martes, 25 de mayo de 2010

Martes



 I
M.- El día martes se despertaba de tal forma, que todos los caminos iban a ti. La respiración lenta y claro, cotidiana, de quienes esperan por un autobús. Las nubes tontas advirtiéndose grises, asustándome. Esa fija insinuación de los hombres hacia las faldas. El color amarillo dentro de las cosas. Lo demás, los demás hechos de la vida eran inútiles. Todo iba hacia a ti. La música. El teléfono. Sonreírle a la señora que barre la entrada del hotel. Tú. Y todas nuestras conversaciones se repetían una y otra vez en mi cabeza, sobre mi lengua y mi risa parafraseaba extranjerismos torpes, que, a su vez, me llenaban de ternura. Eras bondad un día martes. Y la luz. El azul turquesa del océano de frente. Todo tú. Para ti. Mi calidad de escritora apenas, aturdida, te buscaba. Te seguía. Como un niño en el portón del colegio esperando por sus padres. Y ninguno de los dos se aparece. Después resignación y calma sobre un banquito marrón.

Así todo el día. Eras las palabras, y toda la arena. Una ensoñación tal, que, los restos de vivir, por vivir, tú sabes. El trabajo, tomar el autobús a las ocho veinte, la hora de la no-comida; se presentan exteriores ante mi rareza al sobrellevarlos. Sabiendo que cualquier acto furtivo, en realidad, se basa en ti. Al final del día a ti. Y todo lo demás, ahora, me es absolutamente inútil…


II
FAREWELL

Creo que me despedí. Creo que nos despedimos. La noche anterior o la noche después, te soñé. Otra vez eras tú en un domingo soleado y sonriente. Lo nuestro era una película. Era una película aquello de tu imagen. Danzabas entre árboles. Me dedicabas tu risa. Parecía, incluso, alguien te hablaba cerca del cuello y te mordías los labios. Corrías. Te divertías. Yo me recuerdo en la butaca siempre. Parecías en un filme hecho en 1965. “Quizá desde entonces…”. Y de alguna manera, hasta ahora. Sostenías entre tus manos una flor grande. Voluptuosa. Muy de primavera. Resolvía que esa era yo. Asumía tu felicidad sosteniéndola (me) y luego dejándola con extremo cuidado entre el pasto muy verde –de ese lugar- en el sueño. Todavía no lo conozco. Después volvías a irte. Brincabas tratando de alcanzar las manzanas. O sólo el reto fructuoso de tocar las hojas más altas. Muy tú. Luego tus tenis grises. Esos que nunca te quité. Se veían pequeños en la floresta de siempre. Donde nos despedimos. O lo has hecho sólo tú. O solamente yo, seguro. No sé exactamente si me dejabas irme. Tu película. 35 mm. El sol que ya no te pertenece. No sé si me sentí triste al final. No. Te veía. Era verte. Despertar esperando que realmente fuese de mañana; soleado y brillante. Lo que siempre pedimos. Era simplemente un día, claro. No había voces. Nada parecido a las voces. Llegar al trabajo. Contarle a alguien sobre querer quedarte. Sobre definitivamente irte. Sobre tu brazo. Y que no me creyera ni-una-sola-palabra.

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