. O en el auto, o la bicicleta esa donde puedes llevarme. ¿Por qué, Martine? Porque las horas. Comprendo que la culpa la tiene el silencio y tu perfección al decirme exactamente: sé cómo me quedo yo. Y todo menos “amo”, y los escritos que ahora intento terminar. Y que probablemente terminaré en unas semanas porque voy abrumarme cuando amanece o voy a sentir un cosquilleo fatal cuando vea de lejos encenderse el móvil. No sé que voy hacer con el tiempo. No sé ni cómo salir de este establecimiento sin explicártelo: tú me eres. Creo porque habitas en todo lo intangible ahora. Y en la simplicidad de los hechos más hermosos también. Son las situaciones específicas por las que te has establecido inhumanamente, para no doler, para no ignorarme, para entrar en toda mi vida. La verdad, M, que no podría explicarlo sino con otro silencio más. O la próxima vez que te escuche, y la próxima vez que te llene y te vacíe: aquí también. Por lo otro, no quiero que sientas tristeza mía, ni por mí, ni por lo que escribo. Ya mucho me han dicho que soy la melancolía de las cosas verdes, azules, y rojas. Y no me cansa ese mero hecho, pero no quiero. Alcanzo a comprender la posibilidad del porque suceden dichos eventos. Pero mientras tú me lo dices, o me llevas la contraria, te confieso que eres todas las horas, incluso las que se van, las que yo pierdo. Y las que gano y las que invierto. Intensamente pensándote como hacen los niños en su madre, cuando quieren llegar a casa.



Foto por: Martina Margarit

sábado, 8 de mayo de 2010

No culpo tu frivolidad al decir: tú eres mía y yo tengo que cuidar de ti. Es, en cambio, lo menos que puedes decirme. Lo más inocente. Y cierto, también. Después de esas palabras tuyas tuve que llorar un poco, no voy a mentirte. Estaba en la azotea entre el viento y ropas que se presumen lavadas y limpias. Y no estabas, pero acababas de renombrarme tuya y eso suponía simplemente fumarme tres cigarros más o arrojarme los dos pisos hacia abajo, y esperar por ti. Lo demás era solamente eso. Vivir. Mendigar. Querer siempre mudarse o volver contigo. Estar. Ampliar nuestra casa. Pintar las paredes de verde. Dices que pintaste toda la casa de verde ahora que ya no vivo ahí. “Para pensarme”, y que haces comida cantonesa, para lo mismo. Porque extrañas mis sabores. Todo lo que te evoque a mí. Sinceramente yo suelo hacer cosas similares. Voy por la calle. Comparo esta vez, bastante objetivamente, porque la gente te confunde con un hombre y vuelvo a molestarme enteramente con el mundo exterior, que no vale, ni ha valido nunca mucho. Camino el asfalto vacío los sábados por la noche. Antes, contigo, era el sábado en la noche; la cerveza, alguna pelea estúpida e ir a ese cuarto lleno de libros y películas. Flagelarme con mi antigua relación. Arrastrarte con ella. Obligarte a los abrazos: entiéndeme, es que duele. Tom Waits y más alcohol los días sábados. ¿Recuerdas? Yo halaba una sabana hasta tu cama y cargaba con ese olor a ausencia tan mío murmurando que tenía que dormir contigo para no sentirme completamente sola, ni lo suficientemente amada a medias. Como para no querer levantarme y trabajar. O ser. Simplemente ser. Siempre tan doloroso y tan difícil, apenas. Porque ese sencillo acto, era honestamente posible gracias a ti. A que soy tuya, y cuidabas de mí. A que pertenecíamos al mismo espacio- tiempo. A que a veces, habitaciones. Alcohol. Camas. Restaurantes. Rodeaban nuestra existencia y al final del día no hablábamos más que de felicidad. Me dabas besos. Por fin confesabas: eres lo que más amo en todo el mundo. Y que sin mí te habrías muerto. Y yo correspondía recíprocamente aquella situación. Por eso no te culpo en las llamadas. Me quedo con toda la melancolía completa de noche de sábado en una silla. Siempre en una silla. Y tú, como siempre, mirando calladamente mi espalda. Ahora has de imaginar mi espalda allí. Como se traen a la mente los fantasmas.  

lunes, 3 de mayo de 2010

Yo voy a decirte: No. Te gritaré a lo sumo: es ideal ésta condena. Y que solamente veo de lejos tu oreja arrugada. Sino suponiera su perfección, sería deforme. La observo no timidamente entre tu cabello largo y cenizo. Entre lo que parece viento, y el Sunday. Es una fotografía muy sobrexpuesta. Aquí digo mucho “Sunday” ,“comment”, “great” and “see you later”. Pero aquí no habitas tú. Y cuando termina la jornada de trabajo , me nublo. O su opuesto. Y hago tomar un teléfono móvil. Y después buscar mi oreja –tan diferente a la tuya- para alcanzar notas agudas a las seis. Luego escuchamos canciones viejas todas nosotras, las mismas. Siento de a poco una sensualidad danzando al ritmo de mis dedos, ese acto sensual. Mis manos escribiendo. Y escribiendo-te. No podría hacer mucho además de eso. La gente aquí me reprocha que no tengo para comer. Que no tengo dónde vivir. Pero igual esclavizo esos ojos mios, antes tuyos, a las blancas y planas pantallas de ordenador. Vuelvo como se retorna suavemente a los vicios. Es una acción casi sumisa. Seguido de “ya no voy a fumar”. O “ya no voy a buscar tanto sexo”.Y al día siguiente era tener una cajetilla llena, azoteas, viento del sur y piernas muy largas. O simplemente había cambiado de identidad. Y ya no me llamaba Ofelia. Ni Jazmín. Ahora estaba enamorada de un hombre y le llamaba temprano en la mañana. Todas esas mentiras que no sucedían al final y no me reventaban las horas.
Cierto día observo unas letras tuyas. Esas colocadas. Por colocar. Engendradas por existir. Dichas y hechas como igual te mueves a contra luz o aspiras el aroma de una almohada. Y me surgen como siempre olas bohemias dentro del cuerpo. Pienso en decirte: No. En volver. En trangredirte. Burlarme de tu presente y tu pasado. Palabrear finalizando: solamente yo. Me desdoblo. Bebo una cerveza puntual. Y te observo: todo el mundo se paraliza en tu oreja. Deforme y absoluta.

sábado, 1 de mayo de 2010

Carta pueril a Martina

Cuando falté al trabajar,


y era gris, todo el cielo era gris, te contaba.

Cuando la lluvia no paró por tres dìas

te contaba,

y me llamabas y con tu voz llenabas todo el cuarto,

volvías a llamar, dos minutos más, después colgabas.

No te decía cómo se abrían los vórtices en las paredes

y cómo me quedaba sola, sola

……………….y cómo pensaba en ti hasta cansarme

-no de ti, ni de pensarte-

sino de la soledad, porque no estabas.

Sino a una línea recta e inclinada de miles

de kilómetros bajo del mar.

Salías de él, te imaginaba salada.

E intentaba a susurros hablarte más de

Jennifer Clement y su casa en el océano.

Querernos ahí sobre el remate.

Ser el remate. Pues en el encierro venías

con nuevas plataformas andantes

y de nuevo era yo, tan grande dentro de ti

por ti, a oídas

en el silencio tan propio

cuando disminuye el ardor y la fiebre,

engendro de tu voz,

relatos de mantequilla

tan finos y dulces como la infancia.