martes, 30 de septiembre de 2008

Algo llamado seducción /28 de septiembre

Yo me pregunto todos los días: Cómo haces. Aunque me voy de fiesta; huelo, muerdo, observo; sigo obteniendo miradas para guardar en un frasco. Me ofrezco al mejor postor. Y miento. Al otro día, tú, cómo haces. La absurda práctica de ser o no ser, un ente obtuso, imposible y por lo tanto, avasallante. Puedo, pensarte por última vez, ¿una vez al día? Llamarte nada más. No te darás cuenta. Harás caso omiso a mis acechantes ojos. Por que me veo así, sigilosa, arrogante, por los aires. Por encima del suelo arrastrándome, hasta llegar a tu polvo traslucido. Te digo: Cómo haces. Y me grito hasta quedar sorda: No hay cómo. Es. Ya no te preguntes más, ilusa. Pienso en si talvez son los lentes que no usas o el cabello que no peinas. Sólo pienso, siempre has sabido mi otro oficio de pensar. Pensar, por ejemplo; cómo haces eso del sudor o lo de la sangre. El asunto de la sangre allí abajo. Luego el sudor de nuevo, y la sed. Habiendo demasiada agua, igual me viene la sed. Habiendo nada, vienes, y entonces desdoblas tu ciudad frente a mi casa, orientas tus tropas para el siguiente ataque mortífero. Y no sabes cómo haces en mí, tan pronto. Yo no te veo. Para cuando todo cae, trato de explicarme: es una mujer, me viene desde abajo. Soy también una mujer, y caigo desde muy arriba. Me pregunto cómo haces sin saber, y sabiendo ser sin ser. Puesto que yo, ya he crecido mucho desde aquél día cuando me miraste la cara. Te dio un poco de risa la mueca permanente. Afirmaste mi locura. Es tu manera de decirme, sin decir: me gustas un poco. Todavía no aprendo a ser lo que mi naturaleza me indica; ni me nace, ni me sobra, ni me sale así de “ya está”. Eso que los hombres y las mujeres, perciben y se rinden. Y tú haces. Y yo no hago, pero que tampoco me resisto a ello… ¿Cómo dices que te llamas? Me sudan las manos si te pienso en una situación de flaqueza, y por las noches, o cuando dices mucho “mi amor”, yo me pregunto todos los días cómo haces, eso, algo llamado seducción.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Acerca de la perfección




Siempre hay un segundo. Siete minutos, una hora, dos días, una semana. La noche, el medio día, la tarde, la mañana. Y hay los orgasmos. La perfección posible y la belleza exacta. Los hay. Que sea domingo por la tarde o lunes temprano. Y haya esas canciones que nos recuerdan la eternidad de la caída, y la inmortalidad de las cosas leves. Mi padre lee el periódico, el abuelo atraviesa una y otra vez esta gran tienda de abarrotes. Hay un sol casi palpable afuera, y sopla un aire del sur. De mi amado sur. Las mujeres usan blusitas holgadas y bandas de colores. Me puede la abuela y el olor a cacao. Todo este ambiente tranquilo y cotidiano de repente me abruma. Me invade, me abruma. Le disfruto. Y la voz de mi padre que resuena suave y grave por toda la casa; me cuenta de un filósofo de un Güemez tal, que un 99.5 % de castellano en no sé donde, y nosotros los mexicanos, que los Árabes no sé que invadieron. Dice tantas palabras humanas, que me enternece el tiempo y el espacio que nos viene. Siempre está el segundo y nuestra ausencia. Los abuelos de otros. Y esa foto arrugada que quedo de cuando fuimos a la playa con mi antigua mujer. Pero Romeo no comprende mucho. Ve gente entrar y salir, ir, venir. Le observo como diciéndome: Sálvame. Yo digo: Sálvame de mí. Romeo, sálvame de mí. Vamos al sur, busquemos el sur. El bandoneón nos oprime el pecho, Jobim, Django Reinhardt, el señor Agustín Lara con su Veracruz. Pues un domingo a las seis de la tarde suena en mi lengua una metáfora de la perfección, todo eso en medio del pasto, mientras se oprimen mis ojos y sus cortas pestañas. Me viene retumbando la mente desde que todos están aquí, la casa, a medida de lo posible, el café nocturno. La buena gente. Mi espera por volver al sur. Siempre hay un momento, un segundo, siete minutos, una hora, dos días, una semana…Tengo mis instantes perfectos, y digo hoy qué me quejo de mi. No hoy, no ahora. Por que aquí, la perfección, fugazmente consiste en el tiempo que se lleva cerrar los ojos y decir, decirse dentro;


no me hace falta nada.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Estilo mon amour


Me sangras desde el brazo.
Y el mundo,
se hace diminuto en las pestañas.
Te llevo como dentro,
como la música que desde siempre
 vio en mi una cómoda caja ambulante.
Tengo un bar de blues,
aquí en la habitación.
 Muchos bailan.
Yo sólo observo.
 Escribo, mi oficio de siempre.
Te llevo conmigo.
Te digo: me sangras desde el brazo.
Es nuestra manera de bailar.
Y sonreírnos.
 Tengo el bar y los zapatos.
Un, dos. Un, dos, tres.
Ellos se ríen conmigo.
 Encojo mis hombros,
saben que aquí son libres.
Ellos bailan.
Hay ese humo mortífero.
Me castigas, fluyes en mi mano.
Hay un crescendo de fiebre,
me sangras desde el brazo
y es nuestro estilo de bailar.

martes, 23 de septiembre de 2008

Weekend II

II

19 de Septiembre de 2008

Los taxis estaban ahí. Pastel, comida china, compras. Tengo una, dos, tres pulseras nuevas. Los supermercados no tienen nada en especial. Sólo historias. Siempre historias. Hombres, mujeres. Prisa. Y yo pienso en la perfección. La abuela preguntándose de que talla de braga usa mi mamá. Yo no sé. Surge una urgencia. Muchas risas y también prisas mías. ¿Cuándo vamos a parar? A dejar de ser esporas, carne y un saco de piel con huesos. Y tener que movernos como una casa con pies. O tapancos. Querida abuela, los taxis estaban ahí. Y nosotras elegíamos más aretes. Yo buscaba dinero en el morral que trajo Marcela de Sarajevo. Nos esperaba la cena entonces, y hubo que decir “quiere llover”. Comprar galletas. Comprarnos una sonrisa cabal. Abuela, los taxis aquí emulan el amarillo y el blanco. ¿Por qué allá donde vives, es todo verde y azul?

21 de septiembre de 2008

Tal como en Demian de Herman Hesse, sucede que en esta retórica realidad, aquí, me convergen dos mundos. Pensaba en el allá abajo, en el acá arriba. Allá abajo voy a llamarlo “el luminoso y perfecto”. Y bueno, acá, va ser el universo de todas las mujeres que me ocupan. Esta que escribe. La fácil. La difícil. La que se cambia el nombre y de vez en cuando se sumerge en la oscuridad –yo estoy más cerca de la oscuridad - Y la que usa las manos como instrumentos quirúrgicos. El me ha dicho que soy experta en autopsias. Y hasta un poco antes yo tendría que ver con Herman Hesse. Su prosa es rica, posterior a los tiempos. La mía, bueno, la mía sólo es. Pero siempre he encontrado necesidad en lo absurdo. Como un método más factible, y si no más factible, más bello y majestuoso. Instrumental, artesanal modo de vivir la vida. La vida que alguien decidió darme. Al fin me he cansado de comprender. Y así mismo es necesaria la existencia de los dos mundos. El ser hija de mis padres. De mis dos madres. Lo luminoso y perfecto muy de la paciencia. Por que a veces pasa que todo lo exterior está bien, todo, pero todo. Hasta donde se puede estar bien. Luego tendría que venir yo a desordenar este orden pacífico con el que transcurren las cosas. Tendría que desarmar las mañanas, y las noches. Y todas las posibilidades de ser, explotar. Estar con la tranquilidad muy tranquila. Una forma no he encontrado para la paz interior. Ni la plenitud, ni para llenar los espacios vacíos. Stephen Crown dice que no se puede: No, nunca vas a llenar tu espacio vacío. Y yo me pregunto, ¿es qué uno lo elige? No lo sé, generalmente no me respondo. La cuestión es el balance y no la exactitud, yo me supongo. Dentro de dos semanas no van a existir estos mundos. Va ser otro mundo. Continuara la luminosidad, muy cierto. Nada más que ya no será arriba o abajo. Ni mis mujeres mías. Tengo un libro de Herman Hesse de nuevo. Y esta aseveración de los universos que existen, me confunde.

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Más tarde

Querida Crown: Hoy he intentado colocar un espejo frente a las letras y sucede absolutamente nada. Será que Alicia, ¿miente? Será, que Alicia ¿sólo se drogaba? He intentado de todas maneras cruzar. Por que dicen que allá todo es invertido. O al menos hay ese mundo que me gusta, y las flores hablan, una come un hongo y se hace pequeña o más grande. Pero te digo, coloco el espejo frente a lo más vivo de mí y no sucede cosa alguna. Les paroles, se acercan o se alejan, y nada más. Yo he intentado eso de la cosmovisión invertida, por mis métodos más faunescos y nada ocurre.

Escríbeme, Waltz.

domingo, 21 de septiembre de 2008

De Heartbreak Wonderland

Mira, yo voy a estar aquí. Y tú, tú me vas a buscar. Por ahora vas a quedarte a la orilla. Pero va a ser ir, decirme: He venido, dame tu mano, Ofelia. Y ven conmigo. Probablemente para entonces pueda yo darte la mano. Pero no sé. Yo voy a estar allí y tú vas a buscarme. Vas a esperarme. Ya tú sabías mi narcisismo, y lo demás. Muy inútil, cierto. Ya tú sabías, que debajo de todo, pero debajo….muy, sonrío. Espero también alguna cosa. Me guardo adentro del ombligo latitudes. Son como soñar las flores amarillas de todos esos campos al final del pasillo. Mira, te digo: A veces aquí hay muchas puertas y me enfermo de mí. He estado sobre esa silla el día entero, consumiéndome la boca, y es que a momentos no me sirve la lengua para eso de escribir. O algo sucede con las nuevas libretas que compré ayer, no dicen nada. Son todas brumosas, costuradas de su lomo. Como yo. La abuela me ha pincelado una mariposa que no vuela, se retuerce sobre mi hombro y sigo aquí, aquí, donde voy a estarme. Donde tú me vas a buscar. A lo mejor en uno de esos días donde predomina el color viejo, tú vengas. Allí hay un bosque, justo al final de aquél túnel. Le crece verde musgo en las esquinas. Me nublo, redoblo los sonidos. Sigo buscando las voces perfectas que pronuncien mi nombre. Pueda ser, después de brincar al precipicio, seas tú. Pero después, mucho después de todo. Por ahora, yo voy a estar aquí. Y tú, tú me vas a buscar. Vas a transgredirme. Hundirte. Traicionarte. Y mira, cuando eso suceda, prometo vendarte los ojos. Tú y yo, como que no habíamos pactado nada. Como si a cualquier hora que llegaras, no fuera demasiado tarde. Ni demasiado pronto. Para lo sencillo de decir: He venido, dame tu mano, Ofelia.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Nataly



Vas a faltarme este invierno. Quién diría, que después de cuatro años, vendría, yo, muy yo, a escribirte cosas que jamás vas a leer. He visto televisión toda la tarde, y he escrito. A veces, también recuerdo cuando nosotras mirábamos televisión y por horas, en tu viejo televisor 27’ pulgadas. Ahora tu madre tiene un cuadro con un bote y una pantalla flat. Tú sabes, ella siempre quiere todo nuevo. Al contrario de mi hogar. Que es todo tan viejo y único, siempre, siempre igual como las cosas simples. Tú ya no podrías vivir aquí, de sobra lo sé. Transitas por las calles de Los Ángeles, tienes una hija que se parece mucho a ti. Y ya nunca nada se parecería a nosotras. No me habita ese amor que me conoces. Ni me pinto mucho la boca, o me gustan chicos pelirrojos mientras viajo en autobús. Ahora ya no hay tantas cosas. Tengo un perro nuevo que es protagonista de un drama shakesperiano. Y caminamos muy solos, atravesamos las calles que fueron tan nuestras cuando los dieciséis. Cuando las bufandas, las tardes en tu casa y su luz amarilla. Ese aroma tan tuyo, la sonrisa perfecta, las piernas largas. Vas a faltarme en noviembre, en diciembre y en enero. Ahora lo sé. Me vienes tan pronta a la memoria; fresca, como si al salir…tocara tu puerta aquí a lado, me vieras, me besaras, me dejaras untarte bálsamo en tu rodilla arrugada y café. Me vienes como el invierno del dos mil dos. De golpe y herida. De sangre. Y amores primeros. Vas a faltarme por que ya no seré yo muy pronto. Ni tendremos el televisor y los canales, incluso la misma casa. Ahora comienza el frío, yo haré mis maletas y todo, todo será destierro.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Inventar-te

Hoy voy a inventarte, 
a que estás aquí, 
dentro mío, 
hurgando las cajitas 
separando la ropa de día, 
la ropa de noche 
usando mis lentes, 
estudiando mi lunar. 

Los cigarros sin filtro en tu boca 
me dictan que, 
como que te vas a quedar 
al menos otra noche de esas mías, 
que has de cuenta no existen 
pero suceden, 
ahí de ves en cuando, 
ya sabes, 
que todo me gusta imaginar. 
Así que de esa forma 
te hago un rostro nuevo, 
una pálida espalda huesuda, 
dos ojos en un paquete especial, 
mucho cabello rizado, 
nariz perfecta 
boca para desgajar por las mañanas. 

Voy a inventarte de tal modo 
a que tú me buscas, 
como te pude buscar 
fervientemente a vos
de ahí, 
cuando estaba yo 
muy ebria 
y cantaba esos temas sollozantes 
o me tocaba las piernas 
con un sudor enfebrecido de ti, 
y de las horas, 
aquel deseo extraño de sabores, 
olores y texturas 
muy de mi pelvis o pensando tú, 
febrilmente en los pezones chocolate heredados
que me ha dado mi madre, y desde que nací. 

Voy a inventarte 
hasta que te seas otra persona 
mas sencilla, 
menos oscura 
más dócil 
a ver si nos funciona así, 
de esa manera, 
a que tú me comprendes, 
me das de comer 
y de cenar, 
llegas temprano. 

Voy a pensarte tanto los trazos, 
que ya no serás tú, 
y tendremos todos los días 
para introducirnos, 
para hundirnos en nosotros 
interminables, 
inconfundibles, 
irremediables, 
como hace el silencio 
que traspasa, 
como hacen los abismos, y su oscuridad
quien jamás para de caer.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Últimamente en ti

Otra vez es domingo y escribo. Como que se hace costumbre, estos días perfectos para observar la ventana que sigue bastante rota. Esta vanidad de no hacer nada. La lluvia allá afuera, la lluvia en los ojos y los poros, siempre. Dicen que es un huracán llamado Ike rondando la zona. Lo recuerdo bien. Pero eso no es lo importante. Es decir, relevante la tormenta o la luz ausente allá como a las cuatro después de esas llamadas a las tres y media; “puedo ir mañana a tu casa”. O “ven a tomarte una copa conmigo”. Insuficiente el sueño, que puedes responder muy lúcida, todas a esa hora. Y la locura perpetuamente en madrugada. Continúo estirando mucho mis brazos para tocar el agua que escurre desde las cornisas. Pensando en ti, últimamente pensando en ti. A que te diluyes en mis manos. Sentía una inexorable desesperación por no olvidar la fiebre que me nacía, la enajenación debido al resplandor azul de los relámpagos sobre la cara, y esa capa de sudor muy delgada por que el cuarto es muy pequeño y hay demasiadas casas alrededor. Qué difícil no pensarte entonces. No cubrirse el rostro, y no oprimir los párpados. Desear recordarte por la mañana, y querer decirte todo lo que hoy sucede aquí. Prender el televisor ya cuando despierto. Muy de caricaturas. Y sentirme un poco rendida de tus huesos pesados. Como de llenar mi cuerpo de todas esas letras que no pueden vivir sin nosotros. Ni nosotros sin ellas. Y te he recordado mucho ahora por la tarde. Mucho después del desayuno. Ocurre que, hay algo acerca del paso de los días que a veces se merece explicar. El único problema es que aun no sé cómo hacerlo. Sólo es algo parecido al sonido del Cello y del Violín cuando termina cierta canción muy arriesgada. A sentir de nuevo, los tobillos vacíos de lo que llaman perspectiva. O mis noches cuando no duermo, y es darse cuenta otra vez que las enfermedades no se marchan, ni tú te marchas, ni este sentimiento muy nulo de felicidad a que más tarde estaré colmándome de tiza los pies para permanecer estática a la entrada de este barrio, mientras la tempestad despliega sus alas…y yo, ingenua, como pensando en ti. Últimamente en ti. Como si fuera cierto, a que también me piensas y que allá como aquí…nunca deja de llover.

viernes, 12 de septiembre de 2008

10-4 cambio...

Si vivieras acá querida, ahora mismo iría a buscarte. Justo ahora…por que el infinito de los “sí”, de los “no”, de hecho de los insulsos “quizá”, me está alcanzando. La noche es muy hueca. Como todas las noches, es verdad. Pese a esta situación, ocurre (definitivamente) que aunque lloviera, las visitas, tu propio aburrimiento. Golpearía tu puerta bastante alto, me compraría una sonrisa para dársela con un moñito a tu mamá. Pueda ser entonces, que me diga: Espera. Ya estando contigo, adoradamente contigo, te tomaría las dos manos, te miraría los ojos fijamente muy a la Waltz. Y obviamente te daría un beso en la mejilla que significa –cuídame mucho- hay ocasiones así. Es cuando busco (cuando caigo en que no voy a encontrarte) a cualquier individuo corriente, que se vista medio casual o que haya leído al menos a Kundera alguna vez. No sé si por tu culpa al no vivir aquí, o por que sigo teniendo un poco de esquinera barata. Yo qué voy a saber. Me siento asquerosamente clásica. Llámese con tedio, desilusión o cansancio anunciado. Es necesario que alguien me cuide. Hace calor. De ese calor que viene desde adentro y te explota la cabeza como en las películas Gore allá por los 70’s, ahora no recuerdo fechas, ni mucho de nada, en realidad. Será, que si trazo dos líneas paralelas hacía donde se levanta tu ciudad, ¿me escuches? ¿Vengas? ¿Me cuides? Yo iría. Con mis piecitos torcidos iría. Hay cinco mosquitos sobre el foco. Me ha dicho que NO. Nadie dijo SI. Busco respuestas en Romeo y de él siempre obtengo un QUIZA, cuando inclina su cabeza. Creo que por fin huele bien mi cabello. Pero tú no vienes hoy, ni por el walkie talkie, parece. Y aun le tengo miedo a la cama. Tan sola y tan fría como las piedras que nos dicen absolutamente nada. Todavía como allá en el dos mil cinco y en el dos mil siete, todavía, querida Stephen Crown.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Autoretratos

I

Dejabas caer el cuerpo. Contra la cama, la banqueta, la ciudad entera, repleta de caos.

Y esos eran los días en que la gente caminaba sobre ti. Lamías tacones y cuero. Carne, sal, la vida en miseria. Luego, una mujer con demasiado cabello en la frente, venía a colmarte de besos, escondidos, en cada uno de los rincones de la habitación. Ya esperabas las palabras, ya. “Qué puta eres”. En ese entonces no dolía. Digo, no dolían muchas cosas. Se arreglaba el pelo con tus cremas, lloraban tanto. Hacían los hombros para adelante, se juntaban los pechos. Había una transpiración por el ambiente tan, pesado. Lo llamo pesado, o quizá denso. Por que ni las drogas que no tomabas, ni el ajenjo o la poesía; se comparaban al filo y a las notas musicales. A veces, todavía, te quitas toda la ropa, vuelves a dejar caer el cuerpo, boca arriba, y estiras mucho los brazos, las manos, los dedos y cierras los ojos y alguien se posa sobre ti. Como invisible. Empiezas a serpentear entre la tela con olor a ti, de sangre, a vicio, a ti…siempre a ti, solamente. De mañana, de tarde, encarnecida. Te comienza una fiebre de ausencia. Tanta ausencia, deslizándose por los pilares, a través de tus torres; que hay que decir, que el cuerpo es un templo. Que nunca has apreciado en realidad.

Y esos eran los días. Mínimos y máximos. Te tomabas muchas fotos porque de pronto habías descubierto un no sé qué muy expresivo en tu rostro tolteca. Y siempre el blanco y negro, has de saber. Venían hombres, como aun vienen, venían mujeres y hombres y los esperabas a todos. “Qué puta eres”, dicen. Las personas aun no entienden que se trata del amor. Todo para ti, se trata del amor. El amor es grande. No es el trabajo, ni las horas de sueño. Qué te quita el sueño. Qué te hace trabajar. Ni la esperanza famélica. Son, por ejemplo, esos países que mueren de hambre, más importantes que tu vida sexual o, básicamente asexual. Todo se trata del amor. Por eso dejabas caer el cuerpo. Querías comprender un poco este desorden. Mínimo y máximo. La soledad embelesadora en medio de la calle. Tantos escritores que te inundaban. Los adultos mayores a tu alrededor. Quienes no te hablan de nada. Y que decían mucho. Querían hacerte atisbar, que no eras bella…y que el amor es de uno a uno, uno para uno.

Tenías el frío de noviembre y las piernas trémulas. Y jamás podrías asimilar ese tajante no se trata de adueñarte de todo, y te dejabas como una gran puta, caer y caer…

Fotografía por Ofelia Waltz: Autoretrato

Serie: loquepasoanoche

lunes, 8 de septiembre de 2008

¿Cuántos gatos tienes?



Abuela hermosa:


Esta mañana te he recordado bastante. El día es demasiado nublado, como que nunca existió el sol. Y ya tú sabes, me muero. Aquí estamos muy austeros de amor. Ese amor tan tuyo. Por eso te he recordado con toda mi melancolía allá como a las diez, y veía pasar muchos gatos por la calle. Estaba sentada sobre las escaleras mal hechas que dan a la azotea del negocio de mi madre – tu hija – y era todo muy la casa. Nunca has visto la película de Amelie, pero ya te digo, hay una escena donde ella habla con su padre y le invita té, mientras él se preocupa por un gnomo, o un jardín, o el pequeño cementerio donde tiene las cenizas de su esposa. El cielo es todo gris y habita ese verde muy profundo, el aire mueve cabellos, como allá donde tú. Aunque Amelie es muy Francia, te digo que es muy “allá”. Allá, que llenas tú. Donde yo quiero. Me sentía inconsolablemente triste, la gente…abuela, esa tienda. Y ya no puedo fumar por la cosa en el estómago. Mamá me ha dicho que tome unas pastillas de nombre con finalización “van”. Edrovan, Alhovan, Costurvan. Alguna palabra así. Y no me gusta, tomar esas píldoras no me gusta. Ya sé, cuando vengas vas a enojarte mucho. Yo voy a callarte con mis ojos grandes. Ya vas a ver. Y regresaremos juntas hasta esa casa muy al sur. Ahora, ¿cuántos gatos tienes? La última vez que fui eran muy pocos y eran los hijos, de los hijos de Chiquis y de Pancho. Ellos no me conocían, andaban huyendo de mis manos por todo el patio de atrás, el de frente, la cocina, lo que llamamos sala o comedor. Estaban ahí y no jugaban conmigo. De que no hay perros, lo sé. Pero es tan bello tener mucho de todo; los patos, las gallinas, tú sabes. Cuando teníamos mucho de todo. Había mucha tierra mojada y hierba con gotas de rocío. Mucha música, muchos besos. Tantas costuras y el bastidor. Y no sé, ya no recuerdo cuántos gatos.

Fotografía por: Muszka (Deviantart)

domingo, 7 de septiembre de 2008

Weekend

I

Romeo me pasea bajo la lluvia. Se coloca su cadena gastada, y me dice despacito: hey, vamos a caminar. Tenemos el consuelo de los días de humo y destemplanza. Podemos dar pasos desnudos sobre la gran brecha al frente, la de siempre, y la música susurrada, también la de siempre. Luego los albañiles que trabajan en la escuela de junto, asoman sus cabezas por encima de las bardas, dicen; mira el perro…y la niña. Bajo la lluvia. Paseando. Y son tan tristes y seguros. Nos duele el medio día, es cierto. Nadie como Romeo sabe la desgana, tener que arrastrarme por todo ese terreno baldío frente al kinder. Quién más podría, amado Romeo, quién más. Como tú, con tu carita de tizne y el pequeño antifaz color miel. Aunque ya sabemos de sobra que el día no ha sido malo. Sólo somos nosotros, y la vida que no nos gusta. La gente que nunca me sonríe ni le sonrío. Le digo a mi madre que si en mis días buenos no les veo la cara siquiera, cómo cree que son los peores. Por ahora, Romeo me observa desde el desnivel de la puerta, esperando. Le deprime mi soledad, yo pienso. Y si escuchamos Mozart se pone rock Star, y si elijo a Callas a lo mejor de pronto se duerme. Todo es incierto.

Hay que esperar a que vuelva a llover.

II

Ya sabes. Estaba la luz apagada, y te esperé, como en realidad espero pocas cosas. Tú no sabías a esa hora supongo. Tenías esa droga tuya, arriba, de arriba hacia abajo. Y tú arriba y ella, él arriba, o ella abajo. Yo no lo sé. Aquí aun es verano, ¿cuándo dijiste que era allá verano? No lo recuerdo. Ahora sé que para tu cumpleaños estaré ausente, entonces, tal vez…despacito entre los días con olor a madrugada; recuerdes el “búscame, espérame, te quiero mañana”. Yo te esperé, de verdad que te esperé. Aun estando la luz prendida te esperé. Me dolía la cabeza, sudaba un poco. No significa que ya no tenga ese amor guardado, el otro, el que sí me grita. Pero el tuyo, flagelado; apenas existente. Como cuando las tormentas y el arco iris ya existe, existe de verdad. Le duelen los ojos a mi cara. Son dos focos recién subastados, pálidos, mortecinos. Incrédulos e indulgentes a tu estío. No me representas mucho, pero ya sabes, estaba la luz apagada y yo sin ropa, con algunas dudas amoratadas sobre el abdomen. Yo te esperé, con mi sangre te esperé, casi desnuda. Con la luz apagada. Y tienes suerte, que me haya dado tiempo de escribirlo.

III
Deja que yo te lo diga: Existes. Ciertamente, de una manera inconclusa, pero existes. Ahora me duelen más los domingos por la mañana. Es sobrevivir a los viernes, a los sábados. No sé. Saco los lentes de su funda, los limpio, observo la ventana y a esa artesanía china moverse con el viento de domingo en la mañana, y lacrimoso. Es todo tan dolorosamente callado. Incluso aquí, aquí en la habitación…a pesar de los “Mother will die”, “Father is late” y “Father and mother”. Y pienso mucho en nada. De pronto me muerdo los labios, parpadeo, dormito, me rasco el tobillo. Pretendo ganar valor, para de repente decirte en ese lugar donde te escondes:
Existes. De veras que existes…

jueves, 4 de septiembre de 2008

Para siempre contigo

Lo que yo hubiese querido siempre, era vivir contigo. Es vivir contigo. Ir de la mano contigo a través de los túneles, o caminar en esas amplias plazas cotidianas. Muy transcurridas. Estar contigo. Ser nada más yo, al menos un día. Desayunar contigo. Tocarte, verte. Sin embargo, al mismo tiempo que se trasladaban mis deseos al lenguaje del día real, una larga y triste mano me azotaba contra el piso. Nada serviría, de pronto todo sería inconsolablemente inútil. El peso de las alas que nunca me brotaron, surgiría, erradicaría mi espalda, hasta la muerte. Hundiéndolo todo. Por que veras, pedía yo tanto. Yo quería ser lo eternamente esperado. Lo que va más allá de las nubes cuando ves por mucho, mucho tiempo, lo que dicen todos estos transeúntes denominarse cielo, lo que te importara nada más. Es que ya ves, la gente como yo está tan enferma. Diminuta de lo vasto. Siempre con los ojos caídos y la soledad diluida entre los labios incoloros, donde nacen estas letras. Desde abajo. Y quién podría entonces vivir conmigo. Estar conmigo. Darme sus horas, sus cabellos, sus dientes. La soledad muy transitada y conocida. Que tú conoces bien. Yo quería, hubiese querido siempre. Ser, existir contigo. Escucharte muy temprano cuando sales al trabajo. Querer yo trabajar, ser un ciudadano decente. Ya no tener, como me dijo esa mujer hace dos días, un sello de parásito voluntario. Como sin futuro y sin ganas, aunque todos susurren detrás de nosotros “ella puede, ella puede”. Ella será grande. Tú sabes que eso nunca me ha importado mucho. A veces cuando entre mis ropas holgadas me observo, me pregunto qué es esto, pero qué putas es esto…a esto le llaman vivir, ser, levantarse, correr, ser del otro, trabajar, llevar la comida a la mesa, y me canso de pensar que es lo correcto. Me respondo, en cambio, que quiero vivir como ahogada. Estar como Whitman y sus Hojas de hierba, ser Whitman y cantarme a mi misma. Porqué entonces, quién más va hacerlo. Es necesario. Algún día, quizá, tendremos hijos. Tú los tuyos, yo los míos. Y nos creeremos enormes ante ellos y tan débiles en cambio. Pero yo querré, tal vez aún, que sean contigo. Tenerlos contigo, llevarlos de la mano contigo hasta que en distintos idiomas les enseñemos a decir “te amo”. Voy a desear leerles con esa voz mía, los cuentos, las poesías. Un largo tratado de guerra. Dónde y cómo, se verán desnudos con panderos o con largas faldas, amando el folklore del mundo. O soñando que vuelan a través de la Opera o el Cine. Para que bailen después con las trompetas, para que sean libres como tantas veces tú o yo, lo fuimos. Solamente en ocasiones no festivas, no apartadas. Encontradas, para no olvidar a tu pueblo. Yo quiero serlo todo, siempre, eso sucede. Necesítame, búscame. Que no hay términos medios. Llenar de ti una casa, vaciar de la piel, el llanto. El dolor tan frecuente que contagia la ausencia. Y la distancia que viene carcajeándose desde la esquina mas profunda al vernos, solas, idolatradas, desde los ojos nuestros que no nos miran. Tan llenas de nada. Llenas de caída.

La gente como yo lo sabe. Conoce del hubiera, del quise, del hubiese querido. Y que no depende de nosotros ¿cierto? Es el tiempo. Los caminos y las lágrimas. Quiero pensar hasta mi muerte, que es cierto. Por que yo quería ser tuya, ser, estar contigo, vivir contigo…ser yo misma; así, poética, desnutrida, relativa, minúscula, sexual, y sin género.

Pero contigo amor, para siempre, contigo.

Prosa a la Waltz de las horas gordas

Yo soy tú, y tú eres yo. Es una formula vieja. Lo sé. Esta noche ha aumentado ciento ochenta y siete gramos el amor que te profeso. Es así. Como que es contigo. Siempre tenemos las cosas delgadas; el tiempo, la línea del suicidio, el abrazo, los pies y su muerte. La distancia entre el amor y el odio. Todo eso tenemos. Pero me digo, tú eres yo y yo soy tú. Y me hablo, me bailo dentro de mí. Me grito que te amo, que la vida es buena, si es así, como contigo, es buena. Soportable. Es de esos instantes placenteros, parecidos a lo que la gente como nosotros podría confundir con un orgasmo escalofriante u orquestal. Así, de lejos. Tú sabes cuando yo digo “lejos”, es sólo eso, un parpadeo y claro, subjetivo. Cómo explicarte, yo soy tú y tú eres yo. Me perteneces, te pertenezco. Bailamos tango a las once de la noche y nos besamos la espalda. De cierta manera se entierran los dientes en la piel tuya, y en la piel mía. Somos nuestros. De carne, de hueso, de sangre amontonada profundo en las venas. Nos pensamos, a veces pensamos “te penetro, me quedo dentro”. Y yo soy tú, y tú eres yo. Nos habita el aire que viaja de aquí para allá, a tu costado que es el mío. Y nos surge una fiebre. Que es tu fiebre, muy mía. Me duele tu dolor, me cansan las extensas jornadas de tu cuerpo. Lastima cuando dices me arde. O tengo que irme. Y me voy yo también, hasta tu cama, que es como si fuese mi cama porque te contengo. Te clavo un letrero que dice “para siempre” en nuestro oído. Acaricio el cuello de la ausencia. Me parto en dos y somos cuatro. Cómo decir…cómo decir yo soy tú y tú eres yo, y que es como contigo, sólo eso. Cuándo contigo, a deshoras y entre las letras de tu nombre, nuestro nombre impuro; retuerces el todo y lo pones a secar al viento. Yo quedo sujeta de la cuerda en alguna parte. Con ciento ochenta y siete gramos más, con música mordiendo orejas, con amor muy pesado en la cintura, y en el vientre, y en la boca. Derramándonos. Hasta sernos completos, siendo tan nada. Es necesario que comprendas, amor. Y ya ves, alguien nos toca lo que dicen llamarse “alma” cuando nos decimos amor. Como que somos el amor, nuestro. Tuyo, mío. Absoluto, magnificado. Tendríamos que separarnos un día. Pero quién podría venir a separarme de mí. A cortar, de mí, la vida. Que ya habíamos quedado: nuestra vida. Tus manos, mis manos, mi yo soy tú. La formula vieja y cansada. Como que también fue un deseo de Robert Smith y de otros tantos usurpadores de cuerpos. Me digo muy despacio, cuan terrible es decir yo soy tú, y tú eres yo. Si un día de desdén por las cosas delgadas; el tiempo, el suicidio, también las enfermedades, y otras gentes; me olvidas. Si tú me olvidas. O nos olvidamos.

martes, 2 de septiembre de 2008

De nada del amor

Vamos a hacer eso, pero no hablaremos de amor. De nada del amor. No buscarlo, no invocarlo, ni siquiera mencionarlo. Nada que tenga que ver con el amor. Vamos a ser pacientes. Tú, tomaras mi mano vacía y mi boca, para bebernos las posibilidades. Para ver si así, ya aprendo –yo nada más- como se hacen las cosas. Cómo se hace el amor. Porque veras, hay veces, que uno, premeditado, iluminado, loco, incapaz; dice: yo sé muy bien del amor. Yo amo, yo te amo. Y así, uno dice esas palabras. Pero no se sabe nada, en absoluto. Yo era – yo soy – de esas personas que se desnudan muy pronto. O a veces, todo lo contrario, me hilvano rostros, me hago rostros nuevos que arrastro y ofrezco sin vender nunca. Y pienso, yo pienso que estoy exhausta. Es importante aclararlo, notificarte desde ahora. Que vamos hacer todo eso que tú quieres, pero no hablaremos del amor. De nada del amor. Aunque confieso que podría ser débil. Me puede la poesía de Jaime Sabines, a veces, podrían vencerme las utopías de mí, y no de ti. Voy a fantasear a los parques, los cafés con olor a tango. Las revistas literarias. Lo que fuese medio ideal. Voy a fantasear incluso, a Chopin y sus falanges. A los coristas, mi llanto anunciado en los auditorios. El punto y aparte, después de haberte escrito un poema pésimo y muy largo. Ahora no sé. Imaginar hace daño. Por eso digo, me digo y te digo sin que sepas y a pesar, que no hablaremos del amor. Nunca, no te lo recetaré nunca. Ni en los sábados, o los domingos que alguna vez han sido nuestros. Pocas veces. Pero bastante nuestros. Yo, fingiré no estar volviéndome loca por la soledad de ti, tú, por favor, sigue siendo lo mismo. Confundido y mediocre. Que tanto bien me hace, para ayudarnos, para ayudarte…a que todo esto, no tenga ni un susurro, una manta caliente, que no tenga ni un color, ni una sonrisa. De nada. Y sobre todo, de nada del amor.

Foto: Lilya Corneli

lunes, 1 de septiembre de 2008

Nota

Ese asunto parecía muy sencillo. Yo me abría de piernas una vez a la semana, estaba feliz toda la semana. Y ya. Únicamente eso. Pero la vida no es muy así. Es decir, sí, una abre las piernas y cosas se arreglan, a veces, hasta nacen los hijos. A veces alguien puede pasar a través. Pueden entrar y quedarse, también, si te descuidas. No obstante, aquello es tan insano. Prolifero para el suicidio a los veinte años, denigrante, ellos dicen. Yo misma lo digo. Luego me baja la nada. Y observo que ya no, ya no vamos a proceder con eso. Voy a guardar mis cositas en la maleta otra vez. Y voy a levantar las carpas que ya estaba desdoblando. Parecía divino todo ese asunto. Sencillo. Pero otra vez me baja la nada, se me destroza el hueco. Me vuelvo así como que mi apellido artístico es Waltz, siempre no, ya…siempre no.

Luego me bajaría el todo, con el peso de ti…”y no me explicaría mucho”.