Cuando falté al trabajar,
y era gris, todo el cielo era gris, te contaba.
Cuando la lluvia no paró por tres dìas
te contaba,
y me llamabas y con tu voz llenabas todo el cuarto,
volvías a llamar, dos minutos más, después colgabas.
No te decía cómo se abrían los vórtices en las paredes
y cómo me quedaba sola, sola
……………….y cómo pensaba en ti hasta cansarme
-no de ti, ni de pensarte-
sino de la soledad, porque no estabas.
Sino a una línea recta e inclinada de miles
de kilómetros bajo del mar.
Salías de él, te imaginaba salada.
E intentaba a susurros hablarte más de
Jennifer Clement y su casa en el océano.
Querernos ahí sobre el remate.
Ser el remate. Pues en el encierro venías
con nuevas plataformas andantes
y de nuevo era yo, tan grande dentro de ti
por ti, a oídas
en el silencio tan propio
cuando disminuye el ardor y la fiebre,
engendro de tu voz,
relatos de mantequilla
tan finos y dulces como la infancia.
1 comentario:
No lo es. Deja de serlo en cuanto existen las dimensiones y se deforma una sombra al final del vórtice o sonríe; hábil como un susurro. Viajeras del aire, tomamos el viento como transporte, en impulsos eléctricos, llenos de cables y baterías distraídas. No lo es. No puede serlo. No cuando hay una cuerda que espera en el fondo los objetos. No cuando las paredes despiertan noctámbulas, se abren y nos agarran del brazo, tirándonos hacia el revés de todas las cosas, esas que somos tú y yo.
Tuya, sí, tuya…
M.M. (ybm.)
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