jueves, 26 de diciembre de 2013

Algunos encendedores



No es mucho, ni demasiado, ni poco, siempre. Es el frío. Son las azoteas y los fuegos artificiales a lo lejos. Alguien juega con el ardor de la respiración, como si fuese una fruta a punto de reventar. Tiritamos. Temblamos. Nos abrazamos. Es la primera vez. Y la última. Alguien juega, te digo. Sucede en los viajes de verano o invierno. En otoño siempre fracasamos, de alguna forma. Con una melancolía y soledad volteamos la vista. Saboteamos ese encuentro furtivo con los extraños. No es mucho, pero a ellos nunca les importa. Si conocemos la suerte y la voz. Si sabemos esperarlo. Ese latido. ¿Entiendes ese latido? Si te digo amor dentro de dos horas. Es mentira. Es que no siento nada. Es que me he estado marchitando. Calculo la temperatura de tu piel, es helada, como la carne cruda. Saturnina y casual. Inalterable; porque no somos importantes. Me conoces. O es que no lo haces. Somos silencio de los días. Esas cosas también vienen. Vives de tal manera que no te alcanza ya ni para contárselo a nadie. No recuerdas, incluso, ni haberle dado tu nombre. Pero lo tiene. O lo tenía. Calculo que solamente pasaran unas semanas para que lo olvide. Recordará el dinero gastado. La boca mordida. El desazón del desvelo en una oficina. A lo mucho hará una canción debajo del escritorio.  Guitarras insolubles porque es un dato que te dieron. Él toca la guitarra y estudió en el Conservatorio nacional. Ella es sólo ella, y a veces escribe. Te debieron decir eso. En cambio soñaban con una no-certeza de la cual me deshice. Todas las pretensiones en una copa de vino para que ambos tuviésemos que ver. No lo recuerdo bien, todos hablaban de una cosa y otra. Mi padre me callaba. Tú y yo fumábamos dentro de nuestras bocas. No es que me importara. Nunca es eso. Mandarte al carajo a las seis de la mañana. Quisiera entenderlo yo misma. Hay conversaciones que perduran y algunas que no recuerdo. Siempre la oscuridad en medio. Bruma y mareo  como un medicamento que no pronunciamos. Me queda ese olor de extraño y un encendedor debajo de la cama o en el bolsillo. Y la seguridad de que fue tuyo. No voy a devolverlo jamás. 

Aunque tenga varios. 

viernes, 6 de diciembre de 2013

Mientras la ducha


Pensaba en ti con la garganta. Así como podría hacerlo con cualquier parte del cuerpo, y evocarnos colores diferentes. Un género musical brutal, los distintos  grados de las quemaduras. Lo hacía igual que si pienso en mi ex novia, la pienso con las uñas. Una blancura y pulcritud siempre en sus uñas. Qué desgarrador romance tenerlas en mi boca. Tenía esa incómoda situación de sus dedos. Prolongaban una promesa de mordida dactilar. Y al arrancarlas, era una cruda consistencia, la de carne dolida. Era habitar el tacto. De otra manera. Con los dientes. Si pienso en otra persona, podría decir que lo hago con el cabello. Él ama mi cabello. Yo detesto el suyo. Qué horrible manera de llevar esos pelos rígidos como si enfrentase una guerra. Algo o alguien está por caerle sobre la cabeza y aquél necesita ser empalado. Podría continuar a destazarme en cada historia. Vienes a mí con esa idea de llevarte conmigo; introducido, dentro, abducido.  Inevitablemente digerido.  Te pienso con la garganta como si cargara tu sabor, como una asfixia. Un latido. Un corazón. Una daga. La asfixia. […]

viernes, 22 de noviembre de 2013

All your farewells*

A murmullos por la casa. A tientas. A ciegas. Irreconocibles. Estoy con él, le hablo de ti, me mira como si fuese un sueño. Dormido. Me mira como si no existiesen los años atrás. Ni los años delante. Como no me miraste, ni lo harás, nunca. Es mi hambre. No sé si lo entendiste. Si tomaste lo correcto de esa salvaje ocasión. Jamás es la persona que tengo enfrente. Siempre es más dentro. Más. Cautivar. Habitarse. Contar en mi mano los dedos tuyos. Serte. De otra forma. Decir; hay tiempo suficiente para sabernos. Cómo resultamos en la mezcla. Y qué construiremos esta ocasión sin que vuelvas a perderme. Tal vez regrese este invierno. Me quedaré para siempre.  No sé si conoces este camino que me llevará a tu lado. No es estar a tu lado. Son destinos que irrevocablemente tienen que cumplirse. Lo sabias antes que yo. He llenado mi vida de profetas. Todos se han marchado dejándome aquí. Aquí.
                                                                                                                                           Aquí.
                                                                                                                                                        Aquí.
Afuera. A gritos en el baño. A rasguños. Es una dulce desesperación que las dos reconocemos. Amarla a ella. Que sepas el miedo de su distancia. Conoces todos los llantos y todas las caídas. Sin embargo no te sirve de nada. Estoy con él. Te recordamos. Quisiera correr a decírtelo sólo para sabernos en la cotidianidad de la vida. Qué gracioso no haber hecho todo lo que dije. No ser inmortal en tus manías. Llenarte el oído de palabras sin dolor para qué. Ya sé, no te causo dolor ni repulsión. Quién sabe qué será más ofensivo. Ojalá tuviese la necesidad de ir hacia ti de nuevo. Como alguien que camina atrevidamente hacia el mar con los ojos cerrados. Sin vértigo. La arena se encuentra entre tus dedos. Como todos los recuerdos, te tengo en un lugar inaccesible. Recóndito. Paseos que no hicimos. Besos imposibles. Son fotografías mentales que no lograron capturarse al final. Tengo todo tu silencio, querida. Tengo todos tus adioses dentro de una caja de cera. Esperando el calor. El verano. 

*Título de una canción South San Gabriel/Centro-Matic


miércoles, 6 de noviembre de 2013

Eat





Gracias a Martina
por decir que mi mejor escritura
 proviene del estómago.



A veces no como, por mera enfermedad, por decisión. Me resisto a comer, hasta que me mareo y estoy tan débil y me siento viva en serio o siento venir lo contrario. Entonces veo una película para olvidarme o hurgo en mi correspondencia vieja. Entonces quiero llamarte y que me quieras otra vez. Entonces quiero ponerme vestidos blancos de botones, sin nada abajo. Que la piel no solamente se insinúe, que se revele. Qué puedas tocar el vestido y tocarme hasta la eternidad. Que puedas sentir mis huesos, que puedas casi fracturarme el cuello, y luego puedas hacerme el amor con ese terror de haberme perdido una vez.  También hay días donde se eligen muy bien las especias. Esos días comemos. No sabemos de donde venimos, pero las especias, sin embargo las especias con sus aromas de Estambul o de Chipre. Tengo la pretensión de inundar la casa con una benevolencia tal, con el hambre, con la certeza de ser felices en cuestión de minutos. Desvanecernos hacia el piso y hacer tu nombre con humedades desde la boca a los píes. Inundar la casa. Inundar la casa, mi amor. Y yo que tanto amo apetecer. La sequía arrasando unos labios. Lo plano del cuerpo que no ha sido alimentado. Adolecer en la muerte de uno mismo. No entiendes cómo puedes soportar tanto sufrimiento.  Sufrir es una famélica llama que no puede apagarse, y siempre busca seguir viva. Hoy entiendo ese enigma de la voz. Tu debilidad. La fragilidad de la vida, lo delgada de la línea entre irse y quedarse. La gente es delicada, dice mi padre. Así. Ahora tengo el estómago vacío. Me siento delicada como una flor blanca debajo de tu pena. A veces no como para sentir el cuerpo flotar. Como si fuese posible. Nada puede alimentarme como esta orfandad, la música de bar, de lejanías, de echarte de menos. Una música como el sabor a estar y no estar dentro del mundo. Algo que me diga que estoy más cerca del final. Como si la avidez  me llevara hacía ti. Y estar contigo. Qué puedo atravesar las paredes para estar contigo. Repetir este llanto, que casi se me rompen las manos de tocar el suelo. Y no estar contigo. 

lunes, 28 de octubre de 2013

Panorámica


Aparentemente me he ido de todos los lugares; principalmente del corazón de ella. De las oficinas y los bancos. De las esquinas esperando mis ojos. Del colectivo de las siete de la noche hasta la escuelita del centro. Aparentemente me he ido, pero estoy más presente que nunca. Él ha vuelto para estar conmigo. Hay momentos de esas gentes; Abel al teléfono siendo las 13:40 o mi padre abriendo un vino a las 16:00. Una caminata que avanza como se me escapa la voz, y me como las letras de en medio. Saltando baldosas y charcos de octubre. Aparentemente está todo en su sitio. Nosotros somos felices. Existe la posibilidad de ello cuando observas fijamente las ramas de un árbol, y otra vez una humeante sensación desde la boca. Se le humedecen los ojos de verte. Pero es que no sabe que ya no estás aquí. Que has partido. Qué estás más lejos que nunca. Y más cerca, más cerca de todo cuando hablas. Nos movemos ligeramente. Podrías relatar la cotidianidad si quisieras. Una cafetería a las 9:00. Ojala ya no te hablara de música o de altos mandos. Guerras que hemos perdido. Ojala ya no tuviésemos que pasear por la ciudad hasta llegar al hotel. Despedirnos cuando se termina el día. Sin embargo sacas fotografías de cómo late tu corazón. Y yo pienso en un barco que te construiré para irnos al océano. Me llevaré mi cuadro de La habitación de Arles. Algunos recuerdos de países donde no hemos estado porque alguien creyó que era buena idea dejar huellas; decirte: estabas aquí, aunque México. Pensar tal cosa ahora es una monstruosidad. Pero creemos todo aquello porque anochece. Él sigue en su habitación rentada. Le habita al mismo tiempo, un tipo de soledad que es para llorarle eternamente. Para hacerle una serie de libros con pasta dura, de esos que se ponen en el Chalet familiar. Aparentemente ya hemos resuelto la vida juntos. Por estos días estamos tan dentro del mundo, y lo llenamos de extremo a extremo, tú y yo. No sé dónde.  

jueves, 24 de octubre de 2013

White winter hymnal

Mañanas de octubre donde todo el mundo se mueve al ritmo de esta canción.



domingo, 20 de octubre de 2013

¿Estamos solas?




Preguntarlo así. Naturalmente. Recuerdas como era preguntarte “estamos solas”. La casa en domingo, la habitación tuya, tu casa otra vez se abría para nosotras. Se abría el día para nuestros cuerpos. Un amanecer aquí, un atardecer allá, ese cerrar de cortinas para que no pasara nadie, ni el sol, ni él con su especia picante enrojeciendo nuestra piel. Yo quería que lo único colapsando con mi piel fuese tu cuerpo. Desde tus tobillos a tu sexo, de tu cintura a tu pecho, y la geometría de los hombros, y era así ¿estamos solas? El principio del deseo. Y no totalmente. Antes de amanecer te deseaba, presentía tu arribo. Tu estrepitoso olor a domingo. A veces era el del pan o un jugo dulce. Pero siempre era rotundo y tibio, ese despertar en ti, por ti. Casi dentro de ti al pronunciar las palabras precisas. Ya ves. Era posible. Hacer las matemáticas entre tú y yo. Odiándolas tanto. Parece otro día al encontrarnos en silencio. El mutismo de unos ojos tristes que realmente no lo son. Is that warm feeling that I told you. Te derretiste como el verano entre mis manos, Martina. 

sábado, 19 de octubre de 2013

Departamentos o casas

Me gusta salir bajo la lluvia, con paraguas azul y tuyo, los zapatos de tela que dicen “Tommy Hilfiger”. Tener cuidado, ir de puntillas por las aceras, como si ya nos hubiesen bajado las nubes. Me gustan esos zapatos y que de pronto se humedezcan tanto como mi cuerpo. Caminar, caminar hasta la esquina, me gusta la farmacia y su gran anuncio luminoso. Me gusta que esté doblando,  al frente y comprar café de sobre, descafeinado, porque a él le gusta. Y así como sin motivo yo también lo consumo. Me gusta el dependiente, como me mira, como a una extraña amable. Escoger madalenas para ti, Decaf, Decaf me da el Decaf. Regresar a tu casa lentamente.  Me gusta la noche y que ya hayamos cenado. Con ella y sin ella. La sonrisa de tu marido que me habla sobre Marte y la vida extraterrestre. Tiene buenas teorías sobre ello, es inteligente, no lo dejes. En general es agradable por el hecho de comprender que dos personas tan distintas pueden quererse, tanto tú como yo. Y que le agrade casi como a ti. Me gusta estar contigo. Me gustan tus muebles que ahora tienen huellas de chocolate, por la hija de ella. Me gusta ese conversar entre el café y las tazas. La llamada de mi padre, siempre, oportuna. Decirle te quiero en tu living, cerrar la puerta. Ponerme los audífonos, cerrar la puerta. Ya no llueve. Me gusta ese regresar a casa de mi madre. Mi estadía. Me gusta mi presencia, mi estadía y marcharme y llegar a casa de mamá para fumar dos cigarros. Me gusta que ella me los obsequie. Y la noche, y ese humo. Aire de lluvia en los pulmones, alquitrán en los pulmones. El mensaje de él, otro él, que sí me ama. Decir; ha pasado un año desde que él me obsequió un encendedor. Preguntarme 365 veces si acaso me recuerda. Llevaba blusa blanca con la leyenda “Beirut”. Me gusta que todo esté desordenado en mi cabeza y pensarlo así, escribirlo así. Todo esto un sábado por la noche, y ya no sé a que otros departamentos o casas acudir para sentir que ha transcurrido el tiempo, y si he hecho algo divertido. 

jueves, 17 de octubre de 2013

Daniel


Eso de “cuando te enojás te ponés tan linda”, no es más que un elogio de macho que no sabe qué hacer. Mira, a mí me da mucha risa. Hoy he coqueteado a hombres con éxito, otras sin éxito, pero qué mas da. A veces juego a ser, juego a serme, juego a ser yo ante los demás. Casi siempre es estoicismo. Me preguntaron que si no me incomoda enamorarme, la verdad es que no. La verdad es que me gustaría. Pero yo que sé, supongo que no estoy para eso. Daniel, Daniel...¿por qué sos tan hijo de puta? Encima no tenés vergüenza ni para explicarme porque no me escribiste en una semana. Perrito malo, malo, malo. Si vivieras conmigo te dejo dormir afuera. Y que te coman los gatos dedito por dedito. Maldito.



[Anda, querías una entrada con tu nombre. Et voilá]

martes, 15 de octubre de 2013

Abel

"I'm still traying to forget
when you said you loved me" 
DevotchKa - You love me

Escuché la tristeza de tu voz. Es un foco apagado; una luz que se escurre donde antes había cegueras extremas. Es tan bonita la tristeza de tu voz; tanto, como tu soberbia. Imagino que ya no me querías hace tiempo. Dejaste de mirar. Dejaste de responderme. Sin signos vitales. Cariño, cuando me haya ido de veras, piensa: yo amaba tus furias sin saberlo del todo. Yo amaba detalles de ti todavía desconocidos, porque descubría lentamente quién eras detrás de tu nombre, y tus ideas.  Adoré ese andar tuyo de hombre seguro y elemental. Tienes argumentos que me dejaban desolada y en silencio, a mí,  que siempre fui de hablar hasta el cansancio. Hasta que se nos secara la voz en nuestras conversaciones. Fueron tan pocas, cariño, pero también las quise, y las quiero. Las quiero como un niño enamorado de las estrellas que lo siguen a casa cuando llega la noche.  Porque me daban un sabor matutino dulce e inexplicable. La intoxicación duraba horas. A veces me seguía hasta los departamentos de amigos, y durante las películas amanecía tu voz, aún sin tristeza. Allí. Con la palabra allí de tu presencia. Tal vez no lo sepas y necesitas saberlo, pero pensé tantas veces en ti con la lluvia o con la insulsa idea del mar, en verano. Nunca supe si te gustaba, debí preguntarlo. Pensé en ti sin ningún tormento. Como si de pronto, llegaras, como si ya fuésemos dos amantes quienes conocen todo el uno del otro. Bailé contigo cada noche, fines de semana y días laborales. Lo sabías, empecé con el romanticismo antes de que el corazón se nos rompiese a ambos. Me decías mi amor, tal si el amor lo conocieras recién, o hace tiempo, pero conmigo. No supe entonces qué decirte. Y ahora es casi tan grande mi tristeza como la que escuché en tu voz, un quince de octubre.


domingo, 13 de octubre de 2013

Esto es como existir, y no. Una doble vida-muerte. Me gustabas toda. Toda. Hasta el techo con juegos cromáticos que cubría tu existencia; tus amigas y tú, todas de negro. Me quedé el domingo viendo fotografías de cuando estabas en la que era tu ciudad aquí, en México. Sonriente. Roja. Radiante. Esplendorosa. A veces olvido que siempre fuiste una persona muy feliz, y yo era quien te hundía. No, tampoco.  No era yo quien pasaba felices las horas. Mi tristeza de esos años te salpicaba hasta los tobillos. Y eras lo suficientemente buena para gozar de mí, levantarme, recordarme que entonces tenía sentido ser quien era. Poetas y compositores hacían reverencia. Aunque hubo momentos donde mi sangre te daba hasta el cuello. Y no podías, no podíamos sernos más. Ahora lo recuerdo bien, fue hace tantos años. Luego conociste el amor después de mí, y con ese te quedaste. Claramente buscabas otras maneras para ahogarte. Ay amor.  Hace tantos años de eso. Ahora me marcharé al océano una vez más. Te escribo otra carta que no envío porque es la única respuesta ante el silencio. Cada vez más lejos. Mi padre nos hará allí una casa, y como no hay a nadie a quien quiera menos, ni más que ti, jamás; no pensaré un sólo segundo en que me abandono otra vez a mí misma. A que jugamos al destierro. No. No pensaremos más. Esta vez actuaremos, y encenderemos fuego. Ya siento como se extingue todo. Es un aire de sur, es una brisa de mar que arrasa con todo. Es más evidente dentro de la música del sueño. Más palpable, más necesario, más rotundo. Es tan absurdo sentir nostalgia de uno mismo. Que el verano se terminó, y estamos tan lejos. 

lunes, 30 de septiembre de 2013

Correspondencia

[Sólo hay correspondencia, lo demás no va, pero da lo mismo.
Alguien me lee y yo le escribo]



Quizá pase un tiempo sin hacer mucho, pero en este punto todo me da alegría. Es curioso que al tomar una decisión por uno mismo te cambie toda la perspectiva. Tal vez me ponga en mejor forma y salga a tomar fotografías, eso sería hermoso ¿no? Tal vez haga eso y espere tus cartas diariamente. Caminar a solas por una ciudad que quiero abandonar tan pronto. Quisiera escuchar música todo el día, mañana, pero en ese burdel no me dejan (gusto de llamarle burdel a la oficina). Es ese aire de octubre que te trae cositas ruidosas. Como vos, por ejemplo. Ah, me viene tu voz de golpe y tu acento porteño, ¿recuerdas mi acento mexicano, querido? Yo creo que cada año que pasa me convierto en una mujer más deliciosa. Por si nadie más lo piensa a mi me gusta pensarlo. A mis 25 seré tan diferente Daniel, ¿lo seremos? Estoy tan feliz de encontrarte. Pero tanto. Ojala un día nos topemos, y sea como ese día donde nos vimos. Donde dijiste “es una asesina”. O cuando te canté Fade into you de Mazzy star. A qué no se te olvida. Ahora estoy leyendo otra vez “Un placer fugaz”, correspondencia de Truman Capote, e imagino que algún día nos robaran nuestras cartas porque soy tan famosa, que buscan en los basureros mis dibujos del kinder.

Waltz. 


lunes, 23 de septiembre de 2013

roger


[No sé qué suceda. A veces asumo que éxito, a veces no. A veces supongo que estoy viviendo pero no. Echo de menos que alguien se pregunte siempre por mi, a las diez menos cuarto. O cualquier hora, da igual]

Él navegaba por tu pecho a dos manos y tú me decías: mírame, mírame, estoy teniendo un terrible orgasmo, y su nombre era Roger. Sólo podía ver tu cara descomponerse al tiempo de los movimientos acelerados que hacías, todavía los recuerdo, como si fuese hoy por la mañana. Al principio no lo adivinaba, eras tú haciendo memoria seguramente, sólo yo te he hecho cerrar así los ojos. Había sabanas blancas o grises; y una blusa a tirantes azul. Nunca te la vi puesta, pero me imagino que la tienes; eres tan de esa austeridad. Yo te veía como antes; sentí por un momento que todavía te quería, que me dolía el hecho de darme cuenta que había dos manos jugando con tus pechos que no eran las tuyas, ni las mías, sino las de Roger. No sé pronunciar ese diminuto dolor. Es más grande si lo comparo cuando es domingo, y él no me ha llamado. Cuando probablemente pasea con sus hijos o sus nietos o su esposa u otra amante. Es tan hijo de puta. Ya siento que lo amo. Aunque sólo sea nuestro juego para no aburrirnos todos los días. Pero no sucede algo trascendente en absoluto, no es como Roger, que probablemente sea un alemán o un inglés cualquiera con su pelito rubio. Te habla de Michelet o Foucault para demostrar que ha ido a escuela extranjera, que se graduó con honores, que sabe los tiempos exactos para conjugar los verbos y no le falla nada, ni la gramática francesa que yo tengo que estudiar. La verdad es que no importa. Pero no sé porque era tan nítido Roger, así, su nombre R-O-G-E-R y tus muslos abiertos como una mariposa. Yo por mi parte hago romance con mi Tom Waits, le digo buenas noches, le envío besos. Me dice que me quiere aunque sea mentira. Nadie lo hace. Supongo que tú, cómo todos, te haces feliz con el hecho de saber que existo. Algún día el amor y la vida se pintó de matices diferentes porque estaba yo allí. Quizá como Roger, en medio de ti, demostrando al mundo lo felices que podemos ser si nos queremos o si lo hacemos con alguien, y se lo restregamos en la cara al otro. Algo así como esto. Años escribiendo en el mismo lugar. Sigo esperando ese momento de la música que es también como los sueños. Así, suspendida sin saberlo del todo, estabas allí como despidiéndote de mí junto a Roger. No dejas mucho; soy la misma de cuando me encontraste. Estoy sin hacer nada. Sólo quiero que alguien me tome la mano cuando escuche la sinfonía No. 3 de Mahler.   

domingo, 8 de septiembre de 2013

Descafeinado, mi amor.







Dejaste de gustarme en un segundo. Es tan fugaz y quemante tal como todo comienza. A veces me pregunto si debería considerar reales esos sentimientos. Son muy de la bohemia y sus alcances ilimitados. Sentir que te quiero al escucharte, sentir que no puedo decirte no, a nada. Todo eso ocurre mientras se evapora mi cuerpo. Te digo que vengas, ven, ven, soy un desastre. Nunca lo había sido de tal forma. Je suis ton cour. Pero tú no lo sabes. Es como esa mirada que nos damos con la boca. Se mantiene en ti cinco segundos, quién diría que dura más que el olvido. Luego es sonrojo y pudor en revuelta. También es mi juventud. Ignoro si exista en mí alguna clase de retroceso. Voy quedándome pequeña, y grande, dentro de ti. Pero tú no lo sabes. No sé que obtienes de nosotros así. Principalmente de mi cuerpo moviéndose a grandes oleajes sobre ti. O de mi flagelando diariamente tus maneras. A medias, debajo de las cosas. No debes preocuparte, todo se irá así, en un segundo. Sólo lo absoluto prevalece. Lamento que a ti te encante mi soberbia, a todas horas; es un filoso cuchillo partiéndote en dos. Es siempre un juego despiadado donde terminas perdiendo. También vas a ganar cuando me beses. Creo que es bastante justo. Si lo piensas es perfecto para nuestro futuro. Inexistente. Sin embargo tienes estos momentos donde llegas, y todo vuelve al principio. Es tan intenso y desconocido que tiemblo. Y me acuesto con la idea de que el descafeinado no nos ayuda un carajo.   

lunes, 2 de septiembre de 2013

Summer old lovers



Tienes como 63 y no sé bien porque dijiste que me quieres (y mucho). No sé tampoco porque te lo dije. Se supone que eres una persona entrañable. Se supone que yo soy adorable o una mierda así. Tenemos la voz, y la incandescente manera de manejar el mundo. Estos son negocios sucios y simples. Solamente transacciones. Sucede un día descubrirlo. A los hombres como tú los debilita la soberbia, y es por eso que sientes un vacío (en el estómago) cuando te hablo. Yo en cambio te siento como Tom Waits cuando pronuncia "Watch her disappear". Es humedecer los labios, los ojos y aglutinar la sangre en cada impulso vocal.  Imagino que has vivido todas las vidas mías mucho antes que yo. Imagino que todo pasará como siempre, y nadie hablará de nosotros, ni Dio´s cuando te pregunte si cometiste errores, y no tengas que pronunciarme a mí todas las veces. Porque no he estado tanto en la vida ni estaré; ya sabes, decirte "estoy afuera, sal, te estoy esperando", "el vuelo sale a las cinco", "llámame a las 21:30". Y tú "no has llegado a casa todavía, puta madre Jazmín", "estoy con unos amigos, sólo un rato, te lo juro". Solamente es eso, y es tan gracioso que me lo digas. No sé como haces para perder mi teléfono todas horas. O es que quizá lo borres, y así te evitas todas las penas que ya voy a causarte. Probablemente me equivoque. Hay maneras de llevar estas situaciones sintiendo absolutamente nada. Solamente hay noches donde ya sea el alcohol o la sangre, llaman a una puerta de la vida inhabitable. No sabes qué insufribles mareas nos vienen. A lo mejor nada sucede. Seguiremos solos y en extremos. Alguien llegará para hacernos la guerra o el amor. Supongo que necesitas a una mujer que vuelva a enseñarte eso. Y yo no sé si un día te hablo o te leo esto, que seas realmente tú cuando me hables, que me ames en serio por todas mis dudas y espacios vacíos que nada puede llenar, ni tu arrogancia. Y yo no sé otra vez. No sé si para salir de esta depresión me corto el cabello y ya

domingo, 25 de agosto de 2013

Interlude



Se que vienes aquí con la idea de que encontrarás a alguien con quien pasarte el próximo otoño. Alguien con quien ver la colección Ingmar Bergman o que diga incoherencias a la hora del té. Alguien quien sin duda te hable de cosas frescas, impresiones, soledades, inocencias. O que te cuente del tipo que quiere tirarse ahora. Un nuevo amante, o como le decíamos el martes, "un nuevo esclavo". Y que luego diga que es todo mentira como si lo escupiera. Sé que te hace feliz su tristeza. Es porque estás igual o más jodido (jodida, según sea el caso). Supongo que aquí, a veces sólo me apetece hablar de las películas que veo, "Saraband", por ejemplo. Intermedio, como ya no puedo concentrarme del todo, pienso en él. Pienso en su edad, inherente a sus canas, en su cuerpo y en su manera de hablarme; es tan despiadado. Pienso en lo mucho que me gusta y como logré tenerlo a mis píes dos minutos. Luego nos rompimos el corazón mutuamente, y que ya me odia mucho mientras me quiere. Quiero decirlo, quiero decirle de verdad que lo quiero. Pero esas cosas ya no las puedo hacer. Quiero bajar de peso también. Fin de semana y me pondré una blusa de un azul marino precioso. Se que te mataría si lo vieras. Una manera letal y acuática de morir. Estoy planeando dejarlo todo. Saraband es dulce todavía. Pienso en él, en su edad, inherente a sus canas, en su cuerpo y en su manera cruel de quererme. Creo que es solamente su deseo que me turba. No importa mucho porque ama a todas las niñas que lo mandan al carajo. No sé lo que tu buscas. Al menos no de cierto. No completamente. Sé que vienes como él, como otros han venido para marcharse después. Te gustaría saber que hay viento afuera. Esa densa oscuridad del verano ido. Y creo que todos ustedes que me buscan están mojándose afuera, y me alegro tanto por ello. 

sábado, 10 de agosto de 2013

Sin título



Extraño todo aquello irrevocable que me recordaba que era tuya. Me pertenecías a mí, y ciertamente, extraño tu compañía, aunque no estabas aquí más que en momentos ardientes como el fuego azul. Extraño tu cara y el placer que me daba saberte cualquier día, a cualquier hora y en el país que fuese, libre, y que yo podía besarte sin prisas ni vergüenzas. Y podíamos decir lo poco que vale el tiempo si lo pasábamos así, enterrados tu pecho y el mío. En el mismo vagón y hacia el mismo lugar. Tengo un miedo esta noche; me duele el corazón (o el pecho) como si ya, por fin, se hubiese roto por completo. A la mitad. En pedacitos. Y con esto no quiero decir que soy muy sentimental o que me duele el hecho absoluto de habernos olvidado del calor, de las manos, de la fascinación que sentíamos por lo precioso del sentimiento si te decía "te quiero", "me gustas, "quiero hacerlo contigo". Es simplemente un hecho físico, químico y mental, una enfermedad que me ensordece. Mi madre quiere llevarme al hospital y me resisto. Es un mareo constante incomprensible. A lo mejor son las pocas calorías que he consumido estos días; dejar el alcohol por más de un mes, perderme entre la gente porque son muy simples y tengo que vivir con ellos. La habitación sin limpiar desde hace dos semanas al punto de la asfixia. Mi cabeza llena de pensamientos que se estrellan uno con otro hasta colapsar en puntos negros que se caen en mis ojos. No lo sé. Se me ocurría esto; escribirte por si la noche con su maldición de brujas no me deja hacerlo otra vez. Por si voy a ser esto, esto que gime, esto que muere, esto que no entiendo. Por si se rompe el hilo que me sostiene en píe o sentada o lúcida en medio del mundo. Quiero decirte la verdad, no me gustaba la tierra sobre la que giramos, ni las flores, ni los días en la playa. Detestaba la sensación quemante del aire entrando en los pulmones en verano, y los lentes de sol y las borlas de colores. Tengo terror de no susurrarlo nunca en tu boca; me gustó porque estaba contigo. Y ahora. Ahora que me muero. Que me revienta el cerebro y todo se nubla para avisarme que es de noche, otra vez, y existe esa probabilidad de no levantarse de la cama. Existe porque no puedo abrir los ojos, porque voy a dejarme estar así. Avísame si vienes por los restos. Podría decirte lo bueno del día: conversaciones llenas de cine y música, comida saludable supuestamente para alargar nuestra existencia. Y para qué. Hacer teorías -otra vez- del porque la industria cinematográfica del país se encuentra estancada en un bache circular; he pensado en la salvación que es ya hacer la historia de mi vida o de mi madre, que es más interesante, más moderna, más de cine. Wes Anderson y ese corto qué va con tu París amado, y el balcón, y las luces. Fotos de Estambúl donde no aparezco. Me dio pena que no hayamos viajado en un globo aerostático como ella lo hizo. No hemos visto Ankara de lejos o Necropolis bajo las ruinas. Ni jugado con la sal que es como la nieve en un tiempo. Restos congelados de mar se nos escapan. Corren de ti y de mí. Pienso decirte lo mucho que te quise antes de marcharme. Otra vez. Si lo olvidaste. Extraño no quererme morir todavía, ese miedo de infante donde no cerrabas los ojos porque un día de abril descubriste esos juegos, ese dulce, esa comida. Esa sonrisa de recreo. Y dijiste, me encanta estar aquí, no me quiero morir, no me quiero morir. Le lloraste a un dio´s que no viste. Porque fue tan maravilloso ese día. De abril o de diciembre. Daba igual. Extraño despreciar el fin de la humanidad exactamente porque te quise, me querías. Porque tenía sentido la hora de la oscuridad en nuestra cama. Quizá esta desesperación agónica y de mareo se termine pronto. Una canción o una película más. No sé qué suceda mañana. Por lo que quieras necesitaba decírtelo. No voy sintiendo más el cuerpo ni nada. Extraño todo aquello que me recordaba que era tuya. Y no podía morirme todavía porque se despertaba de este lado, y del otro, un día diferente con más canciones y prendedores rojos en el pelo. El cielo se abría nuevamente y tenía, indiscutiblemente, que adorarte. Hacerte el amor. Leerte mi último escrito. Y no podía, carajo, no podía morirme todavía. [...]

miércoles, 31 de julio de 2013

Noches como granos de arena, Sr. Aldiss.

Había algo perfectamente claro; la historia tendría que comenzar de noche. La calle guardaría una cotidianidad vaporosa en su humedad, habría silbidos, aroma a tabaco o almizcle. Olores cuajados en la nariz de la gente haciéndolos respirar profundo o hacer gestos; aspirar y cerrar los ojos. Abrirlos. Se escucharía a Hoagy Carmichael y su polvo de estrellas. También se esbozarían saludos, como si la ciudad denotara un ir y venir de los ritmos; allí todos conocemos nuestros nombres. Como si al vernos, nos leyéramos en partituras previamente ensayadas. Tendríamos las escalas, y el lenguaje. De este modo, seríamos amantes de una complicidad no pactada y contemplaríamos la  belleza sólo con el hecho de comprar pan, té verde y cigarros. Aunque hayas dejado de fumar hace meses. Sería por mera costumbre o pasión por la decadencia. Porque tu boca ya aprendió a moverse de cierta forma, y tus dedos, y tu manera de caminar se asegura en el ardor de cenizas. “Estoy esperando a que algo se queme dentro de mí”, diría. Pedacitos del cuerpo esparcidos en ese curioso modus vivendi. Has logrado amarlo dentro del odio en su ejecución. A reiterar el vaivén de las cosas y los actos. Una desesperación por intentar la vida. Normalizar un poco, sentirse tan afuera y estar tan dentro. Y viceversa.  

En la historia habría mujeres. El mundo sin mujeres no existe. Sería una sucesiva vivencia de derrotas. Batallas de arena contra el tiempo. Espacios carentes de sílabas y tejidos suaves de la carne. Existiría la hermosura del mundo sin decirla. Pero ellas, estas mujeres, no tendrían nombre. No hay pronunciación en su existencia.

La mirada hablaría porque la boca no. Se limitaría a caminar mientras se hace del tránsito un baile. Las aceras, las cortinas que se van cerrando. El sonido del claxon porque ya son más de las siete. Apúrate, ven, dile. Se dirigiría entre elevaciones y ruidos. El ruido siempre. No es el del piano golpeando, no el saxofón, ni la guitarra. Hay crudeza en él. Intensidades. También lamentos. Distintos en su primigenia, pero los logra escuchar, puede mezclarlos. Rayan de la felicidad a la nada. De lo divertido al hastío. Y algo quedaría en su oído, como ecos. Las últimas frases de la gente. Adioses y buenas noches. O susurros casi “te espero en casa”, “no te voy a besar”. Y eso la fascinaría. Casi podría verlos danzando al llegar a sus departamentos y buscarse. Le encantaría el acecho de los amantes. Se haría feliz con eso.

Observaría detenidamente el sube y baja de los tonos. La percusión que suponen los pasos cuando sabe subir escaleras. Buscaría las llaves que nunca encuentra con facilidad. Entraría a su casa, saludaría al perro con un beso en la frente. Le diría “amor” como signo de algo. Las historias de gente triste están muy trilladas ya. Así que no sería ese el rostro de ella. Sería expectante. Siempre expectante, como devorar el mundo desde las pupilas.

Tampoco habría hambre. La gente dice que existe esa necesidad imperiosa de alimentar el cuerpo cuando realmente, no es más que la idea de satisfacernos. Somos unos adictos a esos placeres. Ella no tendría hambre esa noche. Para poner a trabajar la estufa encendería un fósforo. El olor del agua caliente empezaría a llenar cada habitación ¿se ha notado el aroma del agua hirviente? Se siente como la crudeza invadiéndote el olfato. Como un olor que casi no es un olor, sino una presencia.  Prepararía el té. Viraría la mirada a la cajetilla de tabaco sin abrir. Jugaría con las letras sobre el empaque. El sonido del celofán que lo cubre hace una música callada. Un tierno sonido de novedad y frescura. Pero la dejaría intacta. La colocaría en una mesilla sin limpiar hace un par de días. Tendría que haber estos de comida sobre esa mesa. Cuadernos, vasos, y un libro. Un bolígrafo de tinta negra. La ventana de junto sería amplia y estaría siempre abierta. Las cortinas tendrían un color oscuro para que el sol no entrara violentamente todos los días. Sólo una habitación al fondo. Un baño pequeño e incómodo. La nevera color amarillo pálido. Estarían pegados unos poemas allí, escritos a mano alzada, con borrones de agua. Cada que pasara cerca de ellos, los acariciaría con la mano abierta.

Se iría desnudando a media sala. Pasaría los dedos tibios por el filo de los muebles, rondando la cocina. Libros apilados sin leer, porque sí. Así abandonamos lo que amamos. Como un ejercicio de ruina y destierro sin motivos. Y el sonido de la soledad en los cuartos, la búsqueda del perro hacia su mano, beber el té lentamente. Armarían un escenario tal, que se quedaría el silencio resbalando finamente, como si no quedara en el mundo más que esa habitación donde siempre hay una luz encendida. Una cama individual donde a veces cabe ella, y el perro. Y hay un escritorio donde se encentrarían cajas llenas de correspondencia. Perfumes y cremas de tonos verdes. Todos a medio usar. Aún no llegaría a la habitación, es lejana y prohibida por meros recuerdos.

A veces se llevaría los dedos a la boca. Tiene ese rozar de las yemas como besarse a si misma con las manos. Los labios serían suaves y color no sabes si carmín o amarillo. No sabes cómo no serían unos labios no suaves. Dicen que son como acariciar las grietas en las manos o en las paredes. Te murmuran derrumbes sostenidos. Ella pensaría en ese derrumbe, si pudiera, con la continuidad del tacto hacia el cuello, el pecho, luego en retroceso a los hombros y los ojos cerrados. Hablaría de una comunión entre cuerpo y mente o simple deseo. Pero es una manera de sostenerse. De aguantar en la caída. Como detener una fuga de si misma, para no caer completamente todavía y sin indagar en el equilibrio. Lo supondrían sus manos.

Quizá sería nostalgia. Esa fiebre de enfermo que surge cuando se comienza el juego del cabello sobre la frente, y la respiración varía en cortarse o ya no tener más pulmones que llenar. Su andar sería pausado y firme. Necesitaría llorar o sucumbir. Sucumbir es morir un poco. Dejarse caer al suelo frío con el dramatismo de un chelo a medianoche. Echarse así como flotando en el aire, entre el cuerpo y el piso. Levitar allí en una tranquilidad acuosa. Sentiría que se hunde. Nadie iría a salvarla. Aguantaría la respiración, y nadie le diría que existe a la par el desplome y el vuelo. Y casi podríamos escuchar las explosiones de su corazón. Son revoluciones milimétricas que van haciendo saltar el pecho, y la harían continuamente hacer círculos con los dedos. Diría: “aquí comienzas tú”. Se respondería “aquí termino yo”.

El perro se aburriría. Intentaría revivirla a besos. No sabría desdecir las historias que le lame en el oído. Entonces sonreiría, también, porque sí. Le halaría desde quién sabe que sitio muy abajo, con los dientes, hasta que se encontrara otra vez. O volviese a levitar pero dentro. Como si ella fuese un globo de helio, y él, un niño. Aparentemente estarían ahí. Pero no. Ella navegaría entre intempestivas mareas. Como buscando perderse en ese encanto de la noche. La noche que es un piano. Habría que correr sobre él a grandes pasos. Sus piernas serían delgadas y ligeras. Él no la soltaría. Los movimientos serían lentos. Su cabello volaría entre el viento y el agua. Sería fría como la escarcha de invierno. Lucharía por alcanzar una ventana abierta. Y sería casi un sueño tal espectáculo; no se podría imaginar el abismo cerrado de su angustia. La humedad sería fina sobre su piel. El calor también se fugaría por la ventana.

Afuera habría luces naranjas como pequeños botones flotantes, jugando en su vida artificial. Tiritan si así lo queremos. En los parpadeos de ella, permanecerían como flashes diminutos. La noche continuaría su vida falaz más viva que antes. Se escucharían los animales rondando como una vida salvaje que nunca descansa. Sin embargo todo se asemeja a la mentira. Prevalecería un mutismo deforme. Como si ya nadie existiera. Y queda el barullo de las ambulancias, las alarmas de autos, alguien tocando una puerta que del otro lado nadie quiere abrir. Ese ruido prevalecería mientras logra el aterrizaje.

Ya no se escucha más polvo de estrellas o clásicos norteamericanos hace tiempo. Su cuerpo volvería cada vez a sí mismo y él la esperaría allí. Casi riendo. Saltando a los signos de vida. Respiraría de nuevo entonces. Se daría lentamente la vuelta para poder sentarse. Regresaría a ella misma casi con un cansancio de guerras perdidas. Tocaría la pequeña cabeza del animal, lo dejaría soltarla, se dejarían libres después del vuelo. Y dónde habría ido, se preguntarían. Aparecerían marcas en las muñecas, a lo mejor de aferrarse en el vuelo. Cierto es, la intranquilidad de la mente o lo contrario. La dejarían exhausta esas latitudes y habría que buscar refugio en el calor, otra vez. El del cuerpo del perro o de los espacios cerrados.
 Podría ser que entonces se dirigiera a la habitación.  Los pies serían más presurosos, justo cuando sólo es correr a los brazos tardíos de alguien que se espera hace siglos. Recogería aquella cajetilla de cigarrillos, esta vez la abriría. Tomaría uno, se lo llevaría a la boca pero no habría fuego que lo prenda. Esa sensación de humedecer la boquilla la sentiríamos con un sabor a papel mientras se habla.  La luz en el cuarto continuaría encendida. De nuevo serían los devaneos de la cabeza y las manos, tratando de poblarle la dermis de recientes caricias. La música se intercambia por canciones de pena, casi serían un consuelo para acompañarla a dormir. O el tacto. Como una bienvenida vienesa dentro de la habitación. Hay momentos donde parecería infinita y azul, como un océano abierto. Llegaría a la cama con el mareo, un retumbar de dolores en la sienes. Podrían observarse sus gestos fúnebres fácilmente desde la puerta. Se cubriría el rostro con ambas manos. Volvería la vista hacia aquella caja llena de cartas. Mantendría los dedos buscando algo en específico, haciendo muecas al no encontrarlo. Y a veces lo hallaría. Lo sabríamos por su faz de pronto, apacible.  Contendría una alegría que sólo sería comparable a una mirada. Esa dada a quien se le ha extrañado mucho. Alzaría esas hojas de papel de colores más bien oscuros. Amarillos ocres y marrón, también. Pero las llevaría hacia su pecho con extremo cuidado.  Sin ninguna intención de romperlas. Si no lo opuesto. La vida pareciera írsele allí. En esos trozos de papel tostado por el tiempo. Carecerían de suavidad a la vista. Los esparciría uno a uno sobre la cama, como un lecho de letras. Ordenaría parsimoniosamente estos símbolos. Toda continuidad es necesaria al dirigirse a su pasado. Que no pudiese buscarle más que entre restos y ruinas. Recovecos fortuitos si se deja caer de una vez. Esta ocasión sobre blancuras extremas, y una balsa. Se movería como un péndulo. Las cartas harían de manto hasta que lograra dormir, venciéndose en el crepitar de los sueños. El pequeño perro entraría a la habitación. Con calma y alivio. Se quedaría a la orilla, en espera, en guardia. Valiente y siempre fiel compañero. No le temerían al sueño porque es radiante. Lleno de humedad en las pestañas y calidez. Tanta calidez como un beso de abuela. Y dormirían los dos. Bastaría para dormir las demás cosas. La ciudad, el aire, la luz afuera.  Los aparatos domésticos parecerían por fin en hibernación. Las ventanas no serían más que ventanas. Los autos más que autos aparcados junto a las banquetas, y las palabras que ya quedan nada más formando tic tacs en los relojes.
 Ella amanecería a la orilla de la cama. Despertaría pensando que habrá un sonido especial cuando el autobús se estacione. Cuando gire de tal forma para que ella no camine demás. Que debería despertarse para ser escuchado. Qué existe para ser escuchado. Que hay una flaqueza en los brazos porque todo sabe a nada a las seis. Y todo pesaría, y no. A la vez no. Todo sería levedad como un parpadeo sobre los ojos. También sería una sordera. Obviaríamos todo lo que ocurre alrededor y sólo permanecerían los ruidos específicos que se  inventan a esas horas. Sabes esos ruidos; el rasgar de una uña, el goteo siempre tonto en el lavabo, cuando amanece, el masticar de las cosas. El trago viajando en la garganta. La enfermedad que crece dentro pero no se dice. Ya por la mañana, cuando todo dolería de una forma distinta, habría que admitirlo. Siempre tendría el nombre de una mujer colgando en la comisura de la boca. La enfermedad se llamaría “la otra ella”. Escribiría en una hoja de papel:
 Siempre es muy temprano para pensar en ti. O muy tarde. Continuamente dejo de hacerlo. Pensar, digo. Tengo una avalancha de ti, de mi sed de ti, de la conciencia inconforme. El amor siempre me pareció demás a la hora de pensar en la vida. No tienen que ver aunque lo tengan todo. Voy a corregir todos los escritos de una vez. Aún no me atrevo a decirnos, todavía no me acostumbro a ocultarnos tampoco. Me harás falta a la hora de corregirlos. Y de puntuarlos al final. Y desconcentrarlos en el medio. Manchar las hojas con húmedos y filosos placeres. Hasta que todo no era más que nosotras. La fiebre corrupta que es decir “nosotras”. La ignominia, el ardor, las habitaciones con mares dentro. Las cortinas que describiste como “pulmones de aire”. Nosotras. Ves, cómo amo ese pronombre. Cómo podría no amarlo.
Debo marcharme ahora. Tenía esta costumbre de irme a otro lugar. El perro está bien. Sigo comprando cigarrillos. Me los llevo a la boca por ansiedad. No te echo de menos pero, los vuelos son muy solitarios. No sé si me explique. Es necesario que lo sepas, no estoy comiendo bien y no sé si se relacione contigo. Ya deberías de saber que los recados son algo escueto y yo siempre extendiéndome. Hablando demás. Me dejaste esta terrible manía de contártelo todo. Adiós. Adiós ahora. Es tarde. Beso todas las letras. Adiós. Adiós.
            Dejaría el papel dentro de la caja, sobre la mesilla, en la habitación donde siempre hay una luz encendida. Se quedaría encogida de hombros observándolo un rato. Luego lo sacaría. Lo pondría en la mesa donde no hubo hambre la noche anterior. Un vaso transparente de vidrio, redondo y largo quedaría sobre él. Lo volvería a observar, esta vez enchuecaría la boca como muestra de inseguridad y desdicha. Esta vez, sí, desdicha. Se bañaría rápidamente pero sintiendo las temperaturas. Atenta a los cambios a través del cuerpo. Son fragmentos quedándose muy fríos o tibios. Y el jabón contaría espumas que dan mimos. Luego el agua otra vez. En un limpiar continuo de cicatrices.   Al salir sería ropa delgada. Pocos colores, maquillaje ligero. Pero la boca muy roja. La boca sería siempre muy roja. Tomaría la cabeza del perro entre sus manos. Muchas caricias a él. Llenaría su tazón: agua y comida. Abandonaría la casa como otro acto de desolación hasta que vuelva. Los ruidos de ahora serían diferentes.
Nadie te dice que la luminosidad en un día entrante tiene un engranaje orquestal. Tienes que aprenderlo. Los ritmos son más acelerados que antes. Y ella no se acostumbraría a tal violencia en su ser taciturno. Pasarían minutos en pantallas grandes o pequeñas. El sol haría su trazar de las horas. El día sólo tiene la asiduidad del que lo intenta. Y ella no intentaría nada. Se dejaría estar y contar esporas en el aire. Como pasar todo el día viajando en el auto. Y pensaríamos que después de unos minutos algo extraordinario sucedería o ella muere. Pero la muerte así, como si nada, como un acto ensayado, no tendría validez en esta historia. En cambio, como a las diez de la mañana tendría una silla de oficina, negra, acogedora, y giraría de vez en vez en ella. Con esa ininterrumpible manía de mirar hacia el resplandor de una ventana amplia, y otra vez los ruidos, y la gente haría su danza risueña frente a sus ojos.

Comería a las tres. Sería un cliente frecuente de pequeños restaurantes con terraza y sillas blancas. No nombraríamos su renuncia a los platos. Pero a veces el agua, el vino, el té de las cuatro harían la avidez menos eminente. Los pies menudos de una chica se quedarían estáticos frente a su mesa. Ella los podría mirar fijamente, sin contar ninguna imperfección en sus zapatos planos y color marrón. Contemplaría sin detenerse el movimiento abrupto de su cuerpo al sentarse frente a ella. Tal vez le diría: sabía que estarías aquí. Tal vez no le diría nada. Sólo estaría mirando con tremenda seriedad a su alrededor, como quien no cree el tiempo ni el lugar donde se ha predestinado estar por fin, de ese lado, sin espera, sin el frío. Algo de mí sabía que vendrías, algún día; podría responderle.

-          Nunca te gustaron estos lugares
-          Pero a ti sí. A mi no, claro. Tienen algo imperfecto, son comunes
-          Me gusta su cotidianidad, hay encuentros furtivos, como este 
-          Y, ¿hay besos allí?
-          Eso depende
-          ¿De qué depende?
-          Si es de día o es de noche, la calidad de la luz, la disponibilidad de los amantes...

La otra ella bajaría el rostro hacia la mesa, y debería sonreír. No sé cómo decirte que te he echado de menos, sin decirte exactamente eso. El diálogo seguiría un hilo delgado hacia los gestos nerviosos. Comezón en la nuca, labios apretados. Los pies se moverían incesablemente.

-No lo digas, es decir, no tienes que decirlo. Hay guerras insalvables
- Pero quiero que lo sepas, ¿cómo lo llevas tú?

Su mirada se hundiría en los vasos. Con una parálisis de los músculos, y una aceleración en los sentidos. La mesa se haría más grande, la gente más escandalosa, ella más cerca aún, más cerca. No sabría como responderle. Esa clase de eventos vertiginosos que sólo tienen al perro de testigo. Decirlos o no decirlos. Pensaría: se atreve a preguntar “cómo lo llevas”. Le contestaría “qué cinismo, mujer”.  Qué cinismo el tuyo.

- Lo siento, quizá lo preguntaba por cierta cortesía, aunque me interesa más allá de eso. ¿Sabes?
- Escucha, no te voy a decir cómo lo llevo. “Hay guerras insalvables”, ya lo sabías. Debes saber que te escribo, en ocasiones por las mañanas y de una u otra forma por las noches. Sobre todo por las noches. Es como un desierto estar allí. Un país lleno de ruinas cuando antes hubo agua dentro del fuego y hay huellas de las olas en las orillas, en las entradas y las salidas de ese lugar. Y duele verlas. Reconoces los objetos como vestigios. Esto también lo es. Ya es casi un recuerdo hablarte así.
- Debería irme entonces, no irrumpir así, dejar que todo pase
- No, puedes quedarte, yo sólo dispongo de unos minutos más, también es bueno saber que existes todavía
- Es que he pasado por el departamento… y tomé el recado…
- Son sólo costumbres
- Ya veo, me voy de cualquier modo, como al principio. No sé cómo sonreírte más y demostrarte que me da gusto verte, debes de comer más. Hazlo por favor.


Se iría apresuradamente como lo había sido su llegada. Ese lapso de su conversación, sería seguido del más hondo silencio de cafetería. Aquél de cuando todos se han ido. Y por supuesto, todos querríamos salir de ese lugar dejándola. Esperaríamos a que ella salga. La tarde se haría en pedazos porque no sabría si moverse o quedarse allí sentada, estoica en su fatalidad elegida. Hay pérdidas insondables en la promiscuidad diaria, el sueño abandonado e inocuo de pertenécele tanto a alguien, que no te queda nada más que el panfleto a la salida para poder llorar. Para recordar que se hace tarde.  Y anochecería en la ciudad otra vez. Le daríamos paso a la sombras, y a las cortinas cerradas, a los gritos, los silbidos. Una canción de felicidad sonaría porque te vuelves a casa.  Ya no sé muy bien a quién o qué nos recordaría. Pero, sí, supongo que la historia de mis noches iría algo así, si la dejo, me deja o nos dejamos. 

sábado, 27 de julio de 2013

Entra. Ven. Apaga la luz.



DV


[A mi lector favorito]

"No me des tregua, no me perdones nunca. 
Hostígame en la sangre, 
que cada cosa cruel sea tú que vuelves..."
Julio Cortázar

Entra. Ven. Apaga la luz. No, mejor enciende la luz, y mírame. Imagina tu boca estrellándose cada vez sobre mí haciendo aberturas a carne viva. También es un espejo. A veces se puede ver el líquido que represento empezando a flotar. Mis palabras ya no le pertenecen a nadie. También imaginaste que todo eso sucedería. Todavía no escribo aquél libro donde hablo del amor como una teoría revolucionaria e inútil. Dime que me echas de menos, porque llegas a casa, y antes de los demás estoy yo, y después, y al partir al sueño acudes a esa parte de la vida donde ocurro; siempre son las mismas manías. Te relatan sobre alguien, en algún sitio, recordándote el salto que no te atreves a dar. No es demasiado; son relatos de piernas, piel, aroma a tabaco y  vino tinto. No te comprendo ya ves, mantienes esta ilusión incomprensible. Esperas no sé qué cosa. Nadie me ama como tú, eso es seguro. He caminado por el barrio esta noche, hace tanto que no lo hacía. Visité personas para creer que pertenezco a u circulo social activo. Vimos televisión para enterarme que existe más estupidez. Cocinamos por aburrimiento. Me dieron de cenar para no recordar la orfandad. Reímos para no sentirnos muertos. Luego he vuelto con esta soledad de tierra . Mis perros me esperan, y no hay entonces más alegría que la de sus ojos caninos. Es un poco como la mía. Todo a punto de explotar en luces o instantes agónicos. Puede ser que trate de revivirlos si acudes tú. Me guardas el deseo y una mirada de consuelo que he olvidado lentamente. Fue como el deshielo. Poco a poco en un mar congelado fuimos ahogándonos, y ya inconsciente, todavía me dolía olvidarle. Hay dolores de esa naturaleza. Fueron muriendo como lo hace el mundo, las personas, las palabra. Cosas que no valen nada prevalecen. Pero ojalá todo desapareciera de una vez para no volver nunca a esta tierra. Ven. Estoy tan hecha pedazos. Exteriormente los hombres creen en la posibilidad de amarme. Pero es mentira. Calculo un par de años antes de que nuevamente me muera. Estoy metida en mí, como nerviosa, como soluble. Y tú no vienes. De cierto y casi rogando que sea mentira, no llegas, no vienes. Me sudan las manos y el cuerpo entero. Me duelen los dedos y la sal de las lagrimas porque ya no lloro. Ha sido una guerra interminable contra el mar, y su duelo de aire. [...]

jueves, 18 de julio de 2013

Summer in the city




- Tu t’accroches á des histories – dice Crevel-. Tu étreins des mots...

-          No, viejo, eso se hace más bien del otro lado del mar, que no conocés. Hace rato que no me acuesto con las palabras. Las sigo usando, como vos y como todos, pero las cepillo muchísimo antes de ponérmelas.
Rayuela, Julio Cortázar.


Creo en la posibilidad del encanto, y en la rapidez de estas horas. La vida continúa de maneras imperceptibles durante 10,080 minutos humanos. El verano nos alcanzó de una forma impresionante. A veces era un giro. Una pirueta de color anís o rojo para tocarte la mejilla. A veces era él. O ella. Él que te tomaba de la mano, pero no te besaba. Ella que te tomaba de la mano para no perderte en la noche, así como si nada. Nos hemos perdido, sin embargo en el olor de las calles, de un profundo color ocre. Respirar una y otra vez la gracia de estar vivos. Con todos estos sentimientos atravesándote los ojos como espadas finas, o la luz, un frío perpetuo en el aire. A veces no sabían ni de lo que hablaba. Supongo que he perdido lentamente la capacidad verbal para seducir o pedir direcciones. Pero luego llegaba la noche otra vez y ya, con todas estas imágenes podíamos apropiarnos de todo. Y ya como la sensación del beso estaba cerca, y ya como nada importaba –ni importa ahora- dejábamos que ocurriera la vida. Las noches de verano que son tan un hombre que quiere llamarte al otro día. Aunque no lo hace. Ni lo hará. O su voz diciéndote “me gustas mucho, muchísimo” cuando te besa el pecho sigilosamente, y estás sobre él. La expresión de su cuerpo, inflamada, para recibirte en su vida. Supongo que vamos por los bares con un hambre perpetua o con esa soledad marcada en la frente. Al final de la noche te intentan convencer “no lo olvido”, “a mí si me importa”, “cuándo vuelves”, “te voy a esperar”. Luego, sucede el tiempo y no suena el teléfono. De igual manera existen los que sí te llaman. Le diste un beso lento pero a través de las manos en aquél vagón de tren. El no te olvida. El no. Tampoco olvidas la gabardina o el aroma de los brazos. Su deseo en escaparates de hotel. Café o vino. Librerías. Avenidas. Cigarrillos, siempre, nocturnos. Mientras, todo sucede en una de las ciudades más grandes del mundo. Pero también es la dulzura de enseñarle que existen momentos rotos que nadie puede armarte, ni para hacerte sonreír de veras. Hay esa gente que tiene que olvidarte porque no tiene de otra. Las hay. Les hay también quienes todavía te buscan en una canción o un libro grande y blanco. En un boleto del subterráneo o quizá, en esas huellas de las copas de vino que dejamos allí. Algún día estaremos en el mismo lugar, y entonces, tal vez. Alguien dibujará nuestros rostros, será verano por supuesto. Hará con sus dedos, flores, que bien podrías comerte y luego trasvasar a mi boca; su textura es como la de un pastel de fresas derretidas. Creo en ese impulso apenas, se desprende de las palpitaciones y parpadeos de farolas naranjas. La ciudad llena así, para ambos. El baño, la sala, la habitación que estaba repleta y todos viendo el espectáculo de encontrarnos. Lo poco que ya echaba de menos conocerte. Estar allí. Haciendo pedazos su existencia. La tuya, la de ella, la de todos. No sé bien porque repetirlo. Tiene un sabor a menta o a hornos caseros, con ese calor. Perfumes de diseñador. Aparatos tecnológicos por el suelo. Humedad a medias en las piernas. Creo en todo lo que me han dicho los adultos. Pocas cosas hay como ser joven o poeta. Desarmar a los hombres y a las mujeres. La voluptuosidad del verano en la boca, ¿recuerdas? Ya de mí no recuerdas nada, seguro. Ni la cadencia de mis labios, las palabras puntiagudas o la famélica tristeza de mi cuerpo. Es todo muy lo mismo. Ojala todos hubiesen sido menos amables. Creo que ya me odiabas antes de soltarme. Todavía recuerdo sus manos en los bolsillos saliendo del edificio, y no decirle ni adiós.

miércoles, 26 de junio de 2013

Juegos Sentimentales - Parte Final

Te fuiste un 10 de junio. Todo quedó así, colgando. Indefinido. Averiado. Roto. Igual desprendiendose de la madera de los escritorios, junto a mi libro de Marguerite Duras. Detrás del cuadro de La habitación de Arles. Abajo del calendario. Junto a un catalogo de productos industriales. O en esos recovecos de tu voz cuando hablamos. Puedo casi definir una textura tersa en ellos. Como un pensamiento inolvidable de ternura, que no reconozco, más que dentro del calor en medio de unas piernas. O tu risa. O tu silencio, ese, cuando ya no me podías decir nada. O tu respiración mientras ríes. ¿Qué piensas entonces? Quizá es que no te fuiste. Era mas bien, antes que todo, la idea de tu llegada. Una suposición sin terminar. Era eso, sí. Ya le he dicho a tu amigo que yo sé. Que todos saben, que ese febril encanto tuyo se esfumó. Era mi aburrimiento total, y tu voz. Lo que no entiendo son las incoherencias. Ya debí aprender que los chicos adoran estos juegos. A las niñas nos siguen dejando vacías. Es parecida la sensación de tener inflamados los ojos, y el día apenas se abre en el dolor o la extrañeza de ver el mundo una y otra vez con los mismos matices. 

Es posible que ante esto sea demasiado romántica. Lenta. Sin peso. Es posible que todo me lo haya inventado. Qué sea mi culpa la distancia por no aferrarme a ti. Someterte cuando todos se marchaban. En las esquinas, al fondo, en el comedor. Esperar. Esperar tus ojos dentro del cristal. Diluirlos sobre mi cuerpo, y tu presencia que ya me desangraba todo. Aferrarme a ti nuevamente. Tendría que ser un canto desesperado. Este escrito quedó parpadeando por días: Te fuiste un 10 de junio||| . . .

Me parece poco el dolor ahora. Supongo que no es más que una tontísima desilusión de plástico. Qué te vayas así, pensar, fingir, que no puedo evitarlo. Como si ya hubiésemos vivido tantas cosas. Como si fuese necesario que voltearas y decidieras quedarte. Es que no es nada en absoluto. Un día entero, pero quedarte, ya incluso ahora no tiene sentido. Nunca lo tuvo. Era la idea de tu llegada como una puerta necesaria, para soportar el olvido dentro, la desgana o el aburrimiento de esta dinámica insulsa que es vivir diariamente, sin tener ganas de hacer, algo, cualquier cosa. Ya te encuentras en algún lugar sin nombre porque no alcanzamos a hablarle a los rincones de un abismo. Qué tonto. Qué tontos hemos sido. Encontraré los ecos tuyos brincando paredes por las tardes. A veces una sonrisa nada más. Por ti. Por la casualidad. Y por si vuelves.

viernes, 21 de junio de 2013

Summer Waltz I



[Hay días que pueden resumirse perfectamente 
con una canción de Regina Spektor. 
Bienvenido verano, tan cruel. 
Tan hermoso y tan cruel. No sé tú.]



Summer in the city 
means cleavage, cleavage, cleavage

And I started miss you, baby, sometimes

I've been staying up drinking
In the late night establishments

Telling strangers personal things


Summer in the city
I'm so lonely, lonely, lonely

So I went to a protest
Just to rub up against strangers
And I did feel like coming 
But I also felt like crying
And it doesn't seem so worth it right now


And the castrated ones stand in the corner smoking
They want to feel the bulges in their pants start to rise


At the sight of a beautiful woman
They feel nothing 
But anger
Her skin makes them sick in the night

Nauseous, nauseous, nauseous

Summer in the city
I'm so lonely, lonely, lonely

I've been hallucinating you, babe

At the backs of other women
And I tap 'em on the shoulder 
And they turn around smiling but
There's no recognition in their eyes

Oh, summer in the city!
Means cleavage, cleavage, cleavage

Don't get me wrong, dear

In general I'm doing quite fine

It's just when it's summer in the city
And you are so long gone from the city 

I start to miss you, baby, sometimes

When it's summer in the city 
And you are so long gone from the city
I start to miss you, baby, sometimes

Oh, I start to miss you, baby, sometimes

Oh, I start to miss you, baby, sometimes