Otra vez es domingo y escribo. Como que se hace costumbre, estos días perfectos para observar la ventana que sigue bastante rota. Esta vanidad de no hacer nada. La lluvia allá afuera, la lluvia en los ojos y los poros, siempre. Dicen que es un huracán llamado Ike rondando la zona. Lo recuerdo bien. Pero eso no es lo importante. Es decir, relevante la tormenta o la luz ausente allá como a las cuatro después de esas llamadas a las tres y media; “puedo ir mañana a tu casa”. O “ven a tomarte una copa conmigo”. Insuficiente el sueño, que puedes responder muy lúcida, todas a esa hora. Y la locura perpetuamente en madrugada. Continúo estirando mucho mis brazos para tocar el agua que escurre desde las cornisas. Pensando en ti, últimamente pensando en ti. A que te diluyes en mis manos. Sentía una inexorable desesperación por no olvidar la fiebre que me nacía, la enajenación debido al resplandor azul de los relámpagos sobre la cara, y esa capa de sudor muy delgada por que el cuarto es muy pequeño y hay demasiadas casas alrededor. Qué difícil no pensarte entonces. No cubrirse el rostro, y no oprimir los párpados. Desear recordarte por la mañana, y querer decirte todo lo que hoy sucede aquí. Prender el televisor ya cuando despierto. Muy de caricaturas. Y sentirme un poco rendida de tus huesos pesados. Como de llenar mi cuerpo de todas esas letras que no pueden vivir sin nosotros. Ni nosotros sin ellas. Y te he recordado mucho ahora por la tarde. Mucho después del desayuno. Ocurre que, hay algo acerca del paso de los días que a veces se merece explicar. El único problema es que aun no sé cómo hacerlo. Sólo es algo parecido al sonido del Cello y del Violín cuando termina cierta canción muy arriesgada. A sentir de nuevo, los tobillos vacíos de lo que llaman perspectiva. O mis noches cuando no duermo, y es darse cuenta otra vez que las enfermedades no se marchan, ni tú te marchas, ni este sentimiento muy nulo de felicidad a que más tarde estaré colmándome de tiza los pies para permanecer estática a la entrada de este barrio, mientras la tempestad despliega sus alas…y yo, ingenua, como pensando en ti. Últimamente en ti. Como si fuera cierto, a que también me piensas y que allá como aquí…nunca deja de llover.

1 comentario:
... a veces no se ven las gotas, peron nunca para de llover...
Como pequeños duendes juguetones, en un bosque, en donde las gotas se ven más de cristal, más de fantasía... más de uno mismo...
Mañana, volverá de nuevo... entre pensamientos que se agarran y se columpian en el cabello...
... y entonces la melodía comienza de nuevo...
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