lunes, 26 de diciembre de 2011

Message online

Prometí escribir y lo hago. Te dejé mensaje por allí tan pronto llegué a casa, pero supongo la noche y todo lo demás, ya no lo pudiste ver. El día, bueno, creo me la pasé extrañando, que me he quedado un poco vacía a esta hora. No sé si me explique... quisiera escribirte muy largo y contártelo todo. Pero no daría mucho tiempo, ni espacio, y temo ponerme demasiado triste. O no lo sé. El trabajo a momentos me aburre, supongo cierto hastío de no cambiar la rutina. Por eso quizá me fui, a pesar de mi cansancio, a cenar con mi amiga. Pero aun con ella me sentí extraña. Ella me habla de política y apatía, yo casi no hablo,  me dedico a masticar, me dedico a masticar solamente. 


Y ¿los niños? Bésalos de nuevo de mi parte.

Alguien me habla del sueño y me regala temas de Nico Muhly. Sé que no conoces nada de esto, pero te los pego por allí. Es un tema un poco triste, no sé que le pasa a la gente que se dedica a darme temas tristes. Luego me dicen "te recordé cuando escuchaba esto" ¿Qué carajos debo pensar? 

Ah..querida. Qué el día sea muy bello mañana. Piensa en mí, salúdame, cuéntame de tu día. Mañana llega mi abuela y eso me tiene ansiosa y un poco feliz. 

Te quiero, y mucho. Ya no te mareo más. Me duermo ahora. Ya, ya ... 

domingo, 25 de diciembre de 2011

The girl with the flaxen hair, Natalie.




Vuelvo al tiempo, y veo tu traje de punto negro y mi falda gris. Tus medias negras traslucidas, diciéndoles a todos que tenías las piernas más preciosas. Quisiera decir qué música sonaba entonces, alguna de tu padre, en el estéreo de tu padre, que tanto odiamos cuando niñas. Alguna melodía así que yo detestaba, sí, más que tú. Nos recordaba a las más bajas cantinas o a depresión de capital y barrios negros. No lo sé. Vuelvo y nos observo. Ayer vino tu madre a dejarme tus cartas y el regalo de navidad. Y ya ves, yo que odio escribir cuando llegan estas fechas. Vuelves, vienes, y me haces ir a ti.  He abierto el regalo, y todo era idéntico a tus letras cuando regresaba de viaje. Tienes una ortografía espantosa, y usas bolígrafos de muchos colores, me cambias consonantes, vocales, no usas acentos. Y no es que yo sepa de esto. Yo no sé nada, de nada. Y quisiera decir que música sonaba entonces. Papá hablaba por teléfono con una mujer que dice estar enamorada de él, había villancicos de Frank Sinatra, unos leggins grises se ajustaban a mis tobillos. Quisiera decirte que ya superé el amor enorme del que te hablé repetidas veces en cartas. Ahora alguien más me posee. A veces aun hablo con ella para luego el silencio. Me preguntas sobre mi salud, te diría que sigue siendo tan frágil como siempre. Hoy hago ver cuadros invernales de Monet mientras Debussy rompe silencios en mi habitación. La miro, y si tú la vieras; mi ropa azul, los zapatos maltrechos; me gustaría escucharte Natalie diciendo que he crecido cada vez un poco. Que acariciaras con tus dedos largos mis portarretratos, con tus fotos, la de tu hija, donde recorté a tu marido. Te tengo junto a Andrés y mis padres. Algún día te diré todo esto. Los paseos vespertinos. El colectivo lento donde ya no sé como sonreías dentro de ellos. En el frío, en el frío y los jeans que siempre usaba. Natalie tengo tristeza ahora. Natalie, estoy sujetando recuerdos en el aire. La tarde se me empieza a caer, ¿qué estarás haciendo tú? Vuelvo a ver tu bolsa de regalos. Hay algo con lo que puedo dormir, eso con lo que puedo llevarte conmigo siempre y un cuaderno. Quiero entender que lo has hecho por esta extraña costumbre mía de escribirlo todo. Pero yo ya no podía escribir. No me concentro. Tengo cansancio de adulto, y no me concentro. Es horrible Natalie. Vuelvo a ver este cuaderno, es un diario, tiene una llave. Tiene muchos dibujillos pueriles. Has de pensar que aun disfruto de estas cosas. Creo que lo voy a guardar sólo para escribirte a ti y enviarlo de regreso.
Vuelvo al tiempo donde llenabas la ausencia y el hastío. Donde no comprendías el subir y bajar de mis ímpetus, pero los adorabas. Tú los adorabas, y yo, sin comprender realmente…porque los adorabas.  

martes, 1 de noviembre de 2011

De amor




Esto debió ser escrito en octubre. Pero octubre es un mes muerto donde yo tampoco viví. Ni entre tus piernas, ni  las de nadie, y eso fue muy aburrido. También debió ser escrito en octubre porque apenas el frío me laceraba la cara y comenzaba a llorar en los autobuses, y cuando el sol, y cuando la música. También comencé a verme en el espejo un poco más vieja a los veintitrés, y a no verme tan detenidamente. Comencé con los prendedores en el cabello, las flores azules y demás niñerías. Abandoné la moleskine, ya ves, pero no, no voy a hacerte daño. No quiero hacerte daño. Ya no sé cómo hacerlo. Ya sólo sé torturarme a mí y a distraerme de ti para poder deslizarme en medio de los días. Los hombros me duelen, soy desconocida de mi misma, no sé qué decadente música escuchar para revolcarme más cruelmente en las aceras. Esto yo no te lo digo. Hay un pequeño monstruo, a lo mejor como el tuyo. Pero yo no sé si tu monstruo me habla. El mío está allí, ahora un poco más despierto. Lo mantuvimos dormido durante el verano. Tú me decías “falda” y lo devorábamos con todo y humedades. Existía pero sin existir. Ahora, que es otoño, no exactamente nuestro otoño, pero en la frialdad de la vida –esa de la que te quejas- el viento a la salida del trabajo hace que me rasque el brazo y vea a mi lado, vea a todos lados, y como no estás me muerdo la boca. Observo todas las luces, los anuncios, los puestos de perritos calientes. Otras gentes que al igual que yo, vuelven a casa oliendo a químicos. Asqueados de los químicos. Y cierran los ojos como dentro del mareo de extrañar a quien se ama. Y un asco invade al punto del vómito cuando los vuelven a abrir. Así, mi vida, abrir los ojos. Cómo describírtelo. Es el clímax de una melodía muy dolorosa que hemos aprendido muy bien para determinadas situaciones. Solamente que el estribillo cambia constantemente. Que es dulce cuando te enamoras de mí una y otra vez. Me enamoro de ti otra vez frente a una playa. Me evocas con una película irlandesa. Nos escribimos en la madrugada por la fiebre de ser. O cuando soy gris e indomable, y tú eres dulce e indomable. Y que es turbia como decir que hoy lloraré por ti, por ambas, sin que te enteres demasiado. Seguiré escribiendo como hablando del amor. 

Para qué quiero hablar más de mí. Habla tú de mí. 

Yo ya no sé nada.





[Ao: disculpa no pedir permiso para la foto, no sé, es otro método de tortura] 

domingo, 30 de octubre de 2011

None but the weary.

Quisiera escribir; primero, que la mañana es fría y tranquila. Los perros están en su cama, uno está vestido. Bebemos café integral despacio y a Tchaikovsky lo tenemos resonando los rincones. A veces, ellos, los pequeños se acercan a mí y me besan. Vuelven a sus camas, me sonríen. Me gustaría desmentir la soledad y que la casa estuviese iluminada. Alguien preparara mi té o  me ayudara a dormir más, es que no puedo. Pero hay soledad casi absoluta. Dice mi madre que he planeado así mi vida, sin pensarlo mucho y que no lo puedo evitar. Sí, aquí parpadea el silencio. No escucho más que los latidos míos, y cierto nombre que resuena debajo de las cosas. Una majestuosidad rusa que hemos sabido manejar para que la habitación no se quiebre, ni tú con ella. Y hay casi melancolía. Decimos, hoy no hay niebla y no esperamos el expreso. Las luces difusas a las siete con diez para que un señor te salude y pregunte por el trabajo. Que no hay de otra. Pretendes que todos te ignoren por alguna razón. Sí. La has sopesado desde los dieciséis. Pretendemos este estoicismo muy del vals, pero cuando llegamos a casa lloramos. Lloramos nomás. El cuerpo late de cansancio, como regresando  a un lugar conocido. Abandonado de si mismo. Sí, este lugar lo conozco. Sólo que está más quieto que antes. Las paredes más amplias. Un anonimato que si te descuidas va asesinarte. Todo volverá. Las muertes y el silencio. El espesor del aire por la mañana. Mis labios agrietados. Todo volverá, primero, por el frío. La música vendrá entre los ojos azules del llanto. Esta quietud te lo dice. Y es que mamá no está. Llama cada dos horas por si me duele algo. Pero yo no le digo que todo, “todo mamá, todo”. Vamos, es diminuta la línea del tiempo cuando se resbalan las letras. Y las pupilas, y la concentración; pronunciarte en verbo pasado para no equivocarse una vez más. Quisiera decir que todo esto habla de mí como en un sitio de penumbra. Que nunca nos habíamos sentido tan miserables, que nunca habíamos dicho con certeza “no siento nada”. Irse despacio a leer hasta saciarse porque tú me lo has pedido. Besar mi frente por ti y confiar en que todo pasará según las horas. Que todo esto es tan natural, esta casa así, tan sola. Donde ya no vivimos. Ni mi madre, ni mi padre, ni todo lo que un día amé yo. 

domingo, 16 de octubre de 2011

Medeleine Again


Yo tenia este sueño pequeño verás, Madeleine. En ese sueño, alguien aprendía a presentirme; lo sabía, a lo mejor eras tú u otra mujer de las que me han querido tanto. Sucedía así: Cuando llegaba octubre, había un clamor entre las hojas que susurraba despacio que yo volvería. Aun más, sabía el estrépito preciso de los pasos, decían así que era lento y calculado. Yo en realidad no lo sé. Madeleine, en mi sueño seguíamos siendo tan salvajes como siempre. Sólo que llorábamos cada que nos veíamos, a través de rejas. Tú más que yo cuando acariciabas mi rostro, que no se parece al de nadie, luego decías cuánto miedo tenías que te devorara en cualquier momento. Pero teníamos la música, hablábamos en presente perfecto. Leemos muchos libros bajo la paz de los árboles. Pensamos en una generación entera que se perdió en las guerras buscando la libertad. En mi sueño los pueblos cantan juntos y tú y yo, nos fascinamos y lloramos igual que nos reímos. Nuestros padres siguen siendo tan dolorosamente bellos y nos bajaban al mundo. Tenemos cierta religiosidad en los actos, pero sin creer en Dios, ni en nadie. A lo sumo en nosotras mismas. Pero tampoco. Allí bailamos parsimoniosamente, y volvemos a creer en placeres delicados, como acariciar nuestros dedos por más de cinco horas, colocar la cabeza sobre tu pecho y frente a frente. Por un lado está todo bien Madeleine, así tú y yo, lejos del ruido de la vida. La gente ya no se tiene que asustar o volver a pensar en la Santa inquisición. La gente no entendió nunca, que llorábamos de amor simplemente, y nos íbamos a dormir buscándonos las pieles  hasta que encontrábamos nada, nada. No nosotras, ni en sueños.  […]

domingo, 9 de octubre de 2011

De medias azules y canciones dulces




Quiero comenzar a escribirte como si al final pusiera “tuya, fulana”, que todo lo sintieras menos, y más, cada vez; que las palabras se forjen de tal manera para que las repitas como nueces crujiendo en tu boca durante todo el día. Quiero mística, enredos, lo quiero todo. Pero sólo tengo la habitación, mi aburrimiento de las seis de la tarde, el dolor debajo del seno derecho. Uno pequeño, que tú disminuyes, tampoco te lo he dicho. Es que creo que al final lo notas porque el día resplandece así, que nadie me vio jamás reír tanto. Pero luego te vas y los pequeños, nosotros, quedamos como sueltos de no sé dónde. Es Indie, películas suecas, mi fragilidad y pesimismo, que no sabes. Mi aburrimiento ocupándose en comer ansias y acelerando imágenes burdas, yo diciendo a alguien “ella es mi gusto más decente” o algo así. No tengo mucha fuerza a esta hora de la noche donde llegar a ti. Decir que ya vivo en el pasado, que estás en el futuro, que ahora duermes y vas a levantarte en tres horas. Tomarás el auto, vas a pensar en mí. Acá el día lo vislumbro casi jodido, quiero llamarle de nuevo a Isabel. Sigo emocionada con diciembre. Diciembre viene como las promesas o las historias de niños. Sólo que estamos desde afuera, en el frío, sabes cómo ¿Martine?  Afuera, afuera de la vida. Sino es contigo. O en el sur. Iremos al sur. Mientras, hago escuchar canciones dulces mientras te pienso, tomarme fotografías con las medias azules y morirme de ternura en algunos estribillos que me harán sonreír, temprano, el lunes. Te tomaré una fotografía.


Tuya, Jazmín.

martes, 4 de octubre de 2011

Quedarse en casa





Televisor, té de boldo y una falda blanca con florcitas. Mi rostro como siempre desnudo de sonrisas y series de TV. Pasear por las baldosas descalza, la gente que se asombra al verte  Algo que adoro, Seindfeld, cartoons amarillos. Ahora voy a cocinar toda la mañana después de tres días, comer lentamente como si no lo hubiésemos hecho en tres días. Un poco de amor en los libros por la tarde y algunas llamadas telefónicas. El cuerpo pequeño de ellos, besos, diminutos besos de calidez como si existieran.

. . .

lunes, 3 de octubre de 2011

Abuela y niño con sombrero café


Un olor especifico tan del incienso, el devaneo del colectivo, mi cansancio –sobre todo mi cansancio-  y este dolor de los días.
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Él, con un sombrerito café y yo; y mi música clásica en los oídos; su abuela. Su abuela a lado en la oscuridad de este pequeño autobús. Las sombras, las luces y las sombras. Naranjas y amarillos, y ella enseñando su credencial que desmerece al pagar dos pesos menos.  A veces aparece el mareo de cuando las cosas se mueven y tú estás allí. A veces no me crees que pueda pasar inmóvil días. Que no nombro a nadie, y mis movimientos nulos flotan por alrededor de la casa. A veces sucede todo. La soledad, tanta soledad y el amor que no es suficiente. Jamás. Hay algo sucio en esta ciudad, pero te enternece la imagen de una abuela y su niño. Él, ella, juntos, cabezas juntas y yo observándolos. No sé dibujar, no sé tomar fotografías certeras, te digo así que estaban juntos y yo con el cuerpo inflamado y con frío. Para hoy sólo he bebido agua.  Decirte así, ya no puedo con los sólidos. Decírtelo así como si escucharas. Voy a comenzar a escribir cartas como a los veintiuno. Alguien lee en la sombra sobre mis relatos de cafetería y hotel. O los adagios de Brahms a la luz de un cuarto rojo deshabitado. No sé cómo describírtelo. Ellos así, no sé, no sé, me aprieto los muslos. Estaban tan juntos y tan queridos y yo sin Isabel. Ya no levanto el teléfono ni a mi padre. Y Brahms tan de sábado estando con papá en la mesa. Todas esas imágenes allí en la oscuridad del colectivo mientras ellos, perfectos, hermosos, hablando de Roxana que se ha comprado unos tenis y camina por la Vicente Guerrero mientras pasamos por allí. Yo tengo tanta hambre. Pensar en la ducha aun sin llegar. Gente que baja y sube de aquí. Un calor, sí, un calor de verlos. Pero ves, ves, la gente de a poco comienza a olvidarte y antes decía que eras la mujer de sus sueños. Así comienza octubre con un cuerpo desgastado, el recuerdo de mi abuela a quien no llamo más, mi clóset nuevo. Y no lo sé. El camino iba así entre destierros. Yo a punto de llorar. A punto de llamar a quien sea. Con un escalofrío en los brazos y me sentía tan sola. Sin esperar a nadie, y esperándolos a todos. Como en el final de aquella película donde se reúnen mientras te celebran a ti. No sé si me entiendas. Mi observarlos allí, a ambos, enmarcando con mis ojos marrones que tanto han visto, ahora, a ellos. Casi llorando te digo. Ella blanca y pelo gris, el pequeño y blanco con el sombrerito al bajar, de su mano, ten cuidado al bajar; le dice. Y yo muriéndome, yo amándolos así como se le hace a la familia. Luego llegué a casa, con unos pasos tan lentos como de no llegar y estar, estar en casa, llamar a la abuela, echarse a llorar. 

jueves, 29 de septiembre de 2011

Ah ..

"Yo debería escribir...pero me la paso inmóvil escuchando Arabesques y quejándome de mi salud, ahí me disculpan."

domingo, 25 de septiembre de 2011

no sé cómo llamarte



Voy a quedarme muy quieta. El viento soplara con su dirección de norte a sur como siempre. Cerraré los ojos, lloraré como ahora, repetiré tu nombre antes de dormir. Como un pensamiento inocente dulce, y sin reproche alguno. El otoño vendrá y todo cambia. Mi mejor amiga dice que, en todo caso, esto es más cercano a la realidad y que yo soy más que otra cosa, esto. Cartas que se escriben y no llegan nunca. Destellos de luz que se extinguen cuando atardece. Acidez, y un sabor a verde sobre la boca, de recordarlo. Una adicción o vicio, decía. Pero como todo, tarde o temprano, cesa. Tiene que suceder así. A mi no me importaba. No es que me importe de pronto. No es que alguna vez vaya a importarme. Pero hay pulsaciones que se reconocen. Querer ir a ti. La domesticación de mis instintos para agudizar certezas. La intoxicación de mis sentidos para agilizar exactitudes. La corrección de tus impulsos para volver a un remolino ampliamente marcado, y mi palabrería que siempre está demás. Por eso con constancia intento provocar mi mutismo, a modo normalizado de comunicación absoluta. O me entretengo con una taza de infusiones de hierbas. Todo a medida de cosas insufribles y el insomnio, que nos de tiempo de todo. Incluso para nada. Para la nada que tanto tiempo nos lleva. Serán de nuevo esas canciones y las hojas de papel que no entendemos debajo de la cama. Ropa nueva, ya verás. El aire acariciara la piel y abrirá, tales heridas, que me reconocerás como el sonido de los árboles, y cuando sus ramas te derrumban. Y estoy tan quieta. Quieta de ti. Hasta que vamos a dormir y la vida se nos nubla. 


miércoles, 21 de septiembre de 2011

Sobre Pesimismo y Días muertos.




Decimos, deberíamos escribir. Se ha dado el tiempo y la casa está sola. Los perros te miran esperando abandonar el encierro. Pero no. Dentro, cantatas de Bach, un trovador mexicano o Salvador Revueltas, como toda mañana majestuosa. Un guitarrista brasilero también. Y pensamos en el sábado por alguna razón.  Pero ya es domingo. La familiaridad dulce del aire, sí, es verdad. El sábado es dulce el aire, por si no lo has notado. Levántate temprano y sal. Camina a orillas de un lago y aspira. El domingo es igual pero, hace calor. O hace frío. La casa está sola y bebes té. Ella aparece y te da hambre. Es muy temprano para encender las velas. No lo sabes muy bien pero es probable que nadie sepa de tu soledad, que hay, estos impulsos en el brazo izquierdo, una incomodidad. Hay gente que llega a verte y coloca sus dedos sobre la boca. Casi les pides que también comprendan el silencio. Eres un desorden. Quieres que alguien llegué a decirte que eres un desorden tan sólo por venir. Es desear una mano, desear mi vida de campo. Y su abrazo. También su abrazo. Isabel. Ya no mi madre que me odia tanto. Quieres, estar completamente sola con el verde alrededor. Como hace años. La vida te dolía. Y de nuevo eran el té y los cigarrillos. Tu cuerpo desnudo paseándose por una casa vieja. Medidas de la perfección donde leías a Sartre una y otra vez todo para descubrir que existías, y lo contrario.

Ahora tengo un frío clavado en el hombro. Y a veces delgadez líquida resbalándome. Me causa gracia mi perro que se rinde al calor y a la ausencia de mi madre. Y aterrizas en ti de repente con un deletreado destello de paráfrasis y palabras muy mal dichas. Gente te mal mira ante la poca amabilidad de tus huesos. Decimos que atardece y todo se va cerrando. La casa sigue sola. Pero la tiendilla hace el murmullo de un pueblo cualquiera y seguimos solos, solos, sobre todo porque son las cuatro, y ella se tiene que marchar.

 .  .  .
 .  .  .

Lo recuerdo así, la playa, la ciudad despierta y el olor a bloqueador solar. Mis compras en las tiendas de holística, hablar en dos idiomas, sentirme bonita –aunque no- y algunos hombres mirándome. Mujeres que comenzaban a dudar de su sexualidad sólo porque yo se los sugería, y ser feliz con ella. Recuerdo así, lo más especifico del mundo; ser feliz con ella en tiempo pasado, hacerlo todo nuevo. Mi caminar por una ciudad esplendorosa, que ya todo estuviese resuelto, mi tristeza de mañana. Y no lo sé. Eso sucedía otras mañanas que ya nunca tendremos. Me viene también la vida de campo, la vida de campo… la lluvia. Nunca lloverá de la misma manera ni aquí ni en el sur. Y mi desnudez, ni la poesía del calor cuando todo era hirviente. Recuerdo así, hacerle daño y no detenerme. Es que no había límites ni regocijo. Había inmensidad y cartas que se escriben al punto del llanto. Habitaciones. Viajes, personas ajenas y observarse en el espejo hasta que todo se pierde. Hasta que la luz dejaba de ser luz y una flama simple y fugaz en las mejillas. Recuerdo los días muertos así cuando había tiempo para la cocina y no se tenía que encender una maquina para avanzar cada setenta y dos horas.

Recuerdo mis ojos y el sol. Como si ya fuese parte de otra vida dentro de esta vida. Todo es tan lejano y tan vivido que pierde el sentido de existir en espacio, tiempo y mente… casi al instante de evocarlo. Dormitamos la memoria con las imágenes que se repiten como pulsaciones blancas en los ojos, todo vuelve así, con horas e impresiones mentales. Recuerdos tan sentidos que llegan  a revivir soledades, pero igual lloramos, igual dormimos…pero recuerdo el color azul y las sonrisas. Colocadas de tal forma que se amontonaban como besos rojos sobre los labios. Y te enamoras otra vez. 


*La foto, de cuando tomaba fotos. También  lo recuerdo.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Beirut - Nantes





Bueno, yo digo una cosa; si moriré pronto o en este año con esto de mi enfermedad  ... sólo quiero y pido verlo. Ya tengo mi boleto ... así que si ven a una tipa solitaria, y llorando a cada rato en el concierto (especialmente en Nantes y Carrousels), el 5 de Noviembre, queridos lectores...esa soy yo. 

Se vale acompañarme y sonreírme, digo, se vale.
 Y qué glorioso morir así, que glorioso.

domingo, 11 de septiembre de 2011

De electricidad y cenizas



Querida Martina;

La electricidad falló por ahí de las seis, y te pensaba. Recién te ibas. Recién me dejabas con el cuerpo abierto, a la mitad. Decía; mi amor escribe sobre las velas una noche, y allá hace calor. Decía; en mi ciudad llueve y en la tuya las entrepiernas gritan desesperadas por un otoño, que parece, no llega entre los días. Miré a mis vecinos salir a mojarse. Son niños, sonreía tanto que no me lo creerías. Veía a mi vecino de lejos, hace años que no me gusta. Y fumaba. Fumaba. Tenía cenizas en las piernas, el cabello desordenado y los lentes. Nuestro romanticismo que nadie puede imitar, resbalándose en mi clavícula, entre mi vestido blanco. Del que tienes la foto de mis piernas bajo la mesa. Al cielo gracias. Por el agua y por todo. Y tenía frío. Quería que vinieras. Ya sabes, a mí la lluvia me pone caliente. Entre otras cosas. Tenemos las contradicciones y a Ólafur Arnalds. Tuve que reordenarme viendo los charcos. Me enaltecían los dedos quemándose al final del cigarrillo. Y no sé. Tuve que escribir sobre ti. Te lo dije. Olfateaba de nuevo mis manos. Ese olor a ti y a mí. Luego bebí té y me encontré esperando a mi madre. Me descalcé para barrer la entrada del negocio. Era tan natural, mi amor, estar así. El pueblo pequeño y el estruendo que no me asusta. ¿Te asusta a ti? Yo besaré tus manos el día domingo. Te he besado tanto amor, y no ha sido suficiente. A veces parece mentira mi cuerpo, los temblores, y los gritos. Los gritos sobre todo. Mi vida que se adhiere a ti. Mis uñas, mi cabello, las costumbres. El rostro que te gusta. Tu rostro que me gusta y demás. Me estoy derritiendo por dentro y llueve, llueve como  el calor que se escapa por donde nacemos. Llueve y la carga en voltios estalla en no se qué postes. Y sigue lloviendo hasta que arden mis pulmones. Como me ardes tú, que me ardes por todas partes

domingo, 4 de septiembre de 2011

Adiós de sábado por la tarde


Te dice adiós dando pasos hacia atrás mientras cruza la carretera. Te sonríe. También le dices adiós hablándole, como denotando un “no te vayas”, pero debajo, disfrazado, escondido. La realidad es que, no quería abandonarte. Te lo ha dicho “nunca voy abandonarte”. La realidad es que tampoco le buscaste por la noche como se lo dijiste. Por eso los pasos hacia atrás. Pero no importa. Ahora tratas de recordar el acomodo de las palabras para que fueran perfectas un sábado a las seis. Pero ya no vienen. Se quedaron allí. Estampadas en el asfalto como, algunas otras cosas, de las que no hablaremos. Quería decirte precisamente el adormecer en tu sonrisa. Todos hablan de tu sonrisa, y tú guardándola, de píe a mi lado. No comprendo tu estar de píe a mi lado como si ya hubieses tomado parte entre la guerra diaria, y que comienza todo a lastimarme como ciclo normal de la vida. Ya te he hablado sobre eso. Necesito tus manos acariciando mi frente y mis cejas, necesito tu gesto inevitable a desordenarme el cabello si me descuido. Y la gente mirando, y tú sonriendo. Decir; ya no sé que voy a hacer el domingo por la tarde. Luego tu voz, segura, resonando en las paredes amarillas provocando un desliz sobre la cara. Yo no sé. La gente quiere poseerte. A mí ya me da lo mismo. Están en los mostradores diciendo “pero yo estoy aquí, estoy… ¿por qué no me quieres?” y mi “no es lo mismo”.  Sobre mi soledad has conocido bastante. Te queda claro el masoquismo mientras piensas en mí, mientras lo dices, fascinarme que lo digas “quería regresar a ti, y ayudarte”. Hemos hablado hasta el cansancio. Y claro. Tu solución es simple. Pero yo no tengo nada, no tengo nada ya ves. Me quedaré en esa estación un tiempo, me observaras vengarme de mí, y he de llorar como nunca. Y no estarás.  Y estarás. Como cuando me dices adiós y no miras los autos en la calle. 

sábado, 3 de septiembre de 2011

Hablar con vos


-          Oye, tú alguna vez... ¿llegarías a odiarme?
-          Eso depende de ti
-           Bueno, es que yo no haré algo para que me odies...
-          Ah pues eso, ya está
-          Tampoco para que no lo hagas
. . .



-          No, estoy solo como Tom Hanks, es mas no tengo ni ganas de hablar con una chica, me asustan
- Y yo? ¿te asusto?
-Siempre quedo como un idiota, porque me tiembla todo ...
sí tú me asustas también, un poco
- Jajajja, me encanta, "un poco"
- Muajajajjaa.
-          








- No Waltz, tu alma no es nada linda
-          Es hermosa y lo sabes, maldito
-          Y creo que tu mente te hace muy engreída, normal
-          Ah si, siempre he sido engreída. Me alegra que lo noten, que me lo digan y asentir.

















lunes, 29 de agosto de 2011

"Hello, My love"




No. Tú estás aquí. Hay algo que prevalece en tu resistencia. La mirada del tango  que no te he dado, mi cintura apenas, rodando por el piso. Hay algo tuyo entre estas piernas, ya es hablar demás. Pero sí, prevaleces. Como si fuese un frío que entra en la planta del pie izquierdo. Estás. Es como decir: hay pequeños pasos impronunciables en mi cadera. Decir otra vez: Sí, prevaleces. Se me rompe la piel sobre la espalda y maldigo mis excesos. Y es poco, ya ves. La habitación es pequeña. Hay agua en los vasos y en las rodillas. Los días continúan inevitablemente su don de fluir entre las cosas. Tengo cierto plan, y unas zapatillas azules que no voy a presentarte. Quedaran casi tristes debajo de la cama. Pero la verdad es que, envuelvo la pintura con mis manos, como dando una forma a una anatomía que aun no aprendo a descifrar, y se derrite entre mis dedos.  Hay gravedad en los líquidos. Inflamaciones oscuras y delicadezas sombrías. No. No tú no estás aquí. Estás en algún sitio bajo barrotes. Estás como palpitando y dando balazos a los muros que, aun no te destruyes. Pero sí, es que no hay soledad ni tristeza. Hay tragos resbalando por la garganta y frío. Un frío, no sé si tenga que ver contigo. La verdad lo dudo. Contigo vienen los sonoros desastres que no recorro, más bien por decencia. Cuando lo hago es realmente por dulzura. Y no. No. Es un rehilete que se convierte en vórtice que me pronuncia despacio. Todavía no lo reconoces.  Aprendes a pasos diminutos porque las palabras así lo requieren.

--------------------------------------------------------------------------------------------------------------Y estás aquí.

Estás contando los relieves de una cara que no has besado lo suficiente. Aun. Y hay devaneos que adormecen al final. Ya te lo explico. Es revivir un poco entre movimientos incomprensibles a nuestros cuerpos. Hay algo que prevalece a la medida de la madrugada. La verdad es que al despertar, el temblor es lento. Que ahora queda estar con el cigarro entre los labios, como un adiós, con una sonrisa resbalándose a arañazos de la boca. 

martes, 23 de agosto de 2011

Lenta la noche II





Ya sé que te dejo así, ya lo sé. Estabas esperando la caída y no fui más que delirantes subidas desde un abismo. Y lo contrario. Me callaba -a momentos- suspirabas -a momentos-. Todo se disfraza de azul. Un azul nuevo que no comprendemos. Agua entre los muslos, y mi voz, que si no me dices te juro que sé que la amas. Mira, la gente piensa a veces en  nosotros y se masturba (la mente al menos) esto te lo digo bajito en el oído, y sonrío. Inevitablemente. Hay esa música. Las voces graves de nuestros artísticos ombligos entre la sombra, y la luz pese nuestra oscuridad, de las botellas de cristal fundido a no sé que cantidad estratosférica de grados Celsius.  

                                                      [Este dato técnico te fascina y lo escribes en un cuadernillo cualquiera. Pero intento regalarte mis rodillas]

Y tú no me creías. Pero haces tu guerra deforme. Huyes cuando faltan veinte minutos para las nueve. No me crees que por las noches me peino y me visto para no sé que fronteras divisorias, como debajo del mar, como danzando bajo del mar con interesantes obsesiones por la arena. Llegar al fondo así. Estamos sopesando profundidades extremas. Sin embargo preguntas, supones, que la medida de la estancia infiere en si tengo la fuerza suficiente en los ojos para verte aun de madrugada. ¡Ah cariño! esto es tan lento. El delirio de las dentelladas al aire, que me quedo quieta. Y yo, que casi apuesto tu llegada y tu venida. Abro las ventanas y las puertas. Me vuelvo más yo, como hace años. No te lo sé explicar. Levanto especulaciones falaces. Y bailo con una copa antes de aterrizar en la cama, tú me conoces el cabello suelto a medio lavar, jugándote en la cara hasta que te rindes al terrible y estrepitoso salvajismo de mis manos. Que te dejan así, como si nada.




viernes, 19 de agosto de 2011

Habrá de ser un tango nuestra herida*


Quería decirte algo -que no se te olvide- y te haga caer
 muy
                    len ta mente
                                            en


                                                       el
                                                                 suelo. Tengo los ojos irritados, limitados y empieza a darme mi dolor. Y calor e inocencia. Una guitarra suena, y no recordaba la cartera detrás de mi pantalón. Ni los cigarros. Tampoco esas depresiones de mi madre, pero no sé, no sé cómo decírtelo todo junto, en una sola palabra que no olvides nunca. Así, para que me lleves contigo antes de que nos comience a dar sueño y aquél apetito feroz. De las cosas que no hacemos, y no haremos nunca. Debo comprender la intoxicación que nos enaltece, y que si nos descuidamos, nos nubla. Debo comprender el silencio después de las notorias muertes que se observan en las esquinas ¿las notaste? Cada esquina es una muerte y más si observas quien las habita.

                                                                            .  .  .
Los acordes se hacen casi tristes. Pero es como quien comienza a acechar, y el otro no se da cuenta. No se da cuenta, de los mínimos movimientos con las manos, y los grandes con la boca. O el cabello. No reconozco esto. Son los ojos, y las no palabras. Las no palabras underneth it all, una canción impronunciable cuando todas las luces se apagan. Y ya, comienzo a cerrar todas las puertas. Me queda el té y los cigarrillos. Me quedo allí como ferviente al corte fino de tu sombra. Y que no puedes conmigo, no puedes. En vano te busco hirviente entre la gente. Cuántos poemas se han hecho sobre eso, ya ves. Pero no tengo suficiente perfección para asesinarte ahora. Es como decirte que me juego la vida intentándolo. Que tengo miedo de esta edad en la que no te veo, y a mí los ojos se me caen de las ganas.  Es este radicalismo en las canciones. Dolorosas todas, de mujeres todas. Y sin hablar con tanta gente, está ese ruido…como tambores, como sollozos de mi país que tanto hemos amado.

                                                                              .   .   . 
 Al final quedan mis cuadros en su mutismo febril. Mis ojos no están, no existen, las personas no dicen adiós. Todo se vuelve mentira, y todo se vuelve realidad dentro de mis sabanas; y el calor de un cuerpo pequeño, que casi, casi me posee. Está allí, tibio, rozando mis piernas. Y quería decirte algo, principalmente, que te doliese de tal forma que volvieras a mí por los recuerdos. Que no pudieses regresar tan cerca de ti; llegar con mi voz aproximándose a tu espíritu, que no pudieses regresar a ti, a pesar de que todas las veces que te dejo libre
después de las tormentas.  

viernes, 12 de agosto de 2011

- fur rial-


A alguien le contabas que yo era irreal. No sé muy bien a quién pero lo hacías. Por eso te dejé una nota muy simple debajo de ese cenicero: estoy triste. Así, “estoy triste”, “e s t o y”, pero no estoy, la verdad no estoy. Y si estoy, es triste. Mis ojos se cansan de ver hacia todos lados y nada. Escucho muchos waltz a esta hora. Algo le falta a mi habitación, la veo tan vacía. Los cuadros de Vincent y Matisse parecen caerse de las paredes, así sin entenderlo. Y tengo hambre. Soledad y hambre, y frío. Pero no quiero decir tu nombre, ni en la nota he firmado con el mío. Hay mucho silencio embadurnado a mi piel. Creo que voy a dormirme. Necesito a mi séquito de amigos, o aquél que dices que existen sólo para velar nuestro sueño. Necesito que llegues, hace tanto tiempo que no pronunciaba esas palabras en ningún idioma familiar. Necesito que vengas. Estoy quedándome sin fuerzas. Completamente irreal. Esto no soy yo. Es que no soy nada. Y lo soy todo. Voy a contar hasta díez, hasta que me lo creas…un, deux, trois… y todo esto sucede aunque no me lo creas.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Sin hacerlo


Te voy a flagelar con un tipo de indiferencia que no has escuchado jamás. Mira, estos juegos son así, permíteme aclararte. Hay algo acerca de la majestuosidad de la música en ello, pero es que es todo arte. Hablo de arte como su tuviese puta idea, pero la verdad…es que no. La verdad que a lo mejor sólo sé traducir algunos sentimientos, algunas fotografías también. Algunos momentos en los que rozo mi piel con cualquiera y luego voy corriendo a lavarme. La verdad que no sé mucho de nada. De todo te hablo pero no sé nada. Y estoy harta de la gente que llega a decirte lo genial que puedes ser y una sólo quiere matarlos a todos. Hay sentimientos así, tú al igual que yo los conoces. Luego estamos dentro de los objetos, y muy frecuentemente esos objetos eran unas copas o un cuchillo. Me trasladaban allí, son indecencias muy mías. Luego solamente era tristeza de un instrumento arcaico, pueblos milenarios que no voy a comprender jamás y también una orquesta sinfónica. Te confunden con eso, sucede que te confunden. Y te haces muy grande o pequeña y temblorosa. Alguien desea venir a cuidarte. Pero tú anotas en un cuaderno viejo: encierra todo en esta hoja. Lo iluminado, lo mágico, las canciones de cuna. Los días cuando la nada ocupa sin espacio los lugares. Los cigarrillos que saciaban el hambre a los diecinueve. Pero al final conocíamos los atajos pertinentes para escaparnos sin llegar al telón. Es un escenario, Shakespeare decía (o es me parece) que la vida era un escenario. Y en estas noches modernas de mi edad veintitrés, colocamos parsimoniosamente todo en sitio de penumbra y luz. La música es sexual hasta los huesos, la amo sin medida, pero pertenezco a mundo donde me interesa que vengas, que venga, que todo venga para marcharme al minuto después. Ves, es lo que te explico, voy a tomarte unos segundos para pensarlo detenidamente. Los sonidos nos gustaran, mis sollozos te gustaran, y cada una de las vidas que voy a destajarte. Así, voy a verte, así desde lejos. Dime, ¿lo comprendes?, no sé muy bien cómo nos llamamos. Traté de esquematizártelo todo. Habemos gentes que llegamos para habitar donde tú no conocías. Tengo la hostilidad de un ser que distingue soledades y juegos pirotécnicos. Excesos y virtudes de folklores, placeres insaciables que te hieren mejor. Ay, casi me sucede extrañarte cuando menciono todas estas cosas. Sin hacerlo.

domingo, 7 de agosto de 2011

People you have been with


Agosto tiene un ritmo agitado e irreal. Los ojos duelen tanto que el sol y el aire traspasan la cortina a cualquier hora, y en la tarde. Y en la noche con lunas que nunca vemos, hiere de igual forma cuando si acaso sobreviven las luces de madrugada. Ya ves, te lo dije: Mi cuerpo consiste en mareas implacables que no comprendes un día domingo. También en callar, callar, sobre todo. No voy a decir nada demasiado formal. Ni continúo. El mes comienza y termina contigo o conmigo. Cómo explicarlo. Las situaciones son así si juegas con ellas y no puedes levantar su desastre. Decirte: voy a bajar a cenar. Que hay segundos que te pertenecen y de pronto dejan de existir; como tú dejas de hacerlo, todo, con extrema frialdad que ni yo entiendo. Decirte también “la voz me arde”, “hace calor”, “debo irme”. Girar rápidamente en la esquina, saludar a un anciano, sonreírle. Confesar que en realidad tengo poca paciencia con los niños. Ya ves, todo era verdad. Pero me deletrean a g o s t o, le explico a alguien que es también una película: Anthony Hopkins, y una actriz rubia de la cual nunca aprendí el nombre.  La vida de campo que va tan bien conmigo pero que no alcanzo a elegir o pude elegir un día. Y no sé. Aun con eso, hay ciertas flagelaciones pausadas. Pero seguimos. Nadie lo comprende, y tienes la sutileza de contarme cómo suceden estas cosas. Y tengo palabras y canciones que nadie te dará nunca. Música de bares inhabitables and I will kiss you again,  por si acaso. Dentro de la casa, en el pasillo, afuera, sobre el baúl. Todo ese montón de promesas. La gente se asombra. Nos preguntan y piden sinceridad como si tuviese que darles respuestas. Me dan su mano, horrorizada me escondo tras cualquier poste. La ciudad es grande, y es chica. Tan chica que a veces cabe entre mis pechos y se agita al compás del verano de agosto. Tú sabes, no me conoces, esto no ha sucedido todavía.  Por eso todo gira en un espiral y en vértigo, sopesamos la idea de repetir, de repetirnos. Como si fuese cierto el calor que nos invade.   

 

viernes, 5 de agosto de 2011

Lenta la noche I




Mentir un día. Mentir cualquier día. Mentir porque puedes, porque de pronto “así como si nada”, puedes destruirle la vida a dos o más personas. Y cada una, en todo caso, te sugiere vidas diferentes. Amores diferentes, besos diferentes, muertes sobre todo, distintas. Distintas a todo lo anterior. Y reconciliaciones imposibles, porque claro, no las quieres. Pero están todos los objetos allí, en las repisas, como hablándote y preguntándote “¿qué vas a hacer?” y no decir nada. Eres mayormente imaginario. Vamos, esto de ser mío o mía, duele. Eso yo lo sé. No tienes que repetírmelo cuando cierro la ventana porque nos escuchan. Porque las cosas corren despavoridas entre los muros huyendo de nuestro placer desdichado. Ese, de desdecirnos a todas horas. De no pertenecernos o que me pertenezcas tanto que ya no sabes tu nombre. Pero da igual, da igual, te digo. Porque puedo poner a Debussy y todo se calma. El filo de mis labios o la punta de mis dedos, quietos, y fuera de lugar. Mis pies, los pasos. Un silencio que no podemos esconder debajo de las luces cuando ya no parpadean en nuestros ojos. ¿Sabes cómo? Reconocer y desconocer. Esta indecencia mía y tu reflejo nulo. Ves, todo se calma. Es como llevarte entre los brazos y quedarse allí. Casi dormidos. Tener lentitudes impalpables mientras decimos adiós, y hablar demás y menos. Los ojos como descifrando verdades. Y vuelves a ser de ti. Yo intento dejarte libre. Claro que sigo inventando cosas sobre mi genial sensibilidad o los sueños. O las manos cuando se cuartean de tanto acariciarlas. Mentirte en ellas, dejarme ir también en ellas. (Etcétera).

miércoles, 3 de agosto de 2011

De cuando todo es el Adagio for Strings




Sí, hoy todo es Samuel Barber y su Adagio for strings, y no sé, quizá hasta la brecha se tiña de blanco.

domingo, 31 de julio de 2011

How insensitive*


Estoy comiendo con mi madre, un restaurante muy snob a veces, y me dice: tú y ella son una mentira. Hemos bebido cerveza, yo ensalada de espinacas (?), ella comida tan mexicana que es sobre todo el color rojo del picante. Me dice que me hago cada vez más guapa, que los veintitrés me sientan demasiado bien. Y que no tome demasiada cerveza. No, no demasiado mi amor, nunca. Pero luego comienza a decirme: esa, tu amiga, esa tu jefa. Etcétera. El estómago te sangraba hace una semana, vamos, vamos, no bebas demás. Pero ella bebe demás siempre dándome el mejor ejemplo. Estamos cansadas, vieja. Lo estamos. Qué más da el dinero. Hay días donde lo Waltz te brota del cuerpo y te explota la cabeza. Y no puedes hacer mucho contra ello. Siempre están las paredes y la gente que quiere besarte y poseerte. “Que mi principal interés era dejarte sin habla”, y lo he logrado varias veces. Eso dicen, y te da mucha risa. Ella sigue bebiendo. Sólo me faltaría oscuridad y luces naranjas alrededor. Habría perfección inhumana. También me hace falta tiempo. Del tiempo que puedes gastar en hedonismo como antes lo hacíamos. También me hacen falta unos labios rojos y dulces. O con sabor a tabaco y ya. Se lo cuento y sonríe. Suena una canción a lo lejos. Es sombra. Casi como la penumbra de los minutos ausentes. Pero ella está allí. Y me basta. Tiene una voz madura que intenta calmarte. Entiende dulcemente la calidad del tiempo que nos hace reír el domingo por la tarde. No hay silencios suficientes para llenarnos la euforia. Ni para vaciarla. Tengo cansancio mamá, tengo. Todo se vuelve un gritillo desesperado que se va cayendo. La mesera es amable, decimos. Como si no pudiésemos, nos sirve en los tarros, a mí que no me gustan. Luego con una pequeña seña le indico que no, a mí me gusta beber de la botella, se sonroja, se va. Luego vuelve. Casi ruego por una mano que recoja la tempestad de mis dedos. Pero ella y yo seguimos hablando; mira, tú y yo somos iguales hija, al final nos quedaremos solas. Y me duele un poco lo que dice, como desapareciendo el domingo tal cortina del día. Como pidiendo perdón y no ser perdonado. Ah, hay algo incompleto en estos asuntos. Una infelicidad. Una infelicidad pequeña que se nubla entre mis piernas. Y pareces otra persona. Eres otra persona. Te debilitas. Eres débil ya cuando asumes que las cervezas oscuras te han llegado a las sienes. No sabes como contestarle. Creo le digo algo como “no sé, pero no existe algo más parecido a la perfección, madre”. Pero se ríe, se burla, hiere como es costumbre. Y en el último trago asumir que sin lugar a dudas ella está también allí, poseyéndote perpetuamente. Como en el principio de las cosas. 



viernes, 29 de julio de 2011

Quien escribe una carta al amor en la moleskine


Te confieso, ansiosamente, que anhelo quedarme en casa  todo el día, y besarte los ojos. Como el verano pasado. Yo te descubría. Me trasladaba. Me quedaba en trance contigo, y aun. Antes el color verde y amarillo. Diez minutos más, y mis distracciones. Ahora el frío azul o el violeta. El silencio que aprendías, lo memorizabas. Contábamos siete veces siete hasta que hablaba otra vez y comenzabas a amarme menos, y más. Ahora gritar ‘te extraño’. Y hay una tranquilidad de saberte allí entre las horas. Diciéndote que echo de menos las banquetas donde solía escribir. Que extraño mucho perderme sin dinero en los bolsillos. El amor que me flagela a todas horas. Incertidumbre de música sin letras cosquilleando en los ojos y las orejas. Desear definitivamente eso. Cualquier niño llegaba, me pateaba los zapatos despacio preguntando: qué haces con ese cuadernillo. Yo decir; es solamente algo que hago. Y los encuentros furtivos. Y los amantes asesinos. La dureza de amanecer. Que tu presencia me dicte los pasos siguientes o la estabilidad del estoicismo. El verano pasado estaba con Isabel, cocinábamos canciones, un tiempo. Me emborrachaba en casa de los tíos y comía pescado cerca del mar. Luego tú me llamabas. Luego tú aparecías. Echo de menos mi vida de niña, amor. Ahora uso uniforme y tengo dinero para vino del caro, sigo comprando del barato igual. Tengo las enfermedades del adulto que no duerme y se preocupa. Nunca me había dado tanto asco mi manera de vivir. Pero la gente me mira, y me dice “tienes veinte minutos”. O hay hombres de distintas nacionalidades diciéndome “te quiero hacer el amor”. No les digo que quiero hacerlo sólo contigo como sólo tú y yo sabemos hacerlo. Que mis manos te buscan de tal forma que únicamente pueden apretarme los muslos a los doce con treinta de la noche.  Esperando el invierno. 

jueves, 21 de julio de 2011

Y un cello en la mañana



He repetido tus pasos y tu voz, dos veces, y eran las diez de la mañana. Las piernas continuaban con una flaqueza de tacones indiscutibles, y los pies como dices “tan pequeños”, recordando lo doloroso de no sernos, de no sabernos tan bien. Y de no estar. Que podríamos decir que adivinamos los saltos diariamente. Aun así conocernos, nada, de sernos nada. Acomodarnos por ahí a la vuelta de la esquina y toparnos con el gesto aquél, de las manos en los bolsillos. Y mi incomodidad. Y mi tristeza musical,  perpetua que nadie comprende. Y la indiferencia que no amo ni amaré nunca, grábatelo bien. Ya sé que no tengo que repetírtelo. Ya sé, que todo esto que nos nombran al anochecer, esto sugerido por los demás, no logra cristalizarse. Tengo deseos cautivos debajo de la lengua. Un sentimiento perdido, que no cesa de parpadear sobre todo, en los semáforos por las mañanas. Y todos te nombran con esa delicadeza que ya no padezco. Nadie me ha reconocido con esta desilusión de tus brazos cayéndose de la mesa. Arrastrándose por los muros.  He repetido tus pasos a manera de solidaridad con mis impulsos. Una melodía sigue sonando cuando duermo y me duelen los huesos si abro los ojos y los cierro, y no estás, y no te encuentro. Con una incógnita entre los dedos y la boca. Para decirme que el café ya está puesto, y que debo irme a trabajar.



lunes, 11 de julio de 2011

Normal y noche



Normal que quieras irte, normal que quieras volver. Normal que llegues a casa, me mires [las piernas primero] es normal. Ese gesto tuyo, el brazo que se estira, la palma de tu mano empujándome hacia una pared. Que me coma el vértigo, que te coma a ti.  Que así, como si nada, me muerdas el hombro donde tengo el lunar pequeñito. Una canción de Patrick Watson que me hace llorar cuando bailamos. Es normal que suceda tan rápido mi voz que no se detiene, no se detiene, lo sabes. Es un tren de furia resbalándose en tu cara. Voy a herirte, así, así, voy a herirte con cada susurro. Pero igual escuchas, igual abres los ojos y la boca, y los oídos como si pudiesen notar que se abren cuando hablo. Como si pudiésemos notar el cambio de la risa cuando se trata de nosotras, como si todo lo que se hace es para nosotras e igual mi manera de no verte o mi silencio acurrucándose en cualquier lugar de tu vientre. Es normal, es simple, es discreto. Preciso, perfecto, angular. Y te acuestas y me dices que tienes miedo. Yo, que en estos juegos puedes salir llorando y es mejor que desistas. Y es normal que me toques los labios, que rápidamente te separes de mí. La noche llega danzando con las piruetas de tu estela roja. Yo pensando en que me digas que te vas, pero que te quedas, te quedas.

domingo, 10 de julio de 2011

[ del parpadeo 23 y las luces ]


Tener veintitrés de pronto, y una caja blanca donde encerrar las luces. Las manos, sus manos, las manos de otro, de otra, de la complejidad oblicua que significa estar aquí. Estar aquí, del otro lado, contar protuberancias y huellas dactilares. Líneas azules,  piedras en el asfalto, tres correcciones: me-importa-poco. Respirar. Decimos; respiramos como hablamos, como amamos, y cuento minutos también en el espacio de la boca. El aire, nulo aire, la comprensión de marcharnos bajo siete luces que no brillan a las siete de la mañana, sino están allí. Quietas. Indecibles. Paralelas al piso, un piso que no se mueve, crescendo en los roces y elevaciones. Pero el piso no se mueve. Tampoco hablamos de elevaciones, no le hablé de elevaciones, no hablamos de la diminuta fuerza que ejercen dos cuerpos cuando explotan uno sobre otro o bajo del otro. Y está muy mal. Y está muy bien. Todo está como puesto y sostenido de extremo a extremo. Pensamos, conocemos el lugar, conocemos los pasos. Ochenta y cuatro de la puerta a la cuadra que sigue. Pensamos en las monedas, en la exactitud, en volver a casa. Distancias corruptas. O decimos corruptas porque te llama un taxi por si acaso te dedicas a otras cosas, además de escribir, pero por las noches. Algo más adecuado. Algo más como ella. Pero no lo sabemos. Te lo propusieron tres veces en un lapso de cinco horas. Pero todo es pequeño, todo se vuelve pequeño. Se cierra. Como los ojos se cierran y la mente, los pensamientos, las palabras. Encerramos palabras. Las incendiamos. Luego las colocamos en cierto orden para que duelan. Y no dejarlas que cumplan veintitrés, nunca. Para ser bebidas despacio como los besos, y morir, inevitablemente después.



miércoles, 6 de julio de 2011

Mareos y latitudes



Ella escribe en la pared: lo que se resuma a ti. O algo parecido. Yo le hablo de mareos y latitudes y un incienso que he olvidado en la tienda de junto. Los vestidos de encaje, mis brazos, la sintonía de las mareas. Comprende que tiene que detenerse allí; la hora es perfecta para tres besos. Y que también, son muy diminutos. Me dice: entiendo que debo dejarte. Yo comprender que debe dejarme, y muchas veces la palabra No con dos pasos hacia atrás y luego hacia delante. También sé que tu vida, la real, es otra. También reírse en su cara cuando me predica esto, que no entiende, no lo sabe. También tocarla, también obligarla a que entre despacio a la habitación, susurrarle mientras le muerdes la oreja: sé de igual forma, esto no quieres hacerlo... y se marea. Te toma del brazo, se sostiene de tu cintura, cierra los ojos, abre la boca. Put me down, put me down. Hay vocablos que siempre repite –al igual que yo—y no comprenderlo. La inutilidad se le desarma. Continúa su delicada manera de hablar entre dientes, a veces provocando con la lengua. La lengua filosa deletreando la embriaguez de los sentimientos. Y también me mareo, también le digo al piso que nos merecemos una tregua. Además de la sutil aspereza de las paredes, su frialdad, el color fuerte que te empuja hacia ellas. Coloca de nuevo una pintura blanca con la que dibuja una línea vertical, no me lo dice, pero entiendo que quiere decir: nos hemos perdido.  Verle para volver. Volver para verle. 

Y besarle los pies, siempre de manera sumisa. 

 

domingo, 3 de julio de 2011

If we go out tonight




Hay una dulzura en el viento, como si todo se fuese a caer sobre cristales de frutas, y no hay mucho más que eso, no hay nada más que eso; no hay nada más que tú y algunos sonidos debajo de la cama. Y nos asustan. Pero los ignoramos. Escondí una tristeza allí. A nadie se lo he dicho, a nadie se lo diré. Ni siquiera a ella, que me sabe tanto. A lo mejor lo grito en un caracol, encierro allí ese penoso deseo inconfundible. Como hacían en las piedras según lo contaban en una película de Wong Kar Wai. Según nosotras, y nuestra filosofía de mañanas lacrimosas, no sé ¿ya te lo he contado? Me encerraban por días y noches. Cómo decírtelo. Todo se resumía a llanto, a mis piernas desnudas, casi siempre. Lloraba al amanecer y en las noches. Estaban las luces pequeñas a quienes les encargaron mis padres, rezaran por mí. Este sentimiento me era insoportable. Recuerdo su movimiento una noche que me estiraba la piel de pensarle. Bajo las sabanas, dentro de las sabanas, debajo de la carne, todo se estremecía. Estaba esa desnudez del cuello que pocos me conocen. Las esporas en el aire se partían. Una fotografía de Enrique Bostelmann no publicada más que en revistas, y mis sueños, embadurnados de opio. Escribía con una oración constante debajo de los muros. Arañaba los muros. Y la brecha de frente. Erizaba los vellos de los brazos, y la noche. La noche sobre todo. Siempre. Luego las luces otra vez. Devaneos inusitados cuando parpadeaban sus ojos, inocencia mía que nadie volverá a pronunciar y determinados murmullos, que me agrietaban las líneas de las manos. So long. Un abrazo que no se terminó nunca. Uno que no termina nunca. Sé, que vas a latir de cuerpo y espíritu cuando esto suceda. Que me llamarás una y otra vez, pidiendo exactamente lo que te di: nada. Pero nada, para que nos dure. Así mis manos te contaran de lo que no han hecho todavía. Tendríamos que llorarlo mucho, sufrirlo mucho, aun. Aun. La palabra incompleta que siempre escribo. Él ya no volvió por más semicorcheas. Y tú, y tú, y tú...

Se cierra el mundo cuando te marchas. Destruyes el universo cuando te marchas.





Foto: Enrique Bostelmann 

lunes, 27 de junio de 2011

Dibuje una risa ici


Me explicaban tu risa con un baile tranquilo, ciertas páginas de libros muy salvajes, unos tobillos débiles jugueteando con las cortinas. Todo eso un sábado temprano, hacía frío. Sentir me dolía. Pero demás. Nadie acariciaba mi nariz ni me daba esperanzas. Me explicaban tu risa; luego una mujer llegaba. Me llenaba de preguntas; decía así: si me pudieran definir tu personalidad, ¿qué me dirían? “te dirían que soy muy cruel”, y ¿es cierto?, “claro”. Pero me sentaba e imaginaba una pared amarilla -ahora la tengo- y ella como todos se marchó. Ahora tengo mi pared amarilla y he colgado un Van Gogh, que bien podría ser lo mismo que mi habitación en el cuadro, y visceversa. Esa mujer dijo palabrotas y las guardó en una caja. Supongo que a veces, me recuerda como a las más finas cosas. Y ya con los planos urgentes, esos que indicaban los indicios de tu boca, me quedaba muy quieta. Había una mezcla de manos en mi cara. Unas intentaban sacarme sonrisas que nunca quise dar, amargaban la noche, jugaban con mi cabello –a enredarlo- eran pequeños monstruos. Era ese montón de sentimientos atragantando el ruido. Mi garganta reconocía el sabor, pero no hablaba. Me explicaban tu risa, y soñaba llegar un día a tus conciertos. Ya sabía la manera de aplaudirte, con la mandíbula cerrada, diciéndome la gente ‘señorita’ y yo detestándolos. Cuando a veces observarte ocurría entre un tumulto de raíces enjaulando vivir. Tu risa era una fiesta impronunciable, decíamos. La verdad no era muy bonita, tenías voz de niño, el peor. No era mi voz cantando bosanova o Chanson francesa  cerrando los ojos. O rompiendo aleluyas en un templo. O queriendo comer todos tus sonidos. Me explicaban tu risa y lo único que explicaban era ‘límpiate los ojos’. Me enseñaban a encerrar tu risa entre dos manos, mi llanto entre dos manos, y el sonido de los ecos que nos dejaba dulcemente diciembre, y teníamos que repartirlos todo el año.

domingo, 26 de junio de 2011



Te colocaría una música diferente, pero la verdad es que no me siento muy bien.

A veces me preguntas si todo sería así, si estuviese contigo. Te diría que la tarde se terminó cuando cerraste la puerta, y todo se hizo nublado demás a pesar de mi cansancio. A pesar de ya no ver muy bien con estos ojos marrones, tan grandes; a pesar de la gente insulsa y el piano, que ahora me suena tan a ti cuando no estás alrededor. A pesar de estar aquí. Te diría, que tengo nostalgia de televisor y otros aparatos eléctricos. Su frío me turba. Los dibujos animados de la infancia, caen, como los grandes. Se terminan. También los amores imposibles vestidos de rojo. Un llanto tan intenso como la risa, que a veces se calla. Tengo incertezas atrasadas contando temblores. Mis manos nerviosas pensando que no te gustan para habitarte. Sin hablar. Mira, mi amor, que no sé cómo definirte la penumbra si eso nos sucede. La señora que me cuidaba cuando niña, decía que soy un artista, y por eso me gustaba la música tan lúgubre. Mi madre a veces lo dice igual; dice: qué clase de conciertos fúnebres estás llevando a cabo, Jazmín. Me dice Jazmín, como con S, y le sonrío. Dice que no se aprende mi otro nombre. Hay momentos donde me ve reír mucho y se burla de nosotras. Con toda mi altanería me retiro de su sombra gris, y busco refugio lejos de su crueldad instruida, y tantas veces por mí. Ya tú lo sabes. Estaba supuesta a dejarte hace tiempo. A contarles a muchos cuan afortunadas fuimos, y que nos marchamos sin temor a los mañanas. Pero ahora, tengo miedo. Tengo terror a la felicidad y a la infelicidad. Y a la desnudez. A los grandes aeropuertos y mujeres llamadas María, cuando te dicen adiós. Quisiera colocarte en una orilla esa música de mañanas dulces. A morning song, tan Sergey Yevtushenko, pero son las seis de la tarde y alguien como tú me diría que con un vals es perfecto, y no sé que día es ya, no sé hablarte más de paraísos o carnavales. Voy a poner un waltz, y tú, mi amor… dirías que eso, eso…