A Ulalume González de León
Donde termina mi mano izquierda empieza el vacío, la región del misterio, la zona inexplorada donde muchos de los que han muerto bailan como si estuvieran vivos.
Donde termina mi mano izquierda empiezas tú, igual que donde termina mi mano derecha, sólo que estás sin poder hacer nada, en medio de lo incomprensible, de lo que me chupa poco a poco los huesos.
Donde termina mi mano izquierda empieza un campo en el que oscilan fantasmas. Y quien no ha visto nunca el fantasma de la margarita no sabe que he llegado al umbral de los enigmas: “Me quiere, no me quiere…” “Tal vez sí, tal vez no…” Las preguntas sin respuestas, o las que no es posible responder, están donde no estás tú, donde termina mi mano izquierda. Yo soy adicto a la nostalgia, y la nostalgia está hecha de naves que se han hundido y reposan en el fondo del mar, en esa región que empieza donde termina mi mano izquierda. La mano con la que no puedo asirte.
Pero toma tú esa mano entre tus dedos de lirio y bésala con devoción, dedo tras dedo, porque encierra el misterio de la música y los instrumentos bien temperados, y allí está soñando en acompañar un día tus canciones.
Deja que mi mano, histérica y mágica, se cargue de más magia todavía acariciando tu seno izquierdo de arriba abajo, lentamente, hasta allí donde empieza un territorio inexplorado. Porque con mi mano izquierda va mi errabunda carne, dispuesta a ser desgarrada por fieras que la tragarán aunque suspirando al divisar los nudos de las montañas lejanas.
Donde termina mi mano izquierda yace el cuerpo de Friedrich Hörderlin aplastado por la losa insoportable de su propio genio.
Donde termina mi mano izquierda empiezas tú, vida mía. Y benditas sean mi mano y la tuya por la energía sobrenatural que al estrecharse me infunden.
Nunca he sido yo un pastor de rebaños, pero mi mano izquierda sostuvo un día un espejo en el que tú admirabas tu belleza.
Esa mano, cargada de entusiasmo, imprimió un día un ángulo propicio a los espejos de mi armario en los que tú admirabas, tendida bajo el mío, nuestros cuerpos.
Esa mano sostiene la mitad de un aplauso que no podría manifestarse sino golpeando la mano derecha. Al presentirlo vago entre espigas de entusiasmo que sólo cosecharé el dìa que tú quieras poner en mi mano derecha la hoz que alguna vez te he pedido.
Entre tanto, bendita seas tú por la carga de energía sobrenatural que me impartes.
25 de noviembre de 1999
JORGE HERNÁNDEZ CAMPOS
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