sábado, 1 de mayo de 2010

Carta pueril a Martina

Cuando falté al trabajar,


y era gris, todo el cielo era gris, te contaba.

Cuando la lluvia no paró por tres dìas

te contaba,

y me llamabas y con tu voz llenabas todo el cuarto,

volvías a llamar, dos minutos más, después colgabas.

No te decía cómo se abrían los vórtices en las paredes

y cómo me quedaba sola, sola

……………….y cómo pensaba en ti hasta cansarme

-no de ti, ni de pensarte-

sino de la soledad, porque no estabas.

Sino a una línea recta e inclinada de miles

de kilómetros bajo del mar.

Salías de él, te imaginaba salada.

E intentaba a susurros hablarte más de

Jennifer Clement y su casa en el océano.

Querernos ahí sobre el remate.

Ser el remate. Pues en el encierro venías

con nuevas plataformas andantes

y de nuevo era yo, tan grande dentro de ti

por ti, a oídas

en el silencio tan propio

cuando disminuye el ardor y la fiebre,

engendro de tu voz,

relatos de mantequilla

tan finos y dulces como la infancia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No lo es. Deja de serlo en cuanto existen las dimensiones y se deforma una sombra al final del vórtice o sonríe; hábil como un susurro. Viajeras del aire, tomamos el viento como transporte, en impulsos eléctricos, llenos de cables y baterías distraídas. No lo es. No puede serlo. No cuando hay una cuerda que espera en el fondo los objetos. No cuando las paredes despiertan noctámbulas, se abren y nos agarran del brazo, tirándonos hacia el revés de todas las cosas, esas que somos tú y yo.


Tuya, sí, tuya…

M.M. (ybm.)