jueves, 30 de diciembre de 2010

Sin remitente

¿Cómo estás?

Realmente espero que estés mejor que bien. Sé que no te he escrito en mucho tiempo. Tú lo hiciste la navidad del año pasado. Gracias por tus cartas, son muy bonitas y emotivas. Siempre lo son. Es eso o que yo soy muy melancólica respecto a ti o que las haces de una manera lúgubre, porque siempre termino llorando y ¡sin ganas de saber de ti nunca más! ¿Te han dicho esto antes?  “no quiero saber nada de ti”. A que son duras esas palabras. A mí solo me da rabia que seas tan exactamente adorable y que estemos tan lejos.

¿Cómo está tu mamá? Y tu perro, ¿con nombre shakesperiano? ¿Ya no tienes más? Lo digo porque, sé que querías mucho a Ángelus y cuando esos amiguitos mueren uno sufre  mucho y generalmente se opta por no volver a tener otro jamás. Cuéntame. Me enternecía mucho tu pasión por los animales. Me gustó eso que dijiste un día: sabes que alguien ama los animales porque puedes confiar en su amabilidad. Pues, Jazmín, como todas las contradicciones de tu vida: tú rompías la regla. Bueno, eras amable, eres, no lo niego. Pero recuerdo un día donde hiciste llorar a una señora en el negocio de tu mamá. Tenías creo que catorce años, pero ya tenías la dureza y crueldad, me atrevo a decir, para expresar sin tapujos lo que sentías. Me río ahora recordándolo –jajaja- tú diciéndole a una mujer madura: es que no tiene idea de lo que es el sentido común. Nunca tuviste paciencia con las personas estúpidas, decías. Pero a lo que me dices en cartas anteriores, veo que ya estás trabajando en tu tolerancia. Y qué bueno. No los tomes muy en serio. No debes dejar que te afecten, esas personas, sin sentido común por ejemplo. Yo estoy muy bien, ¿sabes? Te conté que me casé por la iglesia el año pasado, y aun con la cara refunfuñona que te hubieses echado, lamenté que no estuvieses aquí. Eso va bien según yo. No tiene mucho chiste, Jazmín, es la vida. Compartirla con alguien que quiera compartirla contigo y nada más. Soportarse, y por qué no, quererse a pesar de todas las menudencias del día. Prométeme una cosa: la persona con la que vayas a elegir para quedarte, al menos me dirás cómo se llama. Me quedé en que no creías en el matrimonio y los hombres no te satisfacían. Estoy esperando me cuentes esa historia de amor, la que me dijiste la otra vez. Hará dos años. Dijiste que te ibas de viaje con tu abuelita Chabela y no sabías cuando volvías porque querías sanar un poco. Sí, fueron unas cartas súper lindas del mes de octubre de dos mil ocho. ¿Ya sanaste? Te pregunto más por curiosidad, por ilusión. Es que tu manera de ver el amor siempre me pareció tan bellamente romántica. A veces te envidiaba. A tus quince había un hombre mucho mayor que tú llorando por ti y diciéndome en un café: no me hables de ella, no quiero hablar de eso. No sé cómo lo hacías, igual dabas unos consejos de la puta madre a tu corta edad –jajaja- no sé, siempre me gustaban tus largas cátedras. Lo que hayas tenido de último te lo guardaste muy bien. No sé, me intriga, quiero saber ¡eres mi mejor amiga en todo el mundo! ¿Si sabías eso? Acá la muchacha que me recuerda a ti, no sé, no es lo mismo. Tienen el mismo pésimo carácter eso sí… pero siempre te recuerdo mi pequeña. ¡Enojona pequeña! Mis niños están muy bien, ya sabes, creciendo. Espero que sean todos bilingües como tú. Ya sabes, la ventaja de estar acá y aprenden bastante rápido.  Ojala los conocieras pronto, ojala estuviésemos juntas, te acuerdas cuando decíamos “mis hijos te llamaran tía” y así ¡tan cursis éramos Jazmín! Oye, ya ve pensando si vas a tener hijos, no querrás que cuando tengas cincuenta apenas los lleves a la secundaria. Serás una mamá increíble. Siempre te lo dije. ¡Tus hijos todos locos como tú! No sé, eso puede resultar muy bien o muy mal, mi queridísima. Pueden ser unos artistas inmaculados o unos drogadictos cualquiera. No te ofendas cuando te leas esto, es que me pongo a pensar a veces en ti, como una chica que te quiso. Por lo tanto a veces uno observa tu naturaleza siempre primitiva y salvaje y no sabemos en realidad el camino que tomarán las cosas que provienen de ti.

Y, ¿la música?  ¿Todavía la pones muy alto para que la escuchen los vecinos? “Hay que educarles el oído N, hay que educarlos”. Amiga, me escuche al tal Bob Dylan con el que dices estabas escribiendo. Obvio me aburrí. Lo siento. Bueno, creo que en realidad me puse triste. Te envuelve en mucha bohemia incomprensible para mí. Siento mi vida, ahí diluirse por una coladera, y no puedo con esa clase de sentimientos. Supongo que lo sabes.

Mi jazmín, lo que no debes olvidar es que yo te quiero mucho todavía. Como siempre y más. ¿Jazmín? Tienes otro nombre con el que te llaman ahora, seguro. Te los cambiabas y yo sin entender por qué, tú nombre ya es my bonito: Jazmín. Jazmín. Jazmín. Repítelo muchas veces. Aun hoy, no pierde su significado.

Recibe abrazos de navidad y los mejores deseos para el año que viene. 

Te pensaré al momento de las uvas –las que nunca nos terminábamos- y deseare que seas muy feliz. Más feliz.


N.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Luces nocturnas



Cuando en un silencio prolongado de pronto vienen las luces nocturnas, las palabras correctas no son exactamente: buenas noches. Tienes que acercarte a mí con cierta nostalgia por los amaneceres fríos o las paradas de autobuses olvidadas. Esas que ya nadie se atreve a visitar. Con esa calma de la voz en off, la mía, háblame. Y recuerda también las máquinas de escribir. Una pausa exacta entre tecla y tecla con su golpeteo engendrando todos los sonidos viejos. Pero inalienable a cualquier otro. Podría ser, únicamente: tus ojos como posándose insurrectos a los caprichos adolescentes, y verme en paz, haciéndote más grande, más completa, más como jamás lo fuiste. Así, cuando secretamente se voltea la mirada hacía lo equivocado, con esa indecencia eminente seguida por la crueldad de los demás. Así, con ese dolor no pronunciado. Consecuentemente yo voy a tratarte con la misma clemencia y ternura. Es decir: abrirte los brazos. De esa forma puedo sonreírte amplio, grande y certero. Dibujarte un árbol en navidad y correr hacía ti de una esquina a la otra bajo las farolas naranjas. Pero no con miedo. Sino balanceándome como me miraste un día. Jugando sobre las orillas del mundo, y las aceras, y el viento. Sucia, rota y demacrada. Yo, unificando música de trompeta y un acordeón francés. El rojo en una pared de café citadino. Dos situaciones paralelas pero distintas en tamaño: Yo - te - quería -mucho - más. Y el piano inolvidable, y todos los libros nuestros. Así. Aproxímate a mí con todos esos cuadros y pequeñas canciones taciturnas. Me voy a quedar sentada y partiéndome las manos para recolectar la tierra en un puño de mementos. Después bajaré a la cocina a prepararme té. Voy acariciar tanto a mis perros. Dibujaré en el aire dos casas inmensas. En una vas a vacacionar tú los veranos. En la otra vivirás pero no te visitaré nunca. Te necesito así para reconocerte y olvidarte todavía. Como un juego mediocre que a veces nos hace reír por las mañanas. Pero por las noches, cuando vengas a mí, con los labios rotos de tristeza, sumida en incomprensión o de fatalismo temprano. Y cuando lo hagas feliz y llena de la vida amarilla por tanto sol. Hazlo como en un vuelo suspendido por notas musicales; ciegas, mudas e impenetrables al subtexto disimulado. Inventa las formas que no podrían pensarse la muerte, ni mi nostalgia o mi conformismo. Y si no, lo mejor es no llegar a mí. No lo hagas. No repetirlo en absoluto

martes, 23 de noviembre de 2010

Le Matin


Pensamos, que esta generosidad de mañana nubosa será permanente. Que vamos a bajar las escaleras, el desayuno listo, y alguien nos dejó café en una taza roja. Y el silencio de no preguntar cosa alguna. Y los besos de los pequeños, esperando. Luego salir al patio trasero. El cielo tiene grietas de luz. Las señalas, dices “mira, grietas de luz”. Volver a entrar a casa en el ritual de vals que es ser una persona sola. Sola. Sola. Hay esas sillitas de madera brillante, deshabitadas. Como una nota gris que se sostiene debajo del ruido. Fluctuando en la nada. Haces verbos conjugados (y sugestivos) en presente: Besarse un poco los labios. Apretarlos con un gesto natural. Piensas. Subir de nuevo. Situarse frente a la pared amarilla. Observar unos cuantos cuadros. Leer noticias con un fondo de piano alrededor, y arriba de tu cabeza. Saber, decir: esta música no es correcta. “See you, Sunday”.

De verdad esperar el domingo prematuramente.

Y dices de pronto: les he mentido tantas veces. Pero continuas el camino como hablando de cosas inútiles y riéndose al final. Aun así paseas por toda la casa. Prosigues danzando la mañana. Pasos lentos y, todavía, plantas enarbolándose a la ventana, animándote un poco. Hay gestos propios y prestados. Arañar un poco el cuello. La mirada perdida hacia un punto fijo en la pared. Sobre todo un llanto, un llanto silencioso que no se explica ni un rincón. Sabíamos que solamente podía habitar allí. Y también un ruido, los últimos ruidos, como los gritos de niños que se aburrieron de jugar dentro y salieron al jardín, enajenados. Pero seguimos pensando que esta somnolencia de mañana en la casa de tus padres, toda, los más mínimos detalles. Van a conseguirte un beso, y la felicidad efímera. A las diez, menos cuarto.

martes, 16 de noviembre de 2010

Weekend Off



Nos acostamos a las ocho de la noche. Ha sido madrugar, una blusa verde con azul, los lentes, limpiar los lentes, empacar comida para todos. El viaje de dos horas. Claude Debussy y el mundo exterior. El camino del campo todo alrededor nuestro. Y lentamente, querer dormirse. El diminuto mareo del movimiento que te eleva, en una nota sostenida de bienestar. Los niños, a veces cierran los ojos. Pero, despacio, te colocan besitos a un lado de la nariz. Ellos sonríen. Se sugiere un piano mudo dentro de todo. Te lo dicen las sonrisas. Sobre todo las sonrisas mientras ella maneja el auto, y tú cuidas a uno dos, tres perros. Y luego llegar. Bajar a pasitos con las maletas más importantes y unos zapatos verdes llevándote, muy cómodos. Instalarse en un cuarto con tres ventanas magnificas. Respirar otra vez el aire líquido del campo. Sentir su deslizar en el interior del cuerpo. Satisfacerse con saludos sutiles y cálidos: un beso en la mejilla, y vine. Un beso en la mejilla abriéndote las puertas. Para pasar a los largos jardines, arrullarse con el mínimo ruido. Copulando el aire y el silencio. Estar. Emito el verbo “estar” como unificando el panorama de paz en nuestros rostros. Allí, polvo y viento descifrando corrientes. Gente amable transitando un camino recto que los lleva a la ciudad. Y te besan. Te besan y saludan. Y luego se van. Te queda tomar una siesta por eso de las dos de la tarde, y el propósito de un sol maduro. Malestar y un sol maduro que no toca la habitación más alta de una casa de piedra. Dormir los tres juntos. Robar unas sandalias doradas para ir al servicio siempre afuera. Levantarse, abrir los brazos. Como tragándote el mundo, y abriéndole el pecho. Todo él podría así, caber en el marco de una ventana. Bajar las escaleras avanzando torpe. Esperar, siempre esperar. Hacer coros con la letra eme, arrullar a un pequeño. Esperar su sueño con la suavidad de un murmullo de madre prematura. Pero no haciéndolo en realidad, a nadie. Pasearte por los corredores de roca fría. Un almuerzo perfecto que prepara tu madre. Reír. Gritar. Comer. Hablar. Beber. Los verbos indicados un fin de semana. En los paseos de otoño. Por si acaso sentarse a ver la combustión precisa en una olla. Leña y cenizas. El sonido del fuego. Todo eso ya por las seis de la tarde. Admirar la soledad y la precisión de la hora del té. Se hace un intercambio sano de goteos desde una cuchara. Despedirse. Llegar a la cama con el balanceo de un pantaloncillo a cuadros. Observarla a ella de lejos, acariciar su figura. Apagar la luz. Y un parpadeo, recordándote “son solo las ocho de la noche”. Pero afuera, escuchas ya perfectamente el crujir de la madera disolviéndose en un bostezo azul. Desde una voz, gruñendo el “hasta mañana” que se extingue.

martes, 9 de noviembre de 2010

Sleeping Beauty



Parece poco, permanecer frente a ti y verte como rezando. Cruzar las manos en forma de tregua distante, y no mirar al suelo. Y a veces, mirarlo, digo. Tus pies haciéndole trazos al mundo. Ellos, y tres acordes de guitarra con piano sonando, repetitivamente. Tú sabes cuales. Comparando uñas o sonriendo diminutamente. O darle tu nombre al aire, soplándolo como se le hace a una pelusa en la palma de la mano. Irse en el eco al pronunciarlo y galopando, libre, y con los ojos cerrados. Entonces, allí, parece poco también besar los bordes de un brazo. Como hace tiempo, en un lugar de paredes blancas y otras verdes. Dejándose ir el cuerpo en el llanto y la zozobra mía hacía un océano sin fin. Con notas ondulándose sobre cabellos que no habremos de recortar jamás. Ahora, es mínimo doblar unas sabanas a medio día, y sonreírles a los perros. Al igual que decirte muy sin preocuparse qué va pasar mañana, y así, renovarnos todos los días. Ya no oprimir párpados a las doce de la noche. Pero verte cabizbaja como teniendo sueño, como creciendo en la suerte de vivir. O casualmente soñando dentro los ojos. Dormitando al ritmo de una canción de cuna que te di. Y luego cayendo. Sumergida en la profundidad blanca, como suspendida en cantos de bosques, balanceándose sobre las ramas. Y, pareciera poco llegar a ti. Descalza, con los tobillos anudados a un cordón azul. Entre un resplandor amarillo que susurra “vuelve”. Encontrando pestañas pernoctando en una sombra. Lo cual no significa mirarme en el mismo lugar jugando con horas siempre desiguales. Por la tarde los labios rosas. Y en las mañanas llamarte con pupilas y verte, como invocando tempestades.


sábado, 30 de octubre de 2010

Watch your weight, your powers*



Todas estas sensaciones que vivimos en el interior, vamos a quemarlas. Porque hay un incendio del que no nos percatamos todavía. A ti te cuento estas desgracias y también, te acaricio el tobillo a modo que camines un poco más. Que sigas llorando pero afuera. Fuera de mí. Ya no voy a llorarte yo sobre las manos. Quedó un ruido en el pasillo, que no describí jamás. Era un sollozo muy sufrido y silencioso. Como si nadie lo hizo nunca. Cuando se descompone la cara por la pérdida y las respiraciones comienzan a actuarse para sobrevivir. Una calle sucia. Un último suspiro flagelado. Todo eso permanece allí, inamovible a lo que llamamos invierno. Esto te lo digo yo por si de pronto, muy lejos, lo olvidas. También por si un día llegas a reclamarme cómo pude ignorar tus ojos a tres metros de distancia. Es que surgía en medio de las cosas, un aire extrañísimo que nos alejaba aun los fines de semana. Era la misma música quieta de las noches. Cuando sabías que cerraba los ojos mientras pensaba despacio cómo no asesinarte una vez más. Era eso, lo sabes. Dolerse. Como nadie. Bailarnos las pestañas compensando su humedad posterior. Y sus besos. Los de la pared y el azulejo de la ducha. O dejarme caer sobre ti con cierto ardor en los dedos. Esos del hambre de teclas blancas y negras que nunca he acertado muy bien. Era lo mínimo, igual. Sólo oprimir un botón de encendido y abrir bien las cortinas de una habitación pequeña. Dejar que la luz penetre los libreros y la cama. O los rincones que ya no se pronuncian porque se abandonaron junto con la niñez. El baúl, la lámpara precisa. Y, ahora, el cenicero.

A ti te cuento todos estos asuntos porque eres tibia ante el equinoccio que viene. Porque me cantas, y te mezclo con la vida para beberte en las mañanas. Un poco de ron, un trago de whisky. Música clásica y conciertos.

Vamos a observar mientras se esparcen las cenizas, y dibujamos cómo caen sobre las repisas del baño.

jueves, 14 de octubre de 2010

Sueños y el putisimo Otoño



No sé cómo explicarte esto. Por la mañana son los ojos. Rojos e hinchados. Arañar una vez, otra vez mis sabanas, cómo buscándote al salir del sueño. Tener ese sueño repetitivo de ti. Contigo. Qué te paseas a oscuras por una ciudad que apenas habito, porque tampoco camino en ella. A veces son los colectivos, sucios y apretados. Tomo uno todos los días, a las doce. Me dirijo a la universidad pensando un poco, pero siempre sin hacerme consciente del paseo por las ciudades que este hecho supone. No puedo levantarme de cama un día así. Soñar una serie de eventos que te contienen, tú paseando, hablando con aquél chico llamado Alex, ignorando mi presencia en una fiesta, yo al final colocando muchas bocinas y nuevos discos. Alguien, recuerdo, te reclamaba. Te decían: ella estaba allí, y no la viste. Creo que eso lo hacía mi mejor amiga. Pero luego estaba con Isabel, como retorcer ropas mojadas y añorando pasar con ella el otoño. Y me decían de a poco: camina. Y yo caminaba, pero pensando en ti. Cómo preguntándole al mundo porque te habías ido. Por qué no me habías visto, si yo estaba allí.

sábado, 2 de octubre de 2010





Te preciso de una manera libre

espumosa,
tibia y
tranquila.

Porque también,
hay un camino vertiginoso
que todavía no conocemos.

Te preciso porque me hablas
en el ruido y el silencio,
y me escuchas llamarte
diariamente como el sonido
cotidiano de una ciudad
enfebrecida.

Y la vida se nos hace inmensa
y voraz a nuestros ojos
en la incertidumbre de la nada.

Preguntamos a las paredes
por efímeros reflejos,
pero los vórtices siguen ahí,
desde aquél día, me hablan
haciendo una orquesta de dolores
musicales,

Entonces se abre una cortina
para iluminar el mundo:

Están allí tu cintura y las piernas.

Las nuestras.

Acechan. Esperan.

Logramos ir con los brazos
extendidos
y la posibilidad me resbala
por un hombro,
como un decanto cruel
de alusiones a tu cuerpo

Te preciso con la paciencia
sumergida en viejos adagios
que aun no aprendemos a tocar.

Iluminada y herida.
Sobre el mareo, contigo.
Invocándote:
Te canto,
con la precisión cuadrúpeda
de tu nombre.  

domingo, 12 de septiembre de 2010

[Sombras]

Foto


Existe la media luz en la banqueta.

Te digo que tengo los labios hinchados. Viene el llanto un poco cruel, simplemente con fotografías ajenas. Te digo que bebo, claro. Hay acentos. Algunos que ya no coloco porque así me lo has puntualizado. Es ver una fotografía de Madrid. Igual, escuchar voces gitanas y pensar en un beso con ojos lacrimosos. Te juro que hoy no me soporto a nadie. No te lo he contado detalladamente; la existencia de los otros es innecesaria. Trabajando por la tarde, cuando nadie más se queda, y ya no aguanto más las horas de pronto solamente el silencio. Ya no puedo permitirme sonreírle a nadie. Camino lentísimo. Volverme sombra de mi misma y seguirme los pasos pero con esa fluctuante oscuridad. No le oculto a nadie el temblor de mis manos. El malestar y el dolor de verlos una y otra vez y que sus rostros nunca podrían parecerse al tuyo. Sucede así. Luego llegarías con tu sonrisa y tu aviso. Has llegado a casa. Alguien también llega a la mía. Intentamos recomponer un poco las ganas. Con los labios hinchados y llenos, saboreo melodías tristes. Como de nuevo la botella a la boca.

Todavía no entiendo porque en las noches de sábado me sigo aferrando al dolor. Por si acaso contemplo sin parar todos esos signos. Pero ahora te veo desde el fondo de la habitación; pálida y frágil te veo abrirme los puños y colocar nuevamente los besos.

Recalling Grandma*

No estoy en blusón, ni es la mañana del seis de octubre de dos mil ocho. No llueve hace tres días. No te fuiste temprano a comprar víveres. No vas a llegar en un taxi rojo ni me dirás: te traje gelatina. No te llamaré esta mañana. No sé cuando lo haga. Me niego rotundamente a abrir mis cortinas y no encontrarte a ti, en cada árbol, en cada montículo de tierra oscura o en los difuntos barcos de papel. Duele la no humedad del verano en tu casa, y los besos nunca dados antes de salir. Y la comida caliente al llegar. Todos mis cuadernos llenos. A veces también llenos de ti. Te diré: escucho la música de entonces. Hay de pronto mucho sonido italiano como si tú tuvieses que ver con ellos. Como si realmente fueses extranjera, y yo te construí la vida más avasallante. También la muerte. Es posible que no vuelva a verte nunca más. Isabel, no quiero verte. No quiero saber de tus planes y si me odiaste un poco cuando te fuiste de casa. Menos si me odias ahora. O si nos has odiado a todos siempre. Alguien me ha contado que allí sigue lloviendo. Qué muchas familias han salido de sus casas. Pero que hace una semana te nombraron Princesa del pueblo, y yo no te he dicho nada. Mamá tampoco te dijo nada. Pero Isabel, estoy sobre mi cama ahora, también tu cama hace meses, y hago ver ciegamente el mar, y el cielo, y me viene octubre como si muy pronto fuese a morir; te pienso. Me dueles y te pienso. Qué triste estar tan lejos hoy Isabel, no poder siquiera desear ir contigo. Pero tú búscame. Tú llámame. A mi se me enseñó a ser dura. Tuve la crueldad del amante, y del qué no hace nada. Búscame tú sobre todo cuando era con la música. Mientras tanto yo estaré como todos los días, observando.

lunes, 6 de septiembre de 2010

De lluvia y vino


Déjame explicarte cómo funciona. Tú no lo sabes todavía. Pues eres de llegar lentamente. Eres irse. Tomar un paraguas inútil, y caminar bajo la lluvia que ha dejado de caer hace dos horas. Tú conoces mi caminar.  Voy por allí, y nadie voltea a verme. Y soy muy feliz con eso. Pero entrar a la vinatería. Ser una sombra. Pagar rápidamente. Es un acto natural. Entrar a casa, saludar a mi madre. Habrá vino por si apeteces. Quitarme los zapatos. Llenar la copa. Una ducha efímera después. Tocarse despacio como un gesto de amor tardío. Pensar entonces que el amor no puede ser más fácil que dejarse tocar y beber vino tinto. Como asumir un devaneo de notas musicales chocando contra todas las paredes y sus colores. Lo mismo acariciarme las piernas, seguir bebiendo y escribir. A veces asumo mis crueles posiciones. A veces acepto el gran ser de crueldad que soy. Lo sé. Lo sé. No vamos a parar en esa esquina. Empiezo a no sentirme la boca. Lo cual es siempre difícil. Recuerdas esas noches de tirarse en la cama, y llorar. Arañar muros. Vomitar. Gritar tu nombre. Viejos dolores de cabeza. Dejarse caer cruelmente en el vacío inocuo de tus frialdades. O ahora simplemente palidecer. Parpadear allí, en la sombra. Continuar con soledad voluptuosa y alegrarse. Llueve aun, y hay mucho vino. 

lunes, 16 de agosto de 2010

[Indescriptible Goodbyes]




[Love is not love
Which alters when it alteration finds,
Or bends with the remover to remove:
O, no! it is an ever-fixed mark,
That looks on tempests and is never shaken]

W. Shakespeare

jueves, 12 de agosto de 2010

Quiero creerte. En serio.

Quiero creerte noche y día. Lo quiero a la hora de tus labios y a la hora de los mios, cuando sabes perfectamente que te miento, y aun con ello repites dulcemente las mismas palabras que pronuncio. Hablemos: lo sabes. Pero igual ni siquiera tú lo dices. Ya sabes que fui engendrada en palabras y en dolor, y que engendro, amo, vivo en palabras y en dolor. A veces lo mezclo todo y lo vierto en jazz vocal, y eso por las mañanas cansadas lo hace más llevadero. Me hace volver al inicio de mis pies. Entonces observo el mismo camino que he llevado por siglos, y no hay más que las huellas milenarias de una mujer con desesperación desnuda por habitarlo todo. Por eso busco tus manos aun con el hambre de no tocarlas nunca. No sé si me explique. No habría cómo. Soy, además de todo, un ser de absurdos y entre ellos tú, y la vida feliz de los hombres con mujeres y después los hijos y después la muerte. En medio de eso alegría y viajes a la playa. Pero yo no relatarte ni recetarte nada de eso. Tú y yo nada de eso. Tú y yo; unas lecciones de piano y fotografía. La ventana de junto y su respectiva taza de café. Cuando me ducho sucede: vienes. Me seco con la toalla roja, repito varias veces: quiero creerte. Las palabras se disuelven en mi humedad tardía. Es seguro que abres la puerta y decides quedarte. Esa desición yo tomaría, pero siendo muy honestos, no harías nada que yo haría. Pero creerte, incluso seguirte los talones, sonreirte, comprarte un perro adorable. Creerte toda la vida que me construyes en palabras, en el último trago de vodka o con la mirada última de cuando decimos adiós, y a medias. Y nunca.

lunes, 26 de julio de 2010

Awekenings y desenfoques (y cosas sin terminar)


Me gusta la brevedad de amanecer, pero también la certeza: Rosa cuida de mí. Emma cuida de mí, yo cuido de Romeo, pienso. Y puedo tener esta vida vacía y vagabunda durante la tarde, y la noche y después amanecer.


A veces puedo pausar las luces naranjas que alumbran las calles. En el reloj las seis y diez minutos y pauso la lámpara frente a la tiendilla. Todavía es necesaria. Un verano no se hace solamente de días soleados. Hay nubes de terror. Hay música suave que tiene el mismo beat que el goteo. Está el color gris. Esponjosidad en las nubes. Esa sombra propia de la melancolía. a veces puedo atrapar la brisa de las seis treinta. a su vez, la brisa atrapa hoja por hoja el pasto de los jardines. Son diminutas fotografías que se imprimen en el pensamiento blanco.


[Tu debilidad aquí] Ayer te relataba la mañana. Hacer el desayuno, una taza de café. Dorar pan. Freír huevos. Beethoven. Llorar al final de la melodía siempre. Y llovía, temiblemente, llovía el sábado. La habitación seguía desordenada [Yo deseando correr a ti] Tengo una pared blanca al menos. Me permite pensar. Es tranquila. Y de ella también nacen sonidos. Son elegantes y lentos. Me permite hablar. Ser escuchada. Me pide algo de Allen Ginsberg. Pero también congelar ecos multiplicados a distancia.


Desenfoques

Así que te instalas en el televisor, eliges Half Nelson. Tengo que pensarte, Porque eres todo el aire, y las palabras en medio de él. Todos los cuerpos bonitos y un estéreo color rojo que me imagine la otra noche. Y la cinematografía. La piel blanquísima. Va bien con mi piel morena, claro. Luego vino a mí el pensamiento de la drogadicción. Quisiera saber si consumiste o has consumido alguna vez. Después obviamente viene la música. Algo latino. Cultura popular, César Chávez. El rojo que me viene. La noche que se ha vuelto bastante beatnik y el color amarillo de la pared. Hay que volver como siempre a los vicios. Comprar nuevos libros. Presumir tu vida nueva. Pero cuando termina la noche y se está sola, sola, y no queda más que apagar la luz; lo único que viene es imaginar que alguien te abraza mientras bailas, te toma de la cintura. Entonces, solo entonces, puedes apagar el televisor.

viernes, 16 de julio de 2010

[Attendre]



Qué bueno que me hablas del dolor mínimo que representa la ausencia. En mi caso trae el recuerdo de la media noche o los autos demasiado lentos por calles de suburbios agrietados. Hay un dolor escribiéndote despacio; pero eso te lo cuento en cartas blancas que aun no pueden llegar. Llegaran un día, claro, te lo juro.

Aquí entra mucho viento, y lo siento en mi cara y en las manos, y pienso en el tiempo transcurrido haciendo nada. Pienso a un hombre con mi sangre, solo, absolutamente solo y sin mí además. Y no comprendo mucho. Sólo sé de ti, qué quiero amarrar todas las horas que tienen tu rostro dibujado, ese que aun no memorizo porque me has dicho que ahora es diferente por el corte de pelo de los años atrás. Quiero sostenerlo en mi dedo, el favorito, quiero sus bordes a todas horas –y en todas ellas, necesidad de ti- para evocar a las sonrisas normales del día amarillo, tuyo, en el que decidiste cerrar las puertas y alargar los puentes como única metáfora real en los sonidos telefónicos. No es necesariamente el dolor entonces, es vivir, vivirte pues, como la solución exacta. La definitiva. La correcta. La esperada. Es nuestra sincronía no pactada que después voy a relatarte, porque he de hacerlo mejor que tú muy al final de la vida. Porque ya hemos dicho que nací solamente para eso: relatar la vida. Pero qué bueno. Qué bueno, mi amor, que estamos en el mismo lado de la guerra. Qué podemos perfectamente soportar todos los golpes y que tu vientre, o mi idealización del mismo, sigue siendo el bunker del que me hablabas:. Por eso puedo volver a casa con mi padre. Darle un beso. Y esperar hasta mañana.

sábado, 10 de julio de 2010

Sobre nostalgias pasadas [pero una canción por ti]




SOBRE SUPONER
- y convencerse-

Por lo demás,
supongo,
me estás buscando.
Me piensas tanto.
Bien aprendí yo a reconocer
estos símbolos.
Las tormentas. El rojo
y asesino color
del atardecer.
Esa ávida necesidad de
libros viejos. Mi cotidiana
mendicidad, y teniéndolo
todo. Era todo: Nada.
Pero no. No ahora.
No lo olvides:
solamente supongo
estos hechos.
Pero parece. Aun no salgo
a la calle para encontrar más rasgos.
Aun no me volteo frente a ellos.
Y las cornisas húmedas
no chorrean su regocijo sobre mí.
Pero lo sé.
Escribo en pequeños
párrafos.
Escribo hojas enteras.
No quiero mostrárselas
a nadie.
No quiero violar su legitimidad
de piano con ojos salvajes.
Quiero solamente decir:
me buscas.
Está considerándolo”.
Por la noche, la noche anterior,
me acosaban letras de libros negros.
Abandonaba estatuas.
Se desvanecían a mis pies,
pero no recurrir a ningún cuaderno,
ningún instante íntimo.
A nada. No ir. No volver.

Ahora sé de tu emoción.
De tu cándido impulso hacia mí.

Por lo demás, voy a borrarlo todo.
he de infringir todas mis leyes.
Voy a borrarlo todo.
Pero elegí la tinta indeleble
que es de color del mar,
inolvidable.

Ha sido casualidad.
Bien dicen. Bien dicen.

El sol se asoma al final.

De cualquier modo voy a cerrar
ventanas y puertas.

No vaya ser, que me entre un mal aire.


Leyendo a Floridor Pérez:

Te conviene un aire espeso.
Humo.
Somnolencia.
Te incube el vacío,
de la historia inconclusa,
un cuaderno muy limpio y blanco.
Habitamos allí.
Existimos sin vernos, ni oírnos.
Ni llamar, inútilmente
a un invierno en marzo
o una época que no vendría jamás.
Por sórdida e implacable.
No vendría nunca más, te digo.
Habríamos de repetir el aire mismo.
Invocar, irrevocablemente al esplendor amarillo.
Solamente así.
[por que a las doce sale el sol. Eso dicen.
Lo veo. Repetiríamos todo. Sería un baile
muy mío. Lo que hago con Isabel aprés midi]

Y te conviene poner atención.
No decir mucho. En realidad callarte.
Si hablas, podrías estropearlo
todo.




Leyendo a Miguel Ángel Galván

De ti heredé,
esa conciencia inmune al frío:
La desolación sobre el asfalto.
La inocencia del piso del hogar.
Vaciar habitaciones, desnudarlas.
Arañar ombligos, que nunca tuviste.
Pareciera, en ocasiones, imbécil,
qué sí. Qué sí estuviste.

Por ti no se amó. No se fue.
No se vivió en carne propia la dolencia
del adicto. Se sufrió, como lo hacen los
prisioneros a la hora de caminar a la muerte.
………………Pero por ti adquirí,inmunidad,
…………….soy inmune al egocentrismo y a la
desmedida hipocresía que se come por las noches,
las noches arropadas de pieles doradas,
escurridas de leche agria porque alguien olvidó
beberse la luna de un trago.

Y eso no era simplemente vivirte.
O esclavitud absoluta. O la manía de
siempre buscarte en ninguna parte.
Qué fugaz te ves,
envuelta en hojas de papel mate,
y danzando entre el humo
de cervezas oscuras.

Para ti se escribió un decreto en mi hombro,
y surgió la adicción por mis letras,
aquellas envueltas entre cigarro y licor.
Ya ves, sigo sobre el piso agrietado,
amo cucarachas y cortejo luciérnagas
que no harían más que apagar las noche
y hacerme humilde.

Tan humilde.

Ahora te dejamos aquí.
-Voy a vomitar, voy a tener una resaca sublime.-

Quedan mis piernas y la misma figura deforme.

Vuelvo a mi sencillez. A ser de alguien.

[Y tu heredaste mi longevidad. Y el sonido.]

Mi cuerpo palideciendo dulcemente,
en la entrega total, ser de alguien.
Permanecer. Vivir. Para vivir.

Por siempre buscarle.

……………[Aquí abajo, junto a mi perro, borracha y fatal,
entiendo muy bien a Miguel Ángel...]

viernes, 25 de junio de 2010

[Y al final no llovio, pero, bueno...]

Es probable que llueva, decíamos. Sin embargo, seguíamos derecho orientando los pasos hacia el sur. El cielo es extenso, y a la mitad de él, se pueden distinguir las nubes grises, grises demás: un cielo encapotado.
Las calles silenciosas, vacías. Todo lejos del sol porque realmente hace daño. Nosotros, los mismos, alejados de la vida. Y parece que en estas calles no hay vida. La gente en su cotidianidad, Y tú, y yo[siempre] animalitos de encierro que se fascinan con el simple hecho de contemplar el mundo. Yo suponía a la gente. A veces me observan, lo sabes, a ti principalmente, y yo como una extensión de ti, de tu pequeña vida negra, que va, una y otra vez, por los mismos baldíos campos.
Camino a casa, las nubes grises cubrían todo. Apartando la luminosidad del día. Entramos llegamos a casa. Y tal vez leer un poco. Tal vez escribir un poco. Pero hay una insuficiencia en el aire, como en todo en lo que algo nos falta. Porque seguimos siendo los mismos. Hacemos los paseos tristes de siempre, mi querido, y pequeño Romeo

martes, 22 de junio de 2010

Karina:



Tuvimos una pequeña casa en el mar. Estábamos por temporadas, claro. Tú sabes que la vida tiene ciertas eras, y en todas hemos estado, y antes, y después, durante. En todas, hemos sido. Hubimos de volver arrastrando bolsos largos sobre la arena cada verano. Y tú, larga y frágil. Y tú, bella y tersa. Todas las veces en invierno en el balcón. Sola. Pues conoces bien el silencio. Y gozas de él. Puedes trazar esa infinita y larga distancia hacia el horizonte: es que parece que ya no hay nada más que agua. Yo pensando que realmente no hay nada más que agua porque tú lo dices. Me decías eso, o no me decías nada, pero el ambiente era siempre el mismo; pensar que podías morir justo allí. Y yo pude morir ayer contigo. Luego volví a casa. Tuve. Volví a llorar. Pero fue hundirme en un sueño intenso donde tuvimos una casa en el mar. Y por las tardes, construíamos banquitas, y dejaba descansar mi cabeza en tu hombro, todos los veranos. Y así se nos pasaban las horas. Hasta que llegaba el invierno, y entonces así, solamente así, éramos inmensamente felices.

miércoles, 16 de junio de 2010

Ciruelas verdes [primera]




Veracruz, a partir del 3 de junio.

I
La casa tiene los colores propios del verano. La sequía, el silencio. El vaho oscuro del vacío. Asumía, claramente, esa perdida del tiempo. Mis cicatrices: piel y arena. Ahora tengo una perra flaca quien me busca mientras escribo. Un pequeño perico chiapaneco. Dos perros más. La mesa de patio llena de fruta fresca. Clair de lune a las dos de la tarde. Una incógnita que se resuelve con una simple borrachera: te duele. Sin embargo disfruto del silencio abyecto. La casa te recibe con ese espacio abierto al desorden. A esa amplia infinidad de palabras. A las pérdidas o los nuevos comienzos. Esos relatados en sueños de autobús. Los escurridos en arruguillas y ojeras de mujer de veinte.

II
Aguardo [siempre] por la fotografía de ellos. No es solamente verlos. No es, incluso, la fotografía; el aire, el agua, besos diminutos en compartimentos gigantes. Sé que están a seis metros. Que allí me esperan los ojos. Sus casi encorvadas espaldas. Ellos hablando con la mascota. Pretenden que de lejos no Dustin O’Halloran, mi pensamiento, escribirles. Pretenden que no estoy, y no me iré. Volveré para el otoño, les digo. El verano, sin ella, es muy cruel. Y es botellas de agua fría, árboles tupidos de notas nostálgicas, neo-clásico. Y etcéteras. Iremos guardando eternamente estas imágenes de ellos: El televisor. Casimiro siendo mimado como un infante. Las ciruelas verdes en el bol. Y la cámara inexistente a la presencia de mis ojos.

III [del Opus 23- Dustin O’Halloran]
Soy esa aparición claroscura muy al fondo de la gran estancia. Por la mañana fueron dos tazas de café. Un vestido de bolitas precioso. Isabel diciendo: eres la tristeza. Eres el sueño. A mi agrada todo eso, y por lo tanto, la beso. Voy lentamente al cuarto mío. En el, sólo una cama. Ella me recuerda: esta, tu recamara. Pero allí solamente maletas, mis desordenados libros; todo lo que se ocupa después de la ducha. Dos ventanas mal terminadas. Una cruz de palma en cada una. Cortinas improvisadas. Cuando yo era niña, solamente una ventana. Todo lo demás eran dibujos a crayolas y un ropero. Telas blanco con rojo; geishas y el jardín chino. Luz. No la de una lámpara. La luz. Algo como la luminosidad sútil de su cabello rubio: eterna. Algo como eso. Después fue caminar descalza a través de la casa, sobre suelo rustico. Cerrar los ojos. Abrir los brazos. Dustin O’Halloran y el Opus 23. Él, dentro del silencio. Escribir, entrever tulipanes rojos a lo lejos. Haciendo un conjunto de cambiantes mareas. Por eso abro los brazos, juego con el viento. E imagino muy bien, ese “aire de tu risa”, del que tú, cariño, me hablas tan exactamente...


NOTA-EN-TU-ALMOHADA

Yo voy a creer en este artefacto. Es de madera. Me recuerda su olor, a la albahaca. Tiene una cruz al final. Voy a creer en él porque tú me lo has dado. Porque dices tú que esto puede cuidarme, porque dices tú me lo das con mucho amor. Yo te lo he pedido. Me lo he puesto en el cuello. Queda bien con todas mis tonalidades verdes. Con mi pecho. Isabel, yo voy a creer en todo lo que creas tú. Si me lo das tú. Si me lo dices tú. Si en este rosario, permaneces conmigo, para siempre.

martes, 8 de junio de 2010

Recado Express tintin*

Esta carta te la hago muy rápido. No es elegante. No es discreta. Es necesaria: no hago más que hablar de ti. Esperando mañana me concedas una cita, no tan tarde, ni tan temprano. A las cuatro, como siempre. Probablemente suceda mi silencio. No voy a mentirte. Pero aun con ello, que sepas, que solamente espero el día despierto para escribirte una nota, un respiro: vivir, hacerlo por ti. Es extraño, ya sabes. Se camina sin rumbo. A la deriva, siempre. Pero cuando llegaste tú era sencillo: amar. Re-escribir el diario verde. Dedicarte todas las letras. Lo demás, parece, es un acto fútil. Ocurre nunca entender, entendernos. No he de negarte ahora que estoy un poco ebria. El viaje es el miércoles y hemos comprado mucho alcohol en familia. Hemos vertido todo el amor en una copa. Planeo eso de casarme contigo, invito a mis mejores amigas. Todas dicen que es fácil amarme. Que en realidad no es que te sacrifiques tanto: soy, la hostia. Y sé bien que lo sabes. Como también el deseo al tocar una cama. Querer llegar a ti. Besarte toda la vida. Empalagarnos. Cansarnos. Aprender de nuevo a besar y hacer el amor. Pues todo debe de ser como te gusta. Amor, esta carta no tiene mucho sentido. Es un recado que alojo debajo de tu cama. Solamente ser una borracha cantando. Y es que te amo. Que hoy me convenzo. Que hoy te espero. Y que todas las puertas, después que entraste tú, las he de cerrar...

Tuya,
Jazmín.

lunes, 7 de junio de 2010

[Hablar]

-Me has arruinado…
- ¿Yo te he arruinado? Claro, sí…
- Sí, me has arruinado para todo el mundo, en especial para los hombres.

Ante esto, intento no reírme. No por su calidad de, ridículo, estúpido. O simplemente, chistoso. Pero bien, bien…

- Me vas a disculpar, no te creo ni un carajo.
- Claro, no me crees un carajo pero solo haces eso, estar, no me hablas, no me dices nada, no tomas tu maldita responsabilidad
- Ahora no sé de qué me estás hablando
- Entonces es cierto; llegas a la vida de alguien, haces tu desastre, tan tú, como solamente tú y luego pretendes que no ha pasado nada ¿no?
- Jajajaja... esa es la idea principal, sí, sin la responsabilidad de tener qué hacer algo, eso me parece más bien un reproche infantil. Creo que deberías, realmente, y te lo digo con todo respeto …
- ¿Respeto? ¡Qué sabes tú de respeto! Si hubieses respetado nuestros acuerdos...
- Cállate y déjame terminar... Creo que esto que voy a decirte puede servirnos más que todo lo anterior ...
- -respira- Voy hacerlo, no por ti, sino porque justo ahora no tengo nada bueno qué decirte...
- Bien, Creo que lo único que debes y puedes hacer es esperar
- ¿Esperar?
- Sí, esperar, ahora la espera toma una dimensión distinta
- Por qué
- Es una espera, absoluta...
- Y eso qué tiene que ver con lo primero, ves, ni siquiera tienes, no sé, coherencia...
- Eso ya lo sabías, desde el principio
- No, en realidad no. Nadie me dijo que me dirías “espera”, al final, casi al final de las cosas...
- No se trata de eso
- Entonces de qué, por favor, dime por qué...
- Lo que intento decirte es solamente eso
- Yo, yo ... sólo creo que necesitas escucharme tranquilamente, uno de estos días...
- Tú eres quién me ha dicho: me has arruinado...
- Es verdad, te odio tanto a veces
- Ya, bueno, así es esto...
- Pero ven, vamos a casa...
- Ya no tenemos casa
- Lo sé, pero igual, acompáñame...
- Sabes bien que no puedo acompañarte
- Pero igual..
- Debo irme.
- Siempre debes irte
- Claro, lo sabías también
- No, eso no lo sabía
- Ummm...
- De haberlo sabido, nunca..nunca hubieses llegado...

domingo, 30 de mayo de 2010

Autumn in my pocket



n° 1

Alguien come una sopa instantánea y piensa en ti. Esa soy yo. Seguramente otra persona más, un hombre italiano, una mujer muy guapa; lo hicieron antes con imágenes más elevadas. Te lo dijeron de mejor manera, mejor que yo. Pues dices, que, en toda tu vida te han dicho cosas muy bonitas, y a mí, varías veces –por el contrario- me han reprochado el egoísmo. Pero tú no. Tus intenciones conmigo no hablan del pasado, ni de cosas que no he hecho. Por eso estás. Lo demás no importa. Por eso te he llamado tres minutos cuarenta y ocho segundos. Y eso significaba la vida a las cinco con trece. El otoño aun se siente tan lejos, Martine. Como tú, anoche. Como yo intentando explicar que quisiera sólo estar sobre el piso de mi casa, que mamá pase por encima. Que aquí no puedo. Deben levantarme ya muy tarde y llevarme a dormir. Que a pesar de la mente, no puedo. Creo que solamente hago esperar la casa. Mi listado de acciones diarias desde la mente. Pensarte. No estar segura de cuánto y cómo. Me dicen que desde que tú estás soy más Jazmín. Y eso la verdad, me tranquiliza. Me dicen, que tengo una emoción constante, muy amarilla. Entonces me supongo aun aturdida, como durmiendo. Como soñando que todavía vienes en camino. Luego caigo en que no sé cómo, ni cuánto. Soy inconsciente de la felicidad que me repartes. Es como llevar el otoño en el bolsillo. Y cada que necesito un poco más de agua, más minutos para escribir, cuando quiero comer, cuando necesito descansar de la esclavitud de humano; saco del bolsillo…y te encuentro a ti, en cada hoja…


P.D. Gracias por los pequeños detalles -el otoño en video- siempre, siempre me gustan.

viernes, 28 de mayo de 2010

Etcétera y amplificados



Sinceramente no tengo mucho que decirte: Un día alguien tomó mi mano. Tenía frío y hambre. Me miraba fijamente a los ojos, y no mirándome. Y no tomándome de la mano. Bailaba lento. Se adentraba fijamente entre mis pechos en forma de calor. Y luego hacía quedarse así. Abrigarme. O no hacía nada. Se quedaba, sólo, firmemente, recorriendo con un dedo, todo lo que significo, yo. Y no tocándome. Todo lo demás, es una extravagante vida. La misma de siempre, viajando etéreamente por el mundo. Odiando el mundo. Caminando por calles llenas de vida. Esta es una ciudad con vida cálida, y ahora, la detesto. Sigo siendo aquello que goza de callar mientras observa. No hay mucho. Sucede una cocinilla a media tarde. Me preparo de cenar. Pienso ahora: los cafés. En muchas ciudades. Soy alguien frente a ti. No lo sé. Pero me pides explicaciones. Yo ya no voy a darte nada. Mucho menos explicaciones. Fumo. Como un acto rebelde hacia mi cuerpo, a manera de brindis. Diciendo adiós a vicios. Ahora serán otros vicios. Seremos otras leyendas. Seremos una escena final. La guitarra de Santana en Europa. Es dolorosa, seductora, definitiva. Y no, no es del todo feliz, pero tampoco triste. No lo es. Lo escuchas. Repite mucho aquellas tres notas, que dicen, me voy, me vengo. No es un tal señor Steve Vai, pero al final la guitarra te destruye en pleno orgasmo. Así que, lo mismo. Son pasitos míos, descalzos. Son grandes pasos, tuyos, ruidosos. Resuenan en algún lugar desconocido. Se adentran en una habitación en tonos naranjas. Dicen que esos lugares suelen tener tonos naranjas que sugieren hambre. Como sabrás, yo alcanzo a comprender muy bien eso. Estando allí, te sientas. Es un suave lugar. De alguna forma se intenta hablar con piernas y manos. Sinceramente yo no digo mucho: te veo. Como un día te vi. Y si sopesamos la posibilidad de medir una cosa con la otra, no es muy diferente. No hay cuantos. Ni quiénes. Tú sabes que soy yo, above everything. Y que nada puedes hacer contra ello. Por eso te sientas en ese suave lugar, como vociferando razones falaces que sabemos bien, nada son. O son sinceramente, solamente eso.

jueves, 27 de mayo de 2010

Oda a mi mano izquierda - JHC

A Ulalume González de León

Donde termina mi mano izquierda empieza el vacío, la región del misterio, la zona inexplorada donde muchos de los que han muerto bailan como si estuvieran vivos.
Donde termina mi mano izquierda empiezas tú, igual que donde termina mi mano derecha, sólo que estás sin poder hacer nada, en medio de lo incomprensible, de lo que me chupa poco a poco los huesos.
Donde termina mi mano izquierda empieza un campo en el que oscilan fantasmas. Y quien no ha visto nunca el fantasma de la margarita no sabe que he llegado al umbral de los enigmas: “Me quiere, no me quiere…” “Tal vez sí, tal vez no…” Las preguntas sin respuestas, o las que no es posible responder, están donde no estás tú, donde termina mi mano izquierda. Yo soy adicto a la nostalgia, y la nostalgia está hecha de naves que se han hundido y reposan en el fondo del mar, en esa región que empieza donde termina mi mano izquierda. La mano con la que no puedo asirte.
Pero toma tú esa mano entre tus dedos de lirio y bésala con devoción, dedo tras dedo, porque encierra el misterio de la música y los instrumentos bien temperados, y allí está soñando en acompañar un día tus canciones.
Deja que mi mano, histérica y mágica, se cargue de más magia todavía acariciando tu seno izquierdo de arriba abajo, lentamente, hasta allí donde empieza un territorio inexplorado. Porque con mi mano izquierda va mi errabunda carne, dispuesta a ser desgarrada por fieras que la tragarán aunque suspirando al divisar los nudos de las montañas lejanas.
Donde termina mi mano izquierda yace el cuerpo de Friedrich Hörderlin aplastado por la losa insoportable de su propio genio.
Donde termina mi mano izquierda empiezas tú, vida mía. Y benditas sean mi mano y la tuya por la energía sobrenatural que al estrecharse me infunden.
Nunca he sido yo un pastor de rebaños, pero mi mano izquierda sostuvo un día un espejo en el que tú admirabas tu belleza.
Esa mano, cargada de entusiasmo, imprimió un día un ángulo propicio a los espejos de mi armario en los que tú admirabas, tendida bajo el mío, nuestros cuerpos.
Esa mano sostiene la mitad de un aplauso que no podría manifestarse sino golpeando la mano derecha. Al presentirlo vago entre espigas de entusiasmo que sólo cosecharé el dìa que tú quieras poner en mi mano derecha la hoz que alguna vez te he pedido.

Entre tanto, bendita seas tú por la carga de energía sobrenatural que me impartes.


25 de noviembre de 1999

JORGE HERNÁNDEZ CAMPOS

miércoles, 26 de mayo de 2010

Mientras cenabas -cursi, un poco-


22 de Mayo 
 [esto fue escrito el último día que te escuché]


MIENTRAS CENABAS. Ayer, mientras cenabas –tú dices que cenabas- de este lado, te buscaba con una añoranza que me había prometido no sentir jamás. Entonces, era yo, con una casa en la espalda, y yo en la casa, sola, rodeando. Comiendo. Esperando. Aunque por la mañana tu beso a la distancia, y la llamada de mi padre. Aunque eso, amor, te buscaba. Era la fiebre de siempre. La que intentaba explicarte los días de incapacidad. Y día a día. Antes era enfermedad. La obtusa sensación de la nada. Hoy es transpiración. Calor absoluto. Mi cabello desordenado seguido del “te dejo”. Tu te dejo. La fina capa de sudor sobre mi frente, hambrienta de tu soplo. Era ver mucho mis pies. Preguntarte “dónde”. Imaginarte allí, al filo de la rodilla. No obstante, intentaba apelar a la paciencia unos segundos más. Tranquilidad. Ser la paciencia. Renovar la piel. Encender el televisor. Hacer la sucesión de eventos tuyos. Lo que sigue después de ti. Mas no durante. Intentar sostener el tiempo entre los dedos. Tuve que ducharme. Rascarme la oreja. Preguntarle a los azulejos por ti como si hablaran, y luego no pedir más lluvia por la tarde. No eran muchas horas. Intentaba calmar esas ansias locas. El animal de hambre que soy yo. El que conoces entre lineas. Después hice salir. Resolví revivirte en lugares donde estuvimos. No me dejaste entrar. Me llabamas. Y con tu desesperación amarilla, hacias como el poema de Pablo Neruda –que ahora detestas-, tú, abres para mí, todas las puertas de la vida...

martes, 25 de mayo de 2010

Martes



 I
M.- El día martes se despertaba de tal forma, que todos los caminos iban a ti. La respiración lenta y claro, cotidiana, de quienes esperan por un autobús. Las nubes tontas advirtiéndose grises, asustándome. Esa fija insinuación de los hombres hacia las faldas. El color amarillo dentro de las cosas. Lo demás, los demás hechos de la vida eran inútiles. Todo iba hacia a ti. La música. El teléfono. Sonreírle a la señora que barre la entrada del hotel. Tú. Y todas nuestras conversaciones se repetían una y otra vez en mi cabeza, sobre mi lengua y mi risa parafraseaba extranjerismos torpes, que, a su vez, me llenaban de ternura. Eras bondad un día martes. Y la luz. El azul turquesa del océano de frente. Todo tú. Para ti. Mi calidad de escritora apenas, aturdida, te buscaba. Te seguía. Como un niño en el portón del colegio esperando por sus padres. Y ninguno de los dos se aparece. Después resignación y calma sobre un banquito marrón.

Así todo el día. Eras las palabras, y toda la arena. Una ensoñación tal, que, los restos de vivir, por vivir, tú sabes. El trabajo, tomar el autobús a las ocho veinte, la hora de la no-comida; se presentan exteriores ante mi rareza al sobrellevarlos. Sabiendo que cualquier acto furtivo, en realidad, se basa en ti. Al final del día a ti. Y todo lo demás, ahora, me es absolutamente inútil…


II
FAREWELL

Creo que me despedí. Creo que nos despedimos. La noche anterior o la noche después, te soñé. Otra vez eras tú en un domingo soleado y sonriente. Lo nuestro era una película. Era una película aquello de tu imagen. Danzabas entre árboles. Me dedicabas tu risa. Parecía, incluso, alguien te hablaba cerca del cuello y te mordías los labios. Corrías. Te divertías. Yo me recuerdo en la butaca siempre. Parecías en un filme hecho en 1965. “Quizá desde entonces…”. Y de alguna manera, hasta ahora. Sostenías entre tus manos una flor grande. Voluptuosa. Muy de primavera. Resolvía que esa era yo. Asumía tu felicidad sosteniéndola (me) y luego dejándola con extremo cuidado entre el pasto muy verde –de ese lugar- en el sueño. Todavía no lo conozco. Después volvías a irte. Brincabas tratando de alcanzar las manzanas. O sólo el reto fructuoso de tocar las hojas más altas. Muy tú. Luego tus tenis grises. Esos que nunca te quité. Se veían pequeños en la floresta de siempre. Donde nos despedimos. O lo has hecho sólo tú. O solamente yo, seguro. No sé exactamente si me dejabas irme. Tu película. 35 mm. El sol que ya no te pertenece. No sé si me sentí triste al final. No. Te veía. Era verte. Despertar esperando que realmente fuese de mañana; soleado y brillante. Lo que siempre pedimos. Era simplemente un día, claro. No había voces. Nada parecido a las voces. Llegar al trabajo. Contarle a alguien sobre querer quedarte. Sobre definitivamente irte. Sobre tu brazo. Y que no me creyera ni-una-sola-palabra.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Aprés toi

Hoy hice de nuevo los eventos sucesivos después de ti: callar. Sonreir dándo la bienvenida a los extraños. Siempre me quedo muy sola después de ti. No sé cómo explicartelo. Es más que el teléfono. Más que la lluvia. Música triste con saxofones. Más que ver toda tu correspondencia en un buzón electrónico y decir: nunca sería suficiente. Me quedo leyendo tus últimas notas. Miro una vez más tus fotografías. Las beso. De a poco te memorizo. Hoy lo he ordenado todo. Lo puse según tu nombre, según las fechas. Luego pensé “todo está bien, ya voy a irme”. Me ha llamado Isabel: ya aprendiste la lección, querida. Siempre tan sabía con su voz de hierro líquido. Luego pienso de nuevo en lo de los libros. En el de J.K que quiero comprar, para mandartelo “desde México, donde fue escrito”. Surge mi emoción por los estantes. Es en realidad, estúpido pensarlo. Leerte a miles de kilometros, pensar en tu soplo en mis ojos, contener en mis manos aquello de los estantes. Hacerte vaciarlos todos. Como si fueses tú, yo. Yo tú, leyendo. Ambas en la habitación, que no te dije, pintaré de rojo. ¿Te gustaría el rojo? De qué color pintas mañana? Qué melodías colocas, con cuales me piensas. A mi me sucede al hacer la infinidad de escritos diarios en mi cabeza que dicen más o menos “ahora observo la creciente furia del mar ”. Vienes a mí con la furia del mar. Construyo una metáfora incompleta: te paras frente al atlántico. Viras hacia mi latitud. Colocas las manos en tu pecho. Piensas en mí. Dices: tuya. Después respiras, lanzas un sonido como el de los besos que te hablé. Luego, sentada en mi silla verde, siento tu pequeño y sumiso “hola” en mi oído. Con tu respiro de temblor formas una onda expansiva hasta mi costa. Observo el mar otra vez. Eres tú. Es una brisa leve, a veces fría, y me muerde los labios. Asumo entonces que me piensas y sigo con el día donde no hago más allá de lo antes dicho. Lo demás es lo que sabes. Te espero al salir. Te busco al salir. Qué me beses los ojos. Aunque al marcharte de golpe me quede con un desorden de letras que tengo que venir a escribir…

                                                                                                                     Foto por: Martina Margarit

sábado, 15 de mayo de 2010

Somewhere not here



Esta es una serie de momentos tuyos: Tu toque de marfil canario. Los ojos claros. Una sonrisa que creí jamás. Esto soy yo saliendo de casa con solamente una cerveza en la sangre. Dosificada. Esperando a que salgas del auto, para decir: llegué, ya llegué. En medio de eso escribo con minutos cortos, improvisados. Quiero decirte después que lo leas, que al igual te espero el martes. No lo olvides. A veces, siempre, me parece, estamos dentro de un bar, y las voces son demás sensuales y nos invitan –claro- a cine griego/cena/bailar. Parece, incluso, estuviésemos ya, ahí, un lugar que no es aquí. Canto: I dream, I see your face I see, I dream of you, If you were here we'd watch, If you were here we'd see. Que ha sido escrita para ti, y recién la descubro. Y desde ahora es nuestra canción. Tenemos que tener una canción, tú sabes. Por si acaso todos los colores amarillos no nos abandonan. O solamente por bailar. Tener café por las mañana, vino por las noches. Una sonrisa casi silente hacia los hechos: describir como se muere una batería. Amo. Amo tu risa. Es, en realidad, sencillo en toda esa complejidad. ¿Es esto? ¿Es eso? ¿Viramos? ¿Esperamos? ¿Seguimos? Ya ves que cuando hablo, después de todo, nada es demasiado fino o literario. Mezclo cosas que solo nos conciernen a nosotras. Que lo demás sólo es alguien observando todas las dinámicas inofensivas del silencio entre dos personas que quieren comerse la una a la otra, quienes comparten melodías, alcoholes, días sábados. Llamadas telefónicas. Esto no podría ir en un librillo y viajar a la capital de mi país. Es solamente eso. Hablarte. Recitar mis diminutos pensamientos después de bajar una azotea. Ya todos se habían retirado a sus casas. Todas las mujeres se estaban duchando y yo esperando ir al super market por algo más frío para beber. Pero ya sabes, no tengo dinero. Así que de todas formas podría ser mejor así. No sé cómo las horas fueron lentas, ahora, si lo vemos. No deberíamos pedir demasiado a un viejo móvil. Tú seguías danzante, igual que un piano a media luz. Te esperaba. Yo te esperaba aun si las horas no existen. La serie de momentos tuyos: You were safe and warm. I was in your hands. We were moved in time, to another space. Somewhere, not here. Somewhere, not here. Et toujours...So, little time. So, little time

viernes, 14 de mayo de 2010

Ahora me gustan las rubias.

Martine; tú eres las horas. Igual una canción de Grant Lee Buffalo que dice: Heavenly. También Sometime later de Alpha o sencillamente, la hora de desayunar a solas sobre una barra con azulejos sucios. Silencio y perfección. Pero te busco definiciones imprecisas. Honestamente, te digo, eres “las horas”. Estos últimos tres días parece que estuvieses entre la arena de mis pantalones. Y que te asomas en todas las piernas de mujeres que provienen de UK a las cuales no les pongo mucha atención. Son demasiado mayores. Vienes, como la sucesión de segundos tibios. Yo sabía que la palabra tibieza te molestaba por su calidad de punto medio, o muy apenas, y no la totalidad que solamente nos habla de hambre. Pero no lo decía. Tú tampoco lo decías. Pero anoche fui sincera y por fin te hablé intensamente del hambre. La cama tonta donde duermo es muy calurosa, y no es mía y voy a dejarla el domingo. Sin embargo era suficiente para abrazarme a que en tu reloj eran las seis y media de la mañana y que no dejabas de hablarme. Que yo no quería ni infinitamente dejases de hacerlo. Que el beso partido por el mar me provocaba un calor absoluto desde los pies a la cintura. Pero eso tampoco iba a decírtelo. Más bien humedecía mis labios. Deseaba que fuese octubre. Ambas con Isabel. O en el auto, o la bicicleta esa donde puedes llevarme. ¿Por qué, Martine? Porque las horas. Comprendo que la culpa la tiene el silencio y tu perfección al decirme exactamente: sé cómo me quedo yo. Y todo menos “amo”, y los escritos que ahora intento terminar. Y que probablemente terminaré en unas semanas porque voy abrumarme cuando amanece o voy a sentir un cosquilleo fatal cuando vea de lejos encenderse el móvil. No sé que voy hacer con el tiempo. No sé ni cómo salir de este establecimiento sin explicártelo: tú me eres. Creo porque habitas en todo lo intangible ahora. Y en la simplicidad de los hechos más hermosos también. Son las situaciones específicas por las que te has establecido inhumanamente, para no doler, para no ignorarme, para entrar en toda mi vida. La verdad, M, que no podría explicarlo sino con otro silencio más. O la próxima vez que te escuche, y la próxima vez que te llene y te vacíe: aquí también. Por lo otro, no quiero que sientas tristeza mía, ni por mí, ni por lo que escribo. Ya mucho me han dicho que soy la melancolía de las cosas verdes, azules, y rojas. Y no me cansa ese mero hecho, pero no quiero. Alcanzo a comprender la posibilidad del porque suceden dichos eventos. Pero mientras tú me lo dices, o me llevas la contraria, te confieso que eres todas las horas, incluso las que se van, las que yo pierdo. Y las que gano y las que invierto. Intensamente pensándote como hacen los niños en su madre, cuando quieren llegar a casa.



Foto por: Martina Margarit

sábado, 8 de mayo de 2010

No culpo tu frivolidad al decir: tú eres mía y yo tengo que cuidar de ti. Es, en cambio, lo menos que puedes decirme. Lo más inocente. Y cierto, también. Después de esas palabras tuyas tuve que llorar un poco, no voy a mentirte. Estaba en la azotea entre el viento y ropas que se presumen lavadas y limpias. Y no estabas, pero acababas de renombrarme tuya y eso suponía simplemente fumarme tres cigarros más o arrojarme los dos pisos hacia abajo, y esperar por ti. Lo demás era solamente eso. Vivir. Mendigar. Querer siempre mudarse o volver contigo. Estar. Ampliar nuestra casa. Pintar las paredes de verde. Dices que pintaste toda la casa de verde ahora que ya no vivo ahí. “Para pensarme”, y que haces comida cantonesa, para lo mismo. Porque extrañas mis sabores. Todo lo que te evoque a mí. Sinceramente yo suelo hacer cosas similares. Voy por la calle. Comparo esta vez, bastante objetivamente, porque la gente te confunde con un hombre y vuelvo a molestarme enteramente con el mundo exterior, que no vale, ni ha valido nunca mucho. Camino el asfalto vacío los sábados por la noche. Antes, contigo, era el sábado en la noche; la cerveza, alguna pelea estúpida e ir a ese cuarto lleno de libros y películas. Flagelarme con mi antigua relación. Arrastrarte con ella. Obligarte a los abrazos: entiéndeme, es que duele. Tom Waits y más alcohol los días sábados. ¿Recuerdas? Yo halaba una sabana hasta tu cama y cargaba con ese olor a ausencia tan mío murmurando que tenía que dormir contigo para no sentirme completamente sola, ni lo suficientemente amada a medias. Como para no querer levantarme y trabajar. O ser. Simplemente ser. Siempre tan doloroso y tan difícil, apenas. Porque ese sencillo acto, era honestamente posible gracias a ti. A que soy tuya, y cuidabas de mí. A que pertenecíamos al mismo espacio- tiempo. A que a veces, habitaciones. Alcohol. Camas. Restaurantes. Rodeaban nuestra existencia y al final del día no hablábamos más que de felicidad. Me dabas besos. Por fin confesabas: eres lo que más amo en todo el mundo. Y que sin mí te habrías muerto. Y yo correspondía recíprocamente aquella situación. Por eso no te culpo en las llamadas. Me quedo con toda la melancolía completa de noche de sábado en una silla. Siempre en una silla. Y tú, como siempre, mirando calladamente mi espalda. Ahora has de imaginar mi espalda allí. Como se traen a la mente los fantasmas.  

lunes, 3 de mayo de 2010

Yo voy a decirte: No. Te gritaré a lo sumo: es ideal ésta condena. Y que solamente veo de lejos tu oreja arrugada. Sino suponiera su perfección, sería deforme. La observo no timidamente entre tu cabello largo y cenizo. Entre lo que parece viento, y el Sunday. Es una fotografía muy sobrexpuesta. Aquí digo mucho “Sunday” ,“comment”, “great” and “see you later”. Pero aquí no habitas tú. Y cuando termina la jornada de trabajo , me nublo. O su opuesto. Y hago tomar un teléfono móvil. Y después buscar mi oreja –tan diferente a la tuya- para alcanzar notas agudas a las seis. Luego escuchamos canciones viejas todas nosotras, las mismas. Siento de a poco una sensualidad danzando al ritmo de mis dedos, ese acto sensual. Mis manos escribiendo. Y escribiendo-te. No podría hacer mucho además de eso. La gente aquí me reprocha que no tengo para comer. Que no tengo dónde vivir. Pero igual esclavizo esos ojos mios, antes tuyos, a las blancas y planas pantallas de ordenador. Vuelvo como se retorna suavemente a los vicios. Es una acción casi sumisa. Seguido de “ya no voy a fumar”. O “ya no voy a buscar tanto sexo”.Y al día siguiente era tener una cajetilla llena, azoteas, viento del sur y piernas muy largas. O simplemente había cambiado de identidad. Y ya no me llamaba Ofelia. Ni Jazmín. Ahora estaba enamorada de un hombre y le llamaba temprano en la mañana. Todas esas mentiras que no sucedían al final y no me reventaban las horas.
Cierto día observo unas letras tuyas. Esas colocadas. Por colocar. Engendradas por existir. Dichas y hechas como igual te mueves a contra luz o aspiras el aroma de una almohada. Y me surgen como siempre olas bohemias dentro del cuerpo. Pienso en decirte: No. En volver. En trangredirte. Burlarme de tu presente y tu pasado. Palabrear finalizando: solamente yo. Me desdoblo. Bebo una cerveza puntual. Y te observo: todo el mundo se paraliza en tu oreja. Deforme y absoluta.

sábado, 1 de mayo de 2010

Carta pueril a Martina

Cuando falté al trabajar,


y era gris, todo el cielo era gris, te contaba.

Cuando la lluvia no paró por tres dìas

te contaba,

y me llamabas y con tu voz llenabas todo el cuarto,

volvías a llamar, dos minutos más, después colgabas.

No te decía cómo se abrían los vórtices en las paredes

y cómo me quedaba sola, sola

……………….y cómo pensaba en ti hasta cansarme

-no de ti, ni de pensarte-

sino de la soledad, porque no estabas.

Sino a una línea recta e inclinada de miles

de kilómetros bajo del mar.

Salías de él, te imaginaba salada.

E intentaba a susurros hablarte más de

Jennifer Clement y su casa en el océano.

Querernos ahí sobre el remate.

Ser el remate. Pues en el encierro venías

con nuevas plataformas andantes

y de nuevo era yo, tan grande dentro de ti

por ti, a oídas

en el silencio tan propio

cuando disminuye el ardor y la fiebre,

engendro de tu voz,

relatos de mantequilla

tan finos y dulces como la infancia.

martes, 20 de abril de 2010

Carta a Berenice (I)

Berenice; nunca te escribo cartas en esta costa. Desde aquí, te he contado, la vida se vislumbra como algo demasiado lejano a ti, y duele. Pues tú eres mi hermana, y representas duramente el mundo familiar al que ahora ya no voy. Eres la poesía y el arte plástico mezclado con ácido y pastillas azules estridentes. La costa aquí no es lo mismo que el mar eterno de los abuelos, y las lunas negras de julio que nunca volveremos a tener. Parecemos lejanas sobre las azoteas de la capital del país. Parecemos oscuras entre las cenizas no nuestras. Pero confío, como en nadie más confío, como sólo se puede decir: si con un cuchillo filoso y febril corto mi piel, tendré sangre. Tú serás la revolución turquesa de los días. Porque pienso en ti y todas las guitarras, y toda la tierra, y todos los ojos negros de Veracruz se me vienen de golpe. Y entonces estás en las trincheras, esperando agazapada, para salir radiante a la vida a luchar por nuevas causas. Te veré inmensa. Tomaré fotografías. Por las tardes tomaremos café. Pero ahora, en la orfandad de tabaco, Berenice, te escribo para dejar un nuevo relato de existencia. Bien sabes, necesito escribir para vivir. Y como también te vivo, vivimos siempre, me es necesario hablarte solitariamente y naturalmente, ahora. Según nosotros, los que creemos saber, enfrentamos el vivir diariamente entre cuestionamientos tontos. Es decir, vivo, tengo certezas, pero todo se resume en charlas inhumanas contigo o con alguien más, y prometo viajes en los próximos seis meses. No lo sé. Hay voces que nos abruman, hay palabras lejanas que dicen: after everything. Hay promesas, Berenice, después de tanta búsqueda. Y llegar a las conclusiones de las que ya te hablé, al menos me tranquilizan. Me hacen cerrar los ojos, aguardar para comer. Y al siguiente día, lo mismo. Aguardar para decirte: seremos. Veremos. Tendremos victoria al final de los tiempos. Intento ser lúcida. Quiero decir que pienso en el futuro como un vaso lleno de cerveza un día domingo. Donde por fin el cine, el bosque, y la música bohemia. Tenemos que apartarnos duramente del sueño. De la casa. De la infancia sublime. Para virar, para volver incansablemente a lo básico. Soy. Somos. Necesitamos el arte. No sé que tan bien me haya hecho entender, pero mi hermana, no te lo he dicho, Berenice, me llenas de luz azul. Por eso te hablo sobre costas y folklore apenas comprendiendo la grandeza de palabras que tengo para ti. Y nunca serán suficientes. Nunca hay suficiente tiempo prestado. Me detengo. Y me marcho.

No sin antes decirte: te elijo una vez más. Y mil veces más. Para siempre.



Jazmín

martes, 6 de abril de 2010

Yo tendría uno y muchos mótivos más, para buscarte. Seguramente sería todo muy parecido a los escritos, o al sentimiento cargado en todo eso que lees, que me pertenece, y te hace tener cual sea tu idea -no dolorosa- de mí. Qué no me creerías. Pero eso, de igual manera, me sería grato, voluptuoso, coqueto y perfecto. Y me haría sonreír a las siete de la mañana. Mientras el sol. Mientras apenas la noche. Como ahora en las improvisaciones, como las cosas que no se hacen. A la gente a quien no se saluda. Yo nunca saludo al menos que tenga algo importante que cuestionar, y eso cabalmente, supongo, te molestaría. O no. Siendo sinceras eso no lo sabemos. Me gusta imaginarlo, al menos. Tengo poco tiempo, querida. Debo pensar en mudarme. Debo lo de las veinte cuartillas. Y al final del día no hago demasiado. Salir. Ir por papas a la francesa con mucha catsup. Comer en soledad arbitraria, mientras las visitas que te cuento. Igual ya tenemos el jueves, jueves, jueves. Voy a Chen's restaurant a la una, intento. Llamar desde ahi al número con el siete a la mitad. O en la mitad del siete. Entonces, bruscamente, sugerirte un lapsus linguae: has venido a comer. Eso quisiera. Porque hoy, mientras tanto hacia los planes, los del jueves, jueves, jueves, no resultaba la emoción. La misma. La misma que es cuando vas a comer a un restaurant extranjero, o cuando estaba en Le petit toul brisoit du Paris, o cuando suena el teléfono con N° Privado. Es eso. Querida, el tiempo siempre se va. Debo salir de esta cabina tonta y fría, dejarte con la duda. Y la emoción reciente y, las negaciones que sé me harás. Y la emoción en los mótivos, que no voy a enumerarte.

viernes, 2 de abril de 2010

Afirmación

Estoy escribiéndote, todavía. Como si no sucedieras tú muy al final del día. Tú sabes. Cuando los recuerdos, apenas eso son. Y todo es sólo una reminiscencia de sentir. Sin en realidad existir. Sin seguir siendo.


Me tendría que estar muriendo.
Tendría que morir una y otra vez, por siempre.

Eso te lo digo a solas. Dentro de todo. Y de mí. La tierra es tan azul que duelen los cobrizos y las apariciones, y la improvisación de parecer “escribiendo”. Lo que sucede al final, cuando comienza la noche, y pareciera que siempre estamos, y es noche. Oscurecemos. Por eso caminamos y nos sentimos más contentos en medio de la oscuridad. Esperamos la soledad. Qué todos se vayan de la casa hacia viejos pueblos mayas, y quedarte. Entre las sombras. Esperándo. O solamente a travesar el pasillo corto, en realidad, corto. Seguir observando la bicicleta del fondo. Interrogarte. Si lo piensas detenidamente no hay mucho. Solo deseos. Entrepiernas. Amenizar la mañana con pequeños parpadeos. Corazones inhumanos. Cantar una de The innocence mission. No sé porque peleo con los pies mios, y voy de arriba abajo contándole a las personas lo que se siente vivir enajenada de una misma y no parar nunca y gritar, dejarles claro, lo último que digo, la hora fría donde se retuercen y se aseveran dos cosas: me tendría que estar muriendo. Y ya no serías tú color carmín entre las horas. Y ya no vendrías sigilosa como la muerte que asfixia, como reconociendolo todo.

domingo, 21 de marzo de 2010

Ofelia's Day Off

Sabes que es domingo porque yaces en la cama con una indeferencia voráz a los relojes.
Te despiertas lentamente porque se abren tus ojos sencibles a la luz. Pretendes ignorar el entorno general de las cosas. Qué no hay gente debajo de ti, ni a lado, ni una biclicleta al fondo. Tu mano trémula sostiene un aparato musical anunciando a Ólafur Arnalds. Todo esto en tu mente, con una comunicación intrapersonal ruidosa. Y, en realidad, no te mueves. Piensas en Martina y en el Bilbao gris, que detesta. A lo mejor piensas en ella porque tiene todos los discos, o no, o algo más.  Apenas ejercitas los párpados. Tienes que responder el teléfono. Levantarte. Comer cereal. Lavar los platos. Salir a la calle en busca de nuevas direcciones dinámicas. Sentir calor. Ver a lo lejos nubes de lluvia. Ordenar tu mañana como indicio de vida latente: Ólafur arnalds. Martina. El domingo. Vuelves a las sabanas y a los dedos fríos que bien puedes imaginar –los suyos- mientras te habita La lucidez cada vez más, despacio. Logras decirle, a ella, entre pequeños balbuceos: me colocó a la orilla. La cuerda. Esas cosas que sólo entenderíamos las dos; el domingo, la lavandería, el piso compartido. Las llamadas de mi madre. Las listas que se hacen mientras se escribe, como haciendo siempre un interminable inventario de sustantivos propios. Saber que no te creera mucho después de la primera vez. Y qué perdonará la mala conjugación de los verbos. O lo infinitivo. Eso lo asumes. Mientras al final del día le regalas una canción de Library tapes.

viernes, 19 de marzo de 2010

The prettiest thing

Para mí era suficiente ser “lo más bonito” en la vida de ella. Y eso era fácil, decíamos. En algún modo faltante. Para Rosa, por ejemplo, era así desde mi nacimiento pequeño y prematuro. Lo importante de esto, era, realmente, convencerme de serlo. Actuar como tal. Como “lo más bonito” en la vida de alguien. Al principio, uno tonto, incrédulo, renegado; se rehúsa a cumplir su misión. La misión que supone ser lo más bonito. Es, por el contrario, ese monstruo iracundo de los días y las noches. Ser el antónimo de antónimos. El antagónico. Y todo aquello propio que el puesto llegase a requerir. Te enajenas con la más profunda negación al Ser. Luego, con lo puta que es la vida, sucede prontamente comprenderlo. Siendo todo menos lo que competía entonces, como la prettiest thing de mi madre; un día llega alguien gigante, luminoso, aerostático, perfecto. Encuentras a tu propía prettiest thing. Después no sabes que es peor. Serlo o tenerlo. Pero saber que siéndolo, tienes la obligación de comportarte indómitamente, y tenerlo, estúpidamente, no es más que, de cierta manera, esperar reciprocidad.

domingo, 14 de marzo de 2010

"My oldest memory"

[Fragmento]

Pareciera, a veces, que tú fueses mi primer recuerdo. El único. El primero. Te tengo junto a mi madre y a mi padre, quienes han sido los más grandes amores de mi vida. Compartes habitación con la abuela Isabel, y con Carmela. Eres el pensamiento primogénito cuando transito carreteras federales, y salen todos los árboles, a través de la ventana.
[...]