Algo llamado seducción
/28 de septiembre
Algo llamado seducción
/28 de septiembre
19 de Septiembre de 2008
Los taxis estaban ahí. Pastel, comida china, compras. Tengo una, dos, tres pulseras nuevas. Los supermercados no tienen nada en especial. Sólo historias. Siempre historias. Hombres, mujeres. Prisa. Y yo pienso en la perfección. La abuela preguntándose de que talla de braga usa mi mamá. Yo no sé. Surge una urgencia. Muchas risas y también prisas mías. ¿Cuándo vamos a parar? A dejar de ser esporas, carne y un saco de piel con huesos. Y tener que movernos como una casa con pies. O tapancos. Querida abuela, los taxis estaban ahí. Y nosotras elegíamos más aretes. Yo buscaba dinero en el morral que trajo Marcela de Sarajevo. Nos esperaba la cena entonces, y hubo que decir “quiere llover”. Comprar galletas. Comprarnos una sonrisa cabal. Abuela, los taxis aquí emulan el amarillo y el blanco. ¿Por qué allá donde vives, es todo verde y azul?
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Más tarde
Escríbeme, Waltz.
Otra vez es domingo y escribo. Como que se hace costumbre, estos días perfectos para observar la ventana que sigue bastante rota. Esta vanidad de no hacer nada. La lluvia allá afuera, la lluvia en los ojos y los poros, siempre. Dicen que es un huracán llamado Ike rondando la zona. Lo recuerdo bien. Pero eso no es lo importante. Es decir, relevante la tormenta o la luz ausente allá como a las cuatro después de esas llamadas a las tres y media; “puedo ir mañana a tu casa”. O “ven a tomarte una copa conmigo”. Insuficiente el sueño, que puedes responder muy lúcida, todas a esa hora. Y la locura perpetuamente en madrugada. Continúo estirando mucho mis brazos para tocar el agua que escurre desde las cornisas. Pensando en ti, últimamente pensando en ti. A que te diluyes en mis manos. Sentía una inexorable desesperación por no olvidar la fiebre que me nacía, la enajenación debido al resplandor azul de los relámpagos sobre la cara, y esa capa de sudor muy delgada por que el cuarto es muy pequeño y hay demasiadas casas alrededor. Qué difícil no pensarte entonces. No cubrirse el rostro, y no oprimir los párpados. Desear recordarte por la mañana, y querer decirte todo lo que hoy sucede aquí. Prender el televisor ya cuando despierto. Muy de caricaturas. Y sentirme un poco rendida de tus huesos pesados. Como de llenar mi cuerpo de todas esas letras que no pueden vivir sin nosotros. Ni nosotros sin ellas. Y te he recordado mucho ahora por la tarde. Mucho después del desayuno. Ocurre que, hay algo acerca del paso de los días que a veces se merece explicar. El único problema es que aun no sé cómo hacerlo. Sólo es algo parecido al sonido del Cello y del Violín cuando termina cierta canción muy arriesgada. A sentir de nuevo, los tobillos vacíos de lo que llaman perspectiva. O mis noches cuando no duermo, y es darse cuenta otra vez que las enfermedades no se marchan, ni tú te marchas, ni este sentimiento muy nulo de felicidad a que más tarde estaré colmándome de tiza los pies para permanecer estática a la entrada de este barrio, mientras la tempestad despliega sus alas…y yo, ingenua, como pensando en ti. Últimamente en ti. Como si fuera cierto, a que también me piensas y que allá como aquí…nunca deja de llover.
Si vivieras acá querida, ahora mismo iría a buscarte. Justo ahora…por que el infinito de los “sí”, de los “no”, de hecho de los insulsos “quizá”, me está alcanzando. La noche es muy hueca. Como todas las noches, es verdad. Pese a esta situación, ocurre (definitivamente) que aunque lloviera, las visitas, tu propio aburrimiento. Golpearía tu puerta bastante alto, me compraría una sonrisa para dársela con un moñito a tu mamá. Pueda ser entonces, que me diga: Espera. Ya estando contigo, adoradamente contigo, te tomaría las dos manos, te miraría los ojos fijamente muy a
Dejabas caer el cuerpo. Contra la cama, la banqueta, la ciudad entera, repleta de caos.
Y esos eran los días en que la gente caminaba sobre ti. Lamías tacones y cuero. Carne, sal, la vida en miseria. Luego, una mujer con demasiado cabello en la frente, venía a colmarte de besos, escondidos, en cada uno de los rincones de la habitación. Ya esperabas las palabras, ya. “Qué puta eres”. En ese entonces no dolía. Digo, no dolían muchas cosas. Se arreglaba el pelo con tus cremas, lloraban tanto. Hacían los hombros para adelante, se juntaban los pechos. Había una transpiración por el ambiente tan, pesado. Lo llamo pesado, o quizá denso. Por que ni las drogas que no tomabas, ni el ajenjo o la poesía; se comparaban al filo y a las notas musicales. A veces, todavía, te quitas toda la ropa, vuelves a dejar caer el cuerpo, boca arriba, y estiras mucho los brazos, las manos, los dedos y cierras los ojos y alguien se posa sobre ti. Como invisible. Empiezas a serpentear entre la tela con olor a ti, de sangre, a vicio, a ti…siempre a ti, solamente. De mañana, de tarde, encarnecida. Te comienza una fiebre de ausencia. Tanta ausencia, deslizándose por los pilares, a través de tus torres; que hay que decir, que el cuerpo es un templo. Que nunca has apreciado en realidad.
Y esos eran los días. Mínimos y máximos. Te tomabas muchas fotos porque de pronto habías descubierto un no sé qué muy expresivo en tu rostro tolteca. Y siempre el blanco y negro, has de saber. Venían hombres, como aun vienen, venían mujeres y hombres y los esperabas a todos. “Qué puta eres”, dicen. Las personas aun no entienden que se trata del amor. Todo para ti, se trata del amor. El amor es grande. No es el trabajo, ni las horas de sueño. Qué te quita el sueño. Qué te hace trabajar. Ni la esperanza famélica. Son, por ejemplo, esos países que mueren de hambre, más importantes que tu vida sexual o, básicamente asexual. Todo se trata del amor. Por eso dejabas caer el cuerpo. Querías comprender un poco este desorden. Mínimo y máximo. La soledad embelesadora en medio de la calle. Tantos escritores que te inundaban. Los adultos mayores a tu alrededor. Quienes no te hablan de nada. Y que decían mucho. Querían hacerte atisbar, que no eras bella…y que el amor es de uno a uno, uno para uno.
Fotografía por Ofelia Waltz: Autoretrato
Serie: loquepasoanoche
Romeo me pasea bajo la lluvia. Se coloca su cadena gastada, y me dice despacito: hey, vamos a caminar. Tenemos el consuelo de los días de humo y destemplanza. Podemos dar pasos desnudos sobre la gran brecha al frente, la de siempre, y la música susurrada, también la de siempre. Luego los albañiles que trabajan en la escuela de junto, asoman sus cabezas por encima de las bardas, dicen; mira el perro…y la niña. Bajo la lluvia. Paseando. Y son tan tristes y seguros. Nos duele el medio día, es cierto. Nadie como Romeo sabe la desgana, tener que arrastrarme por todo ese terreno baldío frente al kinder. Quién más podría, amado Romeo, quién más. Como tú, con tu carita de tizne y el pequeño antifaz color miel. Aunque ya sabemos de sobra que el día no ha sido malo. Sólo somos nosotros, y la vida que no nos gusta. La gente que nunca me sonríe ni le sonrío. Le digo a mi madre que si en mis días buenos no les veo la cara siquiera, cómo cree que son los peores. Por ahora, Romeo me observa desde el desnivel de la puerta, esperando. Le deprime mi soledad, yo pienso. Y si escuchamos Mozart se pone rock Star, y si elijo a Callas a lo mejor de pronto se duerme. Todo es incierto.
Ya sabes. Estaba la luz apagada, y te esperé, como en realidad espero pocas cosas. Tú no sabías a esa hora supongo. Tenías esa droga tuya, arriba, de arriba hacia abajo. Y tú arriba y ella, él arriba, o ella abajo. Yo no lo sé. Aquí aun es verano, ¿cuándo dijiste que era allá verano? No lo recuerdo. Ahora sé que para tu cumpleaños estaré ausente, entonces, tal vez…despacito entre los días con olor a madrugada; recuerdes el “búscame, espérame, te quiero mañana”. Yo te esperé, de verdad que te esperé. Aun estando la luz prendida te esperé. Me dolía la cabeza, sudaba un poco. No significa que ya no tenga ese amor guardado, el otro, el que sí me grita. Pero el tuyo, flagelado; apenas existente. Como cuando las tormentas y el arco iris ya existe, existe de verdad. Le duelen los ojos a mi cara. Son dos focos recién subastados, pálidos, mortecinos. Incrédulos e indulgentes a tu estío. No me representas mucho, pero ya sabes, estaba la luz apagada y yo sin ropa, con algunas dudas amoratadas sobre el abdomen. Yo te esperé, con mi sangre te esperé, casi desnuda. Con la luz apagada. Y tienes suerte, que me haya dado tiempo de escribirlo.
Pero contigo amor, para siempre, contigo.
Vamos a hacer eso, pero no hablaremos de amor. De nada del amor. No buscarlo, no invocarlo, ni siquiera mencionarlo. Nada que tenga que ver con el amor. Vamos a ser pacientes. Tú, tomaras mi mano vacía y mi boca, para bebernos las posibilidades. Para ver si así, ya aprendo –yo nada más- como se hacen las cosas. Cómo se hace el amor. Porque veras, hay veces, que uno, premeditado, iluminado, loco, incapaz; dice: yo sé muy bien del amor. Yo amo, yo te amo. Y así, uno dice esas palabras. Pero no se sabe nada, en absoluto. Yo era – yo soy – de esas personas que se desnudan muy pronto. O a veces, todo lo contrario, me hilvano rostros, me hago rostros nuevos que arrastro y ofrezco sin vender nunca. Y pienso, yo pienso que estoy exhausta. Es importante aclararlo, notificarte desde ahora. Que vamos hacer todo eso que tú quieres, pero no hablaremos del amor. De nada del amor. Aunque confieso que podría ser débil. Me puede la poesía de Jaime Sabines, a veces, podrían vencerme las utopías de mí, y no de ti. Voy a fantasear a los parques, los cafés con olor a tango. Las revistas literarias. Lo que fuese medio ideal. Voy a fantasear incluso, a Chopin y sus falanges. A los coristas, mi llanto anunciado en los auditorios. El punto y aparte, después de haberte escrito un poema pésimo y muy largo. Ahora no sé. Imaginar hace daño. Por eso digo, me digo y te digo sin que sepas y a pesar, que no hablaremos del amor. Nunca, no te lo recetaré nunca. Ni en los sábados, o los domingos que alguna vez han sido nuestros. Pocas veces. Pero bastante nuestros. Yo, fingiré no estar volviéndome loca por la soledad de ti, tú, por favor, sigue siendo lo mismo. Confundido y mediocre. Que tanto bien me hace, para ayudarnos, para ayudarte…a que todo esto, no tenga ni un susurro, una manta caliente, que no tenga ni un color, ni una sonrisa. De nada. Y sobre todo, de nada del amor.
Foto: Lilya Corneli
Ese asunto parecía muy sencillo. Yo me abría de piernas una vez a la semana, estaba feliz toda la semana. Y ya. Únicamente eso. Pero la vida no es muy así. Es decir, sí, una abre las piernas y cosas se arreglan, a veces, hasta nacen los hijos. A veces alguien puede pasar a través. Pueden entrar y quedarse, también, si te descuidas. No obstante, aquello es tan insano. Prolifero para el suicidio a los veinte años, denigrante, ellos dicen. Yo misma lo digo. Luego me baja la nada. Y observo que ya no, ya no vamos a proceder con eso. Voy a guardar mis cositas en la maleta otra vez. Y voy a levantar las carpas que ya estaba desdoblando. Parecía divino todo ese asunto. Sencillo. Pero otra vez me baja la nada, se me destroza el hueco. Me vuelvo así como que mi apellido artístico es Waltz, siempre no, ya…siempre no.