martes, 30 de diciembre de 2008

"mira, he levantado el vuelo" - G.G.

I
Abandonar una ciudad una y otra vez, es un ejercicio del ocio, del alcohol, de los viajes y la adictiva actividad que puede sernos el contemplar ventanas. Habría que decir, que también es un negocio del olvido. Del observar varada, y en movimiento, desde un puente en medio de la ciudad. No dices adiós, nada más das besos inconclusos como siempre. Entonces llegar cualquier día de la semana a una casa (cualquiera) y en la mesa un hombre te dice a los oídos: yo busco un poco de libertad. Y luego viene esta cuestión de ser. Y hundirse. Disolverse. Intentar un momento de lucidez y al mismo tiempo, la luz. Luz por todas partes. Hay letras que te hacen gestos desde la cocina. Amaneces en medio de niños y mujeres. Vas a festivales folklóricos donde danzan extranjeros envueltos en largas ropas. Te ataca un silencio casi inocente. Perpetuo en segundos. Como que en realidad no hay mucho. Como que hay nada. Llega un olvido impertinente… de verdad impertinente…a tocar tu puerta, la ventana… o una canción insulsa, a morderte la mano...
II
Ah…sí. Cuando sepas, cuando resuelvas ese asunto. Voy aguardar detrás de la puerta, justo a tres pasos. Para que abras. Para que dibujemos un espacio adyacente a la raya de separación de nuestra libertad. Yo: Mujer, infante, norte del país. Aun tenemos algo de cierto. Una migaja de fidelidad. La voz cruda y sombría de las horas que pasan en una pieza oscura…sí. Sí, querida. No vayamos a mentirnos cuando llegue el momento. Quedan uñas sobre la carne. Resta tiempo suficiente. Cuando sepas…cuando todo sea cierto. Cuando te decidas…a que no hay muchísimo opio que nos sede ya las venas. Que la amargura finge y palpita entre la boca. Que un NO, cruje entre los dientes mientras transcurren los días en una cama, o en el suelo, o sobre la piel del aire…o de píe en una esquina solitaria. Todavía tenemos algo de cierto. Algo de vida en este tóxico andar. Como un halo denso de furia, circundándote los labios y esperando a tres pasos de niña, la verdad. A que confieses...

A)

Vienes, hecha de aire y plomo
como todas las cosas estos días.
Como mis pies a la cama, y a la tierra
  al agua
  y a la sangre. Vienes
  ………desde el fondo del estudio,
por detrás de los sofás laminados,
entre las maletas de tanta gente, vienes, amor
  ……vienes, mientras me eres un esternón
y costillas que se olvidan a cada instante,
y las sabanas se nublan, las hojas se disparan,
son un cohete de hambre entre todas las piernas del lugar.

 Vienes, como un animal bruto, y rastrero,
que dice ese hombre: se aferra a la vida.
 Vienes, y dejo parir
  ----aferrada a tu brazo
  ……..mi último grito
  ----------------de libertad.


B)
Ahora te veo desde una orilla.
Como se ve lo nunca visto.
  ……………Como se toca lo etéreo,
donde las rodillas se subyugan,
y los cuerpos se penetran de tal forma
que no alcanzan los dientes
  ni la voz
  ni las sombras dentro
  ----de las habitaciones,
ni  la risa ha encontrado una cueva para brillar
hasta el fondo del túnel,
o para cortarse de un tajo al final de la garganta.

 Ahora te veo, diminuta,
  ------congelada y deforme,
donde se quiebran los huesos de los mas fuertes,
y el alud se hace inverso en el tuétano de los mas débiles.

Atisbo cansada el reloj y la frontera.
 Estás con tu humanidad apretándote el cuello,
estás, viviendo en medio de espirales de glóbulos rojos
sollozando la piel.

Ahora, al darme la vuelta,
  -------voy a guardar mis ojos
  --------------------en los bolsillos…

viernes, 12 de diciembre de 2008

Memento

Quiero el invierno de mil novecientos noventa y cinco. El payaso pequeño, su cabello azul y su overol. No quiero este cuerpo, ni esta altura. Ni estas manos dentro de los bolsillos rojos. Tampoco zapatos de pana color negro. Lejos, caminando taciturnos sobre las aceras. Quiero a Natalia García regalándome televisores en hojas de papel de treinta por treinta. Necesito confesiones escritas por mujeres más altas que yo. A Nataly G, explicándome, que después de probar mi ausencia, pensaría más de dos veces en dejarme, irse de vacaciones o simplemente, tener novio. Y a Sandy Madrid, cansada y aturdida…con una caja reciclada en mi cumpleaños número doce; “llego tarde…traje tu regalo”. Y que dentro del cartón hubiese una carta donde tiene escrito: no dejo de pensar en ti. Quiero eso, y de golpe, de vuelta toda mi inocencia. Vuelvo a mil novecientos noventa y cinco. Nadie vuelve de allí. Mi traje verde olivo y el raso. La niña de nueve años que susurraba: estar sobre ti es tan natural, querida. Yo no vuelvo de mil novecientos, no vuelvo. En el dos mil, tenía un traje muy ejecutivo color gris claro y me gustaba. Un tipo de cuarenta y tantos decía: qué bonita se ve usted. Me lo creía. Me daba miedo. Había esa niebla muy deforme ahogando las calles y de mi mano Nataly. La perfección posible, tan de antes. Había soledad de invierno como escribimos los melancólicos que no tenemos mucho que decir. Me importa un bledo no tener nada que decir si esa nada es mucha. Necesito no verme al espejo. No quiero mi cabello rizado, no lo quiero. No quiero este invierno muy deslucido. Deseo aquel barrio junto a la bahía y las islas en verano, el día de la marina cuando el mar se vestía de blanco y largos mástiles. Correr, correr por la estepa sobre los cerros del norte. Siendo así las cosas, es normal extrañar la simplicidad muy puberta. Me lo dice la torre de diarios que encontré hace una semana. Quiero al Dr. Seuss, quiero todo lo que no tengo. El invierno de mil novecientos noventa y cinco. De éste no quiero nada. Pues sólo hay olvido, y terror a las luces. Necesito cualquier cosa que me arrastre de este abismo mío, de costumbre, de odio, de amor, de gentes extrañas, porque a veces, sólo a veces…me viene el espanto antártico, y parece entonces calida la infancia. No recuerdo haberte olvidado. Quiero el invierno de mil novecientos noventa y cinco cuando no sé, que sin duda alguna: No. Qué no puedo encontrarte.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Farewell to the afternoon

Hay noches de sábado que deberían anularse del calendario. Porque piensas, recuerdas, lloras, sufres y haces escritos en algún borrador electrónico donde dices algo parecido a Creo que por fin comprendí. Aunque te digas: es tarde, me convenzo. Quizá debí hacerlo un veintiséis de julio del dos mil ocho. Era suficiente, las palabras fueron rotundas e insondables. Todo fue hecho a medida de que entendieras. Ahora, sabes que has comprendido porque lloras en el cuarto de tu madre. Lloras igual que te emocionas, y te cubres el rostro empapado. Y tu boca hace un gesto de resignación o talvez simplemente trémulo. De temblar. Lo sabes. Esa mujer blanca te abraza sin entender mucho. Los dedos se mueven como cuando tienes un teclado en frente, o una hoja de papel muy sensual. Creas ese ejercicio casi sexual como lo dice Carlos Fuentes. Y tú sonríes por que sabes que es así. Es verdad. Ella te llena el cuerpo: qué tienes, dime qué tienes…No vas a reaccionar en absoluto. No. No lo harás. Vas a quedarte ahíta de voces como de balas en tus sienes. Vas a solicitar un teléfono y nadie te lo dará. Vas a despertarte cada dos horas. Vas a sentarte a la orilla de la cama con una luz amarilla acariciándote la nariz, desde la esquina de tu propia calle. Es desolador. Y tiemblas. Te abrazas a ti mismo. Hay guitarras que sólo desfilan de noche, y en ese preciso momento te consuelas, te dices: este llanto es mío. Este deseo, esta angustia, esta anemia. Este dolor, es únicamente mío. Este amor.
Hay canciones muy tranquilas que te condenan. Porque cuando despiertes tendrás resaca de ti. Por todo el cuerpo. Sobre todas las ecuaciones inventadas. Las protuberancias llamadas pezones, los diminutos lunares. Odiaras tu vida como amas a tus padres. Y por la tarde del domingo, como todas las tardes de domingo, vas a querer morir.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Relatos de cocina y soledades

Esperar a que hierva el té. Me decía, Yo me decía. Lavaba los platos, los vasos. Me pregunto si cualquier nuevo hogar que me pertenezca tendrá una cocina pequeña en tonos rojos o verdes. No sé si allí lavare los platos mientras espero el té. No sé si allí, como a las seis de la tarde, se nos encarame el mutismo con todo su peso de perpetuidad. Con toda nuestra culpa. Después, recargarse en la repisa y sobre el azulejo blanco. Y su limpieza te conversa de cosas que jamás van a venir. Me hablaba de ti, me hablaba de nadie. Un Nadie muy grande a la orilla de cada escalón que da hacia las habitaciones. Tú sabes, esas cosas duelen. Duele, por ejemplo, ver una bacinica pegada a una pared azul. Una fotografía pequeña donde dices se ve el mar medio de lejos, o el sitio donde se guardan los zapatos. El gancho para colgar pantalones desgastados. Para mí, eso duele. Nunca he sido tan complicada. Ni tan especial, ni tan artística. Sólo soy yo y como esperando el té, hablándome, hablándote de estanterías como se habla del clima, como la gente de diario dice: hace un buen sol. Pero no. No sé, si algo de esta posición se llame cansancio. O soledad. Por que he puesto dos sobrecitos dentro del agua. Dos tazas a lado. Espero a que hierva el té, para servirme. Servirte, por si acaso quieres. De lejos, y en silencio.

martes, 25 de noviembre de 2008

La malade imagginaire

A Stephen Crown

Siempre fui una niña muy enferma. Ahora estoy en el mismo hospital. Ella no ha venido a verme, ni…vendrá. Tú estás como todos los días, desde hace unos cuantos años. Me proporcionas mis medicinas. Los sábados por la mañana cambias el color del tulipán. Le pones agua. Me lees un libro que me haga reír. Y hace semanas que ya no hablo, estoy, nada más estoy. A veces te veo y te admiro hasta que mis ojos se parecen más a ti. Al reflejo de ti. Y te sonrío. Te mando un beso como sólo los sé mandar yo. A veces viene mi madre, y llora un poco, me da un beso sobre la mano, sabes que me gusta besar a mí también esa parte del cuerpo. Cuando estaba un poco sana, le tomaba fotos a mis muñecas, que como nadie muerde, me gusta morderlas yo. También me das masajes. Cepillas mi cabello. Me tocas los labios con los dedos cuando crees que duermo y no me doy cuenta. Parece que después de todo no está tan mal, esto. Y tú cuidándome por las noches. Y estar ahí cuando toda mi familia viene, se lamentan, me hacen un pequeño show. Luego se van y te quedas. Te llama el médico diciendo que hay una nueva opción. Lo piensas un rato. Pero sientes que eso no está bien. Me han llenado de jeringas el cuerpo, ya antes. Alguna vez rechazaste el viaje hacia una clínica ubicada allá al norte. Te has cansado de todo lo que me dicen, de los químicos, de los tratamientos que me queman los pulmones. Así que haces como vimos en televisión. Tomas mi camilla, y corres, corres y corres. Evades, burlas a las enfermeras y los señores doctores. Salimos hasta la calle. Yo te veo al revés, desde abajo. Tienes una cara aventurera y segura. Y vamos a través de las aceras, y de pronto alzas los brazos, señalas el nuevo bazar. La mujer delgada que antes era gorda. Los niños de colores. Te miro, dices: Don’t worry beautiful. Me miras, te sonrío. Y supongo que seguimos, y sigues corriendo. No hemos encontrado ningún lugar llamado algo así como “Heartbreak wonderland”.

martes, 18 de noviembre de 2008

"Beauty and a widow"


Llámame. Voy a estar en un bar…o, sólo abajo, en la cocina. Absolutamente borracha, por supuesto. Pero llámame, tienes todos mis números. Es necesario decírtelo. Durante todo el día escuche el tema que dice: tienes la belleza de una viuda. O algo así. Qué cosa más poética, cierto. Piénsalo bien, eso nos explica algunas cosas. Te he odiado hoy, y mucho. Te he amado igual, muy a mi estilo que dicen es muy del masoquismo. E idiota, claro. Intencionalmente. Vi mucho una de las películas que más nos gusta. He llorado también, hermosamente. Ya sabes que mi cara es redonda, y tengo manos pequeñas. Entonces cuando me limpio los ojos, y los pómulos, parezco más un niño pequeño, un poco gordo o desnutrido, de esos que corren desnudos a través de la ciudad.
El clima gélido ya está llegando. Casi siento un orgasmo instantáneo, de esos parecidos al dolor, o esa cosa que te revienta en el estomago. Como un Big Bang interior. Aunque ya sé que eres más partidaria del Creacionismo. Le he dicho a alguien que morimos muy lento. Y que no. No. Nada es seguro. Por eso, sálvame. Llámame. Probablemente esté tirada en el piso con el suéter rojo, el único que tengo, el que me pongo muy contenta cuando llevó a los niños de la mucama donde los columpios. El de la foto, donde sólo capté mi manga. La conoces bien. El otro día se me perdió y lloré por horas. La prefecta lo tuvo guardado por días, y días. Y yo lloré por días, que tuve que cortarme varias veces. Hacer como a los dieciséis, ponerme curitas color carne. Ni siquiera de mi color. Luego creer que se sana como el sistema inmunológico desarrolla la fiebre. Al natural.
La canción también dice: voy a cegarte con mi orgullo. Pero yo no haré nada. Voy a estar huyendo de mí. En un bar, o cerca de la cantina que ha improvisado mi madre. Cínicamente cerca del televisor. Confieso que ayer fumé con la chica de ojos claros. Me cubrió con una sabana y una cobija azul, o, era de rayas. En la oscuridad no se ve bien. Aun así, parece que le ha crecido la cadera y el trasero. Pero tú. Tú, llámame. Eres todas las chicas que me han roto el corazón.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Dinámicas inofensivas del silencio I

- Estoy feliz de verte. No me dice nada. Es natural, es natural en ella. Con la mano derecha se arregla el flequillo. Luego voltea a la calle como si mi rostro ya le hubiese dejado de ser familiar. Pero es sólo despecho. Tristeza. Negación. Es tan dulcemente igual. Por supuesto, no nos hemos tocado. Ni un beso, ni un abrazo. Guardamos la distancia exacta para un acecho prologando. O para no llorar a solas en un sitio casual, público. Es como un pacto no hecho. Muy a pesar de tener pocos minutos ahí sobre la misma tierra, explicándonos la vacuidad del tiempo, cuando le contiene la mudez.
- Leí tu último libro, me pareció….bueno… - ¿te pareció….? - Perturbador. Uno pensaría que el destino de una mujer no debería ser así. Es decir, en un mundo ideal, ella y el hombre de tu novela no hubiesen sido tan idiotas teniéndolo todo a su favor. - Y eso te pareció perturbador. - Pues claro. Me habla de tu propia frustración.
Hace una mueca de molestia, sarcástica. Como una sonrisa partida por el ego. Esa nunca la entendí muy bien. Generalmente era de recordarle que siempre habría nuevas formas para rebelarme ante su mal gobierno. Y eso le perturbaba. De mí, de quien sea. Introduce su mano al bolso de diseñador. Saca su cajetilla de cigarros. Enciende uno.
- Pensé que lo habías dejado, o mejor dicho…pensé que para esta edad tuya habrías comprendido que debes dejarlo. - No seas ilusa, por eso se llaman vicios. No se dejan. - Yo ya no lo hago.
Ríe ampliamente. Intuyo que se le ha desatado la hostilidad. - Sí, querida. Pero estás aquí. - Pasaron cinco años. Nada tiene que ver con los vicios. - Bien entonces. ¿Quieres uno? Digo…para la ocasión. - No gracias, ahora, el alcohol me es suficiente para sedarme ante la vida, Igual ,no me evadas, hablábamos de tu libro… - No quiero hablar de eso - ¿Te avergüenza? - Por que habría de avergonzarme. Lo publicaron, es decir que para alguna editora mi jodido trabajo es bueno. Así que…mejor hablemos de ti
Hablar con ella de mí. Creí, que ya no teníamos veinte. Siempre pensé que si alguien observara, nos observara, en cualquier momento, en cualquier situación. Nos creería tan inútiles. Y es que todos tenemos cierta porción de inutilidad. Por ejemplo, soy capaz de…No, yo soy completamente inútil. Lo más probable es que en unos minutos ya no tengamos algo qué decir. Será mucho silencio. Hablar de mí, joder…es tan aburrido…Hay que cortar el silencio, con unas tijeras de simplicidad.
- Soy un tema tonto, lo sabes bien - (Calla unos minutos, voltea de nuevo hacia la calle) Vaya, sigues siendo tú…tan tú… - ¿Esperabas otra cosa? - Esperaba, que pudiésemos tener una conversación ordinaria, tú sabes, como tantas otras gentes… - Las otras gentes a lo mejor y son mas complicadas, cómo sabes que tienen conversaciones ordinarias… - Sabes de que hablo cuando te digo eso. No renegabas toda la vida porque definitivamente no congeniabas con “la gente promedio”, y que luego entonces, estábamos nosotras, y las otras, y los otros y así…No decías tú, lo difícil que es sólo decir, y sólo pensar, en cómo estás, cómo te llamas, qué hora es…
Tendría que agachar la cabeza. Mover el cuello. Está molesta, está agobiada. Tengo poco qué responder. Extrañamente me ha envuelto con toda la ciudad. Encima, abajo, sobre este lugar, alrededor de la mesa. Entre las sillas. En la risa común de quien mas toma café. Me duele la boca. Y me parece, que por un instante se ha arrepentido de venir aquí. De estar, sin comprender la razón exacta del tiempo y del espacio. Obviamente son nulos los porqués.
- ¿Estás feliz de verme? - (Sonríe. Enciende otro cigarro) ¿Escribes al menos? - Naturalmente - (Vuelve a sonreír)
Y bueno, yo tendría que sonreír también. Y no decirle “tengo tristeza”. Y no esperar simplemente cualquier respuesta a mi pregunta, diferente al valor de los silencios.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Arabesque


Existen momentos donde tampoco sé qué decirte. Y cuando eso llega, abuela, me siento. Me quedo muy quieta sobre la hamaca. Ya sabes qué difícil tarea es esa. Y tal como esta tarde, escucho a media voz, el Arabesque. Te miro de re ojo entre el arco de la cocina. Estás interrumpiendo mi pensamiento. Enciendes la licuadora. Yo miro hacia la reja color terracota que hizo el abuelo tantos años atrás. Hay olas verdes. Y minutos antes, bailaba frente a ti al sonido de las flautas. Y decías, te fascinabas: esa tu música, es bella. “No la habías puesto”. Eso me regala una sonrisa. Por que no te gusta Beirut, parece que tampoco la música folklórica que recolecte desde Ucrania. No te gusta ni siquiera algo elemental como Piazzola, y mucho menos Tiersen. Y me causa mucha gracia como dices de María Callas una histérica. Sólo cierro mis ojos y bajo la cabeza. Música de mi edad dices. “Escucha música de tu edad”. Das un ultimátum. Mas tarde, ya a las prisas, me tienes ayudándote con un cuchillo. Lechuga finamente hay que picar. Cerca de la ventana doble. He puesto también, un par de veces el mismo tema musical. El aparato es viejo y se escucha terrible. Tengo pesar por mi abuelito por que le he contagiado la gripe. Abuela, comprendes…qué hay veces que no sé qué decir. Sólo un Arabesque. Pero algo bueno ha salido de todo esto. Me he dado cuenta, abuela, que después de tanto tiempo, tantos años, y tantas costras arrancadas. Todo el mundo podría odiarme, menos tú. Necesito levantarme, afilar la hoja del cuchillo, bailarte. No dirías mucho. Necesito explicarte que esos músicos son de Noruega. Y la danza de los galos, pero no me pondrías mucha atención. No notarías que en momentos como aquellos, mientras preparamos la comida, no tengo nada más que un Arabesque. Las olas verdes, y mi mirada hacia la puerta. Como hace papá, cuando tiene que partir.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Volver

Fotos por M. Waltz
13 de octubre Querida Brecha: Hay días donde ya no sé que hacer conmigo. Donde a lo mejor “volver”. Pero eso me sucede cuando duermo por largas horas, y sobre mí, una fina capa de sudor. Y la habitación pequeña. El nulo aire. Pienso en el Volver. Hacer aquello de vivir. Y ya no sé que hacer conmigo. Luego me despierto, busco sombras en la habitación. Rostros de niños en las paredes. Nadie en casa, puertas cerradas. Ya como a las dos de la tarde, alguna situación vuelve a la normalidad. Y digo: nada. Quisiera irme. Quisiera ya hacer algo conmigo. Después, la abuela pide que vaya a la tienda. Y cómo querer irse entonces. Si subiendo la colina, el viento. Camino a la tienda, a los lejos, las montañas. Cuando regreso a casa, y los tres en la mesa, querida Brecha, no quiero Volver. Hay momentos en que, hacer algo, lo que sea, no sé. No importa.
Días después, cuando la abuela salio muy temprano
Mi amor. Tan tibia y tan dulce. Ha parado de llover. Y la abuela todavía no llega. Ojala te prestara mis ojos. Pues, tengo la vista fija en la colina. Un poco hacia la barda. O lo que aquí se improviso como una barda. Es una serie de ramas y algunas flores de color rosa y rojo. Las que me comía a los cuatro y a los tres. Están también esas cazuelas de peltre por todo el jardín, alrededor de la banca de cemento. South San Gabriel en el aparato musical. Casi la lluvia ha cesado su alud. Estoy a la puerta, estoy esperando. Hay una soledad perfecta en este sitio de la verde nada. Como un pequeño Trachimbrod. Si tú supieras, si hubieses visto. Esta manera en la que tú parecías tibia y dulce. Pensándote yo, mientras el desayuno. Visto sólo las bragas y un largo blusón. Ya vieras, los hombres que trabajan en la casa de frente, me miran. Siempre disimulando que no reconocen mi locura a cincuenta metros de distancia. Sigo con mi costumbre de hablar sola. Y yo, los volteo a ver sólo una vez, como que no me doy cuenta. Y sigo hablándote, siempre. Por que ves, mis labios también se mueven. Pudieras escuchar mi voz, pudieras nada mas verme desde lejos, como ellos. O desde la hierba tan alta. Pensándote, extrañándote. Y todo eso, con furia. Con ganas de decirte: Amarte. Dulce. Tibia. Como lo que ya no sale de mí. Como lo que ya no hemos sido. La lluvia ha cesado por completo. Mi abuela llego en un taxi rojo con blanco. Y el día se ilumino desde su falda.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Poemas huerfanos I


- De las noches ebrias -
Además del alcohol estás tú.
Me pregunto la posición provocadora en la que duermes,
entre la música del bar y el vómito común,
pero te prometo...no mío.
Ya tenemos experiencia en estas flagelaciones.
Lo sabes bien.
Tú talvez más que yo y pienso
la palabra: imaginar.
Te imagino entre mis muslos morenos
y tibios o en el baile
hacia abajo
hacia arriba
de lado a lado,
en la música.
Porque además del alcohol
estás tú y mi fiebre próxima
como "un cabaret ambulante",
y el público tú,
a que bailas conmigo,
nos decimos con mímica: te amo.

Imaginar/tu cuerpo dormido encima del mío,
  ….aprovechándose del mío
  ....................caray... qué tiene el vodka...
 que nos hace libres.

 ___

 Suscribo;
 lugares con tu nombre:
 los callejones,
los vasos de plástico,
los sitios en la red con canciones gratis,
las entrepiernas muy limpias,
las calles húmedas de amor,
el lugar vacío donde la lluvia se siente feliz de llorar
y por fin,
se masturba.
Los días con viento tardado,
las copas frecuentadas,
melodías anacrónicas que se derraman desde mi piel,
los instrumentos con un sitio acomodado
para los besos de bellas mujeres,
y el lugar preciso de nuestra ausencia
cuando te dan ganas de correr,
trasladar el espíritu,
donde te habita el sonido,
 de tacones alejándose.

 ___

 Las historias se escriben una y otra vez así mismas.
Enloquecidas, llenas de fiebre.
Por si solas, siendo flemáticas,
bastante egocéntricas.
Partidarias del narcisismo.
Las guitarras, las flautas
y los violines, cantan, se hablan,
se muerden, se prenden fuego.
Componen una estática voz para llamarte.
Tú tienes todas las respuestas,
me tienes todas las maneras.
Irremediablemente.
Eres el cantante a las doce de la noche.
Cuando ya no se sabe si es noche,
o"buenos días".
 El pájaro azul que se pasea por las mañanas.
 El cigarro que hace tanto mal y necesario.
Y yo soy guionista, como oficio emblemático,
y moribundo.
Como que tu blando pecho gime
y relata: Una historia muy nuestra...
y a cuarenta grados que sucedió jamás.

 ____

 Memorice como se ha de escuchar de ti: asesina.
Qué te mato a todas horas,
en todos los huesos de todas las pieles,
de cada una de las reacciones
o como reaccionarás en diciembre,
- cómo fraseas las canciones -
y pensé, si acaso recuerdas el parque.

Tienes en tu lugar de refugio,
cierta canción muy de allá.
Y tú lo sabes, y no me digas,
que yo lo sé, soy ignorante de tu voz.

Soy ignorante de tus sitios.
Pero te soy el rojo, el verde, y el amarillo.
Te soy bailando, y hasta el final del amor. 
Memorice, las palabras que me dices siempre.
El correo que no te mandé nunca.
Memoricé de ti, todas las condenas,
que me hacen muy ebria
volver al momento con tu nombre
 clavado, orilla a orilla.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Inside Out



Hubiese dado lo mismo.
Irse o quedarse.

En todos los sitios del pueblo
llovía,
como si el cielo estuviese a punto de morir.

Esos días son mucho de los taxis, los “cuanto le debo”.

Mis maletas. Las fiestas por la noche.

Que te de un poco de frío y estén ausentes los abrazos.

Nada más se hace cuestión de sacar la mecedora y el chal negro.

Abrazar la ausencia.

Rotar un poco la cabeza y fascinarse.
Estas situaciones me llenan de mi.
Cómo es posible poder tener la mente quieta,
la felicidad desvalida, la tarde hablándome,
decir: quedarme. Decir: me voy.
Frente al patio, desfilan mujeres con velos
y se cubren con un paraguas.
Niños tocan tambores.
Protegen a su santo con una manta gris.
Es la lluvia tan eminente.
Pertinente, iracunda.
Idolatrada por mí.

Yo pienso, ponerme pronto mis zapatos
y gritarles: ¡Llévenme! ¡Llévenme!


 27 de octubre

Toda la mañana ha sido perfecta. Tengo suerte de que aquí, en este sitio varado, pueda decir: perfecta. Muy de momentos perfectos. Una mujer ha estado hace horas allá en nuestra verde calle, intentando componer su auto. El abuelo le ayuda. A veces lo escucho hacer rabietas, muy propias de él. Todo aquí, en está casa herrumbrada es tan enternecedor. Como ahora, no puedo solo escribir debajo del mango. Es abrumadora la certeza de que, físicamente, anímicamente, y todo, es tan perfecto. El sonido de los arboles y este intenso céfiro del sur. Las olas verdes. A la tienda por cabezas de ajo. Ayer volví, por la tarde. Después de una jornada intensiva de futbol para niños y la piel achicharrada. Días de comida rápida en famosos establecimientos. Muchos “juega conmigo”. Y mi llanto por las noches. Extrañaba tanto este lugar, de ser sincera. A lo mejor por la tarde voy a visitar a la tía Oti, por ahora, inunda olor a adobo toda la cocina. Pedazos de amor abuelesco en forma de pollo. Y es todo, de nuevo, avasallante, que si existiera en mi un gramo de pesadumbre, aun así, no lo escribiría.


Poemas huerfanos I
Primera parte
- De días de muerte -
(octubre-noviembre 2008)

Te he visto, revistiéndote de cosas tan nuevas.
En los bares ficticios, a la hora de la decisión.
Te he visto desnudándote para nuevas gentes,
enterándote por otras lenguas
cómo me gusta ahora,
apretar mis labios
con ese gesto familiar melancólico,
muy de “chiquilla en la edad ingrata” o ya sabes,
los “tengo que irme”.

Bajar los párpados,
como esperando el azote de tu voz.

Y tus caídas, tus originales miedos al darme,
cual sea el motivo, de creer, de creerme,
 sin duda, indispensable.

Te he visto la mueca,
de que intuyes cómo te estoy dejando ir.
Yo me dejo, igual, todos los días.
Me levanto tan tarde. Tan yo, muy yo.
Y sin duda alguna.
Como esta casa es muy mi casa,
con severo viento a las diez A.m.
El humo de los fogones,
la abuela todavía lavando, eligiendo,
sopesando, si poco aceite, o si yo,
voy a desayunar un capricho de niña enajenada,
de no ser sólo un ciudadano corriente
que se levanta cada día, a primera hora,
diciéndose a si mismo: debe ser.

 Te he visto sin verte, mujer.
Y eso sería pues, lo mejor de todo.
De la nula situación. De ser creyente.
Sin creer en nada. Por que, a lo sumo,
tenemos las dudas impacientes,
de qué será mujer,
qué será mañana. ....

____________

 Aun si no vinieras,
y se me pasara la hora de tu risa,
de tu llegada, de los ratos sombríos,
aun te pasara de largo yo misma,
 me llamarías, me amarías
 te esperaría junto con mi cuerpo de fiebre
y tú, desde adentro me dirías: vine.

Mientras, entierras tu daga
como un abismo cerrado y definitivo,
tal una novia embarazada de amor hacía el altar,
y aun vomitara mares, esa caverna llena de rosas,
que se llama ombligo, que también es herida de mi madre,
a la hora de mi muerte. Amén.

 Aun si no vinieras, cuando no vienes,
cuando sé de verdad que “no vienes”,
te espero con mi lengua, con mi sal.

Con el azúcar desde el vientre muy tuyo,
pero que dice mi madre, es muy mío
por que tiene sobre su lado superior derecho,
 un lunar café abotonado.
Yo te espero.
Hasta que mi espina dorsal se doblega,
donde se chorrea la tarde,
la soga de Dios levantando las carpas,
y entonces se hace la noche.
Luego se hace de día,
y estoy, sentada, en el mismísimo lugar
del hambre de ti, y en somnolencia,
te grito repetitivamente: amor, amor…

Eres el amor. Único.
Lacerante, como debe ser el amor,
 para mi. Indómito.

 Y cómo tal, te suelto las cuerdas:
Para siempre. ....

_____________________


 amor mío;
he decidido que de cualquier forma
y a pesar de nuestras manifestaciones
y puntales desenfrenos, o mejor dicho los míos;
he decidido no decirte tanto "amor, amor, amor".

Y es que tienes un nombre
y siempre me empeño a no decirlo.
Ojala uno de estos días
me ayudes con el por qué.

También porque de tus voces,
de tus poemas casi perfectos
-que leí otra vez esta tarde -,
el por qué de tus piernas monolíticas
y largas, de por qué te vi sonriendo bajo la lluvia
y acá en el sur.

Pero por sobre todo dime:
 Te equivocas.
Cuando me pongo recta
y muy seria, a tratar de sacar
insulsas conclusiones.

__________________________


 .... intente mucho reflexionar.
siempre la misma cosa,
siempre mi misma mente.
Pero, lo más cercano a la hora,
de la hora exacta,
es siempre igual,
y de verdad
completamente incompresible.
Comprendí que no es lo mismo decir:
nos ataca.
A: nos ata acá, la muerte.
Y un sin fin de vanidades siempre sin sabor.
Qué no es lo mismo el amor,
cuando le digo sobre su nuca quimérica:
me desespero.

A cuando le digo a mi madre,
qué desespero. O "te dejo",
"es mi suerte" "ocho horas",
"qué puedo hacer" "y sin embargo".
Sigo. O cambiar comúnmente el predicado
de las oraciones que no nos convienen.
El tiempo, y la persona.
También, es posible.
Si tomas un hilo del color de tu dedo,
y lo aprietas mucho hasta que duele,
hasta que son uno.
Y ya no es lo misma caja de la sangre
que es tan libre aquí afuera.
Intento en vano reflexionar,
mi vida es la misma,
ave rapaz,
nube de agua
ventana con luz que se contiene

_____________-


. .... abres el libro,
destapas la luz
que sonríe
eternamente
con su boca de sol.
abres el libro,
lames las hojas,
me lees.
me invocas.
te comes mi brazo.
 muerdes mis costillas
sabor anticristo.

Toda tú te conviertes en un monstruo de incienso.

 y toda tú, sin mas,
 te esfumas, te afilas los dientes,
me vuelves un hueco
de palabras vacías,
 abres el libro,
colocas tus ojos
ahora dentro de tu corazón
luego te liberas,
muy a tu forma de parir la oscuridad.
  ..............Tu mundo
.........................es un lobo.

miércoles, 29 de octubre de 2008

De ti


Foto: Atardecer en casa de la abuela
(¿ la verde oscuridad?)/ Ofelia Waltz

Amor, te he llorado de abandono,
te he llorado, de ti.
De angustia, de desprecio.
De todo, te he llorado.
Y el llanto se ha pegado a las paredes,
como un material viscoso
que no se acaba de ir de mí.
Tan humano, como el dolor de los hombres,
y a la par, su vivaz esperanza.
Ya sabía yo, me derrame en ti, tantas veces.
Siempre buscando orificios más hondos
donde viajar,
astillas en dónde colgar mi disfraz andante.

Hoy recorrí el mismo trayecto que me trae a casa,
y entre la hierba me punteabas los pasos.
Y como letritas disparejas y muy juntas,
me perseguías las mismas líneas, desde mis pies.
Después, llegue a casa y te he llorado.
Éramos juntas un destierro.
Miedo al sur, y a los largos océanos.
La mujer de blanca cabeza pregunta:
¿Nombre?, que cómo te llamas, dice.
Tú, deberías estar contenta, no te dejo,
te abandono y no te dejo.
20 de octubre

Quisiera contártelo todo. Quisiera hablarte por siempre. Pero hoy, anoche, fue de esas noches acrobáticas, llenas de las otras yo. Y las otras tú. Hubo que irse a la cama con una cara más apática que triste. Ver el televisor bastante rato y no entender. He regresado a la gran casa de la abuela, hoy, más o menos temprano. Era preciso entonces borrar la mugre de mis pensamientos, de mis palabras también. Como querer a ti, borrarte. Hoy hace un día bastante agrietado. Fui a la tienda por un bolígrafo de tinta negra. Y aun no para de llover. Era como perseguida por las nubes, y a lo lejos la verde oscuridad de siempre. Tan de aquí. Profunda, densa…sucia, por lo tanto. Quise dormir en la hamaca. Recomponerme. Sedarme. Pero se hacía presente un vértigo desde los pies. Algo así como la conocida Náusea ya sabrás de quien. A momentos, cuando estoy sola, incluso para la desolación, me digo: estoy triste. Más bien; estoy triste de ti. Y me susurro: Borrón. Bolígrafo nuevo. Persona nueva, yo. Y como intentando mi inútil vida, he tratado de ser en tiempo presente. Vivir. Luego, por las noches (como anoche), los días, los vicios. Los inevitables ayeres. Me convertía en esa mujer fuera de tiempo. Una pasión irascible hacía el pasado. Y la temprana nostalgia hacia el futuro. Aun, claro, desconocido. Pero ya, lleno de convicciones que martillan las sienes. Yo quisiera contártelo todo, hablarte por siempre. Anoto: Cuando vuelva a casa, voy a leértelo todo, muy al estilo de mi silencio.
...........

Te me estás cayendo desde muy alto/ precipicio.
Yo te dejo caer.
Intentamos numerosas veces
 rendir como ofrenda el coñac/ los vicios.
Todo muy a medida de las situaciones.
Absolutamente añejados.
Y yo sé que muy a pesar de los “sí”,
siempre ha sido un “no” y muy grande.
Yo comprendo como son las cosas.
 Qué sin decir: te vengo. Te vienen.
Y empiezo yo a mostrar los daños,
 muy por encima, sigo entonando canciones
frente a largas pantallas blancas y una luna tres cuartos.
A ti, no obstante, te ha vencido ese hueso tuyo,
en forma de raíz. Y aunque no quiera, te has hundido.
Ha mudado tu voz, de boca y de garganta.
Como un largo poema, ya sin nombre.
 Yo te dejo caer, como soltándote.
Me lo has pedido tantas veces.
 He de ser, lo que soy,
y a modo de tortura te arrastro,
y me dices, te levantas: Hálame.
 Hálame. Yo te llevo hasta abajo,
y te abro un paréntesis,
para que vivas allí,
por el resto de mi vida.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Crónicas y poema del abuelo



Fotos: Abuelo y lluvia en charcos/ La minúscula silla sobre el desnivel
Ofelia Waltz
Mediodía, viernes.
Apenas medio día. Cuando estoy en la casa de la abuela Isabel, todos los días que estoy; al mediodía, arrastro la mecedora de colores hasta el patio. Y la silla azul para poner el cuaderno y los libros. Sopla suave un aire del norte. Pequeños residuos de lluvia. La batería de este aparato sonoro está por terminarse. Y pareciera, para destruirme lento a mi misma, como un acto deliberado y enfermo, he tomado el martillo oxidado del cuarto de herramientas y machaque a golpes el cargador. Ya, mañana querré revivirlo entre su halito de muerte. Ahora, mediodía y espero. Espero algo o alguien, que me lleve a otro sitio. No es que aquí me moleste, que no disfrute del silencio de este lugar, dulcemente, de la vida, apartado. No es eso. Sólo que allá otras cosas, otros primos, y otros besos en blandas mejillas. Un cargador. Oficina de correos. Algo. Ayer pasé una de las tardes más bellas de mi vida. Imagina a los tres (abuela, abuelo y yo), imagina la lluvia de la tarde. La verde oscuridad. Plantéate a los tres, ocupados en cosas personales. Mi abuela leyendo una revista corriente, y a momentos observándome. Al trabajador abuelo mío, sin camisa, trabajando bajo el torrente del mar. Y mi voz “abuelo entra, ya no te mojes, entra que salgo yo”. Imagíname tan joven y tan vieja. Con un frasquito de vidrio lleno de jabón y el artefacto para hacer burbujas, despolvándolo, y sirve aún. Aunque mis veinte años. Bien papá decía: acero inoxidable, Jazmín. Ahora puedes imaginar la lluvia y las burbujas. Mis gritos: abuela, ¡es una grande! Y la verde oscuridad. Los abuelos. Una cornisa y la puerta. El desnivel. Era todo tan perfecto. Paul Cantelon de fondo. Y tan perfecto que ese Dios tuvo que tomarnos una foto (relampagueo).

Domingo por la noche
Una semana en este pueblo. Los sucesos han evolucionado de distintas formas. Hubo días serenos, hubo días donde se adaptaba mi ser a las tardes, y a este clima cambiante. Tropical. El calor inmenso, luego, al otro día llueve y en las madrugadas frío. De pronto recuerdo que es otoño y deseo mucho el invierno ya. Deseo tantas Cosas súbitamente. Pero, en resumen todo ha estado bastante bien. Aquí no hay días donde no quieres despertar o de cuando no quieres que pasen las horas. Observas a las señoras humildes y sus sonrisas. Todo tan callado. Y sigue sin importarte mucho cualquier cosa. Pero en cambio, camino una ida y una vuelta casi diario. Duermo temprano. A veces recopilo información de una u otra carta, o de una boca familiar. A veces sólo los ojos. Ayer por ejemplo, no tuve comida saludable, fue ir. Estar como si se estuviera en una fiesta de mujeres quienes dicen ser familia. Fue estar, voltear. Ser muy simple. Y tener la certeza de que a pesar del amor inocuo de los tíos, los abuelos, quizá los primos. Nadie te espera. Nadie te busca. Y si te buscan es simplemente inútil. Estoy de todo, abandonada. Después está la seguridad de que no hay ese elemento monetario. No hay. Y bueno, no hace mucha falta. La idea sería no tener que ir o venir. A distintas casas. No tener qué comer. O qué querer. O saciar ciertos gustos. Hay que venir saludar al menos. Por que cuando estoy aquí, como los sitios de fiesta; es “estar”. Sí, mucho reír. Pero mucha gente y sonrisas forzadas. Y querer que el teléfono suene o una mísera carta instantánea. Algo. Estar en la casa apocalíptica consiste en “estar” en ningún lugar. Y eso por lo tanto implica no saber de mí. Sin saber de nadie. Ni tener una puta idea de cómo o qué escribir. Dormir. Ver las veladoras encendidas. Los santitos en altares. Cuidarse de los insectos. El otro día fui a una fiesta de universitarios y me di cuenta de lo antipática que soy. O al menos de lo antipática que parezco. Y me digo como alguna vez: esa no soy yo. No soy yo tampoco al gritar mucho o la de “me pasas el tequila”. No, ninguna de esas yo. Sin embargo, mi cuerpo allí estaba. Miraba, tratando de apropiarse cada uno de los rostros. Pero en la cabeza era mucho: qué joda las zapatillas. Y “qué aniñados estos chicos”. Esa era yo. La de las torres, la del cabello bonito, pero nada más eso bonito. Y muy lejos para todos, muy nada. Esa era yo, sin duda. Y eso fue el otro día. Entonces las llamadas, y hay que volver a casa bastante cansada de andar. Darse cuenta que lo otro fue lo otro. Qué has terminado y otros comienzan. Qué luego tú estás en éxodo necesario. Todo está bien. Mañana espero ir a la oficina postal por la cosa esa que llaman dinero, más importante aún, para poder enviar la única carta. De cualquier modo quiero estar más tiempo en ese sitio verde y café. Allí sólo implica no saber de mí. Sin saber de nadie. Ni tener una puta idea de cómo o qué escribir.

_________________________________________

El abuelo, algo espera. 

Esa cuestión de la espera,
pareciera es hereditario.
 El abuelo. Domingo por la tarde,
ha estado al pie de la colina y aguardaba.
A veces grita como avisando.
Y la abuela y yo pensamos
que alguien se acerca. Pero no.
Se está ahí, taciturno y hermoso.
Se está ahí, sin camisa.
Meciéndose en la silla de colores,
y espera. Algo espera.
Y como que se pone triste y lluvioso.
Lo observo desde el baño. Grita de nuevo.
Otra vez es el buen nadie
caminando sus pasos viajeros.
Me digo entonces,
que uno no puede ser superior a su familia.
No esa cosa absurda de ser grande.
Ni las mansiones, o los muchos autos.
No, no eso. Ser, sencillamente
un dulce hombre moreno que espera
a la orilla de una colina sobre la silla de colores.
Ser lluvioso y taciturno.
Esperar el momento preciso.
Cuando los ojos, se asombren,
se sacudan, rían, se revuelquen
tal un perro ahíto de felicidad.
Al ver lo que siempre se espera.
 Y yo, bueno, no sé.
 Tampoco trascendería por algo más,
hacer más poética cosa que esa,
de esperar, como si fuese hereditario.

viernes, 10 de octubre de 2008

Poemas varios



Ayer salí con la tía Oti.
Qué dulzura la suya al tomar mi mano
acá en las calles.
Qué ternura y qué compasión humana
al decirme: hija.

Hemos visto escombros amontonados en las esquinas.

Una ciudad tan sucia y pobre.
Ojos acechantes a los bolsos.
Qué sutileza al decirme: Agarra bien tu cámara.
Y qué bonitos mis ojos café. “Te pareces a mi hermano”.
Salimos. Le conté mis planes de las latitas verdes
en mi nueva cocina. Y el aceite de oliva extra virgen.
Miraba el anillo que dice mi nombre al interior.
De nuevo tomaba mi mano y me decía: de piña tu paleta.
Qué dulce mujer la tía Oti.
Y qué paciencia. Para salir, salir conmigo
como arrastrándome.
Como siempre llevándome.
Y su silencio, tan maduro como una fruta,
y su dulzura cítrica protegiéndome los párpados.
....

La abuela ha cerrado las cortinas.
Me es difícil la lucidez.
Intento (o pienso) cada día,
cada tarde o cada mañana, escribir.
Relatar. Luego anochece.
Se me van las piernas en caminar,
se me van los poros en transpirar.
Y en los besos a niñas pequeñas.
Se me va el día en la boca, y en las risas.
En las cocinas, las piedras desiguales.
Trato de decir: la tierra colorada.
O las minúsculas sillas.
Abro mucho mis ojos para buscar fantasmas
en la negrura de la noche, pero sólo encuentro el ir
y venir del agua y su goteo sobre las cazuelas,
como nidos abandonados por el patio.
Y me propongo plenitud.
Es complicado esto de la lucidez.
Y escribirlo.
....

No estamos.

Te digo que no estamos.

Aunque las cosas están en orden
 y de pronto, mi vida es muy segura y tú,
con tu mirada de ocre, volteas,
 trabajas, estás en tu habitación.

No estamos.

Eres puntual a tu llegada, sin embargo.
De día, de noche. En distintas ciudades.
Con otras mujeres, con otros hombres
-hombres horrendos – que me creen muy aburrida.
Y mi cinismo. Es similar siempre, tu arribo.
Aún en distintos soles. O meridianos.
O cuestiones de dinero.
Además de no estar, nosotras.
Te digo que nosotras. Y
 somos tan lejos.
No estamos.
Y vienes, me vienes. A veces fría.
A veces caliente. A veces de viento.
De mil formas, tocas mi puerta.
Yo te abro. Me rindo. Me humillo.
Te lamo el paladar.
Oprimo tu cara en mi pecho.
Y como siempre, te hago el amor a deshoras
 muy a pesar de ti. No estamos.
Y me duermes desnuda dentro del ombligo.

 Amor, quisiera alguna vez, decirte “no estamos”
 y que de veras no estés.
Nota: Fotos del jardín de la abuela por OFelia Waltz.

lunes, 6 de octubre de 2008

Llamarte/desangrarte

Amor, amanece en el autobús. Te llamo. Es un poco nublado. Apenas algo de sol. Es temprano, las seis. Oscuro y mucho. Así que mejor dicho; trato de escribir: te llamo. Primer escrito más al sur. Me consuela poder contemplar este cuaderno abierto. Aunque en realidad no veo lo que escribo. Te llamo y he dormido muy poco. He de tener la cara escurrida de angustia de pensarte. Amor, he visto cómo y cuándo comienzan y terminan los pueblecitos rurales. Y he memorizado varios letreros. Vi tantos caminos de asfalto y laderas. Y a pesar de la oscuridad, las tenues luces redondeaban el verde de la hierba a la orilla alrededor. En la oscuridad, todos los caminos son iguales. Amor, toda la noche te he llamado. No sé si tú lo haces. No sé si tú me buscas, si desde el abdomen vienes buscándome. Si se abre un ojo en el cielo, ¿eres tú?; si alguien rasguña tu ventana con un no me olvides, no forzado. Para después ir, estar decepcionada de ir, y el tiempo, el aire, la humedad. Escribes mi nombre en la ventana o si lo desdibujas. Yo no sé, amor. Hará unos minutos tenía una mano sobre mi pecho para contener cierto dolor. Pero me venía una melancolía por todo el mundo. Por quien está, por quien no está. Ya hay más luz, y está más nublado, ahora puedo verlo. Pero me viene el sudor a los ojos de pensarte. Repito: yo no sé si tú me llamas. Si desde el pulmón izquierdo, me llamas con un pensamiento, hondo, constriñendo a cerrar los ojos, y el In the dark of garage. O Story, todo tan Story. Como que es cierto que desde hace siglos te amo. Y ocurre amor, que me tienes una nostalgia tan grande, que me cuesta a veces respirar. Me es difícil no observar mi mano en el pecho de nuevo. No traerte desde arriba, a una ventana de autobús. Llamarte, con el color rojo, y de las venas, desangrándote. Amor, me tienes el recuerdo y la ausencia. Hasta que ya no puedo, simplemente, llamarte por tu nombre.

sábado, 4 de octubre de 2008

Querida Brecha:

Me iré de viaje. A lo mejor ya no vengo más al menos por un tiempo. Quiero decir, que incluso aquí, será todo ausencia. Más ausencia. Nos vamos a veces por huidas. Lo cierto es que hoy, no estoy huyendo de nadie. Ni de nada. Si acaso de mí. Me esperan los campos verdes, olas, ríos, nuevas lluvias. Olor a hierba y mucha tierra. Zaguanes llenos de juguetes viejos con melancólico sabor a moho que hace capullo bajo la lengua. Estará esa casa apocalíptica donde casi no hay electricidad. Los cuadernos amarillentos. Otras ciudades. La música céltica, francesa e italiana muy de los abuelos. Café con pan a las ocho de la noche. Y estoy feliz y desesperadamente triste. Normal. Me esperan nuevos libros y mucho que escribir. Así que pueda ser que intente robar un poco de dinero para seguirte trazando pasos. No lo sé muy bien aun. Temo mucho la añoranza de las cosas que cotidianamente aborrezco. Pero igual, está todo bien. Me veo ya con Yann Tiersen llenando mis oídos al arribar a ese pueblo arcaico. Les retrouvailles. Y lloraré, es cierto. Lloraré mucho. La abuela no sabrá que pasa, pero estará feliz como voy a estarlo. Me dirá: mira amor....está es tu casa. Y los vecinos jamás podrían reconocerme. Por que ocurre que se tiene que seguir a los padres cuando se es muy niño, aunque la manita y la cabeza, y los ojos lacrimosos digan “¡no, no…mamá, no!”. O “¡papá no, no te vayas…!”. “Abuelita, ven conmigo…”. Y ver llorar al abuelo mientras poda el césped. Esas cosas duelen a esta hora, justo a esta hora, y tan lejos del ayer. Todavía no hago las maletas, ni grabo todos mis discos. Pero estoy aquí, rindiendo cuentas. A veces uno lee tanto la vida de alguien que es como, muy nuestro. Como conocernos. Como esperarnos a cierta hora. Ah mira, a Waltz le da mucha guerra el amor. O alguna cosa así. Waltz ya no se emborracha seguido. Le gusta la lluvia, espera siempre algo. A Waltz le gusta escribir y la música grave.

Querida Brecha, verdad qué no somos inútiles. Verdad, que está necesidad absurda de dominar el mundo no es vano…Verdad, que vas a extrañarme. Tú vas a extrañarme, aunque todos los días te sirvas mis pies y yo por la mañana, ahora, tenga que limpiar un patio o comer flores amarillas. Yo veré, la nueva forma de venir, mientras tanto escribo. Quedan tantas cosas…y el camino enfrente…

jueves, 2 de octubre de 2008

Pequeñas fotos tuyas

30 de Septiembre Te has ido hace cincuenta y dos minutos. De nuevo lamento tanto las ausencias. No me dijiste mucho hoy, sólo sonreías y veías sereno hacia la puerta, frente a la estética amarilla. La calle por donde pasan esos niños todos los días a las siete y treinta de la mañana. Bajé muy tarde. Apenas cerca de cuarenta y cinco palabras. Y tu mirada a la puerta. Mi abrazo siempre igual y mi nariz en tu cabello todavía bastante negro. Espero heredar de ti esas pocas canas a los cincuenta y cuatro años de edad. Yo te dije “nos vemos pronto”. Pronto, espero. Al menos no me sucedió como hace unos treinta y seis meses. Tuve que llorar mucho, porque era de esas veces donde es necesario aprender a rezar para que vuelvas. Para que vengas otra vez. Sano y fuerte. No te dije, pero, me dolió verte un poco mas cojo. Y cansado talvez. Arrastras la pierna izquierda, es verdad. Te operaron la rodilla cuando mis seis años. No me senté en tus piernas por semanas lo recuerdo bien. Cojeas más y ayer pude verlo. Fue hermoso caminar hasta la plaza, y que me hablaras del abuelo que ya no está. Fue hermoso, te digo, verte como siendo tú. Los mismos ojos. La misma boca. Como que mucho antes yo fui tú. Y te habité. Me llevabas dentro, como mamá, y tú eres mi papá. Me habitas. Y otra vez tomas una pequeña valija y tu boleto del autobús azul. Yo escribo. Casi no me observaste hoy. Apenas un beso en la frente y el riguroso “cuídate mucho allá en el sur”.
Amado padre, hago una pausa. Quiero llorar.

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Me consuelan esas pequeñas fotos tuyas en mi cámara plateada. Empezaba a oscurecer de pronto. Y una lámpara con su luz naranja te brillaba a lo lejos. Te brillaba. Te has ido ya hace una hora. La gente está comiendo, y llegan otras, y espero otras. Pero tú no estás. Sólo, algunas pequeñas fotos tuyas, colgando de mis ojos. Sólo tú, colgado de mi brazo. Doliendo un poco, oliendo a ausencia. Tan pocas palabras hoy, tan poco de todo. A lo mejor debí levantarme mas temprano, tomarle una foto a mi nariz que se achata contra tu cabeza. Olerte padre, nada más. Hasta que vuelvas. Noviembre. Madrugada. Lo sé.
Te espera siempre, Jazmín.

martes, 30 de septiembre de 2008

Algo llamado seducción /28 de septiembre

Yo me pregunto todos los días: Cómo haces. Aunque me voy de fiesta; huelo, muerdo, observo; sigo obteniendo miradas para guardar en un frasco. Me ofrezco al mejor postor. Y miento. Al otro día, tú, cómo haces. La absurda práctica de ser o no ser, un ente obtuso, imposible y por lo tanto, avasallante. Puedo, pensarte por última vez, ¿una vez al día? Llamarte nada más. No te darás cuenta. Harás caso omiso a mis acechantes ojos. Por que me veo así, sigilosa, arrogante, por los aires. Por encima del suelo arrastrándome, hasta llegar a tu polvo traslucido. Te digo: Cómo haces. Y me grito hasta quedar sorda: No hay cómo. Es. Ya no te preguntes más, ilusa. Pienso en si talvez son los lentes que no usas o el cabello que no peinas. Sólo pienso, siempre has sabido mi otro oficio de pensar. Pensar, por ejemplo; cómo haces eso del sudor o lo de la sangre. El asunto de la sangre allí abajo. Luego el sudor de nuevo, y la sed. Habiendo demasiada agua, igual me viene la sed. Habiendo nada, vienes, y entonces desdoblas tu ciudad frente a mi casa, orientas tus tropas para el siguiente ataque mortífero. Y no sabes cómo haces en mí, tan pronto. Yo no te veo. Para cuando todo cae, trato de explicarme: es una mujer, me viene desde abajo. Soy también una mujer, y caigo desde muy arriba. Me pregunto cómo haces sin saber, y sabiendo ser sin ser. Puesto que yo, ya he crecido mucho desde aquél día cuando me miraste la cara. Te dio un poco de risa la mueca permanente. Afirmaste mi locura. Es tu manera de decirme, sin decir: me gustas un poco. Todavía no aprendo a ser lo que mi naturaleza me indica; ni me nace, ni me sobra, ni me sale así de “ya está”. Eso que los hombres y las mujeres, perciben y se rinden. Y tú haces. Y yo no hago, pero que tampoco me resisto a ello… ¿Cómo dices que te llamas? Me sudan las manos si te pienso en una situación de flaqueza, y por las noches, o cuando dices mucho “mi amor”, yo me pregunto todos los días cómo haces, eso, algo llamado seducción.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Acerca de la perfección




Siempre hay un segundo. Siete minutos, una hora, dos días, una semana. La noche, el medio día, la tarde, la mañana. Y hay los orgasmos. La perfección posible y la belleza exacta. Los hay. Que sea domingo por la tarde o lunes temprano. Y haya esas canciones que nos recuerdan la eternidad de la caída, y la inmortalidad de las cosas leves. Mi padre lee el periódico, el abuelo atraviesa una y otra vez esta gran tienda de abarrotes. Hay un sol casi palpable afuera, y sopla un aire del sur. De mi amado sur. Las mujeres usan blusitas holgadas y bandas de colores. Me puede la abuela y el olor a cacao. Todo este ambiente tranquilo y cotidiano de repente me abruma. Me invade, me abruma. Le disfruto. Y la voz de mi padre que resuena suave y grave por toda la casa; me cuenta de un filósofo de un Güemez tal, que un 99.5 % de castellano en no sé donde, y nosotros los mexicanos, que los Árabes no sé que invadieron. Dice tantas palabras humanas, que me enternece el tiempo y el espacio que nos viene. Siempre está el segundo y nuestra ausencia. Los abuelos de otros. Y esa foto arrugada que quedo de cuando fuimos a la playa con mi antigua mujer. Pero Romeo no comprende mucho. Ve gente entrar y salir, ir, venir. Le observo como diciéndome: Sálvame. Yo digo: Sálvame de mí. Romeo, sálvame de mí. Vamos al sur, busquemos el sur. El bandoneón nos oprime el pecho, Jobim, Django Reinhardt, el señor Agustín Lara con su Veracruz. Pues un domingo a las seis de la tarde suena en mi lengua una metáfora de la perfección, todo eso en medio del pasto, mientras se oprimen mis ojos y sus cortas pestañas. Me viene retumbando la mente desde que todos están aquí, la casa, a medida de lo posible, el café nocturno. La buena gente. Mi espera por volver al sur. Siempre hay un momento, un segundo, siete minutos, una hora, dos días, una semana…Tengo mis instantes perfectos, y digo hoy qué me quejo de mi. No hoy, no ahora. Por que aquí, la perfección, fugazmente consiste en el tiempo que se lleva cerrar los ojos y decir, decirse dentro;


no me hace falta nada.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Estilo mon amour


Me sangras desde el brazo.
Y el mundo,
se hace diminuto en las pestañas.
Te llevo como dentro,
como la música que desde siempre
 vio en mi una cómoda caja ambulante.
Tengo un bar de blues,
aquí en la habitación.
 Muchos bailan.
Yo sólo observo.
 Escribo, mi oficio de siempre.
Te llevo conmigo.
Te digo: me sangras desde el brazo.
Es nuestra manera de bailar.
Y sonreírnos.
 Tengo el bar y los zapatos.
Un, dos. Un, dos, tres.
Ellos se ríen conmigo.
 Encojo mis hombros,
saben que aquí son libres.
Ellos bailan.
Hay ese humo mortífero.
Me castigas, fluyes en mi mano.
Hay un crescendo de fiebre,
me sangras desde el brazo
y es nuestro estilo de bailar.

martes, 23 de septiembre de 2008

Weekend II

II

19 de Septiembre de 2008

Los taxis estaban ahí. Pastel, comida china, compras. Tengo una, dos, tres pulseras nuevas. Los supermercados no tienen nada en especial. Sólo historias. Siempre historias. Hombres, mujeres. Prisa. Y yo pienso en la perfección. La abuela preguntándose de que talla de braga usa mi mamá. Yo no sé. Surge una urgencia. Muchas risas y también prisas mías. ¿Cuándo vamos a parar? A dejar de ser esporas, carne y un saco de piel con huesos. Y tener que movernos como una casa con pies. O tapancos. Querida abuela, los taxis estaban ahí. Y nosotras elegíamos más aretes. Yo buscaba dinero en el morral que trajo Marcela de Sarajevo. Nos esperaba la cena entonces, y hubo que decir “quiere llover”. Comprar galletas. Comprarnos una sonrisa cabal. Abuela, los taxis aquí emulan el amarillo y el blanco. ¿Por qué allá donde vives, es todo verde y azul?

21 de septiembre de 2008

Tal como en Demian de Herman Hesse, sucede que en esta retórica realidad, aquí, me convergen dos mundos. Pensaba en el allá abajo, en el acá arriba. Allá abajo voy a llamarlo “el luminoso y perfecto”. Y bueno, acá, va ser el universo de todas las mujeres que me ocupan. Esta que escribe. La fácil. La difícil. La que se cambia el nombre y de vez en cuando se sumerge en la oscuridad –yo estoy más cerca de la oscuridad - Y la que usa las manos como instrumentos quirúrgicos. El me ha dicho que soy experta en autopsias. Y hasta un poco antes yo tendría que ver con Herman Hesse. Su prosa es rica, posterior a los tiempos. La mía, bueno, la mía sólo es. Pero siempre he encontrado necesidad en lo absurdo. Como un método más factible, y si no más factible, más bello y majestuoso. Instrumental, artesanal modo de vivir la vida. La vida que alguien decidió darme. Al fin me he cansado de comprender. Y así mismo es necesaria la existencia de los dos mundos. El ser hija de mis padres. De mis dos madres. Lo luminoso y perfecto muy de la paciencia. Por que a veces pasa que todo lo exterior está bien, todo, pero todo. Hasta donde se puede estar bien. Luego tendría que venir yo a desordenar este orden pacífico con el que transcurren las cosas. Tendría que desarmar las mañanas, y las noches. Y todas las posibilidades de ser, explotar. Estar con la tranquilidad muy tranquila. Una forma no he encontrado para la paz interior. Ni la plenitud, ni para llenar los espacios vacíos. Stephen Crown dice que no se puede: No, nunca vas a llenar tu espacio vacío. Y yo me pregunto, ¿es qué uno lo elige? No lo sé, generalmente no me respondo. La cuestión es el balance y no la exactitud, yo me supongo. Dentro de dos semanas no van a existir estos mundos. Va ser otro mundo. Continuara la luminosidad, muy cierto. Nada más que ya no será arriba o abajo. Ni mis mujeres mías. Tengo un libro de Herman Hesse de nuevo. Y esta aseveración de los universos que existen, me confunde.

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Más tarde

Querida Crown: Hoy he intentado colocar un espejo frente a las letras y sucede absolutamente nada. Será que Alicia, ¿miente? Será, que Alicia ¿sólo se drogaba? He intentado de todas maneras cruzar. Por que dicen que allá todo es invertido. O al menos hay ese mundo que me gusta, y las flores hablan, una come un hongo y se hace pequeña o más grande. Pero te digo, coloco el espejo frente a lo más vivo de mí y no sucede cosa alguna. Les paroles, se acercan o se alejan, y nada más. Yo he intentado eso de la cosmovisión invertida, por mis métodos más faunescos y nada ocurre.

Escríbeme, Waltz.

domingo, 21 de septiembre de 2008

De Heartbreak Wonderland

Mira, yo voy a estar aquí. Y tú, tú me vas a buscar. Por ahora vas a quedarte a la orilla. Pero va a ser ir, decirme: He venido, dame tu mano, Ofelia. Y ven conmigo. Probablemente para entonces pueda yo darte la mano. Pero no sé. Yo voy a estar allí y tú vas a buscarme. Vas a esperarme. Ya tú sabías mi narcisismo, y lo demás. Muy inútil, cierto. Ya tú sabías, que debajo de todo, pero debajo….muy, sonrío. Espero también alguna cosa. Me guardo adentro del ombligo latitudes. Son como soñar las flores amarillas de todos esos campos al final del pasillo. Mira, te digo: A veces aquí hay muchas puertas y me enfermo de mí. He estado sobre esa silla el día entero, consumiéndome la boca, y es que a momentos no me sirve la lengua para eso de escribir. O algo sucede con las nuevas libretas que compré ayer, no dicen nada. Son todas brumosas, costuradas de su lomo. Como yo. La abuela me ha pincelado una mariposa que no vuela, se retuerce sobre mi hombro y sigo aquí, aquí, donde voy a estarme. Donde tú me vas a buscar. A lo mejor en uno de esos días donde predomina el color viejo, tú vengas. Allí hay un bosque, justo al final de aquél túnel. Le crece verde musgo en las esquinas. Me nublo, redoblo los sonidos. Sigo buscando las voces perfectas que pronuncien mi nombre. Pueda ser, después de brincar al precipicio, seas tú. Pero después, mucho después de todo. Por ahora, yo voy a estar aquí. Y tú, tú me vas a buscar. Vas a transgredirme. Hundirte. Traicionarte. Y mira, cuando eso suceda, prometo vendarte los ojos. Tú y yo, como que no habíamos pactado nada. Como si a cualquier hora que llegaras, no fuera demasiado tarde. Ni demasiado pronto. Para lo sencillo de decir: He venido, dame tu mano, Ofelia.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Nataly



Vas a faltarme este invierno. Quién diría, que después de cuatro años, vendría, yo, muy yo, a escribirte cosas que jamás vas a leer. He visto televisión toda la tarde, y he escrito. A veces, también recuerdo cuando nosotras mirábamos televisión y por horas, en tu viejo televisor 27’ pulgadas. Ahora tu madre tiene un cuadro con un bote y una pantalla flat. Tú sabes, ella siempre quiere todo nuevo. Al contrario de mi hogar. Que es todo tan viejo y único, siempre, siempre igual como las cosas simples. Tú ya no podrías vivir aquí, de sobra lo sé. Transitas por las calles de Los Ángeles, tienes una hija que se parece mucho a ti. Y ya nunca nada se parecería a nosotras. No me habita ese amor que me conoces. Ni me pinto mucho la boca, o me gustan chicos pelirrojos mientras viajo en autobús. Ahora ya no hay tantas cosas. Tengo un perro nuevo que es protagonista de un drama shakesperiano. Y caminamos muy solos, atravesamos las calles que fueron tan nuestras cuando los dieciséis. Cuando las bufandas, las tardes en tu casa y su luz amarilla. Ese aroma tan tuyo, la sonrisa perfecta, las piernas largas. Vas a faltarme en noviembre, en diciembre y en enero. Ahora lo sé. Me vienes tan pronta a la memoria; fresca, como si al salir…tocara tu puerta aquí a lado, me vieras, me besaras, me dejaras untarte bálsamo en tu rodilla arrugada y café. Me vienes como el invierno del dos mil dos. De golpe y herida. De sangre. Y amores primeros. Vas a faltarme por que ya no seré yo muy pronto. Ni tendremos el televisor y los canales, incluso la misma casa. Ahora comienza el frío, yo haré mis maletas y todo, todo será destierro.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Inventar-te

Hoy voy a inventarte, 
a que estás aquí, 
dentro mío, 
hurgando las cajitas 
separando la ropa de día, 
la ropa de noche 
usando mis lentes, 
estudiando mi lunar. 

Los cigarros sin filtro en tu boca 
me dictan que, 
como que te vas a quedar 
al menos otra noche de esas mías, 
que has de cuenta no existen 
pero suceden, 
ahí de ves en cuando, 
ya sabes, 
que todo me gusta imaginar. 
Así que de esa forma 
te hago un rostro nuevo, 
una pálida espalda huesuda, 
dos ojos en un paquete especial, 
mucho cabello rizado, 
nariz perfecta 
boca para desgajar por las mañanas. 

Voy a inventarte de tal modo 
a que tú me buscas, 
como te pude buscar 
fervientemente a vos
de ahí, 
cuando estaba yo 
muy ebria 
y cantaba esos temas sollozantes 
o me tocaba las piernas 
con un sudor enfebrecido de ti, 
y de las horas, 
aquel deseo extraño de sabores, 
olores y texturas 
muy de mi pelvis o pensando tú, 
febrilmente en los pezones chocolate heredados
que me ha dado mi madre, y desde que nací. 

Voy a inventarte 
hasta que te seas otra persona 
mas sencilla, 
menos oscura 
más dócil 
a ver si nos funciona así, 
de esa manera, 
a que tú me comprendes, 
me das de comer 
y de cenar, 
llegas temprano. 

Voy a pensarte tanto los trazos, 
que ya no serás tú, 
y tendremos todos los días 
para introducirnos, 
para hundirnos en nosotros 
interminables, 
inconfundibles, 
irremediables, 
como hace el silencio 
que traspasa, 
como hacen los abismos, y su oscuridad
quien jamás para de caer.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Últimamente en ti

Otra vez es domingo y escribo. Como que se hace costumbre, estos días perfectos para observar la ventana que sigue bastante rota. Esta vanidad de no hacer nada. La lluvia allá afuera, la lluvia en los ojos y los poros, siempre. Dicen que es un huracán llamado Ike rondando la zona. Lo recuerdo bien. Pero eso no es lo importante. Es decir, relevante la tormenta o la luz ausente allá como a las cuatro después de esas llamadas a las tres y media; “puedo ir mañana a tu casa”. O “ven a tomarte una copa conmigo”. Insuficiente el sueño, que puedes responder muy lúcida, todas a esa hora. Y la locura perpetuamente en madrugada. Continúo estirando mucho mis brazos para tocar el agua que escurre desde las cornisas. Pensando en ti, últimamente pensando en ti. A que te diluyes en mis manos. Sentía una inexorable desesperación por no olvidar la fiebre que me nacía, la enajenación debido al resplandor azul de los relámpagos sobre la cara, y esa capa de sudor muy delgada por que el cuarto es muy pequeño y hay demasiadas casas alrededor. Qué difícil no pensarte entonces. No cubrirse el rostro, y no oprimir los párpados. Desear recordarte por la mañana, y querer decirte todo lo que hoy sucede aquí. Prender el televisor ya cuando despierto. Muy de caricaturas. Y sentirme un poco rendida de tus huesos pesados. Como de llenar mi cuerpo de todas esas letras que no pueden vivir sin nosotros. Ni nosotros sin ellas. Y te he recordado mucho ahora por la tarde. Mucho después del desayuno. Ocurre que, hay algo acerca del paso de los días que a veces se merece explicar. El único problema es que aun no sé cómo hacerlo. Sólo es algo parecido al sonido del Cello y del Violín cuando termina cierta canción muy arriesgada. A sentir de nuevo, los tobillos vacíos de lo que llaman perspectiva. O mis noches cuando no duermo, y es darse cuenta otra vez que las enfermedades no se marchan, ni tú te marchas, ni este sentimiento muy nulo de felicidad a que más tarde estaré colmándome de tiza los pies para permanecer estática a la entrada de este barrio, mientras la tempestad despliega sus alas…y yo, ingenua, como pensando en ti. Últimamente en ti. Como si fuera cierto, a que también me piensas y que allá como aquí…nunca deja de llover.

viernes, 12 de septiembre de 2008

10-4 cambio...

Si vivieras acá querida, ahora mismo iría a buscarte. Justo ahora…por que el infinito de los “sí”, de los “no”, de hecho de los insulsos “quizá”, me está alcanzando. La noche es muy hueca. Como todas las noches, es verdad. Pese a esta situación, ocurre (definitivamente) que aunque lloviera, las visitas, tu propio aburrimiento. Golpearía tu puerta bastante alto, me compraría una sonrisa para dársela con un moñito a tu mamá. Pueda ser entonces, que me diga: Espera. Ya estando contigo, adoradamente contigo, te tomaría las dos manos, te miraría los ojos fijamente muy a la Waltz. Y obviamente te daría un beso en la mejilla que significa –cuídame mucho- hay ocasiones así. Es cuando busco (cuando caigo en que no voy a encontrarte) a cualquier individuo corriente, que se vista medio casual o que haya leído al menos a Kundera alguna vez. No sé si por tu culpa al no vivir aquí, o por que sigo teniendo un poco de esquinera barata. Yo qué voy a saber. Me siento asquerosamente clásica. Llámese con tedio, desilusión o cansancio anunciado. Es necesario que alguien me cuide. Hace calor. De ese calor que viene desde adentro y te explota la cabeza como en las películas Gore allá por los 70’s, ahora no recuerdo fechas, ni mucho de nada, en realidad. Será, que si trazo dos líneas paralelas hacía donde se levanta tu ciudad, ¿me escuches? ¿Vengas? ¿Me cuides? Yo iría. Con mis piecitos torcidos iría. Hay cinco mosquitos sobre el foco. Me ha dicho que NO. Nadie dijo SI. Busco respuestas en Romeo y de él siempre obtengo un QUIZA, cuando inclina su cabeza. Creo que por fin huele bien mi cabello. Pero tú no vienes hoy, ni por el walkie talkie, parece. Y aun le tengo miedo a la cama. Tan sola y tan fría como las piedras que nos dicen absolutamente nada. Todavía como allá en el dos mil cinco y en el dos mil siete, todavía, querida Stephen Crown.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Autoretratos

I

Dejabas caer el cuerpo. Contra la cama, la banqueta, la ciudad entera, repleta de caos.

Y esos eran los días en que la gente caminaba sobre ti. Lamías tacones y cuero. Carne, sal, la vida en miseria. Luego, una mujer con demasiado cabello en la frente, venía a colmarte de besos, escondidos, en cada uno de los rincones de la habitación. Ya esperabas las palabras, ya. “Qué puta eres”. En ese entonces no dolía. Digo, no dolían muchas cosas. Se arreglaba el pelo con tus cremas, lloraban tanto. Hacían los hombros para adelante, se juntaban los pechos. Había una transpiración por el ambiente tan, pesado. Lo llamo pesado, o quizá denso. Por que ni las drogas que no tomabas, ni el ajenjo o la poesía; se comparaban al filo y a las notas musicales. A veces, todavía, te quitas toda la ropa, vuelves a dejar caer el cuerpo, boca arriba, y estiras mucho los brazos, las manos, los dedos y cierras los ojos y alguien se posa sobre ti. Como invisible. Empiezas a serpentear entre la tela con olor a ti, de sangre, a vicio, a ti…siempre a ti, solamente. De mañana, de tarde, encarnecida. Te comienza una fiebre de ausencia. Tanta ausencia, deslizándose por los pilares, a través de tus torres; que hay que decir, que el cuerpo es un templo. Que nunca has apreciado en realidad.

Y esos eran los días. Mínimos y máximos. Te tomabas muchas fotos porque de pronto habías descubierto un no sé qué muy expresivo en tu rostro tolteca. Y siempre el blanco y negro, has de saber. Venían hombres, como aun vienen, venían mujeres y hombres y los esperabas a todos. “Qué puta eres”, dicen. Las personas aun no entienden que se trata del amor. Todo para ti, se trata del amor. El amor es grande. No es el trabajo, ni las horas de sueño. Qué te quita el sueño. Qué te hace trabajar. Ni la esperanza famélica. Son, por ejemplo, esos países que mueren de hambre, más importantes que tu vida sexual o, básicamente asexual. Todo se trata del amor. Por eso dejabas caer el cuerpo. Querías comprender un poco este desorden. Mínimo y máximo. La soledad embelesadora en medio de la calle. Tantos escritores que te inundaban. Los adultos mayores a tu alrededor. Quienes no te hablan de nada. Y que decían mucho. Querían hacerte atisbar, que no eras bella…y que el amor es de uno a uno, uno para uno.

Tenías el frío de noviembre y las piernas trémulas. Y jamás podrías asimilar ese tajante no se trata de adueñarte de todo, y te dejabas como una gran puta, caer y caer…

Fotografía por Ofelia Waltz: Autoretrato

Serie: loquepasoanoche