miércoles, 10 de septiembre de 2008

Autoretratos

I

Dejabas caer el cuerpo. Contra la cama, la banqueta, la ciudad entera, repleta de caos.

Y esos eran los días en que la gente caminaba sobre ti. Lamías tacones y cuero. Carne, sal, la vida en miseria. Luego, una mujer con demasiado cabello en la frente, venía a colmarte de besos, escondidos, en cada uno de los rincones de la habitación. Ya esperabas las palabras, ya. “Qué puta eres”. En ese entonces no dolía. Digo, no dolían muchas cosas. Se arreglaba el pelo con tus cremas, lloraban tanto. Hacían los hombros para adelante, se juntaban los pechos. Había una transpiración por el ambiente tan, pesado. Lo llamo pesado, o quizá denso. Por que ni las drogas que no tomabas, ni el ajenjo o la poesía; se comparaban al filo y a las notas musicales. A veces, todavía, te quitas toda la ropa, vuelves a dejar caer el cuerpo, boca arriba, y estiras mucho los brazos, las manos, los dedos y cierras los ojos y alguien se posa sobre ti. Como invisible. Empiezas a serpentear entre la tela con olor a ti, de sangre, a vicio, a ti…siempre a ti, solamente. De mañana, de tarde, encarnecida. Te comienza una fiebre de ausencia. Tanta ausencia, deslizándose por los pilares, a través de tus torres; que hay que decir, que el cuerpo es un templo. Que nunca has apreciado en realidad.

Y esos eran los días. Mínimos y máximos. Te tomabas muchas fotos porque de pronto habías descubierto un no sé qué muy expresivo en tu rostro tolteca. Y siempre el blanco y negro, has de saber. Venían hombres, como aun vienen, venían mujeres y hombres y los esperabas a todos. “Qué puta eres”, dicen. Las personas aun no entienden que se trata del amor. Todo para ti, se trata del amor. El amor es grande. No es el trabajo, ni las horas de sueño. Qué te quita el sueño. Qué te hace trabajar. Ni la esperanza famélica. Son, por ejemplo, esos países que mueren de hambre, más importantes que tu vida sexual o, básicamente asexual. Todo se trata del amor. Por eso dejabas caer el cuerpo. Querías comprender un poco este desorden. Mínimo y máximo. La soledad embelesadora en medio de la calle. Tantos escritores que te inundaban. Los adultos mayores a tu alrededor. Quienes no te hablan de nada. Y que decían mucho. Querían hacerte atisbar, que no eras bella…y que el amor es de uno a uno, uno para uno.

Tenías el frío de noviembre y las piernas trémulas. Y jamás podrías asimilar ese tajante no se trata de adueñarte de todo, y te dejabas como una gran puta, caer y caer…

Fotografía por Ofelia Waltz: Autoretrato

Serie: loquepasoanoche

3 comentarios:

Giovanni-Collazos dijo...

Gracias por visitar mi blog...

Me gusta el tuyo... me gusta como escribes...

En cuanto tenga más tiempo leere más textos de tu blog.

Un beso.

Gio.

DEARmente dijo...

Tu autoretrato me gusta, Ofelia.

Ya sabes que tus textos también.

Stephen Gordon dijo...

Uf, creo que este en especial es muy transparente. Así te veo, así te siento.