lunes, 10 de diciembre de 2012

Nadie nos ha preguntado porque seguimos aquí



Es posiblemente el aire. Ese espacio entre tus piernas cuando caminas. Me cuenta historias de simetría. O de hambre. A lo mejor mis pasos cuando te marchas, tres, para alcanzarte. Dos para detenerte. Uno para decirte que si te vas no vuelves nunca. Probablemente mañana esté nublado. No podremos intentar escapar del encierro en nuestro estuche de humano incapaz de olvidar. Siquiera de pensarlo. Intentaré disuadir a mis sentidos de esperarte. Llegar temprano. Tomar un taxi y apresurar a mi madre. Desayuno en el centro. Beber rápido el café, sin pausas, como la vida. Al igual que a él, me gustan las barras de cafetería del centro. Tienen apariencia limpia pero hay relatos de cotilleo e infidelidades sucias. Propuestas de matrimonio sin contestar. Mesoneras tristes y empresarios tristes. Como si hiciese falta recordar que, de alguna manera, todos estamos bajo la misma pesadumbre. Y al salir de este lugar infestado de bullicio falaz, no hacer caso a los semáforos.  Insertar las manos en los jeans. Contar los segundos entre luces porque un día lo leíste, y te diste cuenta que alguien más los contó antes que tú. Llegar. Estar aquí. Qué no sé porque seguimos aquí. A lo mejor es la duda. Poesía para tus ojos que no han visto jamás, el salvajismo arrogante, crepitar en mis paredes. Y tu nombre y el mío en extremos, casi opuestos, tirando. Estirando. Enfermando cada día. Tal vez mañana haga buen tiempo y no se nuble para nada. Tal vez podría decirte que mis teorías se resumen en minutos: A nadie concierne dejarnos de querer. Lo mismo revolvernos cicatrices y huellas. El camino hacia tus tobillos es incierto. Heladas montañas sobre el lago de tu espalda haciendo laberinto, para que no llegue. Con mi bandida manera de reír, tomar tus tierras, dejarme caer en ellas, ahogarme en ellas. He tomado un poco de ese aire del espacio entre tus piernas para sobrevivir. Siempre dejaba ver mis intenciones. No te voy a mentir. Siempre buenas intenciones. Y malas intenciones cuando se trataba de matarte hasta el vértigo. Todas te desvestían sin segundos. Es posible que esto sea todo. Que no te explique estar aquí en verbo presente. Permanece mi silla temblorosa de aguardar. Eres como la calidez de estar en casa. Aquí otra vez. Como desanudando líquidos para dejarlos fluir; es un caudal que lleva voces y momentos dorados. Allí a veces estoy como llorando, como estremeciéndome. Posiblemente tú sigues aquí porque nunca viste tanta penumbra. Nadie te hablo de odiar y amar mucho a los hombres y a las mujeres al mismo tiempo. […]


*Nadie me ha ayudado a terminarlo.

sábado, 8 de diciembre de 2012

Mazel tov. Sarah.

A Sarah, en su cumpleaños 22. 

Tú lo supiste antes que yo. Reconociste el ardor de los poetas que se suicidaron en el siglo pasado y en el 2000. María Mercedes Carranza, nació en Bogotá, en 1945, y murió en la misma ciudad en el año 2003, suicidándose, después de una larga depresión. Y no me lo dijiste tan claro. Imagina, querida mía, que me hubieses contado en toda tu bondad lo que habías aprendido. Una tarde funesta donde no tuviste nada que hacer, y ya lo habías descubierto todo. Hablabas entonces de tu boca mordida, y de la tristeza. Jugabas a la ausencia. Me quisiste. Luego escribías y sacabas fotografías de tu cabello, y tus lentes de marca. Pensaba alguna vez en tu egocentrismo. No sé si siempre fuimos así, o nos hicimos un poco más grandes cuando nos tuvimos. Y valoramos un poco el hecho de ser mujeres que se amaban, o si nos hicimos un poco más dolorosas y bellas al amarnos. Es posible, todo esto, Sarah. Es posible. Aquí todavía no viene el frío. No sé como decírtelo. Esta ciudad sigue siendo de color café y amarillo. Ahora está el muelle abandonado. Recuerdas cuando te decía que era lo único bello de este pueblo, que casi nadie iba, y me gustaba quedarme allí. Todo mundo lo visita ahora, y han puesto parrillas para barbacoas de domingo. Y lo detesto. Ahora tengo enfermedades cardíacas y supongo, que al pecho lo arañan todos los días. Me falta el aire. Le explicaba a un hombre como es esto; despertar, sentir como te desgarran la piel por la mañana. Y durante todo el día. Son finas navajas desangrándolo todo. También dentro; oprimir, liberar, oprimir, liberar, hasta que del corazón no queda un carajo. Después amanece otro día, otro más pesado que el otro. Y así. Pero he leído a Mercedes Carranza que supo terminar con este largo, el triste juego del amor (palabras de Jaime Sabines), pero también dijo “no olvido el paraíso”. Si estuvieras aquí, y si tuviésemos la palabra, la voz, como antes; te lo podría leer. Y tú acaricias mi habla con las letras de tus labios, y abrirías la puerta de tus ojos una y otra vez. Te encantarías. El libro es rojo, como el color de la vida cuando nos quisimos. Es mayormente poemas de gente hispana. Rojo francés, como el de los sellos de mis cartas ¿las conservas todavía? Leerlo a media luz con el rostro que recuerdas. ¿Lo recuerdas? Tenías tantas fotografías. Ahora sé lo mismo que tú, después de una tarde de poesía. Poetas suicidas y vidas truncadas “por el amor y la libertad”. Nunca lo admití, pero eras más sabia. Si lo hubiese sabido entonces, querida. Puedes estar tranquila. Es posible que no me suicide hoy. Ni mañana. Recuerdo cuando te pregunté si me perdonarías algún día, si llegase a hacerlo. No pudiste darme mejor respuesta “yo no soy quien te tendría que perdonar eso, Jazmín”. Tan segura a los diecinueve. Hoy cumples veintidós y no te he podido alcanzar, como es costumbre. Es una avalancha de errores y distancias esta vida mía, pero de distancias tú sabes muy bien. Como de poetas que se suicidan, de paraísos, y de amar, y de morir y de largas depresiones. Por eso no olvido, por eso me acuerdo, siempre era un día siete. Siempre. Ani ohev, ani ohev otaj.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Die in a message





Pensaba en decirte esto, con menos soltura. Como si alguna de todas mis cartas, estas que te escribo, se publicase alguna vez. Sólo contarte que un hombre ha venido a casa, y me ha dicho “te extraño, te amo, no te puedo olvidar”. El verbo extrañar me ha dado mucho asco desde su boca.  El muy infame me dice que su amor, no obstante, no es condicionado. No pide reciprocidad. Válgame. Te juro que de esos amores estoy harta. Aquellas personas que dijeron “voy adorarte por siempre”. Qué hago un café que te cagas, esos que halagaban mi conversación (mi conversación sobre todo), el diálogo de vagabundo (siempre mi diálogo de vagabundo errante) o mi fino gusto o mi olor. Mi olor que es tan el verde. Y mi manera de besar. Y el ego. Pendejos.  Me viene pésima toda promesa a lo “no voy a olvidarte nunca”. Debes de saberlo también tú; todo aquél que tiene amor para mí en una parte del mundo hace bien en guardárselo.  Pero a qué no lo sabes: su amor no me sirve para nada. Esos que juraron no hacerme llorar y hacerme retorcer única y exclusivamente de placer. Los que escribieron “eres tan maravillosa (mi nombre), te llevo a donde quiera que voy”.Inútiles todos.  A lo mejor un día, si su sentimiento ayudara a terminar la pobreza y el hambre de la humanidad. Si su progresión y desesperanza hiciera la cura de una enfermedad letal, esas que atacan nada más a los niños. O si aliviara el dolor de los animales en los mataderos. Pero no. No me facilitan la vida (ni me la complican) igual.

“Vales mucho la pena, como para olvidarte”. Acto seguido dijo mi nombre, el real, con su acento de costa. Con lo que lo odio. Yo tenía un aspecto de puta sin maquillaje, de bailarina exótica cuando no sale de casa y se ha quedado a dormir quince horas. Con una chingada. Lo he mandado a callar. Le dije que no vuelva por aquí en su mediocre vida. No le necesito. Ni a nadie quien “no me ha olvidado jamás”. Te repito, de eso estoy cansada. Qué tontería de la gente al hablarme a deshoras para perturbar la soledad que me ha costado veinticuatro años en construir. Es dura, fría, como las piedras antiguas. Tiene paciencia y tacto japonés. Por las noches llueve. Vamos, a veces hay pequeñas luces azules. Tiene una mirada en su inmovilidad de roca. A todos mira sin mirarlos en verdad, y desea a penas sus manos. Sus manos como un manto de piel para las madrugadas de noviembre. Tiene la corrosión de la sal y sus poderes sobre la sangre. La serenidad de un compositor que murió en los 30’s. O la intranquilidad de un tema de Rachel’s.   

Luego de echarlo volví a la habitación. Me tiré con la cara a las sabanas pensando otra vez en sus palabras “v a l e s  m u c h o  l a  p e n a, c o m o  p a r a  o l v i d a r t e”. L-a --p-e-n-a. E imagino una vida sin pena. Y que alguien me diga, eres mi felicidad. Mi felicidad ahora. Pensaba en esas ridiculeces, pero no sé. Posiblemente tú no lo valgas tanto. Ni él.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Fuck you noviembre I


Querida Nataly:

Afuera llueve y es veintiuno de diciembre todavía. He llegado a casa y mi madre me ha dicho muy triste, así como así, que tu madre ha muerto. Dice que fue un accidente de autobús, que ha salido en los periódicos y en las noticias y  ella tuvo que decirle a tu hermana, y que incluso tuvo que decírtelo a ti por ahí de las seis de la tarde. Tú sabes las desavenencias del día. Llegar, estar muriendo en las esperas de las que no te he hablado. Así, aventé la cara al piso, ahora no sé más que pensarte. En ti, como es costumbre cuando llueve, cuando hace frío, cuando veo a dos personas charlando y siendo felices. Y es que ya hay luces de navidad en el centro, y será otro año donde no te tomo de la mano un veinticuatro de diciembre. No hacemos drama, no dormimos temprano, no reímos un poco del borracho de tu padrastro. Aunque ahora contengo el instante donde tu madre, en una cama de hospital, se alejó de la vida, donde ha cerrado los ojos y estando tan lejos de ti. Quiero decirte algo; no sé que hacer con esta distancia ya. No sé dónde estoy. Con quienes vivo. Yo tengo a mi madre todavía, pero a veces no conozco a esta gente con la que vivo. Estoy cansada de estar lejos de todo lo que amo. Estoy cansada de mí. Como ahora, que quiero romper el mundo, desdoblarlo y llegar allí, contigo, sostener en mi espalda tu llanto. Y es que no encuentro tu teléfono. Se lo he pedido a José  y a Lucía. A mamá que te llamó. Pero no entiendo a tus hermanas trayéndole el teléfono a casa. Y que nadie pueda dármelo. Ya lo sé que no es creíble. Pero qué sería de esta desdicha si te pudiera alcanzar. Me da miedo tomar el papel. Justo ayer me topé con tus cartas. Las he separado para su ritual de invierno donde las destapo todas, y vuelvo a recorrer tus caminos. Como tus brazos. Hablarte de las playas. Del amor. Viajes donde siempre quise llevarte y nunca lo hicimos. Me quedo así como intentando. Ya no tengo tanta amargura ni dulzura. Estoy a la mitad de todo hace meses. Ya ves, yo que decía que jamás sería mediocre. No puedo ni refugiarme en las letras. Me sucede temblar antes del encuentro, como una amenaza a estar con la carne abierta y no quieres que nadie vea tal espectáculo de muerte. Siento tu tristeza atravesando nuestro precioso país. Nataly, a veces hay canciones por la noche. Recuerdas las canciones de noche. Estar en casa de tus padres, las llamadas de mi ex novio, por quien siempre me preguntas, él también me pregunta por ti. Como si nos conociéramos todos desde niños. Tu madre diciendo que tú sin mí morirías y yo “y viceversa”. Supongo que echaré de menos esa posibilidad, que llegues a casa, yo pueda ir a arañazos a tu puerta. A pesar de ser tan mala con el mundo, tú me quieras. Y tu madre allí. Ella allí porque tú la adoras tanto. Me duele porque te duele que no vaya a estar más. Y es que ya viene navidad. Ya te escribiré.
. . .
El día siguiente que confirmamos la muerte de ella, llovió por horas. Tú dabas gracias en un país hipócrita (como si este fuese diferente). Y no te llamé. Hice en un papel “te abrazo mucho”. Y no te alcanzo otra vez. Ya no sé qué decirte. Agradezco poderte escuchar ahora que tengo tu teléfono. Mañana voy a poner el árbol de navidad. Me siguen gustando casi como tus sonrisas cuando pretendo contar chistes. O sólo de estar. Ojala estar. Haré la carta como cada año. Lamento el pésame que esta tendrá. Adjunto esta sin fines literarios. Te quiere como siempre y más, Jazmín.

domingo, 18 de noviembre de 2012

La banda II





Teniendo en cuenta con lo que nos desprovee una y otra vez esta efímera existencia, he resuelto varias cuestiones; lloraba aquel día en el museo de antropología porque mi sangre palpita por y desde la tierra cuando estoy lejos. Mis abuelos me llenaron de amor y tradiciones, música y sabores. Un color de piel, mis ojos marrones y mi apellido cubano. Y su amor. Su amor. Y la tristeza de mi padre cuando se marcha, y su cancioncita de “la banda dominguera que siempre toca el domingo”. Hay estridentísimos recuerdos en todo mi cuerpo. Tú me sabes. Tú me conoces. Soy toda música y sentimientos imparables. Y tengo esta terrible costumbre de hablarte de todo. De pensar en ti, y hacerte cartas en mi cabeza, como si al momento de hablar, llegase a ti esa picazón incómoda al cuello. Y no puedes más que reír o llorar mientras te encuentras entre la gente. Bellísima. Porque yo lo digo. Ya lo ves, nunca fui realmente coherente o sencilla cuando se trata de elogiarte. Debo decírtelo: Estos niños tocan con vehemencia y sonríen, hablan del mar. El mar que es tan tus piernas, tus rodillas. La memoria de tu voz bajo el sol. Como si todavía me hablara. Como si tanta agua nos cupiese en los ojos. Niños hablando del mar que nunca habían visto, por si no tuviste palabras hermosas un domingo en la mañana. Recuerdo hace poco la emoción de mi tatuaje de la trompeta, esa que voy a ofrendarte cuando te presente mi espalda. Podrás poner la bandera de tu país sobre ella. Tus huellas húmedas donde quieras. También los lamentos. Yo los callaré con mi piel, más oscura que la tuya. Dejaremos espacios para ellos hacía abajo, donde mi lunar. Lloro también, porque nuestros hijos no han visto la luz del sol todavía. Y no les hemos enseñado la belleza de todas las cosas pequeñas. A capturar una luz entre sus manos, porque no hemos bailado con ellos, ni han sido tan amados, deseados y cuidados bajo tu lozanía. Y me pregunto por sus rostros que no conozco. Los veo en cada uno de los niños de La banda. Me da una pena tan grande mi amor, no correr, tomarte la cara y decírtelo. Reconocer tu genética en ellos. Para luego volver al mismo lugar donde encuentro –y no encuentro- razones suficientes para entender porque esta música, este movimiento, esta sal, este azúcar, y estirar mi mano para escribirte todo esto. Como si tú y yo tuviésemos más motivos para sentir que existimos quebrándonos en el temblor del aire. Quizá cuando ellos tocan.

jueves, 1 de noviembre de 2012

La banda


No sé porque llorar durante el programa de “La banda”. No sé si las tardes, el movimiento, los sonidos, mi soledad. No sé si ella, que me quiso tanto. Sostener una nota en la garganta antes de dejarte ir. Todos los niños eran hermosos, el estado era Morelos. Pensar en los viajes a los nueve años. Estas palabras eran música. Yo te quise mucho y éramos tan buenos músicos. Tan guapos, tan sensibles. El sonido de la vida que no vivimos. El color de los vestidos era más brillante. Que sea 1° de noviembre. Huele a pan de muertos que no hemos comido. A lo mejor mañana. La tierra continuara girando. Decirles a ellos “no siento un carajo”, será normal. Recordar que nunca le conté de mi llanto en el museo de Antropología e historia. Qué el dialecto era zapoteco, y no pude dejar de llorar al escuchar el canto de esos niños. Nunca olvido esa melodía que mi padre me enseñó, la de El negro santo. Yo me la sabía muy bien en 2° grado. Pero sabía tantas cosas en 2° grado que ahora ignoro. Cada día me he hecho más estúpida.  

miércoles, 24 de octubre de 2012

[ Para volver lentamente ]

Este amor 
Tan violento
Tan frágil
Tan tierno
Tan desesperado
Este amor
Bello como el día
Y malo como el tiempo
Cuando hay mal tiempo 

Este amor tan sincero
Este amor tan hermoso
Tan feliz
Tan jovial
Y tan pobrecillo
Trémulo como un chiquillo en la oscuridad
Y tan seguro de sí mismo
Como un hombre tranquilo en lo más hondo de la noche
Este amor que da miedo a los demás
Que los hace hablar
Que los hace palidecer
Este amor acechado
Porque nosotros lo acechamos
Acosado herido pisoteado destrozado negado olvidado
Porque nosotros lo hemos acosado herido pisoteado destrozado negado olvidado
Este amor íntegro
Tan vivo todavía
Y pleno de sol
Es el tuyo
Es el mío
Ese que ha sido

Este algo siempre nuevo
Y que no ha cambiado
Tan verdadero como una planta
Tan tembloroso como un pájaro
Tan cálido tan vivo como el verano
Ambos podemos juntos
Alejarnos y retornar
Olvidarlo
Y después dormirnos
Despertarnos padecer envejecer
Dormirnos de nuevo
Soñar con la muerte
Despertarnos sonreír y reír
Y rejuvenecer 

Nuestro amor sigue allí
Obstinado como un borrico
Viviente como el deseo
Cruel como la memoria 

Absurdo como el arrepentimiento
Tierno como los recuerdos
Frío como el mármol
Bello como el día
Frágil como un niño
Nuestro amor nos mira sonriendo
Y nos habla sin decir nada
Y yo lo escucho tembloroso
Y grito
Grito por ti
Grito por mí
Y le suplico
Por ti por mí por todos los que se aman
Y los que se han amado
Sí le grito
Por ti por mí y por todos
Los que no conozco
Quédate
Allí donde estás
Allí donde estuviste antes
Quédate
No te muevas
No te vayas 

Nosotros los que somos amados
Te hemos olvidado
Pero no nos olvides tú
Sólo te teníamos a ti en el mundo
No permitas que nos volvamos indiferentes

Cada vez mucho más lejos
Y desde donde sea
Danos señales de vida
Mucho más tarde desde el rincón de un bosque
En la selva de la memoria
Surge de repente
Tiéndenos la mano
Y sálvanos


Jacques Prévert




[Para volver lentamente, leo a Prévert susurrándote]

viernes, 13 de abril de 2012

RadioWaltz Opus #1

NOTA: Se puede acceder al archivo dando Clic en los enlaces. Dichos están contenidos en una carpeta Dropbox pública (y segura).




1.- ¿Qué es este Show?
2.- Yo sé del teatro (Martes 20 - 2012)


[ Si se tiene alguna duda o comentario no dude en dejarlo vía Blogger o al correo de Gmail]

martes, 10 de abril de 2012

Sin precedentes ( ... )

Era viernes y mi padre me ayudaba a reparar la lámpara de noche, “es muy vieja”, me dice. “Además tiene un gorro”, le digo. Sonaba el piano de Rachel Grimes. “La muerte es algo que duele, padre”. A veces todo es muerte. Todo huele a muerte. Las horas, el destilar de minutos. Las canciones de cuna que me hacen recordar a mi padre, ya han muerto. Como si uno mismo muriese lentamente con cada palabra no dicha. En estos casos, uno inconforme, aun piensa en el mañana. Como vislumbrar el despertar incómodo y el mutismo que le sigue. Una falsa sonrisa. Las cinco de la mañana y acariciar la herida con los dedos. La tocas una y otra vez. Como la caricia primera. Sintiendo ese bultito de piel formando las cicatrices. Tiernamente burlándose de ese presagio de muerte. Casi no puede ser cierto. Estás terriblemente sola. Tan salvaje, tan exacta, tan profundamente sola. Ciertamente esta cantaleta ya me cansa. Qué sea viernes y no me beba trago a trago el agua de un lecho oscuro, que no viva la extravagancia de cruzar las piernas mientras se besa lascivamente una copa. “La muerte es algo que duele, padre”. Me encanta sostener un rostro entre mis manos y decir “si no me tocas, me muero”. Después salir a las calles y respirar el humo de la noche o ese que se escapa entre los labios. Recordar que es viernes. Que ahora lo pasas donde los padres, perpetuamente, con la única rutina de verlos y preguntar “qué hay ahora”. Al final, mi padre arregló la lámpara. Sólo estaba desconectada. Le hemos dejado el gorro igual. En el televisor alguien dice “el amor es infinito”. Entonces piensas ahora en la “muerte” y en el “infinito” como respuesta a todas las preguntas nocturnas. También piensas en el amor, principalmente en el amor. Creo que todo se trataba de eso desde el principio. La falta de. Lo inconcluso de la oración. El dolor de espalda que no te deja y la herida. Es esa soledad que estalla en la herida. Y como evitar que te recuerde a la muerte. Como esas historias que rescatas y son luminosas al final. En su ardor y en su pérdida. Todo huele a muerte, hasta el amor, cuando lo crees perdido. 

lunes, 2 de abril de 2012

Gone




Querría inventar muchas formas de decir “Ella no está” o “Ella se ha ido”. Transita por las carreteras de un México fundido por el sol. Lo hace, no lo hace. Es de noche. Es fácil percatarse que no está. Su dulce peso no oprime el colchón, no huele a botánica de hierbas. No está presente ese picor en la nariz proveniente del talco. No está. Es como si existiera un letrero, una calcomanía por toda la habitación que te dice “No está” ella no está, se ha ido. También tratas de improvisarla, como si al final necesitaras su compañía más que cualquier cosa, como si de verdad su torpeza no te importara. Es que debería darte vergüenza el silencio que guardas cuando aparece. Esa supuesta seguridad y amargura. A lo mejor ella no lo cree, nunca se dio cuenta. A lo mejor tu misma no te diste cuenta. Porque el dolor de ahora no es como el de antes. Es un frío. Ese latido que presientes. Porque ya no existe aquí. Su halo de benevolencia estará en otras latitudes, su cuerpo lento ocupará otro espacio. Otro tiempo. Alguien más le podrá dar besos en la frente que tú casi no le diste. Y siempre parece ser el último. Tienes ese miedo permanente porque no existe la perpetuidad de la vida. Querría explicar el porque de tu llanto, que es estúpido, porque dejas pasar el tiempo y el tacto. Y te parece poco estar así entre la gente, como si te esperara. Como si tuviesen la opción de estar allí, y adorarte. Y no es así. Ella llegará mañana temprano. Un hombre alto la esperará en la misma estación de autobuses de segunda clase. Habrá calor, con una brisa tropical que no podrías creerlo. Todo será verde. Querrás estar allí, y vas a llorar a medio día. Tal como lo haces ahora. Como si valiera de algo. Y caminará cansadamente hasta abrir la puerta. Su casa olerá a café y orquídeas. Tendrá hambre. Luego se desvestirá parsimoniosamente, y una música se escuchará con la cadencia de los árboles. Y será feliz como nunca lo ha sido en semanas. Tomará una silla y la halara hasta el pórtico, el sol será fuerte pero no importará; respirará el fresco aire de sur y cerrara los ojos, tal como lo haces tú ahora, recordando que es casi un sabor que se escurre por la garganta, ese olor. El campo. Con suerte, no sentirá ni un poco de tristeza por si no te vuelve a ver. Te lo ha pedido tantas veces; que vuelvas, que vayas a ella. Que encuentres ese sitio y el balance para no marcharte de allí nunca más. Yo entiendo que no puedes; la belleza de quererse así es separarse una y otra vez, interminablemente hasta que una de las dos muera. Por eso es una melancolía primitiva. Animal. Todo queda en calma cuando en la distancia se sonríe, casi puedes adivinarlo. Está meciéndose, quejándose de la vista, jugando con sus manos. Todos sabemos que no te queda más que tu perro oliendo tu tristeza porque ella no está, se ha ido. No la viste lo suficiente, no llenaste tus pulmones del aire de su voz. Pero ha dejado sus vestigios, pequeños regalos no mencionados y sólo te los hace a ti. Dejó esa costumbre incómoda de volverte hacer creer que eres tan pequeña, que todavía puedes renunciar a verle por cuatro días seguidos y regresar allí, a ella otra vez; aguardando con su mesa de centro. Así las tardes aquellas, eran las más sustanciosas del mundo y tendrías que comprender que se marche, que sea un abrazo corto, que para el viernes ella haya retomado su ritmo habitual. Vaya al templo, apropiándose de un aroma a santidad y cenizas.  Más tarde hará las compras en el mercado, llegará en taxi. Usará falda larga. Tú querrás salir corriendo a cualquier parte porque ella no está.

El hombre se sentará con ella frente a frente y hablaran de ti. Sobre esa mórbida mujer que eres otra vez, y con suerte, aun te seguirá queriendo. 





Praha-In Your Memories


[En la fotografía también era primavera, la dejo intacta]


Elige un día. Una hora. Un nombre. Nuestros sentimientos serán los mismos y mi piel. Esta piel con que te amo. El sentido metafísico donde adivino los roces cuando la luz entra lo suficientemente exacta, para abrir discretamente los ojos. Puede ser que el mes sea marzo, el día domingo, que sigas llamándome Jazmín con un hermoso acento de isla. Pueda ser que ya no haya hombres, ni mujeres para besar o especular. Ninguna manera de escoger distracciones de manera voluntaria. Pueda que no quede nadie sobre la tierra, y sólo habite la oscuridad. Pueda ser que tampoco me llames más al teléfono cuando haya pasado. Posiblemente, hablaremos sobre los mismos temas repetitivamente; entonces tu aburrimiento, pero si amanece antes de él,  habríamos que preparar té y atisbar la geometría de los tejados. El brillo de las losas según la dirección solar. A lo mejor dibujamos un puente para cansar los pasos y después caigas en mi hombro, me tomes de la mano, pretendas que no soy tuya, y que todo te ha sido prestado. Que soy una persona más en la multitud si me dejas libre y no voy hacia ti, otra vez, con la mirada fija. Mordiéndome la boca y calculando la matemática de un encuentro furtivo. De un beso furtivo a las doce de la noche, aun no lo quieras. Creo que es posible acordar el día. Sólo elige una hora, y tendrás que llamarme de manera diferente. Pero el amor no será diferente, ni el odio, ni la nula idea de la inmortalidad si descubro un mar entre tus piernas. Los celos de amante tampoco serán diferentes. Habría mucho drama salpicando las banquetas, mucho resplandor naranja mientras ya no hablo más; sólo con las pestañas, y los brazos, y algunos gestos.  No he conocido persona que se resista al mutismo, cuando ha encontrado una herida abierta. Y no sabe que hacer con la disyuntiva de devorar o besar. Todo será igual, te lo prometo. Y cuando suceda la vida estará repleta de extravagancias sublimes y gozos exagerados. [...]

jueves, 29 de marzo de 2012

puzzle

Debería escribirte, debería decirte que hay viento afuera y que el televisor lo apagó una mujer. Hay un murmullo en el barrio, sigue siendo el mismo aun sin nuestro movimiento. No está ese descubrir de crímenes o semblantes que nunca te topaste.  Tuve más pláticas que orgasmos el último mes, me olvidé de la hora del té y a veces, sólo a veces, todo concuerda. Todo tiene sentido. Debería hacer permanecer este rostro que adoras, estático, inamovible, debería romper la fragilidad de la voz cuando le hablas a mis tobillos. Y la luz de afuera cubriéndome la noche mientras llueve, como una farola que gotea. Que todo permanezca crudo como estos rasgos étnicos dentro de tu boca. Siempre hay alguien que devora sigiloso los momentos. Son las fotografías esas de las que me hablas. Mi cara, el mal humor, la insatisfacción, el día, la noche. Las interminables listas mías donde apareces al principio y al final para cerrar todos los círculos. A veces es ceguera. Frecuentemente sólo es necedad y fascinación por el otro. Saborear con un respiro el olor de tu cabello, como escribir música, así de repente y comenzarla contigo con fingertips. Debería decirte que he salido a caminar como un fantasma, y que no te he encontrado. No sé de cierto si te he buscado bien. Hay varias esquinas rotas y mudas. Botes de basura llenos de cansancio. Ya no sé realmente si importa estar tan guapa, y vestida de rojo un jueves por la noche. Si realmente se debe ser amable con el mundo y sonreír dentro de todos los vasos, para luego estar sin nada. Sin nada completamente, como vacía de ruidos y cigarrillos. Somos a veces esas rodillas desnudas en las escaleras de un edificio, como buscando esa comezón, una irracionalidad de ser. Como buscándote a veces esa noche que llovió muy en el sur, cuando te hice la primera foto de mis piernas, hallándote en charcos y maullidos de madrugada. Debería decirte que ya esto no lo recuerdas; pero entonces respirábamos más vivos, más reales. No había estos pedazos de mi mente haciendo un puzzle para referirme a no sé quién, y no sé cuándo.   

domingo, 25 de marzo de 2012

Pequeña reseña cinematográfica para mi madre

[Puede contener Spoilers]

Hola mamá, quiero hablarte de algo. No sé, sé qué estás molesta. Es decir, hace rato me mandaste al carajo, y no aprecio que me digas “tú eres igualita”. Probablemente te enojaste con Ava ¿es así? De ser así, te entiendo. Yo si estoy mal con María es como estar a la mitad de todo, pero cuando estoy bien con ella, cuando estamos felices y tenemos muchas horas juntas (como hoy), es como reconciliarse con Jesús, ser la jefa en oficina, e ir sin falta todos los días al sanitario. Bueno, olvida todo eso. Y deja de beber, quiero hablarte de una película. Te acuerdas cuando vimos juntas “The kids are alright” y te encantó, y otras películas españolas de Almodóvar que tengo relucientes en la estantería. Pero ves, tú luego no me crees, que tengo un gusto genial, que soy muy genial (bueno, no sé, mi novia dice que soy genial y como ella es súper genial pues debe ser cierto) y debes escucharme cuando te quiero hablar de cine, música o de algún libro, aunque no…de libros no, quedamos que la literatura era cosa mía. Todo eso desde el penoso suceso de mi libro de poemas para tus cuarenta y cinco…o era treinta y cinco…bah! (sí, que te burlaste). En todo caso, ahora escucha. Mami, you’re going to love it. Para empezar alguien es gay y eso nos encanta. No quiero apresurarme, pero déjame te digo que sale una rubia preciosa de esas que te gustan mucho, de esas que turban los sentidos más por creída que por otra cosa, (qué estoy diciendo, a ver mamá espero que esto no lo lea María…) y principalmente, la película está hermosamente narrada y tiene un ritmo muy exacto. Sé que de esas cosas no entiendes mucho. Sé que no pones atención a los detalles. Pero mira, lo de la rubia es interesante, es tan bonita (no más que María)  y de inmediato se apropia del protagonista que frecuentemente tiene la cara muy triste, así como la nuestra cuando me dices “creo que a veces no me doy cuenta de los solas que estamos”. Sólo no te engañes, te advierto, la película es más grande que una historia de amor, en su levedad. Y te va encantar igual porque Arthur es un perrito adorable, tan mimado –y amado- como los nuestros.  Creo que es una buena película. Temo que te aburra porque es lenta a momentos, pero yo, tal como en las cartas que se hacen, tiendo a pensar que todo es necesario. Así que sólo tendrías que disfrutarla. La gente pasa creyendo que la brusquedad en la vida es lo que le da sentido al fin, incluso al cine. Qué patéticos son. Creo que para aniversario debería comprarle un vestido rojo a María; ya te contaré. Por ahora parece que todo se ha calmado y ya no te escucho beber ni pelear con mi padre o con Ava. La casa se ha llenado, la abuela duerme. Yo no duermo bien como desde hace una semana. Escucha, quisiera que la veamos juntas el próximo domingo, que me regales dos horas…sería lindo. Debería empezar esos relatos o aquella novela que dije solamente iba a hablar de ti; donde empezaba “Mi madre va morir tarde o temprano” o ¿cómo era? “Mi madre había decidido amar a una mujer”, no sé, Beginners  va a fascinarte.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Cerca-Lejos

Todo me acerca a ti. El año bisiesto y su cortina azul, la fragilidad de la vida, el ruido impenetrable, y su combinación con los excesos. No sé que sentimiento nos hace definir el color blanco de la mañana, es como el olor al mar y cierta alegría y la espera por sonrisas claramente definidas por conceptos sexuales. Todo me aleja de ti. Principalmente mi voz y mi cabeza. Ya antes me habían mencionado estas banalidades, pero no sé más que acudir a ti, nombrarte a ti, hacerme grande y deambular por la habitación en las tardes. A  veces el escenario cambia. Hay largos pasillos o cortos pasillos, cocinas, cubículos de oficina. A veces hay espacio y nada más y no sabemos llenarlo más que de palabras, pláticas vacías, cordialidad o coqueteos. Y ahí me acerco a ti. Como un sigiloso atravesar del tiempo y de los días. Media tarde,  un dolor de estómago, el calor en las paredes. Ese vaho de los días que veneran los poetas. Y no sé hablarte de pretextos o canciones; como todo tiembla al ritmo de una nota increíble, que hago que todos aquí escuchen aunque no sepan reparar en el sentimiento brusco de pérdida. Y nosotras sí. Nosotras todo. Nosotras estamos allí con el tic tac o tac tic de los movimientos en la cotidianidad. Pero no saben tampoco el rumbo de los pasos; todos en línea hacia el encuentro. Y hay momentos donde se escucha un grito de un ave o un niño. Y se releen cartas y se hacen insultos para acudir a la lucidez. Para desdecirnos, o para decirnos algo. Este acordeón de extremo a extremo haciéndonos ir y venir.  Y tengo fiebre ahora. Nadie me conoce. Pero se hacen esta imagen; hay un largo camino donde estamos ambas. Y seguimos, de fondo se escuchan ruidos de restaurantes y bullicio de una ciudad fatal, una menos interesante que la otra. Hace calor, nos duelen las heridas. Pero ya no podríamos pertenecerle a alguien más y nos dormimos en el deseo y en la certeza: todo me acerca a ti, todo me acerca a ti. Todo se aleja.

martes, 20 de marzo de 2012

Yo sé del teatro




Tengo el ensayo y las repeticiones. Todos los sucesos que no recuerdas, y tal vez recuerdas, mis ojos ardiendo, tranquilidad, música de la que te hablo pero no te llega. Lo tengo todo aquí, a mis pies. He recorrido los caminos, no me lo creerías. Pero te ríes, te ríes si te lo digo. Haces ese gesto funesto, sarcástico, de maldad. De satisfacción febril. He vuelto a ensayar nuestras vidas. He vuelto a pronunciar los libros y las demencias de sábado por la noche. Lo he vuelto a hacer sin medida, sin adelantarme al tiempo de partida. Ya ves, tenemos cierta ventaja; la gente no nos entiende. Me dicen que deben releer una y otra vez para encontrarnos. Ya ves, amor mío, nadie como yo te odia a la hora de la música y te vuelve a hallar buscando motivos para nuestras muertes. Y nos repite, y nos habla de la vida otra vez. Como si esto pasara al instante de nombrarlo. Por eso me miras, así tan fijamente, buscas la soledad, cierras los ojos y te escondes tras las puertas. Por eso nos guardas entre las uñas y las esquinas donde doblan las aceras. Como algo que quiere aparecer, como ese rostro que siempre dices “me parece tan familiar y le muestras tus dientes hasta que se va, se aleja. Y te pones de píe con una mano en tu pecho y te dueles un poco, pequeño, diminuto. Luego piensas en mí, con tanta seguridad que te nublas. Y me buscas entonces atrás de las nubes cuando hay lluvia, esa lluvia fina y flagelante, o en verano, cuando la gente habla de costas y playas o lentes para sol. Y luego te vas. Te esfumas. Despintas estos teatros. Y no me crees entonces los ensayos y las repeticiones. O tal vez los crees. Porque todo se hace suave al final. Un triste remate de objetos nuestros para venderlos a cambio de sonrisas. Es tu tacto, el índice, el tacto de tu índice que hace crecer las plantas y  sus raíces. Que da color a la orbe si eres buena tú. Si te diviertes con el mundo y lo recorres a grandes pasos con tus piernas. Yo no lo sé. Tengo estos días de encierro otra vez, como hace años, tú no lo sabías. Hicimos todo nuevo. Reinventamos el amor y ahora me queda tan grande, que tengo continuo terror a perderlo. Pero no me escuches, no me mires al continuar la huída; y no te vayas aun. Anda, tú sabes como es esto; volvemos uno, dos…tres. . .

miércoles, 14 de marzo de 2012

La chambre (malade)




A través de los días y observando, encuentro que no hay nada poético en esta habitación. Quisimos que así fuese. Años y años han pasado desde los sueños, días en cama, noches en vela. La luz sigue entrando por la ventana con las mismas cortinas. ¿Qué decíamos entonces? Los cuerpos han cambiado, su lentitud, su torpeza. La luz entraría siempre por allí, el sol sería amarillo para que nos diera suficiente calor a medio día.  Los vecinos harían vigilia en nuestro sueño. Sí, a pesar de eso, su mutismo ensordece. Los cuadros están muertos, los libros, las cintas, la cámara fotográfica. Hallamos amarguras en esta pequeña juventud, pero no así, no aun, no. Y si, a pesar de esto, si yo te hablase sin detenerme en tus ojos, si yo te dijese estos recuerdos. Si yo fuese salvaje otra vez; entenderías lentamente lo que quiero decirte. Tengo el cuerpo enfermo. Hay tulipanes amarillos y el sonar de una música profunda como el océano del sur. La gente dice que cambias. Y lo sabes, nunca en tu niñez viste estas necesidades; los hospitales, los pies descalzos en el frío, el olor quemante del alcohol y sus  medidas esterilizantes. Tenía tanta náusea, mi amor. La voz era imposible esta vez, yo así, yo que no sé de callarme razones; no tenía más voz. Mi madre abría las ventanas para que se fuese el aroma a sufrimiento y quedase todo lo sano. Pero mira, esto no lo hizo antes. Hemos estado más abajo, más abajo. Las extremidades podían moverse aun más, la rapidez era igual al pensamiento; todo nos dolía. Pero no puedo parar allí, lo tengo prohibido a esta hora. No tengo sueño y esta mañana no hay visitas. Es probable que tampoco las haya por la tarde. Me consuela siempre el sonido de la maquina al escribir. Las uñas me han crecido. Me las arreglé en cinco minutos ayer. Nadie me ha preguntado por el hambre. Y hoy tengo ganas de colgar más cuadros, limpiar los libros, ordenar mis películas por país de origen. Y no puedo con esta herida. Me nubla lo antipoético de esta habitación.  A lo lejos se escucha un avión; mi madre ha abierto la puerta. Viro la mirada al cuadro de Van Gogh “La Chambre à Arles” y  me concentro un minuto en pensar en Vincent; antes de cerrar la puerta le digo: cuándo me recupere voy a pintar la recamara de azul. Ella sonríe, dice “desayuno”, y se va. Luego pienso en ti, para contarte todas estas cosas.   

domingo, 11 de marzo de 2012

Convalecencia=

Leer correspondencia
libros
películas a medias
teléfono

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espero escribir pronto.
[Saludos a todos]

miércoles, 29 de febrero de 2012

[ continue ]


A lo mejor aquí nos separamos. Las mañanas nos hablan secretamente de lo detestable del destino. De lo deprimente de las melodías que nadie como nosotros logra comprender. El amor al mar en invierno, y el olor a invierno que poco a poco se va disipando al amanecer. No sé si me entiendas, el invierno se va como si fuese el último. No estamos acompañando al vagabundo, ni mis zapatos duelen al atardecer. Nunca fui tan salvaje y ruin como en aquellos días; me concentro en repetirlo como se pasa de vez en vez por las mismas calles de la ciudad, se ve el mismo rayón de una barda de barrio pobre, como el mío. Ya no me cuentas de las bancas y los sueños azules. Aunque, últimamente todo me es azul. El intermezzo interpretado por la Filarmónica Nacional de Budapest, mi prima hablando de sociología, alguien que contesta mal al teléfono, un coqueteo con acento provinciano.  Casi me pongo triste de no pensarnos allí. A lo mejor es que ya no estamos más, y nadie me lo ha dicho. Acaso tú tampoco lo sabes. Pero ya no lloras. Yo tampoco lo hago. Esas cosas se hacen solamente una vez, y te desprendes de ti mismo. Dejas guardadas muchas ropas y objetos y discos de vinilo. Yo he notado algo; en cada muerte, en cada separación nuestra, me vuelvo más silenciosa. Es como si tuviese una deuda fija con el vacío. Y con el silencio. Me hago más pequeña. Si bien sonrío a la gente, callada, ingenua. El ruido viene como si fuese niebla. Se aparca cubriéndolo todo, y luego nada. Para las diez de la mañana ya todos la habremos olvidado y estaremos con las tazas de café y panecillos. Tal vez, nuestros ojos es lo único que nos sobrevive. A pesar de estar allí, juntos, separados, felices de esquina a esquina. Entre el barullo de oficinas y papeles. Pon atención a las hojas blancas, te provocan divagar en lo puro, en la nada, en la vacuidad del pensamiento. A veces habitamos esas cosas. Me gusta pensar que es así. Que yo tengo las manos abiertas a tus palabras, como a las heridas, la hoja de metal y sus filos.  Todo en desorden. Que tú tienes más bolígrafos y maquillaje, letras y justificaciones para hablar de mí. ¿Todavía hablas de mí como si fuese también el arte? Hay historias que ya no me imagino. La libertad. A lo mejor nos separamos aquí para que duela del todo. La manera de ser en soledad sigue siendo la misma. Apartándose en extremos opuestos, el mundo exterior y sus paisajes de acero. A lo mejor aquí, aquí también. [...]

lunes, 27 de febrero de 2012

Preludio a la visita de una abuela.

La relación entre mi abuela y Joe Hisaishi es nula. Ella no lo conoce. Pero existe en mis sueños de ficción. El vivir dormida. Y sin saberlo, sin presentirlo, cada que estoy en su casa lo escuchamos una y otra vez. Y ella allí, sin entender mi sonrisa. Y mis bailes, nunca los bailes han sido completos. Es, realmente, la unión entre los objetos de la casa, y los colores. Es como hacer el sueño y los devaneos previenen la no gravedad en nuestros actos. Y me río como nunca. Me muerdo la boca a veces. Mi padre solamente me ve así cuando son vacaciones largas, y comemos tres veces al día como mucha gente normal. Nos habita un poco de felicidad y dulzura. Eso es Isabel. También Hisaishi. Me tomo estos minutos para hablar de ambos y juego con mis perros. Alguien dirá que esta mujer solía escribir mientras hacía esas cosas, y luego, así como si nada, se echaba a llorar.




jueves, 23 de febrero de 2012

24 X 7

 



Por   M;
Feliz 24, mi amor

No idolatro tu ausencia porque no te has marchado. No te has marchado nunca. Todavía pensamos en el verbo quedar. Quedarse. Aun mantenemos libres la expectativa del beso, y del adiós. Por supuesto. Este adiós nos mataría a ambas, ya te lo digo. No hay regreso para este cesar del fuego. Y las armas sangrientas. No puedo renunciar a mi tregua fija con el exterior. Y tú, tan el interior, y la vida, y el agua, y la tierra y sus raíces. No puedes solamente irte volteando el cuerpo hacia la nada. Que es a su vez el infinito. No puedes irte de mí cuando hemos probado el crepitar de una luz introduciéndose tibiamente en el pecho. Cuando cantamos a viva voz nuestra emoción a las paredes. Y alzamos los ojos en un ejercicio de observar el viento. Atraparnos allí. Encapsular en la boca dos versos:
 El     tuyo    tan     mío,   el      mío     tan      tuyo.    Totalmente     incongruentes.
Quiero que despiertes. Que me veas. Que presientas mis pasos en la cocina, hacia el baño, hacia la luz. Cerca de tus pies. Besar su antártica geografía. Fundar mi tierra debajo de ellos. Ser tuya hasta en el fondo de las cosas. No puedes solo olvidar mi salvaje insistencia. Porque sólo quiero que tú lo sepas; esta mujer ha sido rota y levantada de cristales y cenizas. Las manos me fueron devueltas cuando tú me encontraste. Las tengo ahora para conocer contigo los frutos, las ondas de los muros del este, las protuberancias de las hojas. Las tengo para ir a ti cuando mis pies quiebren este abismo donde nada puede encontrarse. Más que este crujir de ecos; esta importancia de la vacuidad escondida bajo pretextos intelectuales. Mira, debes prometerme algo, debes venir a mí aun cuando yo ya no asista a nuestro encuentro. Aun cuando parezca sorda, muda, sin ojos que adoras tanto; es posible que me halles hiriéndome ya con tu recuerdo. Descostrando tejidos humanos, es posible. Por eso mírame ahora; me apropio de tu risa y tus ideas. Te he construido una casa y un río.  Y allí, aunque estés ausente, aun cuando tú lo decidas; diré: vine. Conservaré la emancipación de mi cuerpo para la vehemente esclavitud que me provoca tu nombre. [...]

Foto: aquí

martes, 21 de febrero de 2012

Sooner or later




Pronto me dirás, que la vida no ha sido más que esta repetición de sensaciones que no supimos valorar, aun cuando éramos tan jóvenes. Aun cuando fuimos niñas y no nos conocimos. Todo nos llenaba los ojos de lluvia, la boca, y las palabras. Sentir no fue suficiente. Una habitación blanca y grandes ventanales, ver como se desvanecía el día entre las horas, los espejos, las curvas del rostro. No observamos ya nada. Pronto dirás, que nada, que esa palabra nos llama hasta nombrarnos otra vez. Y no hay más viajes o latitudes que repitan nuestros ecos.  Esa era la vida y los sonidos. Los rayos solares nos laceraban la piel por la mañana, una música azul que nos prometía dulces, y tardes frescas mientras hablábamos. Esto nunca lo vimos realmente. De nuevo el sol y la sombra hacían pinturas en el suelo. Nunca he sabido como retratarlas. A veces intento describirlas pero disto de esa perfección en mi humanidad; e intento fotografiarlas. Luego hago recordarlas para hacerlo más vívido y así poder pronunciarlas. Pero todo se queda atrás, en un sitio a donde no podemos acudir, hasta no estar de nuevo allí como la gente en verano. Como la última vez de la felicidad entre ríos. Pero, consuélate, existimos para regresar a todos esos lugares. A ciertas horas, en determinadas situaciones. Pronto me dirás que ya no evocas esos pensamientos. Que los tuve muchas, más veces yo que tú. Que era más mi imaginación romántica de imaginarnos ahí, como si hubiésemos existido en serio. Pero es que a veces éramos reales;  como lo fue el hambre, el sueño, la torpeza de mis manos y algunas locuras. Las emociones en el cine, los recitales, los rostros de gente que decía conocer pero que no era cierto. Tu perfume danzando en el mareo. Como las velas en las noches. Podríamos resumirlo así, no sé de dónde viene todo este asunto. La vida era simple, había frío en las rodillas y leche en el refrigerador. Habría que, si  por error nos gana la tristeza, reconfortarnos con el misterio de la vida. La fascinación por las mujeres y la música.  Que escribo para entender mi permanencia aquí, en una sociedad que de a poco, te juro…me aburre. Por si lo piensas algún día, dímelo. Ya he escrito todo sobre tú y yo esta vez, y creo, la gente nos conoce. Y nos siguen adorando.

lunes, 20 de febrero de 2012

lunes, 13 de febrero de 2012

Ici

A Martina, porque sí.



A veces pienso en estar aquí. En la palabra equilibrio, el oficio del trapecista germinando círculos de aire que dan vida a un-olvido-eminente. Pienso en las rutinas del hedonista. En un aleteo firme y leve de azúcar, como gozar la risa de un niño. Me viene la insensatez de los amantes. El instante de agua, tan tus manos. También tus manos. A veces pienso en dejarme caer. Aquí. En desarmar un poema, en volver a mí como si hace mucho ya me hubiese ido. Querer hacerlo todo. A veces en el hambre. En el mareo. Y otra vez el equilibrio. Y las fibras del sol cuando se hacen palpables. Y tenemos un calor diluyéndose entre los dedos, como el amor en domingo. Hacer el amor, repetirlo. A veces no hay nada. Es como si surgieran las mismas palabras de un borde, resbalando. Cayendo. Aquí. Decir “estoy aquí”. En el danzar de una ola de humo. Flotamos allí. También aquí. Y decimos que echamos de menos las vivencias que todavía no probamos. En ella cuantificamos poros y huellas dactilares. Se le encuentra textura a mi tristeza y la desdibujas bajo un árbol de trueno. Me quedo allí, suspendida en las elipses de tu imaginación. Como en un invierno que no acaba. Y se mastica en el pasar de las horas. Frecuentemente es esto; existir en algún sitio, callar, hundirme en las pupilas tuyas, sin retorno, y no llamar. No llamarte para después justificar el silencio con palabras especificas como “lloré en la elevación”, lloré de llanto imaginario. Pienso en estar aquí, y me quedo quieta, casi sin moverme, casi sin parpadear ni en el temblor de esperarte. Me estuve así. Ensayando el devaneo que te acompaña. Bailar. Extender los brazos. No soltarte. Y era como el aroma de las flores amarillas, como la luz en el sur rompiendo las ventanas. Tu belleza casi violenta y mi sueño. En él, estoy sola, sentada, con vestidito blanco con azul. Mi cabello está largo como en las fotografías y vienes; y no sé qué hacer. No sé que hacer con la palabra equilibrio balanceándose en mi boca a punta de sonrisas porque estás aquí. Aquí.

martes, 17 de enero de 2012

Another message online

[Me topé con que te escribí esto; ¿yo te escribí esto?]


Mi amor es como un ave de papel de colores en el vídeo más dulce que he visto en todo el día.

Mi amor a las dos con treinta, a las seis, antes de dormir.

Querer decirle mucho, pero decirle poco.

Mi amor, y "mi amor sencillo" bajo una luz tenue. Música nueva y un dolor que viene en el vientre, o no lo sé. 

Es más arriba, más arriba.

Bajo el pecho derecho. 

Ah, mi amor no sabe de los ojos que se cansan..que no alcanzamos a dormir lo suficiente. 

Y sí lo sabe. 




Beso a mi amor.

Le dejo una luz a la orilla. Beso a mi amor. Beso a mi amor. Dejo una nota para cuando despierte.

Beso a mi amor.

Beso.

Be.

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domingo, 15 de enero de 2012

De noche


Es extraña la progresión de la noche dentro de la habitación. Afuera también, es como la percepción del vacío girando a la velocidad de una rueda. Como si esto fuese posible. Así tu ausencia, y todo lo demás queda suspendido en arañazos al aire, y me doy cuenta que no estás y estás, en el fluir de las cosas. Sé, que allá duermes y es de noche. Aquí la oscuridad me lo dice. Que allí, es aun más oscuro. Que los animales han salido a andar y hacer sus batallas, dejar sus huellas, y nuestros cuerpos solitarios duermen con toda su humanidad. Allí estás tú y estoy yo. Tú, hermosa, perpetua y mía.  Yo, tuya y solamente eso. Los segundos se deslizan como gotas en medio de un ruidoso silencio donde no estamos. Pero habitamos el deseo y la ilusión que no es sólo un espejismo cuando atardece. Te digo que llueve en las mañanas, que todo se hace pequeño, diminuto, cuando intentamos recalcar los procesos de encantamiento en nuestros ojos. Es notar que la voz en las palabras se hace gruesa, y es como un crujir de dientes al pronunciarnos el nombre debajo de las sabanas. Es observar el reloj, el intercambio de sombras, el avanzar de las sombras y los ángulos y la calidad de la luz.  Sentir mi mano hueca sin tus dedos, es eso, y otra cosa más que no recuerdo. Sonreír se me hace extraño a las cuatro. Comer, conducir un auto, caminar. Actividades para hacer cuando el sol te acaricia el rostro, y no sabes si llorar o dejarte dormir para sentir menos. Sólo un poco menos. Luego la memoria. Parpadeante como un foco. La retención de un olor cuando tú llegas, cuando ella llega, y la incontrolable irradiación del calor dentro, que quema en la garganta y hace trémula la carne sobre los huesos. Y repito las horas como pequeños toques en una rodilla que espera ser besada. La noche llega a mí, casi, imperceptiblemente. Algo se apaga. Pero primero se oprime un botón en algún sitio. Ese botón que me dice que en tu habitación estaba oscuro a las tres de la tarde. Yo tenía la boca inflamada de buscarte los labios. No te conté mi terror a los dientes. Y queda una vibración que sacude mis pestañas, y tú duermes mi amor. Todavía duermes. Sin mí, en un lugar sin mí, donde sin duda alguna tarde o temprano sucede la noche. 

martes, 10 de enero de 2012

Como si fuésemos de agua.


Así suenan los minutos contigo.  Esto sonaba cuando te fuiste.

Domingo, enero 8 de 2012


Si esta fuese la última vez que te veo, te recordaría así; estrenaste los zapatos negros que te compraron ayer, tu cabello largo a tus setenta y tu amor por las faldas. Y, sin ofenderte, cómo pretendes manipulación de las formas más adorables. Algún día, alguien dirá que te escribí mucho, muchas veces. Que nadie –ni yo misma- me encontraba sentido, pero no tenía otra cosa más que escribirte Isabel. A veces tenía el llanto en una oficina, de mañana, a veces la habitación. A veces todos los olores y limpiar hasta cansarme. A veces las expectativas de las vacaciones venideras, a veces. Isabel, me he dado cuenta de algo terrible; no tengo dulzura ni amor para nadie. Sólo estas profundas ganas de llorar por las tardes desde los diecinueve, que no comprendo. Tengo que ir a ti, a tu ciudad de humo, tenemos que irnos juntas y no dormir todo el camino. Aquí sólo soy piltrafas de alguien luminoso que un día fui. ¿Lo fui? Quisiera recordar aquella plática a las tres de la mañana. Me hablabas de que antes no existían los autobuses para rutas largas y tomabas el tren. Me contabas de tus pequeñas alegrías de chocolate. Tu padre bribón, un matón muy guapo del que aun recuerdo la fotografía, antes de que la rompiese mi madre. Y yo, lamentando tu pérdida. Y tu pasado, y tu infancia. Y yo fascinada porque de eso quería hacer una película. Que no he hecho, y no sé si haré. Es que de pensarlo lloro. Ya ves, como si fuésemos agua.

Conservo las luces azules que tanto te gustaron. Las enredé entre los libros y juguetes viejos que siempre voy a tirar, pero la verdad, es que no lo hago. No sé si esto me consuela, no sé si siempre seremos así, Isabel, tan de agua. Como los retornos al pueblo natal. Ya sé que tú no podrías vivir conmigo. Esta ciudad horrenda te desmerece y asfixia. Yo si puedo me voy ahora mismo. Correr tras el autobús como hacía mi perro cuando tú te ibas. Correr tras el abuelo cuando volvía borracho a casa a encerrar a la abuela Carmen, correr. Ah, abuela, no sé qué hacer con mi tristeza. A veces quisiera acomodarla como a esos juguetes. Allí. Contemplarla, de lejos. Y yo que no sé hacer feliz a nadie. O es que en esta soledad no se vislumbra nada. Hay una gente murmurando abajo. Escucho trastos y perros. Y pienso en la cena que ya no me harás, y suspiro grande, demás. Y pienso que no tuve el valor de decirte que no voy a casarme nunca. Y que no sé si me muero mañana mandándolo todo al carajo. Tú deberías de saberlo, siempre he sido un espejismo. Pocos tienen la capacidad correcta para amarme nada más. Y ya no quiero que me amen, Isabel. He sido cruel con el mundo. Estabas aquí y ya no hacía más que recordarte como si no estuvieras. Una melancolía temprana y silenciosa. Ojala algún día perdones mi manera salvaje de ser. Mientras tanto, te beso y te recuerdo. Mendigo por todos los sitios un pedazo de ti.

Verano, espero. Febrero de hospital. Y ámame tú, no me dejes de amar tú.


J.

lunes, 2 de enero de 2012

Y afuera la tempestad.






Los ojos ardían, el cuerpo se movía a grandes oleajes y tu vestido color marfil. Mi bohemia decorativa, decías. La ventana era golpeada por sabe que mañanas ruidosas.

Había oscuridad.

                                                           No sabíamos desdecir la noche.

Tus besos eran presurosos, como aterrizar en mí forzosamente. Y el gran pino de navidad en la entrada del hotel, y tu hablarme de algo que no sabía que era y hasta entonces. Le tenías recelo a la moleskine y a mi chaqueta. Y a mi sonrisa cínica, y a mis celos inoportunos. No eran celos ni palabras demás. Es mi violencia de rebelarme cuando me posees. Escribir, decíamos, es volver. Volver a nosotros, reencontrarnos en una larga carpeta de asfalto (me encantaba esa forma en la que lo dicen en los diarios). Como si existiéramos otra vez. Así cuando la música era exacta, tatuabas aquella trompeta en mi muñeca, la besabas, luego volvías a desvestirme. Había cellos por todas partes. La familia desayunaba abajo, éramos más nuestros. Habitaban sonidos y luces grises nos cubrían todos los huesos. Yo podría haber explotado de amarte. Y afuera la tempestad.


[J, gracías por la música, nuestra música, siempre ...]